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La nueva “guerra” política

Es necesario blindar a la sociedad a través de mecanismos como el pensamiento crítico y la formación de la opinión, de manera que estos ataques entre oponentes políticos no influyan sobre el resto de la población.

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Marimaite Rayo |
21 de noviembre, 2024

En la actualidad, para un político ya no es suficiente ganar elecciones, obtener el apoyo popular o ser el “elegido del pueblo” para acumular suficiente legitimidad e imponerse a los demás poderes del Estado. Esto se debe a que, contrario a lo que las democracias liberales pregonan, la división estricta entre los poderes del Estado únicamente es una ilusión, dado que, dependiendo del carácter de los funcionarios de turno, uno de los poderes siempre conseguirá sobreponerse a otro. Como consecuencia, a fin de reafirmar su poder, aquellas ramas de gobierno que se pierden en el bosque de la popularidad tendrán que emplear estrategias políticas alternativas. De lo contrario, el desbalance de poder será tal, que una de las ramas de gobierno podrá amasar suficiente poder como para actuar arbitraria y unilateralmente. 

Una de estas estrategias es el uso de la narrativa e información armada, la cual, mediante el uso de palabras violentas, la división de agrupaciones y la difusión de desinformación, busca afectar la percepción de los receptores. El objetivo de esta estrategia es deslegitimar al oponente, resaltando sus debilidades, sacando sus comentarios de contexto o presentando a su persona o institución como una amenaza para el resto de la población. En términos militares, el fin último de esta narrativa armada es la desestabilización de la población y la inhabilitación del oponente mediante una guerra de información y palabras. Tomando en cuenta la influencia que esta estrategia puede tener, el riesgo de esta herramienta reside en su efecto expansivo, ya que, aunque la belicosidad esté dirigida hacia un objetivo concreto, ya sea una persona, una institución o una agrupación, la desestabilización institucional puede ser tal, que podría generar mayor polarización y desconfianza entre la población general. 

El callejón sin Consuelo

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En Guatemala, esta estrategia es ampliamente utilizada por los diferentes políticos de turno, dado que, la ridiculización del oponente y la presentación de su persona como una amenaza existencial es la alternativa más fácil y efectiva ante el ojo público, debido la resonancia que genera. Es decir, aunque debería de ser la excepción, no es extraño ver cómo los políticos, antes que discutir por políticas públicas o soluciones, toman la ruta del ataque personal. Por lo tanto, las discusiones, en vez de ser técnicas y enfocadas en la conciliación de posiciones a fin de encontrar soluciones, se tornar personalistas y sin salida.

El ejemplo más reciente de esta dinámica es la disputa que mantiene el presidente Arévalo y la fiscal general, Consuelo Porras. En este sentido, las diferencias políticas entre ambas instituciones han llevado al desbalance de poder, en favor del Ministerio Público (MP), lo cual le ha permitido imponerse ante el Ejecutivo, el cual se presenta como uno pasivo y sin habilidad de negociación. 

Más allá de las disputas del momento, este tipo de actitudes merman los pilares del régimen democrático como la confianza, la tolerancia y el respeto mutuo. Consecuentemente, no solo se debilitan los cimientos de nuestra forma de gobierno, sino que también rompe con los tejidos sociales que son vitales para evitar que el poder público lo tome como una ventaja y avance hacia la totalización del poder.

En respuesta a este desequilibrio de fuerzas, el mandatario ha recurrido a la narrativa armada, dado que, mediante el uso de palabras cargadas de violencia y la presentación de su rival como una amenaza existencial, ha intentado deslegitimar su posición y solapar las debilidades del poder que lidera. 

Ahora bien, la consecuencia no deseada de esta interacción sin salida entre el Ejecutivo y el MP ha sido la división de la población. Es decir, dada la fortaleza de esta narrativa, el debate entre estas instituciones se ha convertido en un tema polarizante entre la población, ya que no existe un término medio, o se es parte de un bando o del otro. Como consecuencia, si esta dinámica se lleva al extremo, ambos bandos no solo pierden la confianza mutua, sino que incluso llegan a cuestionar la legitimidad moral “del otro”, considerando al bando contrario como una amenaza existencial para su forma de vida. 

Adicionalmente, tanto para el presidente, como para la fiscal, esta narrativa funciona como una venda sobre los ojos que no permite ver más allá de las divisiones políticas en favor de un bien común. Por lo tanto, en vez de buscar soluciones en el marco de la legalidad, cada uno es empujado contra la pared y desgastado por el tira y encoge del día a día. En otras palabras, ambos se encuentran en un callejón sin salida, en donde la violencia de las estrategias dificulta cada vez más la posibilidad de encontrar una salida institucional al problema. 

Más allá de las disputas del momento, este tipo de actitudes merman los pilares del régimen democrático como la confianza, la tolerancia y el respeto mutuo. Consecuentemente, no solo se debilitan los cimientos de nuestra forma de gobierno, sino que también rompe con los tejidos sociales que son vitales para evitar que el poder público lo tome como una ventaja y avance hacia la totalización del poder. Por lo tanto, es necesario blindar a la sociedad a través de mecanismos como el pensamiento crítico y la formación de la opinión, de manera que estos ataques entre oponentes políticos no influyan sobre el resto de la población.

La nueva “guerra” política

Es necesario blindar a la sociedad a través de mecanismos como el pensamiento crítico y la formación de la opinión, de manera que estos ataques entre oponentes políticos no influyan sobre el resto de la población.

Marimaite Rayo |
21 de noviembre, 2024
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En la actualidad, para un político ya no es suficiente ganar elecciones, obtener el apoyo popular o ser el “elegido del pueblo” para acumular suficiente legitimidad e imponerse a los demás poderes del Estado. Esto se debe a que, contrario a lo que las democracias liberales pregonan, la división estricta entre los poderes del Estado únicamente es una ilusión, dado que, dependiendo del carácter de los funcionarios de turno, uno de los poderes siempre conseguirá sobreponerse a otro. Como consecuencia, a fin de reafirmar su poder, aquellas ramas de gobierno que se pierden en el bosque de la popularidad tendrán que emplear estrategias políticas alternativas. De lo contrario, el desbalance de poder será tal, que una de las ramas de gobierno podrá amasar suficiente poder como para actuar arbitraria y unilateralmente. 

Una de estas estrategias es el uso de la narrativa e información armada, la cual, mediante el uso de palabras violentas, la división de agrupaciones y la difusión de desinformación, busca afectar la percepción de los receptores. El objetivo de esta estrategia es deslegitimar al oponente, resaltando sus debilidades, sacando sus comentarios de contexto o presentando a su persona o institución como una amenaza para el resto de la población. En términos militares, el fin último de esta narrativa armada es la desestabilización de la población y la inhabilitación del oponente mediante una guerra de información y palabras. Tomando en cuenta la influencia que esta estrategia puede tener, el riesgo de esta herramienta reside en su efecto expansivo, ya que, aunque la belicosidad esté dirigida hacia un objetivo concreto, ya sea una persona, una institución o una agrupación, la desestabilización institucional puede ser tal, que podría generar mayor polarización y desconfianza entre la población general. 

El callejón sin Consuelo

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En Guatemala, esta estrategia es ampliamente utilizada por los diferentes políticos de turno, dado que, la ridiculización del oponente y la presentación de su persona como una amenaza existencial es la alternativa más fácil y efectiva ante el ojo público, debido la resonancia que genera. Es decir, aunque debería de ser la excepción, no es extraño ver cómo los políticos, antes que discutir por políticas públicas o soluciones, toman la ruta del ataque personal. Por lo tanto, las discusiones, en vez de ser técnicas y enfocadas en la conciliación de posiciones a fin de encontrar soluciones, se tornar personalistas y sin salida.

El ejemplo más reciente de esta dinámica es la disputa que mantiene el presidente Arévalo y la fiscal general, Consuelo Porras. En este sentido, las diferencias políticas entre ambas instituciones han llevado al desbalance de poder, en favor del Ministerio Público (MP), lo cual le ha permitido imponerse ante el Ejecutivo, el cual se presenta como uno pasivo y sin habilidad de negociación. 

Más allá de las disputas del momento, este tipo de actitudes merman los pilares del régimen democrático como la confianza, la tolerancia y el respeto mutuo. Consecuentemente, no solo se debilitan los cimientos de nuestra forma de gobierno, sino que también rompe con los tejidos sociales que son vitales para evitar que el poder público lo tome como una ventaja y avance hacia la totalización del poder.

En respuesta a este desequilibrio de fuerzas, el mandatario ha recurrido a la narrativa armada, dado que, mediante el uso de palabras cargadas de violencia y la presentación de su rival como una amenaza existencial, ha intentado deslegitimar su posición y solapar las debilidades del poder que lidera. 

Ahora bien, la consecuencia no deseada de esta interacción sin salida entre el Ejecutivo y el MP ha sido la división de la población. Es decir, dada la fortaleza de esta narrativa, el debate entre estas instituciones se ha convertido en un tema polarizante entre la población, ya que no existe un término medio, o se es parte de un bando o del otro. Como consecuencia, si esta dinámica se lleva al extremo, ambos bandos no solo pierden la confianza mutua, sino que incluso llegan a cuestionar la legitimidad moral “del otro”, considerando al bando contrario como una amenaza existencial para su forma de vida. 

Adicionalmente, tanto para el presidente, como para la fiscal, esta narrativa funciona como una venda sobre los ojos que no permite ver más allá de las divisiones políticas en favor de un bien común. Por lo tanto, en vez de buscar soluciones en el marco de la legalidad, cada uno es empujado contra la pared y desgastado por el tira y encoge del día a día. En otras palabras, ambos se encuentran en un callejón sin salida, en donde la violencia de las estrategias dificulta cada vez más la posibilidad de encontrar una salida institucional al problema. 

Más allá de las disputas del momento, este tipo de actitudes merman los pilares del régimen democrático como la confianza, la tolerancia y el respeto mutuo. Consecuentemente, no solo se debilitan los cimientos de nuestra forma de gobierno, sino que también rompe con los tejidos sociales que son vitales para evitar que el poder público lo tome como una ventaja y avance hacia la totalización del poder. Por lo tanto, es necesario blindar a la sociedad a través de mecanismos como el pensamiento crítico y la formación de la opinión, de manera que estos ataques entre oponentes políticos no influyan sobre el resto de la población.

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