Desde su primera rueda de prensa como Papa, Francisco dejó entrever que su pontificado traería un aire renovador. Desde el primer día habló sobre el papel de la mujer en la Iglesia con claridad y convicción, abriendo un camino que, años atrás, hubiese sido difícil ni siquiera imaginar. Con ese gesto, comenzó a poner las bases para una Iglesia más inclusiva, donde la voz y el lugar de la mujer ya no pudieran seguir relegados. Más adelante, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, escribiría con firmeza: “Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”, reflejando así su compromiso con una transformación profunda y sostenida.
Consciente de que los grandes cambios comienzan con gestos pequeños, pero significativos, Francisco nombró por primera vez a mujeres laicas en cargos de responsabilidad dentro de un dicasterio del Vaticano. Era una señal clara de que algo estaba cambiando. No se trataba solo de ocupar un puesto; se trataba de romper con siglos de exclusión y de abrir paso a una nueva forma de participación en la vida eclesial.
En su mirada, la mujer es portadora de una fuerza espiritual que mantiene viva la Fe. Francisco nos recordó —con respeto y ternura— que somos nosotras quienes la transmitimos, quienes la encarnamos en el día a día, quienes tejemos el amor de Dios en lo cotidiano. Nos otorgó no solo responsabilidad, sino también dignidad y honor en esa misión silenciosa que muchas veces ha sido invisibilizada.
A lo largo de su pontificado, arremetió sin miedo contra la cultura machista, dentro y fuera de la Iglesia. No dudó en alzar la voz, en denunciar la instrumentalización de la mujer como objeto decorativo o publicitario.
Descanse en paz, Santo Padre. Su legado vive en cada paso hacia una Iglesia más justa, más compasiva, y también, más femenina.
“Volvamos a la fuerza de la mujer, hay que tomarla en serio y no utilizarla como publicidad y maquillaje, por favor, esto es un insulto a la mujer. ¡La mujer está para cosas mayores!”, exclamó con fuerza, dejando claro que su visión no era simbólica, sino profundamente transformadora.
Pero Francisco sabía que los cambios reales no se decretan; se construyen desde adentro. Por eso insistía tanto en la necesidad de un cambio de mentalidad. Apelaba al corazón de todos los hombres —y, podríamos añadir, también de las mujeres— a renovar su manera de pensar, de ver, de incluir. Porque cambiar una institución como la Iglesia no es tarea fácil: requiere paciencia, valentía y fe.
Hoy, su partida nos deja una mezcla de gratitud y esperanza. Gratitud por haber iniciado un camino que ya no tiene retorno; esperanza porque su visión ha calado hondo en muchas almas. Que el Espíritu Santo ilumine al sucesor, para que siga esta labor de renovación que tanto bien ha comenzado a sembrar.
Descanse en paz, Santo Padre. Su legado vive en cada paso hacia una Iglesia más justa, más compasiva, y también, más femenina.
“La mujer está para cosas mayores”: el legado valiente del Papa Francisco
Desde su primera rueda de prensa como Papa, Francisco dejó entrever que su pontificado traería un aire renovador. Desde el primer día habló sobre el papel de la mujer en la Iglesia con claridad y convicción, abriendo un camino que, años atrás, hubiese sido difícil ni siquiera imaginar. Con ese gesto, comenzó a poner las bases para una Iglesia más inclusiva, donde la voz y el lugar de la mujer ya no pudieran seguir relegados. Más adelante, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, escribiría con firmeza: “Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”, reflejando así su compromiso con una transformación profunda y sostenida.
Consciente de que los grandes cambios comienzan con gestos pequeños, pero significativos, Francisco nombró por primera vez a mujeres laicas en cargos de responsabilidad dentro de un dicasterio del Vaticano. Era una señal clara de que algo estaba cambiando. No se trataba solo de ocupar un puesto; se trataba de romper con siglos de exclusión y de abrir paso a una nueva forma de participación en la vida eclesial.
En su mirada, la mujer es portadora de una fuerza espiritual que mantiene viva la Fe. Francisco nos recordó —con respeto y ternura— que somos nosotras quienes la transmitimos, quienes la encarnamos en el día a día, quienes tejemos el amor de Dios en lo cotidiano. Nos otorgó no solo responsabilidad, sino también dignidad y honor en esa misión silenciosa que muchas veces ha sido invisibilizada.
A lo largo de su pontificado, arremetió sin miedo contra la cultura machista, dentro y fuera de la Iglesia. No dudó en alzar la voz, en denunciar la instrumentalización de la mujer como objeto decorativo o publicitario.
Descanse en paz, Santo Padre. Su legado vive en cada paso hacia una Iglesia más justa, más compasiva, y también, más femenina.
“Volvamos a la fuerza de la mujer, hay que tomarla en serio y no utilizarla como publicidad y maquillaje, por favor, esto es un insulto a la mujer. ¡La mujer está para cosas mayores!”, exclamó con fuerza, dejando claro que su visión no era simbólica, sino profundamente transformadora.
Pero Francisco sabía que los cambios reales no se decretan; se construyen desde adentro. Por eso insistía tanto en la necesidad de un cambio de mentalidad. Apelaba al corazón de todos los hombres —y, podríamos añadir, también de las mujeres— a renovar su manera de pensar, de ver, de incluir. Porque cambiar una institución como la Iglesia no es tarea fácil: requiere paciencia, valentía y fe.
Hoy, su partida nos deja una mezcla de gratitud y esperanza. Gratitud por haber iniciado un camino que ya no tiene retorno; esperanza porque su visión ha calado hondo en muchas almas. Que el Espíritu Santo ilumine al sucesor, para que siga esta labor de renovación que tanto bien ha comenzado a sembrar.
Descanse en paz, Santo Padre. Su legado vive en cada paso hacia una Iglesia más justa, más compasiva, y también, más femenina.