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La muerte del hombre centenario: Jimmy Carter

Foto por Pressens Bild / AFP
Rodrigo Fernández Ordóñez |
03 de enero, 2025

No hay en la historia contemporánea de los Estados Unidos un presidente que sea valorado de la forma más dispar, como lo hacen con el recientemente fallecido Jimmy Carter. La BBC de Londres, por ejemplo, anunciaba en su nota necrológica que moría el único presidente que no había iniciado una guerra durante su mandato. Sin embargo, si uno les pregunta a los padres o abuelos centroamericanos que vivieron los años de los enfrentamientos armados en los países del istmo, muchos no dudarían en tildarlo de “comunista” y achacarle algunos de los males que aquejan Centroamérica.

Sea como sea que uno valore la presidencia de Carter, sobresalen un par de verdades innegables: la primera, que el mundo que vivimos en 2024 es heredero directo de algunas de sus decisiones; la segunda es que el impacto de su mandato fue tal que el pueblo estadounidense en su acostumbrado movimiento de péndulo electoral terminó eligiendo a Ronald Reagan para sustituirlo. Es decir, tras su presidencia eligieron a su némesis para que lo sucediera en la Casa Blanca. Una tercera, quizás más importante para los historiadores, es que no contamos con una biografía monumental de su persona, como la que Robert Dallek le dedicó a John F. Kennedy, o Robert Caro a Lyndon Johnson, y que permiten juzgar sus decisiones con base en una amplia documentación y conocimientos monumentales de los entresijos políticos de Washington y del escenario mundial de su momento.

Lo que queda claro, sí, es que las decisiones de Carter para Centroamérica fueron el más puro reflejo de la política exterior de los Estados Unidos más despiadada. El reflejo más claro de la máxima tantas veces repetida sobre que, en materia de política exterior, los Estados Unidos no tienen amigos sino intereses. El caso de Nicaragua es la mejor evidencia de la absoluta ausencia de visión histórica de Carter durante su presidencia: decidió abandonar a Nicaragua a su suerte, pese a que Somoza ya había renunciado a la presidencia y que le habían prometido al doctor Urcuyo todo el apoyo para mantener al país fuera de las garras del sandinismo cubano. Las interioridades de esta historia las recoge Anthony Lake en un libro que todos deberían de leer, «Somoza Falling», de mano de las memorias del doctor Urcuyo, significativamente tituladas «Solo».

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Sobra decir que la dictadura de Somoza había que terminarla y que en un primer momento el apoyo de los Estados Unidos hubiera permitido neutralizar la gran influencia cubana en los sandinistas del movimiento 23 de julio, que terminaron por disolver el directorio revolucionario para apropiarse del poder, eliminando de una forma u otra a los demócratas que la integraban. Si la política exterior hubiera sido coherente, buscando proteger a la población nicaragüense, muchísima sangre se hubiera ahorrado nuestro atormentado vecino centroamericano.

Parece que el manejo de las revoluciones no le iba bien a Carter. En vez de generar políticas de contención de daños luego del fracaso de sus aliados, el presidente decidió que la mejor política era la de darle la espalda a los países que lo habían considerado un socio en el intrincado mundo de la Guerra Fría. El caso se repitió en Irán, cuando luego de la renuncia y huida del tiránico Sha, Muhamad Reza Pahlevi, la administración Carter dio la espalda al proceso revolucionario que había empezado en las aulas universitarias y dejó que derivara hacia un radicalismo religioso que aún al día de hoy seguimos sufriendo y que moldeó la historia del Oriente Medio desde 1979 hasta nuestros días.

Esperemos que pronto salga una biografía que nos dé más luces de un presidente que a la luz de hoy parece incoherente y, por qué no, irresponsable en su manejo de la política exterior.

Para comprender ese proceso de deriva hacia el radicalismo y la miopía de Carter conviene leer el fantástico «Alá es grande» del periodista alemán Peter Scholl-Latour, originalmente publicado por Planeta en español y que recoge la crónica de la política exterior de Carter aplicada en el terreno en toda la región. Hezbollah, Hamás, los Hutíes, los Talibanes y un larguísimo etcétera encuentran sentido si se analizan las erráticas decisiones de Carter en el escenario mundial y cómo la suma de errores llevaron, con el tiempo, al caos que se vive actualmente en el mundo árabe.

En Guatemala se sintió también su falta de tino al momento de tomar decisiones sin la información suficiente. Guatemala venía siendo azotada por la violencia política que las guerrillas de las FAR y el MR-13 habían desatado en contra del Estado y las fuerzas de seguridad habían reaccionado en una guerra de dos niveles: una estrategia contrainsurgente, que derrotó a las guerrillas en el oriente del país para 1971, y una subterránea, sucia, ejecutada por brazos clandestinos que sembraron el terror en las filas de las organizaciones revolucionarias que sufrieron su embate.

Los peores años de la violencia habían pasado ya (1966-1968), cuando Carter llegó a la presidencia. No obstante que la llegada del general Kjell Laugerud a la presidencia había relajado las tensiones y le apostaba a una moderada apertura política, en 1977 la administración del recién fallecido presidente de los Estados Unidos había publicado un informe elaborado por Warren Christopher, en el que criticaba la situación de los derechos humanos en varios países latinoamericanos: Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Guatemala, países cuyas olas de violencia habían alcanzado su cenit en la década pasada.

El gobierno de Guatemala reclamó a los Estados Unidos la injerencia en la política interna del país y decidió cancelar el programa de ayuda militar que unía a ambos países desde 1954. De hecho, la decisión de los Estados Unidos de “revocar” ese programa y “bloquear” la ayuda militar a Guatemala fue más bien un estornudo tardío, pues cuando hizo su anuncio en noviembre de 1977, el gobierno guatemalteco lo había dado por terminado ya desde hacía tres meses. Las consecuencias del bloqueo fueron inestimables para los EE. UU. quienes vieron a Guatemala salir a buscar nuevos aliados en su lucha contra las guerrillas marxistas apoyadas por Cuba y encontró en Taiwán, Israel, Corea del Sur, Austria y Suiza socios más confiables, tanto que a partir de 1977 y hasta 1982 con la llegada de Ríos Montt al poder, los Estados Unidos estuvieron ofreciendo reanudar el programa, ofrecimiento que fue rechazado reiteradamente por Laugerud y Lucas García.

Para terminar con la brevísima revisión de las decisiones de Carter, Michael McClintock en su larga investigación titulada «The American Connection. Volume 2. State Terror and Popular Resistance in Guatemala», afirma que, pese a que Carter bloqueó la ayuda militar a sus aliados latinoamericanos por razones de defensa de los derechos humanos, impulsó una política de “operaciones negras” o clandestinas, en las que los Estados Unidos pudieran negar su implicación. Es decir, que pasó a dirigir la misma guerra, pero desde los subterráneos del mundo, vendiendo armas y material de guerra por medio de entramados empresariales asesorados por la CIA. Incluso la CIA falló en sus cálculos, solo hay que recordar el fracaso de la operación «Alas de Águila», en la que trataron de liberar a los rehenes de la embajada EE. UU. en Teherán y que terminó antes de empezar siquiera, con la muerte de todos los hombres de fuerzas especiales que iban a participar en el operativo.

Esperemos que pronto salga una biografía que nos dé más luces de un presidente que a la luz de hoy parece incoherente y, por qué no, irresponsable en su manejo de la política exterior.

La muerte del hombre centenario: Jimmy Carter

Rodrigo Fernández Ordóñez |
03 de enero, 2025
Foto por Pressens Bild / AFP

No hay en la historia contemporánea de los Estados Unidos un presidente que sea valorado de la forma más dispar, como lo hacen con el recientemente fallecido Jimmy Carter. La BBC de Londres, por ejemplo, anunciaba en su nota necrológica que moría el único presidente que no había iniciado una guerra durante su mandato. Sin embargo, si uno les pregunta a los padres o abuelos centroamericanos que vivieron los años de los enfrentamientos armados en los países del istmo, muchos no dudarían en tildarlo de “comunista” y achacarle algunos de los males que aquejan Centroamérica.

Sea como sea que uno valore la presidencia de Carter, sobresalen un par de verdades innegables: la primera, que el mundo que vivimos en 2024 es heredero directo de algunas de sus decisiones; la segunda es que el impacto de su mandato fue tal que el pueblo estadounidense en su acostumbrado movimiento de péndulo electoral terminó eligiendo a Ronald Reagan para sustituirlo. Es decir, tras su presidencia eligieron a su némesis para que lo sucediera en la Casa Blanca. Una tercera, quizás más importante para los historiadores, es que no contamos con una biografía monumental de su persona, como la que Robert Dallek le dedicó a John F. Kennedy, o Robert Caro a Lyndon Johnson, y que permiten juzgar sus decisiones con base en una amplia documentación y conocimientos monumentales de los entresijos políticos de Washington y del escenario mundial de su momento.

Lo que queda claro, sí, es que las decisiones de Carter para Centroamérica fueron el más puro reflejo de la política exterior de los Estados Unidos más despiadada. El reflejo más claro de la máxima tantas veces repetida sobre que, en materia de política exterior, los Estados Unidos no tienen amigos sino intereses. El caso de Nicaragua es la mejor evidencia de la absoluta ausencia de visión histórica de Carter durante su presidencia: decidió abandonar a Nicaragua a su suerte, pese a que Somoza ya había renunciado a la presidencia y que le habían prometido al doctor Urcuyo todo el apoyo para mantener al país fuera de las garras del sandinismo cubano. Las interioridades de esta historia las recoge Anthony Lake en un libro que todos deberían de leer, «Somoza Falling», de mano de las memorias del doctor Urcuyo, significativamente tituladas «Solo».

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Sobra decir que la dictadura de Somoza había que terminarla y que en un primer momento el apoyo de los Estados Unidos hubiera permitido neutralizar la gran influencia cubana en los sandinistas del movimiento 23 de julio, que terminaron por disolver el directorio revolucionario para apropiarse del poder, eliminando de una forma u otra a los demócratas que la integraban. Si la política exterior hubiera sido coherente, buscando proteger a la población nicaragüense, muchísima sangre se hubiera ahorrado nuestro atormentado vecino centroamericano.

Parece que el manejo de las revoluciones no le iba bien a Carter. En vez de generar políticas de contención de daños luego del fracaso de sus aliados, el presidente decidió que la mejor política era la de darle la espalda a los países que lo habían considerado un socio en el intrincado mundo de la Guerra Fría. El caso se repitió en Irán, cuando luego de la renuncia y huida del tiránico Sha, Muhamad Reza Pahlevi, la administración Carter dio la espalda al proceso revolucionario que había empezado en las aulas universitarias y dejó que derivara hacia un radicalismo religioso que aún al día de hoy seguimos sufriendo y que moldeó la historia del Oriente Medio desde 1979 hasta nuestros días.

Esperemos que pronto salga una biografía que nos dé más luces de un presidente que a la luz de hoy parece incoherente y, por qué no, irresponsable en su manejo de la política exterior.

Para comprender ese proceso de deriva hacia el radicalismo y la miopía de Carter conviene leer el fantástico «Alá es grande» del periodista alemán Peter Scholl-Latour, originalmente publicado por Planeta en español y que recoge la crónica de la política exterior de Carter aplicada en el terreno en toda la región. Hezbollah, Hamás, los Hutíes, los Talibanes y un larguísimo etcétera encuentran sentido si se analizan las erráticas decisiones de Carter en el escenario mundial y cómo la suma de errores llevaron, con el tiempo, al caos que se vive actualmente en el mundo árabe.

En Guatemala se sintió también su falta de tino al momento de tomar decisiones sin la información suficiente. Guatemala venía siendo azotada por la violencia política que las guerrillas de las FAR y el MR-13 habían desatado en contra del Estado y las fuerzas de seguridad habían reaccionado en una guerra de dos niveles: una estrategia contrainsurgente, que derrotó a las guerrillas en el oriente del país para 1971, y una subterránea, sucia, ejecutada por brazos clandestinos que sembraron el terror en las filas de las organizaciones revolucionarias que sufrieron su embate.

Los peores años de la violencia habían pasado ya (1966-1968), cuando Carter llegó a la presidencia. No obstante que la llegada del general Kjell Laugerud a la presidencia había relajado las tensiones y le apostaba a una moderada apertura política, en 1977 la administración del recién fallecido presidente de los Estados Unidos había publicado un informe elaborado por Warren Christopher, en el que criticaba la situación de los derechos humanos en varios países latinoamericanos: Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Guatemala, países cuyas olas de violencia habían alcanzado su cenit en la década pasada.

El gobierno de Guatemala reclamó a los Estados Unidos la injerencia en la política interna del país y decidió cancelar el programa de ayuda militar que unía a ambos países desde 1954. De hecho, la decisión de los Estados Unidos de “revocar” ese programa y “bloquear” la ayuda militar a Guatemala fue más bien un estornudo tardío, pues cuando hizo su anuncio en noviembre de 1977, el gobierno guatemalteco lo había dado por terminado ya desde hacía tres meses. Las consecuencias del bloqueo fueron inestimables para los EE. UU. quienes vieron a Guatemala salir a buscar nuevos aliados en su lucha contra las guerrillas marxistas apoyadas por Cuba y encontró en Taiwán, Israel, Corea del Sur, Austria y Suiza socios más confiables, tanto que a partir de 1977 y hasta 1982 con la llegada de Ríos Montt al poder, los Estados Unidos estuvieron ofreciendo reanudar el programa, ofrecimiento que fue rechazado reiteradamente por Laugerud y Lucas García.

Para terminar con la brevísima revisión de las decisiones de Carter, Michael McClintock en su larga investigación titulada «The American Connection. Volume 2. State Terror and Popular Resistance in Guatemala», afirma que, pese a que Carter bloqueó la ayuda militar a sus aliados latinoamericanos por razones de defensa de los derechos humanos, impulsó una política de “operaciones negras” o clandestinas, en las que los Estados Unidos pudieran negar su implicación. Es decir, que pasó a dirigir la misma guerra, pero desde los subterráneos del mundo, vendiendo armas y material de guerra por medio de entramados empresariales asesorados por la CIA. Incluso la CIA falló en sus cálculos, solo hay que recordar el fracaso de la operación «Alas de Águila», en la que trataron de liberar a los rehenes de la embajada EE. UU. en Teherán y que terminó antes de empezar siquiera, con la muerte de todos los hombres de fuerzas especiales que iban a participar en el operativo.

Esperemos que pronto salga una biografía que nos dé más luces de un presidente que a la luz de hoy parece incoherente y, por qué no, irresponsable en su manejo de la política exterior.

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