Alexander Solzhenitsyn señaló que “la línea que separa el bien del mal no cruza en medio de Estados, ni entre clases, ni entre partidos políticos, sino justo a través de cada corazón humano”.
La razón por la que esa frase hace sentido es porque los Estados, las clases, los partidos políticos, etc., están todos conformados por personas; personas normales, que destruyen o edifican desde su interior la realidad en que vivimos.
Al decir eso, lo que quiero resaltar es que en momentos como los que pasamos, donde existen fuertes evidencias de que el mal, la maldad está proliferando en nuestro mundo; debemos advertir que las leyes por sí mismas no alcanzan.
Los gobiernos por sí mismos no alcanzan, especialmente los gobiernos como el de Guatemala, donde unos bloqueos momentáneos y de unas pocas miles de personas pueden poner de rodillas a toda la autoridad pública.
Lo que se requiere son personas con un corazón, un alma y un intelecto que tengan claro dónde está la línea entre el bien y el mal, tan claro que pueda dibujar esa línea para los demás y defenderla.
Tenemos que encontrar la forma de hacerles ver a los gobernantes que la línea del bien y el mal existe, que ellos deben encontrarla y luchar para mantenerla.
Preocupa que los gobernantes parecen no ver la línea, no buscar la línea e incluso ignorar la línea si de repente se topan con ella.
No he conocido a nadie al que los bloqueos no le afectaran de alguna manera y ahora, mientras escribo estas líneas, se están reportando nuevos bloqueos, mal llamados manifestaciones, cuando no lo son, pues violentan el orden público. La Constitución Política de la República pone solo una única condición a las manifestaciones y es que deben de respetar el orden público.
Estimado lector, preocupa ver la proliferación de actos de hecho en una sociedad donde compartimos el ideal de vivir bajo condiciones de derecho, pues el uso de fuerza, de violencia, de intimidación o cualquier circunstancia similar, no es más que un retroceso en nuestro camino hacia una sociedad civilizada, justa y próspera.
Aunque lo parezca, no culpo a los ciudadanos que, aunque irresponsables en sus actos, advierten que por otros caminos el gobierno buscará ignorarlos, que por otros caminos las autoridades se rascarán la cabeza pensando en innovadoras formas de ignorarlos.
Tenemos que encontrar la forma de hacerles ver a los gobernantes que la línea del bien y el mal existe, que ellos deben encontrarla y luchar para mantenerla, pero, claro, mantenerla para el beneficio del bien.
La línea entre el bien y el mal
Alexander Solzhenitsyn señaló que “la línea que separa el bien del mal no cruza en medio de Estados, ni entre clases, ni entre partidos políticos, sino justo a través de cada corazón humano”.
La razón por la que esa frase hace sentido es porque los Estados, las clases, los partidos políticos, etc., están todos conformados por personas; personas normales, que destruyen o edifican desde su interior la realidad en que vivimos.
Al decir eso, lo que quiero resaltar es que en momentos como los que pasamos, donde existen fuertes evidencias de que el mal, la maldad está proliferando en nuestro mundo; debemos advertir que las leyes por sí mismas no alcanzan.
Los gobiernos por sí mismos no alcanzan, especialmente los gobiernos como el de Guatemala, donde unos bloqueos momentáneos y de unas pocas miles de personas pueden poner de rodillas a toda la autoridad pública.
Lo que se requiere son personas con un corazón, un alma y un intelecto que tengan claro dónde está la línea entre el bien y el mal, tan claro que pueda dibujar esa línea para los demás y defenderla.
Tenemos que encontrar la forma de hacerles ver a los gobernantes que la línea del bien y el mal existe, que ellos deben encontrarla y luchar para mantenerla.
Preocupa que los gobernantes parecen no ver la línea, no buscar la línea e incluso ignorar la línea si de repente se topan con ella.
No he conocido a nadie al que los bloqueos no le afectaran de alguna manera y ahora, mientras escribo estas líneas, se están reportando nuevos bloqueos, mal llamados manifestaciones, cuando no lo son, pues violentan el orden público. La Constitución Política de la República pone solo una única condición a las manifestaciones y es que deben de respetar el orden público.
Estimado lector, preocupa ver la proliferación de actos de hecho en una sociedad donde compartimos el ideal de vivir bajo condiciones de derecho, pues el uso de fuerza, de violencia, de intimidación o cualquier circunstancia similar, no es más que un retroceso en nuestro camino hacia una sociedad civilizada, justa y próspera.
Aunque lo parezca, no culpo a los ciudadanos que, aunque irresponsables en sus actos, advierten que por otros caminos el gobierno buscará ignorarlos, que por otros caminos las autoridades se rascarán la cabeza pensando en innovadoras formas de ignorarlos.
Tenemos que encontrar la forma de hacerles ver a los gobernantes que la línea del bien y el mal existe, que ellos deben encontrarla y luchar para mantenerla, pero, claro, mantenerla para el beneficio del bien.