La familia es el fundamento de todo tipo de riqueza, porque de ella surgen la población en sí misma y el capital moral que constituye la base de toda economía. Las personas, con su trabajo y creatividad, son los motores de la economía. Y el capital moral de las personas genera confianza, el intangible indispensable para la buena salud del libre mercado. Quizás por todo ello, G. K. Chesterton decía que “La cosa más extraordinaria del mundo es un hombre ordinario y una mujer ordinaria y sus hijos ordinarios.”
En cuanto a las consecuencias antieconómicas de la caída de las tasas de natalidad, no ahondaré. Basta darse cuenta de cómo China y de otros países altamente industrializados hacen esfuerzos, hasta ahora poco productivos, por revertir el invierno demográfico.
En cambio, me quiero detener un poco en el aporte de la familia en el campo ético. Las empresas suelen tener enormes listas de requerimientos morales y de competencias de liderazgo que desean a que sus colaboradores tengan bien desarrolladas al momento de entrar a trabajar. El “patojo chispudo” al que se aspiran no solo debe ser técnicamente capaz, sino también honesto, honrado, proactivo, respetuoso, empático, amigable y sonriente. Nuria Chinchilla, del IESE Business School, argumenta en Dueños de nuestro destino que las principales competencias de liderazgo que los gerentes esperan en la empresa tienen su origen en el entorno familiar. En particular, una de ellas: la capacidad de estar atentos a las necesidades de los demás. Pero las empresas sin propósito, centradas con miopía en la crematística, exigen todo esto a sus colaboradores y, a cambio, pagan a las familias con entornos de trabajo que dificultan la integración del trabajo, la familia y la vida personal. Por esta razón, en mis clases sobre políticas de integración trabajo-familia suelo decir que a muchas empresas se puede aplicar aquel dicho popular que dice: mal paga el diablo a quien bien le sirve.
En este sentido, Chesterton alertaba del riesgo de autodestrucción de las civilizaciones que desprecian a la familia. Varias ideologías surgidas a mediados del siglo XX y con auge todavía en la actualidad se caracterizan precisamente por ese desprecio.
Si la familia y el matrimonio son fuentes de riqueza material y ética para el mundo, los ideólogos que la atacan son como parásitos porque en el fondo viven de los frutos de aquello que atacan.
De hecho, desde entonces “el ideal” de mundo para muchas mentes es un mundo con menos personas (neomalthusianismo), permisivismo sexual (sexo “sin consecuencias”), que no existan madres a tiempo completo, que haya anticonceptivos gratis y aborto legal, la eliminación de los derechos de los padres a elegir la educación que quieren dar a sus hijos y, por supuesto, la cancelación de todas las personas e instituciones que piensen diferente.
Un artículo de Harvard Deusto Business Review, escrito por SoWon Kim y Mireia Las Heras, resumía de la siguiente manera el aporte de la familia al mundo empresarial y, por ende, a la economía. El matrimonio, fundamento de la familia, genera la perspectiva de largo plazo en la vida de los esposos, lo cual se traduce en estabilidad y confiabilidad para los empleadores. Además, la convivencia en el matrimonio favorece el surgimiento de habilidades para negociación, colaboración y escucha activa, pilares todos ellos del trabajo en equipo. Finalmente, el matrimonio induce en los esposos fortaleza, empatía y paciencia, competencias muy valoradas en los líderes empresariales.
Por su parte, la paternidad y la maternidad son fuentes de visión de largo plazo, de habilidades de coaching, de paciencia y de compasión. Ni qué decir del valor de estas virtudes para un buen clima laboral.
Y si lo anterior fuese poco, añaden que el ejercicio de las responsabilidades familiares es un terreno para el desarrollo de habilidades como la planificación, la gestión de presupuestos, la implementación de planes de acción, la resolución de conflictos y la priorización.
Si la familia y el matrimonio son fuentes de riqueza material y ética para el mundo, los ideólogos que la atacan son como parásitos porque en el fondo viven de los frutos de aquello que atacan. Atacar a la familia no es solo atacar la postura de una supuesta minoría conservadora, sino que es atacar la raíz y el fundamento de la misma economía y del capital moral de la sociedad.
La familia como fuente de toda riqueza
La familia es el fundamento de todo tipo de riqueza, porque de ella surgen la población en sí misma y el capital moral que constituye la base de toda economía. Las personas, con su trabajo y creatividad, son los motores de la economía. Y el capital moral de las personas genera confianza, el intangible indispensable para la buena salud del libre mercado. Quizás por todo ello, G. K. Chesterton decía que “La cosa más extraordinaria del mundo es un hombre ordinario y una mujer ordinaria y sus hijos ordinarios.”
En cuanto a las consecuencias antieconómicas de la caída de las tasas de natalidad, no ahondaré. Basta darse cuenta de cómo China y de otros países altamente industrializados hacen esfuerzos, hasta ahora poco productivos, por revertir el invierno demográfico.
En cambio, me quiero detener un poco en el aporte de la familia en el campo ético. Las empresas suelen tener enormes listas de requerimientos morales y de competencias de liderazgo que desean a que sus colaboradores tengan bien desarrolladas al momento de entrar a trabajar. El “patojo chispudo” al que se aspiran no solo debe ser técnicamente capaz, sino también honesto, honrado, proactivo, respetuoso, empático, amigable y sonriente. Nuria Chinchilla, del IESE Business School, argumenta en Dueños de nuestro destino que las principales competencias de liderazgo que los gerentes esperan en la empresa tienen su origen en el entorno familiar. En particular, una de ellas: la capacidad de estar atentos a las necesidades de los demás. Pero las empresas sin propósito, centradas con miopía en la crematística, exigen todo esto a sus colaboradores y, a cambio, pagan a las familias con entornos de trabajo que dificultan la integración del trabajo, la familia y la vida personal. Por esta razón, en mis clases sobre políticas de integración trabajo-familia suelo decir que a muchas empresas se puede aplicar aquel dicho popular que dice: mal paga el diablo a quien bien le sirve.
En este sentido, Chesterton alertaba del riesgo de autodestrucción de las civilizaciones que desprecian a la familia. Varias ideologías surgidas a mediados del siglo XX y con auge todavía en la actualidad se caracterizan precisamente por ese desprecio.
Si la familia y el matrimonio son fuentes de riqueza material y ética para el mundo, los ideólogos que la atacan son como parásitos porque en el fondo viven de los frutos de aquello que atacan.
De hecho, desde entonces “el ideal” de mundo para muchas mentes es un mundo con menos personas (neomalthusianismo), permisivismo sexual (sexo “sin consecuencias”), que no existan madres a tiempo completo, que haya anticonceptivos gratis y aborto legal, la eliminación de los derechos de los padres a elegir la educación que quieren dar a sus hijos y, por supuesto, la cancelación de todas las personas e instituciones que piensen diferente.
Un artículo de Harvard Deusto Business Review, escrito por SoWon Kim y Mireia Las Heras, resumía de la siguiente manera el aporte de la familia al mundo empresarial y, por ende, a la economía. El matrimonio, fundamento de la familia, genera la perspectiva de largo plazo en la vida de los esposos, lo cual se traduce en estabilidad y confiabilidad para los empleadores. Además, la convivencia en el matrimonio favorece el surgimiento de habilidades para negociación, colaboración y escucha activa, pilares todos ellos del trabajo en equipo. Finalmente, el matrimonio induce en los esposos fortaleza, empatía y paciencia, competencias muy valoradas en los líderes empresariales.
Por su parte, la paternidad y la maternidad son fuentes de visión de largo plazo, de habilidades de coaching, de paciencia y de compasión. Ni qué decir del valor de estas virtudes para un buen clima laboral.
Y si lo anterior fuese poco, añaden que el ejercicio de las responsabilidades familiares es un terreno para el desarrollo de habilidades como la planificación, la gestión de presupuestos, la implementación de planes de acción, la resolución de conflictos y la priorización.
Si la familia y el matrimonio son fuentes de riqueza material y ética para el mundo, los ideólogos que la atacan son como parásitos porque en el fondo viven de los frutos de aquello que atacan. Atacar a la familia no es solo atacar la postura de una supuesta minoría conservadora, sino que es atacar la raíz y el fundamento de la misma economía y del capital moral de la sociedad.