Te voy a recomendar dos películas: “It’s My Party” y “Blackbird”. Ambas son exploraciones crudas y catárticas de la eutanasia como acto de agencia personal, donde el protagonista terminal organiza una reunión de despedida para reconciliarse con seres queridos antes de morir. Ambas abordan temas específicos como la eutanasia digna, los celos familiares, secretos generacionales, aceptación, perdón e hipocresía. Las dos son profundamente emotivas e invitan a la reflexión; pero no descuidan el sentido del humor (entre satírico e irónico) como salvavidas en medio de la pérdida y la despedida. Las separan treinta años de evolución con respecto a los derechos terminales y la última está a cinco años de distancia con respecto a la actualidad.
¿Por qué te lo cuento? Porque el Parlamento uruguayo aprobó la Ley de Muerte Digna y se convirtió en el primer país de Hispanoamérica en legalizar la eutanasia de forma legislativa. Colombia y Ecuador han despenalizado la eutanasia a partir de decisiones judiciales; pero no cuentan con una ley. Argentina cuenta con una ley que autoriza a pacientes terminales, o con enfermedades irreversibles, a rechazar tratamientos, incluida la alimentación o hidratación, pero no habilita la eutanasia activa.
La ley uruguaya detalla en qué casos puede solicitarse la eutanasia. “Toda persona mayor de edad, psíquicamente apta, que curse la etapa terminal de una patología incurable e irreversible, o que como consecuencia de patologías o condiciones de salud incurables e irreversibles padezca sufrimientos que le resulten insoportables, en todos los casos con grave y progresivo deterioro de su calidad de vida, tiene derecho a que a su pedido y por el procedimiento establecido en la presente ley, se le practique la eutanasia para que su muerte se produzca de manera indolora, apacible y respetuosa de su dignidad”.
Desde un punto de vista ético, la principal razón para estar a favor de la eutanasia es el principio de que no debemos tratar a las personas como medios. Toda persona madura tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo y vida, sin interferencia estatal o familiar. La eutanasia respeta la soberanía individual y evita que otros impongan sufrimiento prolongado. Si eso no fuera suficiente, un buen código moral te facilita minimizar el dolor. La eutanasia termina el tormento de forma humana y le da prioridad a la calidad de vida sobre la cantidad. Finalmente, desde la ética de la dignidad, morir en pañales, inmóvil o dependiente total, degrada la identidad. La eutanasia permite un adiós sereno, rodeado de seres queridos, y preserva el respeto propio. Negar la eutanasia es crueldad porque obliga a ver sufrir a un ser querido sin salida. La eutanasia facilita honrar el amor y permite despedidas compartidas y cierre emocional.
Tres objeciones a la eutanasia, que suelen ser planteadas frente, son: Que personas vulnerables podrían ser presionadas por familiares codiciosos, médicos o “la sociedad” para “elegir” la eutanasia, de modo que se disfraza la negligencia como compasión. Que legalizar la eutanasia para enfermos terminales abre la puerta a la depresión, la ansiedad o la pobreza como “motivos válidos”, lo que banaliza la vida y expande la posibilidad a enfermos no terminales. Que se subestiman las opciones paliativas como la morfina, que en muchos casos alivia el 95 % del dolor terminal; la eutanasia ignora estas opciones y prioriza la muerte sobre el cuidado integral.
Es bueno saber que, países con leyes sobre la eutanasia (Países Bajos, España, Colombia), no reportan abusos sistemáticos y las tasas de depresión post-eutanasia son más bajas, siempre que se cuente con los instrumentos éticos correctos y con apoyo terapéutico apropiado para los deudos. Porque, claro, no es cosa fácil. Eso sí, el argumento del “slippery slope” es una falacia, un argumento especulativo e irracional. Prohibir todo por miedo hipotético es paranoia utilitaria.
En resumen: la eutanasia no es rendirse, es elegir con dignidad. Se puede honrar la vida al permitir un final en control.
Te voy a recomendar dos películas: “It’s My Party” y “Blackbird”. Ambas son exploraciones crudas y catárticas de la eutanasia como acto de agencia personal, donde el protagonista terminal organiza una reunión de despedida para reconciliarse con seres queridos antes de morir. Ambas abordan temas específicos como la eutanasia digna, los celos familiares, secretos generacionales, aceptación, perdón e hipocresía. Las dos son profundamente emotivas e invitan a la reflexión; pero no descuidan el sentido del humor (entre satírico e irónico) como salvavidas en medio de la pérdida y la despedida. Las separan treinta años de evolución con respecto a los derechos terminales y la última está a cinco años de distancia con respecto a la actualidad.
¿Por qué te lo cuento? Porque el Parlamento uruguayo aprobó la Ley de Muerte Digna y se convirtió en el primer país de Hispanoamérica en legalizar la eutanasia de forma legislativa. Colombia y Ecuador han despenalizado la eutanasia a partir de decisiones judiciales; pero no cuentan con una ley. Argentina cuenta con una ley que autoriza a pacientes terminales, o con enfermedades irreversibles, a rechazar tratamientos, incluida la alimentación o hidratación, pero no habilita la eutanasia activa.
La ley uruguaya detalla en qué casos puede solicitarse la eutanasia. “Toda persona mayor de edad, psíquicamente apta, que curse la etapa terminal de una patología incurable e irreversible, o que como consecuencia de patologías o condiciones de salud incurables e irreversibles padezca sufrimientos que le resulten insoportables, en todos los casos con grave y progresivo deterioro de su calidad de vida, tiene derecho a que a su pedido y por el procedimiento establecido en la presente ley, se le practique la eutanasia para que su muerte se produzca de manera indolora, apacible y respetuosa de su dignidad”.
Desde un punto de vista ético, la principal razón para estar a favor de la eutanasia es el principio de que no debemos tratar a las personas como medios. Toda persona madura tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo y vida, sin interferencia estatal o familiar. La eutanasia respeta la soberanía individual y evita que otros impongan sufrimiento prolongado. Si eso no fuera suficiente, un buen código moral te facilita minimizar el dolor. La eutanasia termina el tormento de forma humana y le da prioridad a la calidad de vida sobre la cantidad. Finalmente, desde la ética de la dignidad, morir en pañales, inmóvil o dependiente total, degrada la identidad. La eutanasia permite un adiós sereno, rodeado de seres queridos, y preserva el respeto propio. Negar la eutanasia es crueldad porque obliga a ver sufrir a un ser querido sin salida. La eutanasia facilita honrar el amor y permite despedidas compartidas y cierre emocional.
Tres objeciones a la eutanasia, que suelen ser planteadas frente, son: Que personas vulnerables podrían ser presionadas por familiares codiciosos, médicos o “la sociedad” para “elegir” la eutanasia, de modo que se disfraza la negligencia como compasión. Que legalizar la eutanasia para enfermos terminales abre la puerta a la depresión, la ansiedad o la pobreza como “motivos válidos”, lo que banaliza la vida y expande la posibilidad a enfermos no terminales. Que se subestiman las opciones paliativas como la morfina, que en muchos casos alivia el 95 % del dolor terminal; la eutanasia ignora estas opciones y prioriza la muerte sobre el cuidado integral.
Es bueno saber que, países con leyes sobre la eutanasia (Países Bajos, España, Colombia), no reportan abusos sistemáticos y las tasas de depresión post-eutanasia son más bajas, siempre que se cuente con los instrumentos éticos correctos y con apoyo terapéutico apropiado para los deudos. Porque, claro, no es cosa fácil. Eso sí, el argumento del “slippery slope” es una falacia, un argumento especulativo e irracional. Prohibir todo por miedo hipotético es paranoia utilitaria.
En resumen: la eutanasia no es rendirse, es elegir con dignidad. Se puede honrar la vida al permitir un final en control.