La ética es la ciencia de la transformación humana. Nos ayuda a comprender de dónde surge la calidad ética y cómo es posible que surja la corrupción. Todo esto con base en un dato de la naturaleza humana: somos lo que hacemos o nos convertimos en aquello que hacemos reiteradamente. Así que la pregunta fundamental de la ética es en qué nos estamos convirtiendo cuando actuamos de esta u otra manera.
Lo más común es identificar la ética con el análisis o cálculo de las consecuencias externas o visibles de nuestras acciones. Y, en cierto modo, eso está muy bien porque efectivamente un componente de la ética es la evaluación del grado de responsabilidad personal por los efectos primarios y secundarios de nuestras acciones. De hecho, de ese análisis deriva lo que conocemos como evaluación del impacto social o medioambiental y todo el tema de la gestión de la reputación.
Sin embargo, enfocarse en el análisis de las consecuencias externas o visibles de nuestras acciones tiene un inconveniente. Puede degenerar en un tipo de consecuencialismo que consiste en pensar que si las consecuencias negativas o dañinas de una acción no son conocidas por terceros, entonces no ha habido falta a la ética. Es la lógica del corrupto: si nadie se da cuenta de sus fechorías, el corrupto cree que allí no ha pasado nada. Un corrupto cree que lo único que existe es la ley y sus operadores, a los cuales puede burlar con determinada facilidad. Ignora el mundo interior de la persona que es el determinante.
La conducta consciente de una persona con el mínimo de uso de razón es libre. Crecer en ética es aprender a hacer uso de la libertad personal.
La ética consiste en ser cada vez más consciente del efecto interior de nuestras acciones. Si una persona comete un acto no ético, independientemente de si ese acto y/o sus consecuencias son conocidos por terceros, ese acto no ético ya ha dejado una huella en esa persona. Se ha degradado o ha perdido calidad ética. Por el contrario, cuando una persona realiza actos buenos por coherencia con sus convicciones, independientemente de si esos actos son públicos o no, entonces esa persona crece en calidad ética. Esto es a lo que llamamos integridad.
Por eso es importante subrayar cómo la mejora o el deterioro de la calidad ética de una persona surgen de la misma raíz: del efecto interior o huella que dejan las acciones que realiza. La neurociencia ha logrado confirmar estas intuiciones que son tan antiguas como Sócrates. Gracias a ellas sabemos que la reiteración de actos genera rutas neuronales que se traducen en mayor facilidad para ejecutar una acción determinada. Es lo que llamamos aprendizaje. Aprendemos a ser éticos o aprendemos a ser corruptos, todo dependerá de la calidad ética intrínseca del acto que realizamos y de los motivos que nos mueven a actuar. También influyen en la ética de los actos humanos el tipo de incentivos que las organizaciones o el contexto ponen a las personas. Pero es importante remarcar que en el fondo subyace la libertad. Ni el contexto ni los incentivos son determinantes. Aunque influyen en ella, la conducta consciente de una persona con el mínimo de uso de razón es libre. Crecer en ética es aprender a hacer uso de la libertad personal.
La ética y la corrupción tienen una misma raíz
La ética es la ciencia de la transformación humana. Nos ayuda a comprender de dónde surge la calidad ética y cómo es posible que surja la corrupción. Todo esto con base en un dato de la naturaleza humana: somos lo que hacemos o nos convertimos en aquello que hacemos reiteradamente. Así que la pregunta fundamental de la ética es en qué nos estamos convirtiendo cuando actuamos de esta u otra manera.
Lo más común es identificar la ética con el análisis o cálculo de las consecuencias externas o visibles de nuestras acciones. Y, en cierto modo, eso está muy bien porque efectivamente un componente de la ética es la evaluación del grado de responsabilidad personal por los efectos primarios y secundarios de nuestras acciones. De hecho, de ese análisis deriva lo que conocemos como evaluación del impacto social o medioambiental y todo el tema de la gestión de la reputación.
Sin embargo, enfocarse en el análisis de las consecuencias externas o visibles de nuestras acciones tiene un inconveniente. Puede degenerar en un tipo de consecuencialismo que consiste en pensar que si las consecuencias negativas o dañinas de una acción no son conocidas por terceros, entonces no ha habido falta a la ética. Es la lógica del corrupto: si nadie se da cuenta de sus fechorías, el corrupto cree que allí no ha pasado nada. Un corrupto cree que lo único que existe es la ley y sus operadores, a los cuales puede burlar con determinada facilidad. Ignora el mundo interior de la persona que es el determinante.
La conducta consciente de una persona con el mínimo de uso de razón es libre. Crecer en ética es aprender a hacer uso de la libertad personal.
La ética consiste en ser cada vez más consciente del efecto interior de nuestras acciones. Si una persona comete un acto no ético, independientemente de si ese acto y/o sus consecuencias son conocidos por terceros, ese acto no ético ya ha dejado una huella en esa persona. Se ha degradado o ha perdido calidad ética. Por el contrario, cuando una persona realiza actos buenos por coherencia con sus convicciones, independientemente de si esos actos son públicos o no, entonces esa persona crece en calidad ética. Esto es a lo que llamamos integridad.
Por eso es importante subrayar cómo la mejora o el deterioro de la calidad ética de una persona surgen de la misma raíz: del efecto interior o huella que dejan las acciones que realiza. La neurociencia ha logrado confirmar estas intuiciones que son tan antiguas como Sócrates. Gracias a ellas sabemos que la reiteración de actos genera rutas neuronales que se traducen en mayor facilidad para ejecutar una acción determinada. Es lo que llamamos aprendizaje. Aprendemos a ser éticos o aprendemos a ser corruptos, todo dependerá de la calidad ética intrínseca del acto que realizamos y de los motivos que nos mueven a actuar. También influyen en la ética de los actos humanos el tipo de incentivos que las organizaciones o el contexto ponen a las personas. Pero es importante remarcar que en el fondo subyace la libertad. Ni el contexto ni los incentivos son determinantes. Aunque influyen en ella, la conducta consciente de una persona con el mínimo de uso de razón es libre. Crecer en ética es aprender a hacer uso de la libertad personal.