La Demonología del Sector Privado Organizado Guatemalteco (II)
Si no lo tenemos bien diagnosticado, lo único que ocurre es que se termina proponiendo respuestas populistas para un problema que no se va a lograr resolver.
¿Cuántos empresarios se necesitan para corromper una institución del gobierno?
Existen tres respuestas posibles. La semana exploré la primera. Hoy, procedo con la segunda respuesta.
Según algunos periodistas y politólogos, la respuesta es cero. El sector privado organizado guatemalteco, por su mera existencia, hace que exista el mal; no se necesita que participe dentro del gobierno para que su influencia maligna logre sus resultados. Simplemente con la concentración de capital, o sus decisiones sobre qué sectores económicos promover, es suficiente para que, desde afuera, se puedan moldear las decisiones del gobierno en contra del beneficio de la población.
La mejor manera de empezar a analizar y cuestionar dicha posición es aprovechar uno de los temas polémicos recientes. Se argumenta que la concentración de capital en unas pocas empresas en el país ha llevado a que exista poca competencia y que, por ello, no estemos desarrollados. Pero, ¿es eso cierto? No.
Me explico. El reto del desarrollo económico es desarrollar capacidades productivas en sectores modernos de alto valor. Por eso, Japón, aun con un mercado mucho más protegido y mucho menos abierto que el guatemalteco, pudo desarrollarse. ¿Cómo? Pues apostando por sectores modernos de la economía.
Una revisión a los últimos 70 años de historia de Asia del Este nos puede ayudar a comprender mejor esto. Les pregunto: ¿Se bloqueó en Guatemala el ingreso de empresas ensambladoras de automóviles porque se afectaban los intereses de empresas grandes existentes en el país? ¿Qué sucede con el caso de las fábricas de barcos, de aviones, de computadoras, de microchips, de teléfonos inteligentes? La respuesta es obvia: No se bloqueó el desarrollo de estos nuevos sectores porque no existía una empresa grande o mediana nacional que veía una amenaza a sus ganancias si un competidor nuevo se instalaba. La razón por la cual no tenemos esas empresas no es que hayan sido bloqueadas. La razón por la cual Guatemala no desarrolló estos sectores es porque no se tomaron las decisiones de política económica adecuadas. Es más, usualmente es el sector privado organizado el que apoya ideas como las Alianzas Público-Privadas para mejorar la infraestructura, o ideas como ser mucho más agresivos con los incentivos fiscales para atraer inversión extranjera.
Luego que hemos establecido que el problema realmente no es concentración de capital o de protección de mercados, sino de falta de promoción de industrias modernas, la siguiente hipótesis aparece. Tal vez para comprender por qué nuestro país no se ha logrado desarrollar, es necesario ir más allá de los últimos 70 años de historia (aunque la experiencia de Asia del Este nos diga lo contrario).
Si el problema es “histórico”, hagamos el esfuerzo de ir más atrás. Por ejemplo, analicemos por qué los empresarios guatemaltecos decidieron impulsar el sector cafetalero, dado que ello implicó, según se explica, empeorar las condiciones de vida de la población indígena desde 1871.
Más que una consolidación del capital, lo que en Guatemala ha ocurrido es una fragmentación del capital. No solo lo digo por la inversión extranjera, especialmente evidente por el capital mexicano y el capital colombiano en varios sectores del país. También lo digo porque la economía nacional, con sus crisis de precios de los commodities y con las políticas comerciales favorables a la diversificación de las exportaciones, ha llevado a una fragmentación importante de quienes pueden hacer fortuna.
Lo primero que salta a la vista es que el café no era nuestro destino. De hecho, Guatemala pudo, desde 1840, haberse inclinado por el desarrollo de la agroindustria de la seda y, con ello, aprovechar el creciente mercado norteamericano y, gracias a ello, empezar a generar una base económica distinta: más orientada al empleo industrial. Empresarios que eventualmente se inclinarían por el café, estaban experimentando con la seda en dichos años. Pero, ¿qué ocurrió? Que, a diferencia de Japón, en donde el gobierno apoyó el cultivo y la industria de la seda, en Guatemala el gobierno no le dio la importancia e hizo su desarrollo más difícil: (i) lo más cercano a una política ambiental de la época, se encargó de limitar su crecimiento, al limitar su acceso al agua; (ii) no estuvo dispuesto a realizar inversiones en investigación y desarrollo para ayudar a resolver el problema que estaba encontrando esta industria naciente. Así que, sin apoyo, y ante el deterioro económico del añil y la cochinilla, lo que resultaba más rentable, considerando las condiciones del mercado internacional resultó ser el café.
Lo segundo que salta a la vista es que la postura que se opone sector privado no es congruente. Dadas las condiciones de las poblaciones indígenas relacionadas con la cosecha del café desde 1870, ¿por qué no se consideran como héroes los empresarios que buscaron industrializar el país? ¿Por qué, al contrario de esta lógica, es a los empresarios industriales a quienes más se les ataca en la narrativa de la maldad de la continuidad histórica? ¿Por qué, en lugar de elogiar la capacidad para poder establecerse y sobrevivir frente a la competencia internacional y generar mejores empleos en sus fábricas, la inclinación ha sido a demonizarlos? A menos que uno sea víctima del idealismo bucólico rousseauniano, la realidad es que el empleo en fábrica y áreas más urbanas y densas permite acceder a una mejor calidad de vida gracias a que los ingresos no dependen, entre otras cosas, de cómo el clima afecta la cosecha.
Bueno, si no es en la historia donde vemos mejor el rol del sector privado, tal vez debemos entender si su rol es más bien porque puede influir a los gobiernos desde algo mucho menos discreto: tratando de influir directamente en los políticos.
Uno de los principales mecanismos, en dicho sentido, sería poder financiar campañas políticas para, tener como “deudor” al político. Pero, en el caso de Guatemala, ¿es relevante el financiamiento del sector privado organizado a los partidos políticos como para que, gracias a su acumulación de capital, puedan influir las decisiones políticas? No existe mucha información al respecto, pero si algo es claro es, que, desde el año 2015, con la penalización del financiamiento privado a las campañas electorales de esa época, la influencia del sector privado organizado ha decaído y se acercan al tema con temor. Si uno cree a algunos medios de comunicación, ahora lo que sucede es que la fuente de financiamiento de las campañas políticas es el gasto público. Si los políticos no necesitan del sector privado organizado para pagar campañas u otros gastos propios, ¿para qué los necesitan? En todo caso, hay un elemento que debe resaltarse: los políticos sí tienen agencia; no son títeres del sector privado. Ellos tienen poder y tienen sus propios objetivos.[1]. De lo contrario, alguien me tendría que explicar por qué llevamos 14 años sin que funcionen plenamente las alianzas público-privadas en el país, las cuales son esenciales para mejorar la infraestructura del país.
Por último, hay algo importante que no hemos mencionado. Más que una consolidación del capital, lo que en Guatemala ha ocurrido es una fragmentación del capital. No solo lo digo por la inversión extranjera, especialmente evidente por el capital mexicano y el capital colombiano en varios sectores del país. También lo digo porque la economía nacional, con sus crisis de precios de los commodities y con las políticas comerciales favorables a la diversificación de las exportaciones, ha llevado a una fragmentación importante de quienes pueden hacer fortuna. El que inicia una empresa exitosa de software no es el mismo que tiene una finca enorme exportadora de café. A ello se suma el sector de comercio ilícito, el cual tiene un control territorial importante. Esto, lo que muestra es una fragmentación importante del capital. Habiendo dicho esto, el sector privado ejerce menos poder del que se cree porque la capacidad de coordinarse y tomar decisiones de la mano es cada vez más difícil.
Con este tipo de explicaciones, parece entonces que el problema de desarrollo del país no se debe al prejuicio en contra del sector privado. El problema es, claramente, más complejo. Y, si no lo tenemos bien diagnosticado, lo único que ocurre es que se termina proponiendo respuestas populistas para un problema que no se va a lograr resolver.
[1] Un tratamiento analítico de la relación entre políticos y el sector privado lo podemos ver en el estudio que hace Hugo Maul sobre Estrada Cabrera para analizar cómo el dictador busca realizar la labor de coordinación entre miembros del sector financiero para evitar una hiperinflación en tiempos donde aún no existía un Banco Central. Ver: MAÚL RIVAS, HUGO (2006) El Banco Central de Guatemala: Una Reforma Improbable. En: El Banco Central, 80 años de la banca central en Guatemala, 60 años del Banco de Guatemala. Ciudad de Guatemala: Banco de Guatemala-Editorial Don Quijote. 51-70 Pp. 269 Pp. Disponible aquí: https://banguat.gob.gt/sites/default/files/banguat/Publica/libros/Libro_80_60_40_completo.pdf
La Demonología del Sector Privado Organizado Guatemalteco (II)
Si no lo tenemos bien diagnosticado, lo único que ocurre es que se termina proponiendo respuestas populistas para un problema que no se va a lograr resolver.
¿Cuántos empresarios se necesitan para corromper una institución del gobierno?
Existen tres respuestas posibles. La semana exploré la primera. Hoy, procedo con la segunda respuesta.
Según algunos periodistas y politólogos, la respuesta es cero. El sector privado organizado guatemalteco, por su mera existencia, hace que exista el mal; no se necesita que participe dentro del gobierno para que su influencia maligna logre sus resultados. Simplemente con la concentración de capital, o sus decisiones sobre qué sectores económicos promover, es suficiente para que, desde afuera, se puedan moldear las decisiones del gobierno en contra del beneficio de la población.
La mejor manera de empezar a analizar y cuestionar dicha posición es aprovechar uno de los temas polémicos recientes. Se argumenta que la concentración de capital en unas pocas empresas en el país ha llevado a que exista poca competencia y que, por ello, no estemos desarrollados. Pero, ¿es eso cierto? No.
Me explico. El reto del desarrollo económico es desarrollar capacidades productivas en sectores modernos de alto valor. Por eso, Japón, aun con un mercado mucho más protegido y mucho menos abierto que el guatemalteco, pudo desarrollarse. ¿Cómo? Pues apostando por sectores modernos de la economía.
Una revisión a los últimos 70 años de historia de Asia del Este nos puede ayudar a comprender mejor esto. Les pregunto: ¿Se bloqueó en Guatemala el ingreso de empresas ensambladoras de automóviles porque se afectaban los intereses de empresas grandes existentes en el país? ¿Qué sucede con el caso de las fábricas de barcos, de aviones, de computadoras, de microchips, de teléfonos inteligentes? La respuesta es obvia: No se bloqueó el desarrollo de estos nuevos sectores porque no existía una empresa grande o mediana nacional que veía una amenaza a sus ganancias si un competidor nuevo se instalaba. La razón por la cual no tenemos esas empresas no es que hayan sido bloqueadas. La razón por la cual Guatemala no desarrolló estos sectores es porque no se tomaron las decisiones de política económica adecuadas. Es más, usualmente es el sector privado organizado el que apoya ideas como las Alianzas Público-Privadas para mejorar la infraestructura, o ideas como ser mucho más agresivos con los incentivos fiscales para atraer inversión extranjera.
Luego que hemos establecido que el problema realmente no es concentración de capital o de protección de mercados, sino de falta de promoción de industrias modernas, la siguiente hipótesis aparece. Tal vez para comprender por qué nuestro país no se ha logrado desarrollar, es necesario ir más allá de los últimos 70 años de historia (aunque la experiencia de Asia del Este nos diga lo contrario).
Si el problema es “histórico”, hagamos el esfuerzo de ir más atrás. Por ejemplo, analicemos por qué los empresarios guatemaltecos decidieron impulsar el sector cafetalero, dado que ello implicó, según se explica, empeorar las condiciones de vida de la población indígena desde 1871.
Más que una consolidación del capital, lo que en Guatemala ha ocurrido es una fragmentación del capital. No solo lo digo por la inversión extranjera, especialmente evidente por el capital mexicano y el capital colombiano en varios sectores del país. También lo digo porque la economía nacional, con sus crisis de precios de los commodities y con las políticas comerciales favorables a la diversificación de las exportaciones, ha llevado a una fragmentación importante de quienes pueden hacer fortuna.
Lo primero que salta a la vista es que el café no era nuestro destino. De hecho, Guatemala pudo, desde 1840, haberse inclinado por el desarrollo de la agroindustria de la seda y, con ello, aprovechar el creciente mercado norteamericano y, gracias a ello, empezar a generar una base económica distinta: más orientada al empleo industrial. Empresarios que eventualmente se inclinarían por el café, estaban experimentando con la seda en dichos años. Pero, ¿qué ocurrió? Que, a diferencia de Japón, en donde el gobierno apoyó el cultivo y la industria de la seda, en Guatemala el gobierno no le dio la importancia e hizo su desarrollo más difícil: (i) lo más cercano a una política ambiental de la época, se encargó de limitar su crecimiento, al limitar su acceso al agua; (ii) no estuvo dispuesto a realizar inversiones en investigación y desarrollo para ayudar a resolver el problema que estaba encontrando esta industria naciente. Así que, sin apoyo, y ante el deterioro económico del añil y la cochinilla, lo que resultaba más rentable, considerando las condiciones del mercado internacional resultó ser el café.
Lo segundo que salta a la vista es que la postura que se opone sector privado no es congruente. Dadas las condiciones de las poblaciones indígenas relacionadas con la cosecha del café desde 1870, ¿por qué no se consideran como héroes los empresarios que buscaron industrializar el país? ¿Por qué, al contrario de esta lógica, es a los empresarios industriales a quienes más se les ataca en la narrativa de la maldad de la continuidad histórica? ¿Por qué, en lugar de elogiar la capacidad para poder establecerse y sobrevivir frente a la competencia internacional y generar mejores empleos en sus fábricas, la inclinación ha sido a demonizarlos? A menos que uno sea víctima del idealismo bucólico rousseauniano, la realidad es que el empleo en fábrica y áreas más urbanas y densas permite acceder a una mejor calidad de vida gracias a que los ingresos no dependen, entre otras cosas, de cómo el clima afecta la cosecha.
Bueno, si no es en la historia donde vemos mejor el rol del sector privado, tal vez debemos entender si su rol es más bien porque puede influir a los gobiernos desde algo mucho menos discreto: tratando de influir directamente en los políticos.
Uno de los principales mecanismos, en dicho sentido, sería poder financiar campañas políticas para, tener como “deudor” al político. Pero, en el caso de Guatemala, ¿es relevante el financiamiento del sector privado organizado a los partidos políticos como para que, gracias a su acumulación de capital, puedan influir las decisiones políticas? No existe mucha información al respecto, pero si algo es claro es, que, desde el año 2015, con la penalización del financiamiento privado a las campañas electorales de esa época, la influencia del sector privado organizado ha decaído y se acercan al tema con temor. Si uno cree a algunos medios de comunicación, ahora lo que sucede es que la fuente de financiamiento de las campañas políticas es el gasto público. Si los políticos no necesitan del sector privado organizado para pagar campañas u otros gastos propios, ¿para qué los necesitan? En todo caso, hay un elemento que debe resaltarse: los políticos sí tienen agencia; no son títeres del sector privado. Ellos tienen poder y tienen sus propios objetivos.[1]. De lo contrario, alguien me tendría que explicar por qué llevamos 14 años sin que funcionen plenamente las alianzas público-privadas en el país, las cuales son esenciales para mejorar la infraestructura del país.
Por último, hay algo importante que no hemos mencionado. Más que una consolidación del capital, lo que en Guatemala ha ocurrido es una fragmentación del capital. No solo lo digo por la inversión extranjera, especialmente evidente por el capital mexicano y el capital colombiano en varios sectores del país. También lo digo porque la economía nacional, con sus crisis de precios de los commodities y con las políticas comerciales favorables a la diversificación de las exportaciones, ha llevado a una fragmentación importante de quienes pueden hacer fortuna. El que inicia una empresa exitosa de software no es el mismo que tiene una finca enorme exportadora de café. A ello se suma el sector de comercio ilícito, el cual tiene un control territorial importante. Esto, lo que muestra es una fragmentación importante del capital. Habiendo dicho esto, el sector privado ejerce menos poder del que se cree porque la capacidad de coordinarse y tomar decisiones de la mano es cada vez más difícil.
Con este tipo de explicaciones, parece entonces que el problema de desarrollo del país no se debe al prejuicio en contra del sector privado. El problema es, claramente, más complejo. Y, si no lo tenemos bien diagnosticado, lo único que ocurre es que se termina proponiendo respuestas populistas para un problema que no se va a lograr resolver.
[1] Un tratamiento analítico de la relación entre políticos y el sector privado lo podemos ver en el estudio que hace Hugo Maul sobre Estrada Cabrera para analizar cómo el dictador busca realizar la labor de coordinación entre miembros del sector financiero para evitar una hiperinflación en tiempos donde aún no existía un Banco Central. Ver: MAÚL RIVAS, HUGO (2006) El Banco Central de Guatemala: Una Reforma Improbable. En: El Banco Central, 80 años de la banca central en Guatemala, 60 años del Banco de Guatemala. Ciudad de Guatemala: Banco de Guatemala-Editorial Don Quijote. 51-70 Pp. 269 Pp. Disponible aquí: https://banguat.gob.gt/sites/default/files/banguat/Publica/libros/Libro_80_60_40_completo.pdf