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La democracia no se defiende sola

Cuando la sociedad civil se involucra, se informa y exige transparencia, fortalece el tejido democrático y garantiza que este sistema, que ha perdurado desde los tiempos de Atenas, continúe siendo una herramienta de libertad y justicia para todos.

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Camilo Bello Wilches |
06 de noviembre, 2024

La democracia, cuyo origen se remonta a la Atenas del siglo V a.C., se consolidó como una alternativa a los sistemas autoritarios de otras ciudades-estado como Esparta, Tebas o Creta. Atenas implementó un modelo donde los ciudadanos tenían voz activa en la política y en el desarrollo de leyes. Sin embargo, este modelo no solo se basaba en el voto, sino en un conjunto de mecanismos que permitían el control y equilibrio del poder, asegurando la participación de la ciudadanía de manera continua y responsable.

Desde entonces, la democracia ha evolucionado en función de los tiempos y las demandas sociales. Si bien el modelo ateniense era una democracia directa en la que los ciudadanos tomaban decisiones colectivamente, en la actualidad, la mayoría de los países han adoptado una democracia representativa, donde los ciudadanos delegan su poder en representantes electos. Sin embargo, esta delegación de poder no exime a los ciudadanos de su responsabilidad de supervisar a sus líderes y exigirles rendición de cuentas. Montesquieu, en su obra "El espíritu de las leyes", destacó la importancia de la separación de poderes como un mecanismo fundamental para evitar la concentración de poder y asegurar una estructura de gobierno equilibrada. Esta separación entre el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial permite una estructura de pesos y contrapesos que protege a los ciudadanos de los excesos del poder.

Durante la Revolución Francesa, pensadores como Jean-Jacques Rousseau retomaron la idea de soberanía popular, argumentando que el poder reside en el pueblo y que este debe participar directamente en las decisiones que afectan su vida. Esta visión, aunque adaptada, sigue vigente hoy y establece que la democracia no es simplemente un sistema de gobierno, sino también un compromiso ético de los ciudadanos. La democracia moderna exige una ciudadanía informada, comprometida y crítica, capaz de supervisar y cuestionar las decisiones de sus representantes.

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En la actualidad, la democracia enfrenta nuevos desafíos. En Estados Unidos, la elección presidencial de 2024 presenta una contienda entre la candidata demócrata Kamala Harris, actual vicepresidenta del país, y el exmandatario republicano Donald J. Trump. Este proceso electoral es un recordatorio de que la democracia no debe reducirse a votar cada cierto tiempo, sino que implica la obligación de los ciudadanos de actuar como fiscalizadores del poder, vigilando el cumplimiento de las promesas y el respeto a los principios democráticos.

La democracia, en última instancia, es un reflejo del nivel de compromiso de sus ciudadanos y de su capacidad para defender los valores que la sustentan. Cuando la sociedad civil se involucra, se informa y exige transparencia, fortalece el tejido democrático y garantiza que este sistema, que ha perdurado desde los tiempos de Atenas, continúe siendo una herramienta de libertad y justicia para todos.

El dramaturgo alemán Bertolt Brecht criticó la indiferencia política en su famoso poema "El analfabeto político", señalando que esta apatía permite la proliferación de la corrupción y la injusticia. Según Brecht, el analfabeto político es aquel que, al desentenderse de la política, permite que otros decidan su destino sin tomar en cuenta sus intereses. Este pensamiento refleja la importancia de una ciudadanía que se involucra activamente en la vida pública y que entiende que la democracia no puede sostenerse sin el compromiso continuo de sus ciudadanos.

Este año, 2024, ha sido testigo de importantes procesos electorales en diversas regiones del mundo, lo que subraya el valor de la democracia en el ámbito internacional. En México, por ejemplo, Claudia Sheinbaum ha sido elegida como la primera presidenta del país, un avance histórico en términos de igualdad de género en la política. En El Salvador, Nayib Bukele ha sido reelecto para un segundo mandato, lo que genera debates sobre la continuidad del poder y la importancia de la alternancia en una democracia saludable. Estos eventos muestran cómo la democracia adopta diferentes formas en función del contexto, y evidencian la necesidad de una ciudadanía comprometida que mantenga el sistema en equilibrio.

La democracia, tal como señaló Giovanni Sartori, no es un estado permanente que se alcanza una vez y se mantiene sin esfuerzo, sino un proceso continuo que requiere la participación constante de los ciudadanos. Cuando los ciudadanos asumen su rol con responsabilidad, vigilan y evalúan a sus líderes, contribuyen al fortalecimiento de las instituciones democráticas y aseguran que estas respondan a los principios de justicia y equidad.

Es fácil caer en la tentación de considerar la democracia como un sistema que funciona de forma autónoma, pero este error subestima el verdadero poder del ciudadano. Aristóteles afirmaba que «la democracia es el gobierno de los muchos, pero estos muchos deben actuar conforme a la virtud». Este llamado a la virtud cívica implica la importancia de una ciudadanía informada, crítica y activa en la vida política de su país. La democracia, en última instancia, es un reflejo del nivel de compromiso de sus ciudadanos y de su capacidad para defender los valores que la sustentan. Cuando la sociedad civil se involucra, se informa y exige transparencia, fortalece el tejido democrático y garantiza que este sistema, que ha perdurado desde los tiempos de Atenas, continúe siendo una herramienta de libertad y justicia para todos.

La democracia no se defiende sola

Cuando la sociedad civil se involucra, se informa y exige transparencia, fortalece el tejido democrático y garantiza que este sistema, que ha perdurado desde los tiempos de Atenas, continúe siendo una herramienta de libertad y justicia para todos.

Camilo Bello Wilches |
06 de noviembre, 2024
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La democracia, cuyo origen se remonta a la Atenas del siglo V a.C., se consolidó como una alternativa a los sistemas autoritarios de otras ciudades-estado como Esparta, Tebas o Creta. Atenas implementó un modelo donde los ciudadanos tenían voz activa en la política y en el desarrollo de leyes. Sin embargo, este modelo no solo se basaba en el voto, sino en un conjunto de mecanismos que permitían el control y equilibrio del poder, asegurando la participación de la ciudadanía de manera continua y responsable.

Desde entonces, la democracia ha evolucionado en función de los tiempos y las demandas sociales. Si bien el modelo ateniense era una democracia directa en la que los ciudadanos tomaban decisiones colectivamente, en la actualidad, la mayoría de los países han adoptado una democracia representativa, donde los ciudadanos delegan su poder en representantes electos. Sin embargo, esta delegación de poder no exime a los ciudadanos de su responsabilidad de supervisar a sus líderes y exigirles rendición de cuentas. Montesquieu, en su obra "El espíritu de las leyes", destacó la importancia de la separación de poderes como un mecanismo fundamental para evitar la concentración de poder y asegurar una estructura de gobierno equilibrada. Esta separación entre el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial permite una estructura de pesos y contrapesos que protege a los ciudadanos de los excesos del poder.

Durante la Revolución Francesa, pensadores como Jean-Jacques Rousseau retomaron la idea de soberanía popular, argumentando que el poder reside en el pueblo y que este debe participar directamente en las decisiones que afectan su vida. Esta visión, aunque adaptada, sigue vigente hoy y establece que la democracia no es simplemente un sistema de gobierno, sino también un compromiso ético de los ciudadanos. La democracia moderna exige una ciudadanía informada, comprometida y crítica, capaz de supervisar y cuestionar las decisiones de sus representantes.

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En la actualidad, la democracia enfrenta nuevos desafíos. En Estados Unidos, la elección presidencial de 2024 presenta una contienda entre la candidata demócrata Kamala Harris, actual vicepresidenta del país, y el exmandatario republicano Donald J. Trump. Este proceso electoral es un recordatorio de que la democracia no debe reducirse a votar cada cierto tiempo, sino que implica la obligación de los ciudadanos de actuar como fiscalizadores del poder, vigilando el cumplimiento de las promesas y el respeto a los principios democráticos.

La democracia, en última instancia, es un reflejo del nivel de compromiso de sus ciudadanos y de su capacidad para defender los valores que la sustentan. Cuando la sociedad civil se involucra, se informa y exige transparencia, fortalece el tejido democrático y garantiza que este sistema, que ha perdurado desde los tiempos de Atenas, continúe siendo una herramienta de libertad y justicia para todos.

El dramaturgo alemán Bertolt Brecht criticó la indiferencia política en su famoso poema "El analfabeto político", señalando que esta apatía permite la proliferación de la corrupción y la injusticia. Según Brecht, el analfabeto político es aquel que, al desentenderse de la política, permite que otros decidan su destino sin tomar en cuenta sus intereses. Este pensamiento refleja la importancia de una ciudadanía que se involucra activamente en la vida pública y que entiende que la democracia no puede sostenerse sin el compromiso continuo de sus ciudadanos.

Este año, 2024, ha sido testigo de importantes procesos electorales en diversas regiones del mundo, lo que subraya el valor de la democracia en el ámbito internacional. En México, por ejemplo, Claudia Sheinbaum ha sido elegida como la primera presidenta del país, un avance histórico en términos de igualdad de género en la política. En El Salvador, Nayib Bukele ha sido reelecto para un segundo mandato, lo que genera debates sobre la continuidad del poder y la importancia de la alternancia en una democracia saludable. Estos eventos muestran cómo la democracia adopta diferentes formas en función del contexto, y evidencian la necesidad de una ciudadanía comprometida que mantenga el sistema en equilibrio.

La democracia, tal como señaló Giovanni Sartori, no es un estado permanente que se alcanza una vez y se mantiene sin esfuerzo, sino un proceso continuo que requiere la participación constante de los ciudadanos. Cuando los ciudadanos asumen su rol con responsabilidad, vigilan y evalúan a sus líderes, contribuyen al fortalecimiento de las instituciones democráticas y aseguran que estas respondan a los principios de justicia y equidad.

Es fácil caer en la tentación de considerar la democracia como un sistema que funciona de forma autónoma, pero este error subestima el verdadero poder del ciudadano. Aristóteles afirmaba que «la democracia es el gobierno de los muchos, pero estos muchos deben actuar conforme a la virtud». Este llamado a la virtud cívica implica la importancia de una ciudadanía informada, crítica y activa en la vida política de su país. La democracia, en última instancia, es un reflejo del nivel de compromiso de sus ciudadanos y de su capacidad para defender los valores que la sustentan. Cuando la sociedad civil se involucra, se informa y exige transparencia, fortalece el tejido democrático y garantiza que este sistema, que ha perdurado desde los tiempos de Atenas, continúe siendo una herramienta de libertad y justicia para todos.

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