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La cultura del ocio

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Camilo Bello Wilches |
06 de junio, 2025

La frase de Fernando Savater que abre este artículo no solo es un llamado a valorar la cultura como recurso vital, sino una invitación a cuestionar cómo vivimos el tiempo libre en nuestras sociedades. “Cuanto más inculta es una persona, más dinero necesita para pasar los fines de semana, porque como no fabrica nada, no produce nada, todo lo tiene que comprar, mientras que una persona con un cierto nivel de cultura, con la conversación, un libro o una música puede pasar el tiempo de una manera enriquecedora” (Savater, 2017). En esta sencilla observación subyace una crítica profunda al consumismo que ha colonizado nuestro ocio y, por extensión, nuestra forma de entender la vida misma.

Vivimos en un mundo donde el ocio, lejos de ser un espacio para el crecimiento interior y el disfrute auténtico, ha sido reducido a un mercado acelerado de productos y experiencias efímeras. El filósofo alemán Josef Pieper, en Ocio y cultura (1995), enfatiza que el ocio es el fundamento mismo de la cultura y que, sin él, la vida humana carece de ese respiro necesario para la contemplación y la reflexión. Sin embargo, hoy se promueve un ocio frenético, saturado de estímulos digitales y entretenimiento superficial, donde la profundidad ha sido sacrificada en favor de la inmediatez.

Este fenómeno tiene un impacto directo en la calidad de nuestra democracia y vida cívica, un punto crucial en países como Guatemala, donde las tensiones sociales y políticas exigen ciudadanos con capacidad crítica y cultural. John Stuart Mill, en Sobre la libertad (1859), argumentaba que el desarrollo pleno del individuo es condición necesaria para la libertad política, y ese desarrollo se nutre en buena medida de un ocio cultivado, capaz de alimentar el pensamiento autónomo y la virtud pública.

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Pero ¿qué sucede cuando el ocio se convierte en un instrumento del consumo masivo y la cultura, en un producto más? En la era digital actual, el ocio está saturado por algoritmos que priorizan el contenido que entretiene, pero no necesariamente el que instruye o enriquece. Estudios recientes (Pew Research Center, 2024) indican que la mayoría de los jóvenes guatemaltecos prefieren actividades digitales rápidas y no interactúan con formas tradicionales de cultura como la lectura o el debate. Esta realidad demanda una reflexión urgente sobre la educación y la formación en humanidades.

La batalla por la cultura del ocio es una batalla por la libertad, el sentido y la dignidad en un mundo que fácilmente puede olvidarlos.

Más allá del panorama sombrío, la resistencia es posible. La apuesta por un ocio que cultive el intelecto, que permita la conversación profunda y la apreciación estética, representa una forma de rebeldía contra la mercantilización de la vida. La obra de Savater nos recuerda que la riqueza real no es material, sino la que se adquiere a través del conocimiento y el disfrute de lo intangible. En este sentido, la filosofía y la literatura actúan como antídotos contra la superficialidad dominante.

Este enfoque resuena con la visión liberal y conservadora que promueve la responsabilidad individual, la libertad de elección y el respeto por las tradiciones culturales que han sostenido el desarrollo humano. En una sociedad en la que se valora la producción cultural y el tiempo de calidad, no solo se preserva el bienestar individual, sino que se fortalece el tejido social.

Así, la invitación es clara y es a invertir en cultura y educar para un ocio enriquecedor, que es un imperativo que trasciende la esfera privada. No se trata solo de evitar el consumo vacío, sino de recuperar el sentido profundo del ocio como espacio de humanización. La batalla por la cultura del ocio es una batalla por la libertad, el sentido y la dignidad en un mundo que fácilmente puede olvidarlos.

Este desafío no debe verse como un retorno nostálgico al pasado, sino como una oportunidad para construir un futuro en el que el ocio sea una puerta abierta al pensamiento crítico y la experiencia estética auténtica. Solo así podrá el individuo guatemalteco, y el ciudadano global, reclamar el tiempo como un bien preciado, y no como una mercancía más que se compra y se consume.

La cultura del ocio

Camilo Bello Wilches |
06 de junio, 2025
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La frase de Fernando Savater que abre este artículo no solo es un llamado a valorar la cultura como recurso vital, sino una invitación a cuestionar cómo vivimos el tiempo libre en nuestras sociedades. “Cuanto más inculta es una persona, más dinero necesita para pasar los fines de semana, porque como no fabrica nada, no produce nada, todo lo tiene que comprar, mientras que una persona con un cierto nivel de cultura, con la conversación, un libro o una música puede pasar el tiempo de una manera enriquecedora” (Savater, 2017). En esta sencilla observación subyace una crítica profunda al consumismo que ha colonizado nuestro ocio y, por extensión, nuestra forma de entender la vida misma.

Vivimos en un mundo donde el ocio, lejos de ser un espacio para el crecimiento interior y el disfrute auténtico, ha sido reducido a un mercado acelerado de productos y experiencias efímeras. El filósofo alemán Josef Pieper, en Ocio y cultura (1995), enfatiza que el ocio es el fundamento mismo de la cultura y que, sin él, la vida humana carece de ese respiro necesario para la contemplación y la reflexión. Sin embargo, hoy se promueve un ocio frenético, saturado de estímulos digitales y entretenimiento superficial, donde la profundidad ha sido sacrificada en favor de la inmediatez.

Este fenómeno tiene un impacto directo en la calidad de nuestra democracia y vida cívica, un punto crucial en países como Guatemala, donde las tensiones sociales y políticas exigen ciudadanos con capacidad crítica y cultural. John Stuart Mill, en Sobre la libertad (1859), argumentaba que el desarrollo pleno del individuo es condición necesaria para la libertad política, y ese desarrollo se nutre en buena medida de un ocio cultivado, capaz de alimentar el pensamiento autónomo y la virtud pública.

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Pero ¿qué sucede cuando el ocio se convierte en un instrumento del consumo masivo y la cultura, en un producto más? En la era digital actual, el ocio está saturado por algoritmos que priorizan el contenido que entretiene, pero no necesariamente el que instruye o enriquece. Estudios recientes (Pew Research Center, 2024) indican que la mayoría de los jóvenes guatemaltecos prefieren actividades digitales rápidas y no interactúan con formas tradicionales de cultura como la lectura o el debate. Esta realidad demanda una reflexión urgente sobre la educación y la formación en humanidades.

La batalla por la cultura del ocio es una batalla por la libertad, el sentido y la dignidad en un mundo que fácilmente puede olvidarlos.

Más allá del panorama sombrío, la resistencia es posible. La apuesta por un ocio que cultive el intelecto, que permita la conversación profunda y la apreciación estética, representa una forma de rebeldía contra la mercantilización de la vida. La obra de Savater nos recuerda que la riqueza real no es material, sino la que se adquiere a través del conocimiento y el disfrute de lo intangible. En este sentido, la filosofía y la literatura actúan como antídotos contra la superficialidad dominante.

Este enfoque resuena con la visión liberal y conservadora que promueve la responsabilidad individual, la libertad de elección y el respeto por las tradiciones culturales que han sostenido el desarrollo humano. En una sociedad en la que se valora la producción cultural y el tiempo de calidad, no solo se preserva el bienestar individual, sino que se fortalece el tejido social.

Así, la invitación es clara y es a invertir en cultura y educar para un ocio enriquecedor, que es un imperativo que trasciende la esfera privada. No se trata solo de evitar el consumo vacío, sino de recuperar el sentido profundo del ocio como espacio de humanización. La batalla por la cultura del ocio es una batalla por la libertad, el sentido y la dignidad en un mundo que fácilmente puede olvidarlos.

Este desafío no debe verse como un retorno nostálgico al pasado, sino como una oportunidad para construir un futuro en el que el ocio sea una puerta abierta al pensamiento crítico y la experiencia estética auténtica. Solo así podrá el individuo guatemalteco, y el ciudadano global, reclamar el tiempo como un bien preciado, y no como una mercancía más que se compra y se consume.

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