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La crisis educativa y su impacto en las universidades

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Camilo Bello Wilches |
08 de agosto, 2025

Vivimos en tiempos en los que el conocimiento profundo parece haber sido desplazado por una educación técnica superficial, desprovista de los elementos fundamentales que cultivan el pensamiento crítico y la comprensión genuina. En este contexto, los estudiantes que llegan a las universidades a menudo enfrentan un reto adicional que es una memoria deficiente y una falta de base conceptual que les impide avanzar en su aprendizaje. Este fenómeno no es una casualidad ni un efecto aislado, sino el resultado de políticas educativas que han diluido la figura del docente intelectual, priorizando métodos “innovadores” y superficiales, centrados más en la técnica que en el contenido.

A lo largo de los siglos, grandes filósofos como Platón y Aristóteles defendieron la importancia del conocimiento profundo, de un aprendizaje que no solo se limitara a memorizar hechos, sino que incentivara la reflexión, la crítica y la búsqueda del saber. Platón, por ejemplo, argumentaba que el verdadero conocimiento iba más allá de lo tangible, apuntando hacia las ideas puras y el razonamiento profundo. En una época como la nuestra, parece que hemos dejado de lado estas enseñanzas fundamentales, sustituyéndolas por una educación que premia lo inmediato y lo fácil.

Este desplazamiento del conocimiento profundo por una educación técnica vacía tiene consecuencias directas en las universidades. Los jóvenes, que en su mayoría han recibido una formación secundaria centrada en la memorización y en la práctica técnica, llegan al nivel universitario sin las herramientas necesarias para desarrollar un pensamiento complejo. Se les enseña a manejar pantallas, pero no a comprender los mundos que estas reflejan.

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En el ámbito universitario, la memoria y la comprensión conceptual son piedras angulares del aprendizaje. Como señala el filósofo alemán Immanuel Kant, el conocimiento verdadero solo puede alcanzarse a través de la reflexión crítica, un proceso que requiere no solo la acumulación de datos, sino la capacidad de conectar ideas, entender su contexto y sacar conclusiones válidas.

Si no conseguimos redirigir nuestra mirada hacia lo esencial, corremos el riesgo de seguir formando generaciones de jóvenes que, a pesar de dominar las tecnologías y la técnica, carecen de las capacidades necesarias para pensar por sí mismos.

La educación que se limita a la repetición y la memorización sin espacio para la reflexión está condenada a generar estudiantes que no logran integrar los conocimientos, sino que los repiten sin comprenderlos.

Además, autores contemporáneos como el filósofo y pedagogo John Dewey han señalado que la educación debe ser un proceso activo de descubrimiento, en el que el estudiante se convierte en un sujeto pensante, crítico y reflexivo. Sin embargo, en el sistema educativo actual, demasiados estudiantes se ven atrapados en un ciclo de aprendizaje superficial que solo sirve para llenar sus mentes con información sin significado.

A nivel global, este fenómeno no es exclusivo de un país o una región. A través de los últimos años, diversas instituciones educativas han comenzado a reflexionar sobre las consecuencias de esta orientación técnica, buscando formas de revertir este modelo y regresar a un enfoque más centrado en el desarrollo intelectual. Sin embargo, el reto sigue siendo significativo. Como sociedad, debemos preguntarnos: ¿qué tipo de ciudadanos estamos formando? ¿Qué tipo de conocimiento estamos transmitiendo? Si no recuperamos un enfoque que priorice la reflexión, el análisis crítico y la comprensión profunda, es probable que las generaciones futuras sigan siendo presas de una educación que los prepara para el vacío.

En conclusión, la educación no solo debe ser una herramienta para enseñar a los estudiantes a ser productivos, sino también para formar mentes críticas, capaces de comprender y transformar el mundo que los rodea. Si no conseguimos redirigir nuestra mirada hacia lo esencial, corremos el riesgo de seguir formando generaciones de jóvenes que, a pesar de dominar las tecnologías y la técnica, carecen de las capacidades necesarias para pensar por sí mismos, para cuestionar y, sobre todo, para entender lo que ocurre a su alrededor.

La crisis educativa y su impacto en las universidades

Camilo Bello Wilches |
08 de agosto, 2025
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Vivimos en tiempos en los que el conocimiento profundo parece haber sido desplazado por una educación técnica superficial, desprovista de los elementos fundamentales que cultivan el pensamiento crítico y la comprensión genuina. En este contexto, los estudiantes que llegan a las universidades a menudo enfrentan un reto adicional que es una memoria deficiente y una falta de base conceptual que les impide avanzar en su aprendizaje. Este fenómeno no es una casualidad ni un efecto aislado, sino el resultado de políticas educativas que han diluido la figura del docente intelectual, priorizando métodos “innovadores” y superficiales, centrados más en la técnica que en el contenido.

A lo largo de los siglos, grandes filósofos como Platón y Aristóteles defendieron la importancia del conocimiento profundo, de un aprendizaje que no solo se limitara a memorizar hechos, sino que incentivara la reflexión, la crítica y la búsqueda del saber. Platón, por ejemplo, argumentaba que el verdadero conocimiento iba más allá de lo tangible, apuntando hacia las ideas puras y el razonamiento profundo. En una época como la nuestra, parece que hemos dejado de lado estas enseñanzas fundamentales, sustituyéndolas por una educación que premia lo inmediato y lo fácil.

Este desplazamiento del conocimiento profundo por una educación técnica vacía tiene consecuencias directas en las universidades. Los jóvenes, que en su mayoría han recibido una formación secundaria centrada en la memorización y en la práctica técnica, llegan al nivel universitario sin las herramientas necesarias para desarrollar un pensamiento complejo. Se les enseña a manejar pantallas, pero no a comprender los mundos que estas reflejan.

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En el ámbito universitario, la memoria y la comprensión conceptual son piedras angulares del aprendizaje. Como señala el filósofo alemán Immanuel Kant, el conocimiento verdadero solo puede alcanzarse a través de la reflexión crítica, un proceso que requiere no solo la acumulación de datos, sino la capacidad de conectar ideas, entender su contexto y sacar conclusiones válidas.

Si no conseguimos redirigir nuestra mirada hacia lo esencial, corremos el riesgo de seguir formando generaciones de jóvenes que, a pesar de dominar las tecnologías y la técnica, carecen de las capacidades necesarias para pensar por sí mismos.

La educación que se limita a la repetición y la memorización sin espacio para la reflexión está condenada a generar estudiantes que no logran integrar los conocimientos, sino que los repiten sin comprenderlos.

Además, autores contemporáneos como el filósofo y pedagogo John Dewey han señalado que la educación debe ser un proceso activo de descubrimiento, en el que el estudiante se convierte en un sujeto pensante, crítico y reflexivo. Sin embargo, en el sistema educativo actual, demasiados estudiantes se ven atrapados en un ciclo de aprendizaje superficial que solo sirve para llenar sus mentes con información sin significado.

A nivel global, este fenómeno no es exclusivo de un país o una región. A través de los últimos años, diversas instituciones educativas han comenzado a reflexionar sobre las consecuencias de esta orientación técnica, buscando formas de revertir este modelo y regresar a un enfoque más centrado en el desarrollo intelectual. Sin embargo, el reto sigue siendo significativo. Como sociedad, debemos preguntarnos: ¿qué tipo de ciudadanos estamos formando? ¿Qué tipo de conocimiento estamos transmitiendo? Si no recuperamos un enfoque que priorice la reflexión, el análisis crítico y la comprensión profunda, es probable que las generaciones futuras sigan siendo presas de una educación que los prepara para el vacío.

En conclusión, la educación no solo debe ser una herramienta para enseñar a los estudiantes a ser productivos, sino también para formar mentes críticas, capaces de comprender y transformar el mundo que los rodea. Si no conseguimos redirigir nuestra mirada hacia lo esencial, corremos el riesgo de seguir formando generaciones de jóvenes que, a pesar de dominar las tecnologías y la técnica, carecen de las capacidades necesarias para pensar por sí mismos, para cuestionar y, sobre todo, para entender lo que ocurre a su alrededor.

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