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La anunciada paz que no llega para la guerra de Ucrania-Rusia

.
Natalie Chang
21 de septiembre, 2025

El conflicto que nunca debió materializarse se ha convertido en la mayor encrucijada geopolítica de nuestro tiempo. Tres años y medio después de la invasión rusa en febrero de 2022, la guerra en Ucrania no solo ha devastado al país y erosionado a la Federación Rusa, sino que también ha transformado el orden de seguridad global, arrastrando a Occidente a una guerra by proxy con Moscú, donde EE. UU., la Unión Europea y sus aliados sostienen a Kiev frente a una Rusia respaldada por China, Irán y Corea del Norte.

Dicha guerra, sin embargo, pudo evitarse. Esta es el resultado de fracasos acumulados como la frustrada intención de Rusia para influir en Ucrania, la de Kiev y sus aliados para disuadir al Kremlin, y la ruptura del diálogo estratégico entre Moscú y Washington.

 

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El costo humano y la magnitud del desgaste

Lo que en el Kremlin se imaginó como una operación relámpago para someter a Kiev y reemplazar a su Gobierno por uno más afín, se transformó en una guerra de desgaste sin horizonte de resolución. En junio de 2025, el Center for Strategic and International Studies (CSIS) de Washington estimó que las bajas militares rusas se registrarían en aproximadamente el millón de personas durante el verano, mientras que las ucranianas ascenderían a unas 400 000, con entre 60 000 y 100 000 soldados muertos desde 2022. A esta devastación militar se suman 13 300 civiles asesinados y más de 31 700 heridos, en su mayoría dentro de Ucrania.

El impacto humano ha sido descomunal, puesto que más de un tercio de la población ucraniana ha sido desplazada —ocho millones huyeron al extranjero y un número similar fue desplazado internamente—, en contraste a Moscú, que deportó a 1.6 M de ciudadanos, incluidos 260 000 niños, en un patrón que la Corte Penal Internacional calificó como crimen de guerra en 2023.El conflicto ya es la guerra más mortífera en Europa desde 1945.

A ello se suma el costo financiero que ha representado con USD 300 000 M invertidos, de los cuales EE. UU. ha aportado alrededor del 43 %, sin que la consolidación de la paz tenga un camino claro. Los costos económicos son colosales, con Ucrania acumulando más de USD 500 000 M en infraestructura destruida, mientras Rusia ha invertido más de USD 200 000 M en sostener su maquinaria bélica bajo el peso de sanciones que han repercutido —aunque levemente— su economía, pero han profundizado su dependencia de China.

En este tablero, ninguno de los actores se perfila con la disposición a ceder ante las peticiones de la contraparte. En el caso de Kiev, el conflicto es una lucha crucial por su soberanía y la identidad nacional; para Moscú, representa un pulso estratégico que condiciona la supervivencia del régimen y la preservación de su espacio vital frente a la OTAN, sumado a intereses económicos de la zona. Para ambos, cualquier concesión sería percibida como una derrota histórica a raíz del costo significativo que ha tenido la guerra a nivel político, social y económico.

El trasfondo estratégico

La guerra en Ucrania no se explica únicamente desde la óptica militar, sino como parte de una disputa histórica, territorial y geopolítica. La anexión de Crimea en 2014 fue solo el preludio de un proyecto más ambicioso de Vladimir Putin: asegurar acceso directo al mar Negro, retener el Donbás —rico en recursos energéticos y minerales— y frenar la incorporación de Kiev a la órbita euroatlántica. Para Moscú, la integración a la OTAN significaría la pérdida definitiva de la “zona de amortiguamiento” frente a Occidente y, con ella, la erosión de la Doctrina Primakov y de la narrativa nacionalista rusa.

El control del mar Negro constituye un objetivo central en la estrategia de Putin, al ser simultáneamente un campo de batalla y un pulmón comercial. Este representa la única salida marítima de Rusia hacia aguas cálidas, la puerta al Mediterráneo y un corredor que facilita tanto la exportación de cereales e hidrocarburos, como la proyección militar hacia Europa del Sur y Medio Oriente. Crimea, con la base naval de Sebastopol, es la joya estratégica que asegura esa proyección.

Para Ucrania, la guerra es una cuestión de supervivencia, donde ceder soberanía implicaría no solo sacrificar su identidad nacional, sino perder una fuente de ingresos que enriquecería Rusia. Ante ello, Volodymyr Zelenski insiste en recuperar todas las regiones ocupadas, incluida Crimea, pues retener la costa y puertos como Odesa sostiene la economía nacional, asegurando ingresos fiscales.

Por otra parte, el Donbás representa un enclave estratégico y simbólico con minas de carbón, reservas de gas y un tejido industrial vital; codiciado por ambas partes. Para Putin, dominar Donetsk y Luhansk neutraliza a Ucrania, frena su integración a Occidente y le permite presentar una “victoria” interna que justifique el costo de la guerra. Para Zelenski, perderlo sería una derrota moral y estratégica, con graves consecuencias económicas y de seguridad.

Occidente y el costo económico

La guerra en Ucrania ha transformado la seguridad europea, enterrando la Ostpolitik y la dependencia energética de la región en Moscú. La UE cortó importaciones de petróleo y carbón rusos, mientras Alemania envió tanques Leopard 2, simbolizando la ruptura con el Kremlin —y de su dependencia energética del gas ruso—. Esto ha representado un costo significativo en la región, ya que Europa pagó un elevado precio por sustituir el gas ruso, mientras Moscú reforzó lazos con China e India para eludir sanciones.

La OTAN ha cruzado todas las “líneas rojas” con sistemas antiaéreos, drones de largo alcance y aviones F-16 para frenar a Rusia. Este respaldo, vital para Kiev, enfrenta crecientes tensiones entre Europa y EE. UU., mostrando fatiga de un desgaste económico y militar, donde Trump ha condicionado la ayuda a mayores aportes financieros de sus aliados; con una ampliación del aporte para el financiamiento del bloque de un 2 % al 5 % de su PIB.

Sin embargo, Washington y Kiev firmaron en mayo de 2025 un acuerdo para explotar petróleo, gas y minerales estratégicos  —litio, titanio y tierras raras— mediante un fondo conjunto de USD 75 M por parte. El pacto, modificado tras tensiones con Donald Trump, otorga a EE. UU. acceso preferencial a nuevas licencias. Para Ucrania, más que un contrato comercial, es un salvavidas político que asegura el apoyo de la Casa Blanca, aunque requiere de ratificación parlamentaria.

Donald Trump y la paz imposible

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en 2025 reavivó la expectativa de una paz inmediata en Ucrania. Su promesa electoral de resolver el conflicto en “24 horas” se apoyaba en su relación personal con Vladimir Putin y en la idea de condicionar la ayuda militar a Kiev a cambio de concesiones territoriales. No obstante, esto no sucedió y todos los intentos de Washington han relucido por su ineficacia o resultan sombríos debido a la falta de concreción.

En respuesta, Trump ha planteado que el golpe más efectivo para lograr una resolución del conflicto contra Moscú no sería militar, sino económico, al cortar por completo la compra de crudo ruso. Dado que privar al Kremlin de sus ingresos energéticos —con los que financia gran parte de la guerra— debilitaría su capacidad de sostener la maquinaria militar.

Incluso, ha hecho efectivas sanciones a India por seguir adquiriendo petróleo ruso, en un intento de mostrar severidad y credibilidad internacional, luego de reiteradas amenazas como aranceles secundarios del 100 % que nunca se materializaron. Sin embargo, esta estrategia enfrenta obstáculos, la resistencia de China e India a sumarse a un boicot energético, la negativa categórica de Zelenski a ceder soberanía y la habilidad de Putin para mantener el pulso político interno pese a los costos.

Trump, que busca reivindicarse con una victoria diplomática en medio de tensiones políticas internas, persigue un alto el fuego que le asegure protagonismo sin enemistarse del todo con Moscú. Por su parte, se espera que Putin intente alcanzar una resolución del conflicto durante el mandato de Trump, consciente de que las elecciones legislativas de 2026 podrían limitar la capacidad de maniobra del presidente estadounidense.

Escenarios para un fin de la guerra

El horizonte más probable no apunta a una paz inmediata, sino a un congelamiento del conflicto en líneas estables, con Rusia afianzando los territorios ocupados y Ucrania obteniendo garantías de seguridad externas. Este desenlace mimetiza lo ocurrido en la península coreana, un armisticio prolongado que posterga indefinidamente la resolución definitiva. Un segundo escenario, menos probable, pero más peligroso, sería la extensión de la guerra hacia Polonia o los países bálticos, lo que podría activar el Artículo 5 de la OTAN y detonar una confrontación directa con Moscú. Ese riesgo quedó expuesto en la reciente incursión de drones, frente a la cual Occidente respondió con visible inacción.

Por último, el escenario más deseable —una negociación gradual con treguas parciales, intercambios de prisioneros y acuerdos sectoriales— sigue siendo improbable ante la intransigencia de las partes. Ahora bien, una cesión territorial, aunque tentadora para Trump como vía rápida hacia la paz, equivaldría a legitimar la conquista armada y abriría un precedente peligroso en el orden internacional, alentando a potencias revisionistas como sería el caso de China con Taiwán.

No obstante, Washington, pese a su apoyo firme a Kiev, debe mantener un enfoque pragmático con Moscú, evitando empujarlo hacia una dependencia total de Pekín, lo que consolidaría una alianza estratégica entre sus dos mayores rivales en capacidad militar.

En este contexto, la guerra se perfila como un prolongado pulso geopolítico, donde un alto el fuego estable, más que una paz duradera, emerge como el desenlace más probable en un futuro cercano.

 

La anunciada paz que no llega para la guerra de Ucrania-Rusia

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Natalie Chang
21 de septiembre, 2025

El conflicto que nunca debió materializarse se ha convertido en la mayor encrucijada geopolítica de nuestro tiempo. Tres años y medio después de la invasión rusa en febrero de 2022, la guerra en Ucrania no solo ha devastado al país y erosionado a la Federación Rusa, sino que también ha transformado el orden de seguridad global, arrastrando a Occidente a una guerra by proxy con Moscú, donde EE. UU., la Unión Europea y sus aliados sostienen a Kiev frente a una Rusia respaldada por China, Irán y Corea del Norte.

Dicha guerra, sin embargo, pudo evitarse. Esta es el resultado de fracasos acumulados como la frustrada intención de Rusia para influir en Ucrania, la de Kiev y sus aliados para disuadir al Kremlin, y la ruptura del diálogo estratégico entre Moscú y Washington.

 

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El costo humano y la magnitud del desgaste

Lo que en el Kremlin se imaginó como una operación relámpago para someter a Kiev y reemplazar a su Gobierno por uno más afín, se transformó en una guerra de desgaste sin horizonte de resolución. En junio de 2025, el Center for Strategic and International Studies (CSIS) de Washington estimó que las bajas militares rusas se registrarían en aproximadamente el millón de personas durante el verano, mientras que las ucranianas ascenderían a unas 400 000, con entre 60 000 y 100 000 soldados muertos desde 2022. A esta devastación militar se suman 13 300 civiles asesinados y más de 31 700 heridos, en su mayoría dentro de Ucrania.

El impacto humano ha sido descomunal, puesto que más de un tercio de la población ucraniana ha sido desplazada —ocho millones huyeron al extranjero y un número similar fue desplazado internamente—, en contraste a Moscú, que deportó a 1.6 M de ciudadanos, incluidos 260 000 niños, en un patrón que la Corte Penal Internacional calificó como crimen de guerra en 2023.El conflicto ya es la guerra más mortífera en Europa desde 1945.

A ello se suma el costo financiero que ha representado con USD 300 000 M invertidos, de los cuales EE. UU. ha aportado alrededor del 43 %, sin que la consolidación de la paz tenga un camino claro. Los costos económicos son colosales, con Ucrania acumulando más de USD 500 000 M en infraestructura destruida, mientras Rusia ha invertido más de USD 200 000 M en sostener su maquinaria bélica bajo el peso de sanciones que han repercutido —aunque levemente— su economía, pero han profundizado su dependencia de China.

En este tablero, ninguno de los actores se perfila con la disposición a ceder ante las peticiones de la contraparte. En el caso de Kiev, el conflicto es una lucha crucial por su soberanía y la identidad nacional; para Moscú, representa un pulso estratégico que condiciona la supervivencia del régimen y la preservación de su espacio vital frente a la OTAN, sumado a intereses económicos de la zona. Para ambos, cualquier concesión sería percibida como una derrota histórica a raíz del costo significativo que ha tenido la guerra a nivel político, social y económico.

El trasfondo estratégico

La guerra en Ucrania no se explica únicamente desde la óptica militar, sino como parte de una disputa histórica, territorial y geopolítica. La anexión de Crimea en 2014 fue solo el preludio de un proyecto más ambicioso de Vladimir Putin: asegurar acceso directo al mar Negro, retener el Donbás —rico en recursos energéticos y minerales— y frenar la incorporación de Kiev a la órbita euroatlántica. Para Moscú, la integración a la OTAN significaría la pérdida definitiva de la “zona de amortiguamiento” frente a Occidente y, con ella, la erosión de la Doctrina Primakov y de la narrativa nacionalista rusa.

El control del mar Negro constituye un objetivo central en la estrategia de Putin, al ser simultáneamente un campo de batalla y un pulmón comercial. Este representa la única salida marítima de Rusia hacia aguas cálidas, la puerta al Mediterráneo y un corredor que facilita tanto la exportación de cereales e hidrocarburos, como la proyección militar hacia Europa del Sur y Medio Oriente. Crimea, con la base naval de Sebastopol, es la joya estratégica que asegura esa proyección.

Para Ucrania, la guerra es una cuestión de supervivencia, donde ceder soberanía implicaría no solo sacrificar su identidad nacional, sino perder una fuente de ingresos que enriquecería Rusia. Ante ello, Volodymyr Zelenski insiste en recuperar todas las regiones ocupadas, incluida Crimea, pues retener la costa y puertos como Odesa sostiene la economía nacional, asegurando ingresos fiscales.

Por otra parte, el Donbás representa un enclave estratégico y simbólico con minas de carbón, reservas de gas y un tejido industrial vital; codiciado por ambas partes. Para Putin, dominar Donetsk y Luhansk neutraliza a Ucrania, frena su integración a Occidente y le permite presentar una “victoria” interna que justifique el costo de la guerra. Para Zelenski, perderlo sería una derrota moral y estratégica, con graves consecuencias económicas y de seguridad.

Occidente y el costo económico

La guerra en Ucrania ha transformado la seguridad europea, enterrando la Ostpolitik y la dependencia energética de la región en Moscú. La UE cortó importaciones de petróleo y carbón rusos, mientras Alemania envió tanques Leopard 2, simbolizando la ruptura con el Kremlin —y de su dependencia energética del gas ruso—. Esto ha representado un costo significativo en la región, ya que Europa pagó un elevado precio por sustituir el gas ruso, mientras Moscú reforzó lazos con China e India para eludir sanciones.

La OTAN ha cruzado todas las “líneas rojas” con sistemas antiaéreos, drones de largo alcance y aviones F-16 para frenar a Rusia. Este respaldo, vital para Kiev, enfrenta crecientes tensiones entre Europa y EE. UU., mostrando fatiga de un desgaste económico y militar, donde Trump ha condicionado la ayuda a mayores aportes financieros de sus aliados; con una ampliación del aporte para el financiamiento del bloque de un 2 % al 5 % de su PIB.

Sin embargo, Washington y Kiev firmaron en mayo de 2025 un acuerdo para explotar petróleo, gas y minerales estratégicos  —litio, titanio y tierras raras— mediante un fondo conjunto de USD 75 M por parte. El pacto, modificado tras tensiones con Donald Trump, otorga a EE. UU. acceso preferencial a nuevas licencias. Para Ucrania, más que un contrato comercial, es un salvavidas político que asegura el apoyo de la Casa Blanca, aunque requiere de ratificación parlamentaria.

Donald Trump y la paz imposible

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en 2025 reavivó la expectativa de una paz inmediata en Ucrania. Su promesa electoral de resolver el conflicto en “24 horas” se apoyaba en su relación personal con Vladimir Putin y en la idea de condicionar la ayuda militar a Kiev a cambio de concesiones territoriales. No obstante, esto no sucedió y todos los intentos de Washington han relucido por su ineficacia o resultan sombríos debido a la falta de concreción.

En respuesta, Trump ha planteado que el golpe más efectivo para lograr una resolución del conflicto contra Moscú no sería militar, sino económico, al cortar por completo la compra de crudo ruso. Dado que privar al Kremlin de sus ingresos energéticos —con los que financia gran parte de la guerra— debilitaría su capacidad de sostener la maquinaria militar.

Incluso, ha hecho efectivas sanciones a India por seguir adquiriendo petróleo ruso, en un intento de mostrar severidad y credibilidad internacional, luego de reiteradas amenazas como aranceles secundarios del 100 % que nunca se materializaron. Sin embargo, esta estrategia enfrenta obstáculos, la resistencia de China e India a sumarse a un boicot energético, la negativa categórica de Zelenski a ceder soberanía y la habilidad de Putin para mantener el pulso político interno pese a los costos.

Trump, que busca reivindicarse con una victoria diplomática en medio de tensiones políticas internas, persigue un alto el fuego que le asegure protagonismo sin enemistarse del todo con Moscú. Por su parte, se espera que Putin intente alcanzar una resolución del conflicto durante el mandato de Trump, consciente de que las elecciones legislativas de 2026 podrían limitar la capacidad de maniobra del presidente estadounidense.

Escenarios para un fin de la guerra

El horizonte más probable no apunta a una paz inmediata, sino a un congelamiento del conflicto en líneas estables, con Rusia afianzando los territorios ocupados y Ucrania obteniendo garantías de seguridad externas. Este desenlace mimetiza lo ocurrido en la península coreana, un armisticio prolongado que posterga indefinidamente la resolución definitiva. Un segundo escenario, menos probable, pero más peligroso, sería la extensión de la guerra hacia Polonia o los países bálticos, lo que podría activar el Artículo 5 de la OTAN y detonar una confrontación directa con Moscú. Ese riesgo quedó expuesto en la reciente incursión de drones, frente a la cual Occidente respondió con visible inacción.

Por último, el escenario más deseable —una negociación gradual con treguas parciales, intercambios de prisioneros y acuerdos sectoriales— sigue siendo improbable ante la intransigencia de las partes. Ahora bien, una cesión territorial, aunque tentadora para Trump como vía rápida hacia la paz, equivaldría a legitimar la conquista armada y abriría un precedente peligroso en el orden internacional, alentando a potencias revisionistas como sería el caso de China con Taiwán.

No obstante, Washington, pese a su apoyo firme a Kiev, debe mantener un enfoque pragmático con Moscú, evitando empujarlo hacia una dependencia total de Pekín, lo que consolidaría una alianza estratégica entre sus dos mayores rivales en capacidad militar.

En este contexto, la guerra se perfila como un prolongado pulso geopolítico, donde un alto el fuego estable, más que una paz duradera, emerge como el desenlace más probable en un futuro cercano.

 

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