La Real Academia Española define esta palabra como “principio moral que lleva a determinar que todos deben vivir honestamente”. Basta con leer esta definición para darnos cuenta de cuán alejados estamos de ese ideal.
Sin justicia no puede haber paz. Si el autor de un acto contrario a la ley se sale con la suya, esa impunidad acarreará más de lo mismo, pues el mensaje oculto es “haga lo que quiera; la ley es para otros”.
Nuestra legislación en Guatemala es sumamente extensa, compleja e interpretativa. Queda a criterio del juez si se cometió un ilícito y, en consecuencia, cuál será la pena a pagar. Peor aún, es lenta hasta el extremo.
Los chapines nos hemos acostumbrado al juego de la impunidad. Sí, un juego. Ganará quien tenga más contactos, que sepa manipular la legislación a su favor o quien haya sabido convencer al juez. Todo eso es corrupción. Ya nos hemos acostumbrado a vivir con ello. Triste y lamentable, pero así es. De vez en cuando vemos a un juez apegado a la ley y emitir sentencia justa. El sistema está corrompido y, así las cosas, el sueño de vivir en paz es una ilusión. “Pronta y cumplida” es como debería ser.
Los jueces son solo una parte de esta compleja maraña de términos legales, interpretaciones a conveniencia y sentencias ilusas y a veces hasta ridículas. Sumado a esto, el sistema penitenciario contribuye a este entramado de juegos legales y corrupción.
El Congreso de la República es la institución encargada de emitir leyes. Esto ya lo sabemos y lo criticamos al extremo, pues la danza de favores y compadrazgos dan como resultado leyes interpretativas. Será condenado quien no supo navegar en ello.
Sin justicia no puede haber paz y, sin esta, no puede haber progreso y desarrollo. Firmar acuerdos no resuelve. Hacer cumplir la ley, sí.
Nos toca enfocarnos más en esto.
La Real Academia Española define esta palabra como “principio moral que lleva a determinar que todos deben vivir honestamente”. Basta con leer esta definición para darnos cuenta de cuán alejados estamos de ese ideal.
Sin justicia no puede haber paz. Si el autor de un acto contrario a la ley se sale con la suya, esa impunidad acarreará más de lo mismo, pues el mensaje oculto es “haga lo que quiera; la ley es para otros”.
Nuestra legislación en Guatemala es sumamente extensa, compleja e interpretativa. Queda a criterio del juez si se cometió un ilícito y, en consecuencia, cuál será la pena a pagar. Peor aún, es lenta hasta el extremo.
Los chapines nos hemos acostumbrado al juego de la impunidad. Sí, un juego. Ganará quien tenga más contactos, que sepa manipular la legislación a su favor o quien haya sabido convencer al juez. Todo eso es corrupción. Ya nos hemos acostumbrado a vivir con ello. Triste y lamentable, pero así es. De vez en cuando vemos a un juez apegado a la ley y emitir sentencia justa. El sistema está corrompido y, así las cosas, el sueño de vivir en paz es una ilusión. “Pronta y cumplida” es como debería ser.
Los jueces son solo una parte de esta compleja maraña de términos legales, interpretaciones a conveniencia y sentencias ilusas y a veces hasta ridículas. Sumado a esto, el sistema penitenciario contribuye a este entramado de juegos legales y corrupción.
El Congreso de la República es la institución encargada de emitir leyes. Esto ya lo sabemos y lo criticamos al extremo, pues la danza de favores y compadrazgos dan como resultado leyes interpretativas. Será condenado quien no supo navegar en ello.
Sin justicia no puede haber paz y, sin esta, no puede haber progreso y desarrollo. Firmar acuerdos no resuelve. Hacer cumplir la ley, sí.
Nos toca enfocarnos más en esto.