Investigaciones sobre Jesucristo y la existencia de Dios para leer en Semana Santa
Semana Santa nos llama a detenernos, a mirar más allá de lo cotidiano y a buscar respuestas a las preguntas que han definido la historia humana: ¿quién fue Jesucristo? ¿Qué nos dice la razón sobre Dios? En Guatemala, donde las calles se llenan de alfombras y el aire de incienso, dos libros iluminan estas incógnitas con rigor y profundidad, ideales para esta Semana Santa.
El primero es El caso de Cristo (1998), de Lee Strobel. La obra narra el viaje de un periodista escéptico y ateo convencido, que decide refutar la fe cristiana de su esposa y «rescatarla» de lo que consideraba una creencia irracional. Para ello, emprende una investigación periodística que se extiende durante dos años, entrevistando a trece expertos en distintas disciplinas científicas. Sin embargo, las evidencias históricas, textuales y circunstanciales que encuentra lo llevan a cuestionar su propio ateísmo. Con ritmo de thriller, Strobel construye una investigación sobre la vida, muerte y resurrección de Jesús que desafía las convicciones más profundas.
En su relato, nos cuenta del Dr. Craig Blomberg, experto en fiabilidad del Nuevo Testamento, quien afirma que los Evangelios, escritos entre los 70 y 90 d.C., se basan en testigos oculares, a diferencia de biografías como las de Alejandro Magno, redactadas 400 años después. El credo de 1 Corintios 15, datado 2-5 años tras la crucifixión, proclama desde tan pronto la resurrección: «… pues afirmamos que Dios resucitó a Cristo». Es decir, no fue un invento posterior creado con el paso del tiempo.
El Dr. Bruce Metzger, una de las máximas autoridades en crítica textual, expone que se han encontrado más de 5,000 manuscritos griegos del Nuevo Testamento, incluyendo un fragmento del Evangelio de Juan fechado alrededor del año 125 d.C. A esto se suman tempranas traducciones al latín, siriaco, copto, armenio, georgiano y etíope, lo que eleva el total a más de 24,000 manuscritos con una concordancia asombrosa, superior a la de cualquier otro texto religioso conocido. Además de la evidencia interna de los evangelios, el Dr. Edwin Yamauchi, historiador de la antigüedad, recurre a fuentes extrabíblicas como Flavio Josefo, Tácito y Plinio el Joven, cuyos escritos confirman la existencia histórica de Jesús ya desde el siglo I.
El Dr. John McRay, arqueólogo, confirma diversos aspectos históricos presentes en los evangelios, como la ruta de Jesús por la región de la Decápolis, la existencia de Nazaret en el siglo I d.C., la posibilidad de que hayan existido dos gobernadores llamados Quirinio en Siria, o la presencia de Lisanio como tetrarca de Abilene alrededor del año 27 d.C. Por su parte, el Dr. Alexander Metherell, médico, aporta evidencia desde el campo de la medicina: explica fenómenos como la hematidrosis —una condición en la que una persona, bajo estrés extremo, suda sangre por ruptura de capilares en las glándulas sudoríparas— y el shock hipovolémico, caracterizado por taquicardia, presión arterial baja, anuria e intensa sed, síntomas compatibles con los relatos de la crucifixión. Finalmente, los doctores William Lane Craig, filósofo, y Gary Habermas, historiador, argumentan a favor de la historicidad de la tumba vacía y de las apariciones de Jesús, basándose en testimonios tempranos ampliamente documentados.
El Dr. Louis Lapides, teólogo judío convertido al cristianismo, calcula que la probabilidad de que alguien cumpliera todas las profecías mesiánicas es de una en cien mil millones de billones. Los teólogos Ben Witherington III y D.A. Carson profundizan en la afirmación de la divinidad de Jesús, analizando su uso del término «Abba» —una forma íntima de referirse a Dios como Padre—, su manera singular de enseñar introduciendo sus palabras con la fórmula «Amén les digo», y su autodefinición como el «Hijo del Hombre». Por su parte, el Dr. Gary Collins, psicólogo, descarta con argumentos clínicos cualquier indicio de trastorno mental en Jesús, mientras que el filósofo J.P. Moreland destaca cómo el auge inicial de la Iglesia —a pesar de la brutal represión romana— constituye un poderoso testimonio del impacto transformador de la resurrección. Ante esta suma de evidencias, el libro deja una pregunta ineludible: ¿puede alguien negar racionalmente la divinidad de Cristo?
En Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios (2023), José Carlos González-Hurtado sostiene que los avances científicos actuales sugieren un diseño inteligente en el universo, desafiando tanto a creyentes como a ateos a mirar más allá del azar. El autor presenta numerosos casos de científicos que, lejos de descartar a Dios, lo citan como una hipótesis razonable. Uno de los ejemplos más reveladores es el del Dr. Fred Hoyle, reconocido astrónomo, quien se mostró escéptico ante la idea del azar al descubrir que las constantes universales están ajustadas con una precisión de una en 10^120, lo cual hace posible la vida. Para él, era como si alguien hubiera «alterado los dados». De forma similar, el físico teórico Frank Tipler y el ingeniero de materiales Walter Bradley explican este ajuste fino como un fenómeno cuyas probabilidades resultan prácticamente imposibles. En el campo de la biología, el Dr. Francis Collins —genetista y director del Proyecto Genoma Humano— abandonó el ateísmo tras descifrar el ADN humano: tres mil millones de letras perfectamente codificadas, que sugieren un diseño intencionado y no meramente casual.
El Dr. Werner Heisenberg, físico y pionero de la mecánica cuántica, rompió con el determinismo materialista al formular el principio de incertidumbre, abriendo así la posibilidad de la libertad humana frente al universo. El matemático David Hilbert, por su parte, ilustra con su famosa paradoja del Hotel Infinito la imposibilidad lógica de un universo sin comienzo. Desde la filosofía, el Dr. Richard Swinburne, profesor emérito de Oxford, sostiene que la hipótesis del multiverso —la existencia de un “trillón de universos”— resulta mucho menos razonable que la existencia de un único Dios como causa primera. Del Big Bang a la complejidad del genoma, este libro entrelaza con maestría ciencia y fe. Es, en última instancia, una invitación a contemplar el cielo durante la Semana Santa y preguntarnos: ¿no será que la ciencia, lejos de alejarnos, nos está acercando al Creador?
Estas recomendaciones de lectura son una invitación a explorar el misterio de la vida desde la razón, la evidencia y la búsqueda de sentido. Cierro, entonces, deseando a todos —creyentes o no— una Semana Santa de descanso y reflexión, en la que podamos volver la mirada hacia la virtud del ciudadano y el sentido profundo de nuestra existencia. Que este tiempo nos permita renovar propósitos y caminar con mayor claridad hacia una vida más plena, más consciente y más justa con nosotros mismos y con los demás. Que así sea.
Investigaciones sobre Jesucristo y la existencia de Dios para leer en Semana Santa
Semana Santa nos llama a detenernos, a mirar más allá de lo cotidiano y a buscar respuestas a las preguntas que han definido la historia humana: ¿quién fue Jesucristo? ¿Qué nos dice la razón sobre Dios? En Guatemala, donde las calles se llenan de alfombras y el aire de incienso, dos libros iluminan estas incógnitas con rigor y profundidad, ideales para esta Semana Santa.
El primero es El caso de Cristo (1998), de Lee Strobel. La obra narra el viaje de un periodista escéptico y ateo convencido, que decide refutar la fe cristiana de su esposa y «rescatarla» de lo que consideraba una creencia irracional. Para ello, emprende una investigación periodística que se extiende durante dos años, entrevistando a trece expertos en distintas disciplinas científicas. Sin embargo, las evidencias históricas, textuales y circunstanciales que encuentra lo llevan a cuestionar su propio ateísmo. Con ritmo de thriller, Strobel construye una investigación sobre la vida, muerte y resurrección de Jesús que desafía las convicciones más profundas.
En su relato, nos cuenta del Dr. Craig Blomberg, experto en fiabilidad del Nuevo Testamento, quien afirma que los Evangelios, escritos entre los 70 y 90 d.C., se basan en testigos oculares, a diferencia de biografías como las de Alejandro Magno, redactadas 400 años después. El credo de 1 Corintios 15, datado 2-5 años tras la crucifixión, proclama desde tan pronto la resurrección: «… pues afirmamos que Dios resucitó a Cristo». Es decir, no fue un invento posterior creado con el paso del tiempo.
El Dr. Bruce Metzger, una de las máximas autoridades en crítica textual, expone que se han encontrado más de 5,000 manuscritos griegos del Nuevo Testamento, incluyendo un fragmento del Evangelio de Juan fechado alrededor del año 125 d.C. A esto se suman tempranas traducciones al latín, siriaco, copto, armenio, georgiano y etíope, lo que eleva el total a más de 24,000 manuscritos con una concordancia asombrosa, superior a la de cualquier otro texto religioso conocido. Además de la evidencia interna de los evangelios, el Dr. Edwin Yamauchi, historiador de la antigüedad, recurre a fuentes extrabíblicas como Flavio Josefo, Tácito y Plinio el Joven, cuyos escritos confirman la existencia histórica de Jesús ya desde el siglo I.
El Dr. John McRay, arqueólogo, confirma diversos aspectos históricos presentes en los evangelios, como la ruta de Jesús por la región de la Decápolis, la existencia de Nazaret en el siglo I d.C., la posibilidad de que hayan existido dos gobernadores llamados Quirinio en Siria, o la presencia de Lisanio como tetrarca de Abilene alrededor del año 27 d.C. Por su parte, el Dr. Alexander Metherell, médico, aporta evidencia desde el campo de la medicina: explica fenómenos como la hematidrosis —una condición en la que una persona, bajo estrés extremo, suda sangre por ruptura de capilares en las glándulas sudoríparas— y el shock hipovolémico, caracterizado por taquicardia, presión arterial baja, anuria e intensa sed, síntomas compatibles con los relatos de la crucifixión. Finalmente, los doctores William Lane Craig, filósofo, y Gary Habermas, historiador, argumentan a favor de la historicidad de la tumba vacía y de las apariciones de Jesús, basándose en testimonios tempranos ampliamente documentados.
El Dr. Louis Lapides, teólogo judío convertido al cristianismo, calcula que la probabilidad de que alguien cumpliera todas las profecías mesiánicas es de una en cien mil millones de billones. Los teólogos Ben Witherington III y D.A. Carson profundizan en la afirmación de la divinidad de Jesús, analizando su uso del término «Abba» —una forma íntima de referirse a Dios como Padre—, su manera singular de enseñar introduciendo sus palabras con la fórmula «Amén les digo», y su autodefinición como el «Hijo del Hombre». Por su parte, el Dr. Gary Collins, psicólogo, descarta con argumentos clínicos cualquier indicio de trastorno mental en Jesús, mientras que el filósofo J.P. Moreland destaca cómo el auge inicial de la Iglesia —a pesar de la brutal represión romana— constituye un poderoso testimonio del impacto transformador de la resurrección. Ante esta suma de evidencias, el libro deja una pregunta ineludible: ¿puede alguien negar racionalmente la divinidad de Cristo?
En Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios (2023), José Carlos González-Hurtado sostiene que los avances científicos actuales sugieren un diseño inteligente en el universo, desafiando tanto a creyentes como a ateos a mirar más allá del azar. El autor presenta numerosos casos de científicos que, lejos de descartar a Dios, lo citan como una hipótesis razonable. Uno de los ejemplos más reveladores es el del Dr. Fred Hoyle, reconocido astrónomo, quien se mostró escéptico ante la idea del azar al descubrir que las constantes universales están ajustadas con una precisión de una en 10^120, lo cual hace posible la vida. Para él, era como si alguien hubiera «alterado los dados». De forma similar, el físico teórico Frank Tipler y el ingeniero de materiales Walter Bradley explican este ajuste fino como un fenómeno cuyas probabilidades resultan prácticamente imposibles. En el campo de la biología, el Dr. Francis Collins —genetista y director del Proyecto Genoma Humano— abandonó el ateísmo tras descifrar el ADN humano: tres mil millones de letras perfectamente codificadas, que sugieren un diseño intencionado y no meramente casual.
El Dr. Werner Heisenberg, físico y pionero de la mecánica cuántica, rompió con el determinismo materialista al formular el principio de incertidumbre, abriendo así la posibilidad de la libertad humana frente al universo. El matemático David Hilbert, por su parte, ilustra con su famosa paradoja del Hotel Infinito la imposibilidad lógica de un universo sin comienzo. Desde la filosofía, el Dr. Richard Swinburne, profesor emérito de Oxford, sostiene que la hipótesis del multiverso —la existencia de un “trillón de universos”— resulta mucho menos razonable que la existencia de un único Dios como causa primera. Del Big Bang a la complejidad del genoma, este libro entrelaza con maestría ciencia y fe. Es, en última instancia, una invitación a contemplar el cielo durante la Semana Santa y preguntarnos: ¿no será que la ciencia, lejos de alejarnos, nos está acercando al Creador?
Estas recomendaciones de lectura son una invitación a explorar el misterio de la vida desde la razón, la evidencia y la búsqueda de sentido. Cierro, entonces, deseando a todos —creyentes o no— una Semana Santa de descanso y reflexión, en la que podamos volver la mirada hacia la virtud del ciudadano y el sentido profundo de nuestra existencia. Que este tiempo nos permita renovar propósitos y caminar con mayor claridad hacia una vida más plena, más consciente y más justa con nosotros mismos y con los demás. Que así sea.