Cuando la confianza es utilizada como herramienta de manipulación, el golpe no solo es económico: es personal, íntimo y profundamente doloroso.
Imagínese viajando por el Mediterráneo, en un crucero, acompañada por una amiga cercana. Observa cómo ella entra a Cartier, compra en boutiques exclusivas de la Costa Azul, gasta sin reparo ni preocupación. Usted sonríe, acompaña, trata de disfrutar… pero algo dentro de usted no está en paz. Una voz silenciosa le dice que algo no encaja. Su “amiga” gasta como si el dinero nunca fuera a acabarse, y usted, sin saberlo aún, está a punto de perder casi medio millón de quetzales.
Lo más duro no es el fraude financiero. Es la traición.
La supuesta amiga ya sabía que su inversión estaba perdida. Lo supo desde hacía meses. Incluso, colaboró en vaciar la oficina de los responsables del fraude. Pero no le dijo nada. Prefirió compartir copas y sonrisas mientras el dinero desaparecía detrás del telón de su supuesta amistad. Pensé que nunca me pasaría. Hasta que pasó. Yo también fui víctima. Invertí por confianza, no por análisis. La madre de Christian Rodas Alzugaray fue quien me compartió la información sobre el supuesto fondo Capital Group para invertir en criptomoneda. Y confié. Grave error. Nunca se hizo la inversión, el fondo estaba diseñado para estafar a los inversionistas, hoy lo entiendo perfectamente.
El ciclo clásico de estas estafas es que primero contestan, se muestran atentos, afables; dicen que todo se resolverá pronto. “Tenga paciencia”, “estamos viendo opciones”, “solo es cuestión de tiempo”. Y uno, que quiere creer, espera. Porque es más fácil pensar que todo fue un malentendido que aceptar que una amiga lo ha traicionado.
Después, las respuestas tardan. Días, luego semanas, hasta que el silencio se impone, y uno entiende: ya no van a pagar. Nunca lo iban a hacer. Solo estaban ganando tiempo.
Recuerdo una conversación puntual, durante un desayuno, cuando en el viaje me di cuenta de que todo era un engaño, la madre de Christian me explicó, con calma y sin pestañear, lo inútil que sería demandar: —“Si quieres, demanda… pero solo vas a perder más dinero en abogados del que ya perdiste”, me dijo. Y agregó: —“A los que no demanden, quizás en dos años les pagamos.” Y lo dijo así puntualmente, en ese momento, le dije: “Si tu hijo es inocente, que de la cara y resuelva”, por supuesto, esa fue la última vez que hablé con ella, preferí retirarme antes de decir una grosería.
Esa frialdad es difícil de describir. Uno espera cinismo de un ladrón. Pero no de alguien que ha compartido su mesa, que le ha llamado “amiga”.
Christian Rodas Alzugaray desapareció, y con él más de veinte millones de dólares, según el total de demandas que acumula.
No se dejen engañar, no confundan carisma con integridad, no bajen la guardia solo porque alguien les dice “amiga”. Las traiciones más dolorosas no vienen de extraños… vienen de quienes conocían nuestras debilidades.
Hay más de sesenta demandas en su contra. Pero tal como su madre lo predijo, el sistema no ha hecho nada. Ni justicia, ni consecuencias.
He seguido con atención el caso de Lisa Paschke y su empresa MOON. Lo observaba con distancia, con escepticismo. Me parece increíble, sobre todo porque apenas hace dos años lo viví en carne propia.
En el caso de Lisa Paschke, según lo reportado por República, ella asegura que todo es una “campaña de difamación”. Pero si las personas le están pidiendo que les devuelva su dinero… ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué no presenta un plan de pago, una solución transparente, responsable, con garantías? Conozco a mucha gente afectada y que no le ha pagado su inversión. ¿Dónde está el dinero?
Este nuevo tipo de robos es más sofisticado, más íntimo. Ya no se ejecuta desde las sombras, sino desde cenas privadas, casas de playa, almuerzos con sonrisas. No se presenta con intimidación, sino con encanto.
Estas personas no actúan como delincuentes comunes. Son carismáticas, elegantes, confiables. Saben cómo ganarse tu confianza. Te invitan, te integran, te confían secretos. Te “cultivan” emocionalmente hasta que bajas la guardia. Y cuando ya no sospechas de nada… ejecutan.
Lo más triste es que muchos, incluso después de todo, aún piensan: “a mí sí me va a pagar”. Porque la ilusión de la amistad pesa más que la evidencia. Esa es la verdadera habilidad de estas estafadoras con encanto: logran que dudes de ti antes que de ellas.
Esto no se soluciona en redes sociales, ni con memes ni con escarnio público. Se debe resolver en los juzgados, con investigaciones serias y procesos legales. Pero eso no ocurre, primero por la lentitud del sistema, segundo por la corrupción estructural, y tercero porque los afectados estamos fragmentados. Aislados. Esperando que el estafador cumpla su palabra… mientras ellos siguen ganando tiempo.
Celebro que medios como Con Criterio y República estén cubriendo este caso desde distintos ángulos. La verdad no tiene una sola cara, pero merece ser buscada con rigor. Ojalá más periodistas y autoridades tomen nota.
Mientras tanto, solo puedo decir esto: No se dejen engañar, no confundan carisma con integridad, no bajen la guardia solo porque alguien les dice “amiga”. Las traiciones más dolorosas no vienen de extraños… vienen de quienes conocían nuestras debilidades.
Y supieron cómo usarlas.
Inversiones, afecto y engaño: el nuevo rostro de la estafa
Cuando la confianza es utilizada como herramienta de manipulación, el golpe no solo es económico: es personal, íntimo y profundamente doloroso.
Imagínese viajando por el Mediterráneo, en un crucero, acompañada por una amiga cercana. Observa cómo ella entra a Cartier, compra en boutiques exclusivas de la Costa Azul, gasta sin reparo ni preocupación. Usted sonríe, acompaña, trata de disfrutar… pero algo dentro de usted no está en paz. Una voz silenciosa le dice que algo no encaja. Su “amiga” gasta como si el dinero nunca fuera a acabarse, y usted, sin saberlo aún, está a punto de perder casi medio millón de quetzales.
Lo más duro no es el fraude financiero. Es la traición.
La supuesta amiga ya sabía que su inversión estaba perdida. Lo supo desde hacía meses. Incluso, colaboró en vaciar la oficina de los responsables del fraude. Pero no le dijo nada. Prefirió compartir copas y sonrisas mientras el dinero desaparecía detrás del telón de su supuesta amistad. Pensé que nunca me pasaría. Hasta que pasó. Yo también fui víctima. Invertí por confianza, no por análisis. La madre de Christian Rodas Alzugaray fue quien me compartió la información sobre el supuesto fondo Capital Group para invertir en criptomoneda. Y confié. Grave error. Nunca se hizo la inversión, el fondo estaba diseñado para estafar a los inversionistas, hoy lo entiendo perfectamente.
El ciclo clásico de estas estafas es que primero contestan, se muestran atentos, afables; dicen que todo se resolverá pronto. “Tenga paciencia”, “estamos viendo opciones”, “solo es cuestión de tiempo”. Y uno, que quiere creer, espera. Porque es más fácil pensar que todo fue un malentendido que aceptar que una amiga lo ha traicionado.
Después, las respuestas tardan. Días, luego semanas, hasta que el silencio se impone, y uno entiende: ya no van a pagar. Nunca lo iban a hacer. Solo estaban ganando tiempo.
Recuerdo una conversación puntual, durante un desayuno, cuando en el viaje me di cuenta de que todo era un engaño, la madre de Christian me explicó, con calma y sin pestañear, lo inútil que sería demandar: —“Si quieres, demanda… pero solo vas a perder más dinero en abogados del que ya perdiste”, me dijo. Y agregó: —“A los que no demanden, quizás en dos años les pagamos.” Y lo dijo así puntualmente, en ese momento, le dije: “Si tu hijo es inocente, que de la cara y resuelva”, por supuesto, esa fue la última vez que hablé con ella, preferí retirarme antes de decir una grosería.
Esa frialdad es difícil de describir. Uno espera cinismo de un ladrón. Pero no de alguien que ha compartido su mesa, que le ha llamado “amiga”.
Christian Rodas Alzugaray desapareció, y con él más de veinte millones de dólares, según el total de demandas que acumula.
No se dejen engañar, no confundan carisma con integridad, no bajen la guardia solo porque alguien les dice “amiga”. Las traiciones más dolorosas no vienen de extraños… vienen de quienes conocían nuestras debilidades.
Hay más de sesenta demandas en su contra. Pero tal como su madre lo predijo, el sistema no ha hecho nada. Ni justicia, ni consecuencias.
He seguido con atención el caso de Lisa Paschke y su empresa MOON. Lo observaba con distancia, con escepticismo. Me parece increíble, sobre todo porque apenas hace dos años lo viví en carne propia.
En el caso de Lisa Paschke, según lo reportado por República, ella asegura que todo es una “campaña de difamación”. Pero si las personas le están pidiendo que les devuelva su dinero… ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué no presenta un plan de pago, una solución transparente, responsable, con garantías? Conozco a mucha gente afectada y que no le ha pagado su inversión. ¿Dónde está el dinero?
Este nuevo tipo de robos es más sofisticado, más íntimo. Ya no se ejecuta desde las sombras, sino desde cenas privadas, casas de playa, almuerzos con sonrisas. No se presenta con intimidación, sino con encanto.
Estas personas no actúan como delincuentes comunes. Son carismáticas, elegantes, confiables. Saben cómo ganarse tu confianza. Te invitan, te integran, te confían secretos. Te “cultivan” emocionalmente hasta que bajas la guardia. Y cuando ya no sospechas de nada… ejecutan.
Lo más triste es que muchos, incluso después de todo, aún piensan: “a mí sí me va a pagar”. Porque la ilusión de la amistad pesa más que la evidencia. Esa es la verdadera habilidad de estas estafadoras con encanto: logran que dudes de ti antes que de ellas.
Esto no se soluciona en redes sociales, ni con memes ni con escarnio público. Se debe resolver en los juzgados, con investigaciones serias y procesos legales. Pero eso no ocurre, primero por la lentitud del sistema, segundo por la corrupción estructural, y tercero porque los afectados estamos fragmentados. Aislados. Esperando que el estafador cumpla su palabra… mientras ellos siguen ganando tiempo.
Celebro que medios como Con Criterio y República estén cubriendo este caso desde distintos ángulos. La verdad no tiene una sola cara, pero merece ser buscada con rigor. Ojalá más periodistas y autoridades tomen nota.
Mientras tanto, solo puedo decir esto: No se dejen engañar, no confundan carisma con integridad, no bajen la guardia solo porque alguien les dice “amiga”. Las traiciones más dolorosas no vienen de extraños… vienen de quienes conocían nuestras debilidades.
Y supieron cómo usarlas.