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Homenaje a mi padre

Esas tres zonas neutrales son aún hoy mi refugio, las cosas que más me gusta hacer para escaparme de la realidad cuando se torna muy pesada y empieza a abrumar.

.
Rodrigo Fernández Ordóñez |
19 de julio, 2024

Regularmente, las celebraciones del día del padre suelen pasar sin pena ni gloria en la ajetreada agenda cotidiana. Tanto es así que, pese a que soy padre de tres hermosas niñas, las distintas agendas no nos permitieron coincidir para celebrarlo y no fue sino hasta pasados unos días de la fecha en que le pude dedicar unos pensamientos a mi propio padre, ya fallecido hace casi 20 años.

Para ser totalmente sinceros, la relación con mi padre fue siempre tirante. Quizás era que éramos muy parecidos de carácter y eso hacía voluble la relación, que tendía a derivar siempre hacia tensas discusiones o, posteriormente, a un prudente alejamiento mutuo para evitar choques. Por fortuna, siempre encontramos tierras neutrales para que la relación fuera de alguna manera llevadera, porque, a pesar de las diferencias y las similitudes, había amor y respeto entre ambos.

Una de esas tierras neutrales fue siempre la literatura. Fue él quien me indujo desde temprana edad a la literatura, procurando que adquiriera el hábito maravilloso de la lectura que me ha acompañado desde pequeño. Puedo orgullosamente suscribir la frase de Mario Vargas Llosa: «lo mejor que me ha pasado en la vida fue aprender a leer». Este hábito no solo me ha permitido ampliar considerablemente el conocimiento del idioma español, sino también ampliar los horizontes de la mente en todo sentido, permitiéndome viajar hasta lugares que ignoro si podrán algún día ver mis ojos o enfrentar mis convicciones a otras formas de pensar, derrumbando mis prejuicios y conceptos erróneos. Recuerdo con mucho cariño las tardes en que, pasando a visitarlo, intercambiábamos recomendaciones de nuestras recientes lecturas. En los últimos años, le entusiasmaban especialmente los libros de viajes, sobre todo las maravillosas crónicas de Javier Reverte, uno de mis autores favoritos. También tengo que agradecerle a él haber conocido a Enrique Gómez Carrillo, mi autor de cabecera y santo patrono.

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Por esos buenos momentos quería aprovechar, aunque un poco a destiempo, a hacerle este amoroso homenaje a ese hombre, a ratos duro, pero muy generoso en compartir sus amores y aficiones. Feliz día del padre en donde quiera que estés y gracias por todo.

La segunda tierra neutral era la música. Aún el día de hoy en que me siento a escribir estas líneas me acompaña de fondo la programación de Radio Faro Cultural, emisora que mi papá solía escuchar religiosamente, todos los días. Todavía recuerdo la emoción con la que entraba en Musical, una tienda de discos de música clásica en la que abastecía su pequeña colección de discos compactos, en su mayoría de ópera. Como compositor, le interesaba sobre todo Beethoven, de quien había leído biografías y ensayos, inclinándose a preferir a «Pastoral» sobre el resto de sus sinfonías.

La tercera tierra neutral fue el cine, o más bien las películas, porque de ir a una sala de cine era poco amigo. Recuerdo que en los tiempos en que los domingos, martes o jueves en que se estrenaban películas en el mítico Canal 3, a partir de las 8 de la noche, se instalaba en su sillón para ver el estreno de turno. Recuerdo que le impresionó favorablemente la cinta «Amadeus», en la que Tom Hulce encarnaba al compositor y Salieri, su supuesto eterno contrincante, era interpretado por el genial Murray Abraham. Recuerdo que fue a ver al cine la magnífica obra de Bertolucci, «El último emperador», que aborda las peripecias de Henri Pu Yi, el heredero del trono del Celeste Imperio; aunque, claramente, las películas de sus amores eran las tres cintas de «El Padrino» y la inquietante «El último tango en París». Fuimos al cine en dos ocasiones, una para ver «Mediterráneo», una cinta italiana que es aún hoy una de mis favoritas y también lo acompañé a ver «Los reyes del mango», la triste historia de dos hermanos, exiliados cubanos en Nueva York, caracterizados por Antonio Banderas y Armand Assante.

Esas tres zonas neutrales son aún hoy mi refugio, las cosas que más me gusta hacer para escaparme de la realidad cuando se torna muy pesada y empieza a abrumar y son las mismas tres zonas las que pretendo compartir con mis hijas, esperando que ellas encuentren en ellas solaz y refugio, tal y como en su momento me los regaló mi padre. Muchas palabras quedaron sin decir, pero puedo afirmar con tranquilidad que antes de morir estábamos en paz y pudimos recurrir al diálogo mudo de los gestos cariñosos hasta el momento en que dio su último suspiro. Por esos buenos momentos quería aprovechar, aunque un poco a destiempo, a hacerle este amoroso homenaje a ese hombre, a ratos duro, pero muy generoso en compartir sus amores y aficiones. Feliz día del padre en donde quiera que estés y gracias por todo.

Homenaje a mi padre

Esas tres zonas neutrales son aún hoy mi refugio, las cosas que más me gusta hacer para escaparme de la realidad cuando se torna muy pesada y empieza a abrumar.

Rodrigo Fernández Ordóñez |
19 de julio, 2024
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Regularmente, las celebraciones del día del padre suelen pasar sin pena ni gloria en la ajetreada agenda cotidiana. Tanto es así que, pese a que soy padre de tres hermosas niñas, las distintas agendas no nos permitieron coincidir para celebrarlo y no fue sino hasta pasados unos días de la fecha en que le pude dedicar unos pensamientos a mi propio padre, ya fallecido hace casi 20 años.

Para ser totalmente sinceros, la relación con mi padre fue siempre tirante. Quizás era que éramos muy parecidos de carácter y eso hacía voluble la relación, que tendía a derivar siempre hacia tensas discusiones o, posteriormente, a un prudente alejamiento mutuo para evitar choques. Por fortuna, siempre encontramos tierras neutrales para que la relación fuera de alguna manera llevadera, porque, a pesar de las diferencias y las similitudes, había amor y respeto entre ambos.

Una de esas tierras neutrales fue siempre la literatura. Fue él quien me indujo desde temprana edad a la literatura, procurando que adquiriera el hábito maravilloso de la lectura que me ha acompañado desde pequeño. Puedo orgullosamente suscribir la frase de Mario Vargas Llosa: «lo mejor que me ha pasado en la vida fue aprender a leer». Este hábito no solo me ha permitido ampliar considerablemente el conocimiento del idioma español, sino también ampliar los horizontes de la mente en todo sentido, permitiéndome viajar hasta lugares que ignoro si podrán algún día ver mis ojos o enfrentar mis convicciones a otras formas de pensar, derrumbando mis prejuicios y conceptos erróneos. Recuerdo con mucho cariño las tardes en que, pasando a visitarlo, intercambiábamos recomendaciones de nuestras recientes lecturas. En los últimos años, le entusiasmaban especialmente los libros de viajes, sobre todo las maravillosas crónicas de Javier Reverte, uno de mis autores favoritos. También tengo que agradecerle a él haber conocido a Enrique Gómez Carrillo, mi autor de cabecera y santo patrono.

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La segunda tierra neutral era la música. Aún el día de hoy en que me siento a escribir estas líneas me acompaña de fondo la programación de Radio Faro Cultural, emisora que mi papá solía escuchar religiosamente, todos los días. Todavía recuerdo la emoción con la que entraba en Musical, una tienda de discos de música clásica en la que abastecía su pequeña colección de discos compactos, en su mayoría de ópera. Como compositor, le interesaba sobre todo Beethoven, de quien había leído biografías y ensayos, inclinándose a preferir a «Pastoral» sobre el resto de sus sinfonías.

La tercera tierra neutral fue el cine, o más bien las películas, porque de ir a una sala de cine era poco amigo. Recuerdo que en los tiempos en que los domingos, martes o jueves en que se estrenaban películas en el mítico Canal 3, a partir de las 8 de la noche, se instalaba en su sillón para ver el estreno de turno. Recuerdo que le impresionó favorablemente la cinta «Amadeus», en la que Tom Hulce encarnaba al compositor y Salieri, su supuesto eterno contrincante, era interpretado por el genial Murray Abraham. Recuerdo que fue a ver al cine la magnífica obra de Bertolucci, «El último emperador», que aborda las peripecias de Henri Pu Yi, el heredero del trono del Celeste Imperio; aunque, claramente, las películas de sus amores eran las tres cintas de «El Padrino» y la inquietante «El último tango en París». Fuimos al cine en dos ocasiones, una para ver «Mediterráneo», una cinta italiana que es aún hoy una de mis favoritas y también lo acompañé a ver «Los reyes del mango», la triste historia de dos hermanos, exiliados cubanos en Nueva York, caracterizados por Antonio Banderas y Armand Assante.

Esas tres zonas neutrales son aún hoy mi refugio, las cosas que más me gusta hacer para escaparme de la realidad cuando se torna muy pesada y empieza a abrumar y son las mismas tres zonas las que pretendo compartir con mis hijas, esperando que ellas encuentren en ellas solaz y refugio, tal y como en su momento me los regaló mi padre. Muchas palabras quedaron sin decir, pero puedo afirmar con tranquilidad que antes de morir estábamos en paz y pudimos recurrir al diálogo mudo de los gestos cariñosos hasta el momento en que dio su último suspiro. Por esos buenos momentos quería aprovechar, aunque un poco a destiempo, a hacerle este amoroso homenaje a ese hombre, a ratos duro, pero muy generoso en compartir sus amores y aficiones. Feliz día del padre en donde quiera que estés y gracias por todo.

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