Hasta que la Constitución se fue por la ventana
Bukele no solo tiró la Constitución por la ventana, sino que también está diseñando toda una leyenda a su alrededor, como otro dictador más en la lista.
El fin de semana tuvo lugar la toma de posesión, o mejor dicho el asalto a la Constitución política, en El Salvador. Bukele aseguró, por lo menos, cinco años más en la Presidencia. Sin embargo, su reelección, pese a la prohibición constitucional, sienta un precedente que podría abrir la puerta a que el presidente extienda su mandato de manera indefinida, especialmente cuando tiene el control de todas las instituciones claves del Estado.
Lo que en un inicio era un acto protocolario, en realidad, fue un punto y aparte en la historia de El Salvador. Esto se debe a que no solo se observaron un sinfín de símbolos que auguran el futuro de este país, sino que también selló la sentencia de muerte de la Constitución.
La firma del trato fáustico
En la tradición occidental, un trato fáustico, también conocido como un pacto con el diablo, se entiende como un contratato en el que una persona intercambia algo de gran importancia moral por algún beneficio material. En este caso, podríamos interpretar la toma de posesión de Bukele como un intercambio de los derechos y garantías constitucionales de los salvadoreños por bienes más superficiales como la seguridad, la cual ha sido la moneda de cambio de su gobierno.
Muchos de los teóricos contractualistas interpretan la Constitución como un contrato entre dos actores, los ciudadanos y el Estado. Por ende, los derechos son inherentes a los individuos y son previos a la firma de este pacto, dado que el gobierno y su documento constitutivo se crea con la única finalidad de garantizar y proteger dichos derechos. Así pues, cuando Bukele no respecta los preceptos constitucionales, no solo modifica la naturaleza de la Constitución, sino que, lo que en un momento era un contrato de protección, ahora se ha convertido en un papel arrugado que puede ser moldeado al antojo de quien esté en el poder.
Bukele no solo tiró la Constitución por la ventana, sino que también está diseñando toda una leyenda a su alrededor, como otro dictador más en la lista.
Cuando el gobierno salvadoreño justifica esta acción, aludiendo a la voluntad de la mayoría, es peligroso. En primer lugar, dicha “mayoría” es muy cuestionable, dadas las condiciones en las que se ejerció el voto y la incertidumbre que se percibía en el ambiente electoral. Por otro lado, debería ser más que evidente que, a pesar de que las mayorías son una condición necesaria para resguardar el espíritu democrático, estas no son suficientes para que actúen de forma ilimitada. En otras palabras, hay ámbitos, como el respecto a los derechos y las garantías constitucionales, que no deberían ser manipuladas al antojo de las mayorías.
Símbolos que trascienden
Más allá de la interpretación que se puede hacer sobre el acto de toma de posesión de Bukele en El Salvador, los hechos innegables los encontramos en los símbolos presentes en la ceremonia.
Como era de esperarse, las fuerzas armadas tomaron un papel central en el acto. La lucha contra las maras y la inseguridad se ha convertido en la moneda de cambio del gobierno y es lo que lo ha colocado en el mapa internacional. No obstante, la presencia de un operativo tan fuerte también nos hace recordar los tiempos de los líderes autoritarios y dictadores militares.
En su discurso tras jurar como presidente, Bukele utilizó la narrativa religiosa para calificar los resultados de su gobierno como “un milagro de Dios”. Es decir, el presidente utiliza la simbología del “ungido de Dios” para reafirmar la idea de que no se trata únicamente de un presidente electo democráticamente, sino que hay algo más detrás de sus intenciones políticas.
Esta situación evidencia cómo Bukele no solo tiró la Constitución por la ventana, sino que también está diseñando toda una leyenda a su alrededor, como otro dictador más en la lista.
Hasta que la Constitución se fue por la ventana
Bukele no solo tiró la Constitución por la ventana, sino que también está diseñando toda una leyenda a su alrededor, como otro dictador más en la lista.
El fin de semana tuvo lugar la toma de posesión, o mejor dicho el asalto a la Constitución política, en El Salvador. Bukele aseguró, por lo menos, cinco años más en la Presidencia. Sin embargo, su reelección, pese a la prohibición constitucional, sienta un precedente que podría abrir la puerta a que el presidente extienda su mandato de manera indefinida, especialmente cuando tiene el control de todas las instituciones claves del Estado.
Lo que en un inicio era un acto protocolario, en realidad, fue un punto y aparte en la historia de El Salvador. Esto se debe a que no solo se observaron un sinfín de símbolos que auguran el futuro de este país, sino que también selló la sentencia de muerte de la Constitución.
La firma del trato fáustico
En la tradición occidental, un trato fáustico, también conocido como un pacto con el diablo, se entiende como un contratato en el que una persona intercambia algo de gran importancia moral por algún beneficio material. En este caso, podríamos interpretar la toma de posesión de Bukele como un intercambio de los derechos y garantías constitucionales de los salvadoreños por bienes más superficiales como la seguridad, la cual ha sido la moneda de cambio de su gobierno.
Muchos de los teóricos contractualistas interpretan la Constitución como un contrato entre dos actores, los ciudadanos y el Estado. Por ende, los derechos son inherentes a los individuos y son previos a la firma de este pacto, dado que el gobierno y su documento constitutivo se crea con la única finalidad de garantizar y proteger dichos derechos. Así pues, cuando Bukele no respecta los preceptos constitucionales, no solo modifica la naturaleza de la Constitución, sino que, lo que en un momento era un contrato de protección, ahora se ha convertido en un papel arrugado que puede ser moldeado al antojo de quien esté en el poder.
Bukele no solo tiró la Constitución por la ventana, sino que también está diseñando toda una leyenda a su alrededor, como otro dictador más en la lista.
Cuando el gobierno salvadoreño justifica esta acción, aludiendo a la voluntad de la mayoría, es peligroso. En primer lugar, dicha “mayoría” es muy cuestionable, dadas las condiciones en las que se ejerció el voto y la incertidumbre que se percibía en el ambiente electoral. Por otro lado, debería ser más que evidente que, a pesar de que las mayorías son una condición necesaria para resguardar el espíritu democrático, estas no son suficientes para que actúen de forma ilimitada. En otras palabras, hay ámbitos, como el respecto a los derechos y las garantías constitucionales, que no deberían ser manipuladas al antojo de las mayorías.
Símbolos que trascienden
Más allá de la interpretación que se puede hacer sobre el acto de toma de posesión de Bukele en El Salvador, los hechos innegables los encontramos en los símbolos presentes en la ceremonia.
Como era de esperarse, las fuerzas armadas tomaron un papel central en el acto. La lucha contra las maras y la inseguridad se ha convertido en la moneda de cambio del gobierno y es lo que lo ha colocado en el mapa internacional. No obstante, la presencia de un operativo tan fuerte también nos hace recordar los tiempos de los líderes autoritarios y dictadores militares.
En su discurso tras jurar como presidente, Bukele utilizó la narrativa religiosa para calificar los resultados de su gobierno como “un milagro de Dios”. Es decir, el presidente utiliza la simbología del “ungido de Dios” para reafirmar la idea de que no se trata únicamente de un presidente electo democráticamente, sino que hay algo más detrás de sus intenciones políticas.
Esta situación evidencia cómo Bukele no solo tiró la Constitución por la ventana, sino que también está diseñando toda una leyenda a su alrededor, como otro dictador más en la lista.