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Guía para bebés para aprender a mentir

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Alejandra Osorio |
06 de febrero, 2025

Mentir puede ser tan sencillo como deslizarse sobre un piso recién lavado. Para algunos se vuelve una segunda naturaleza, mientras que otros se enredan entre las mismas redes que han tejido a través de las palabras. Hay otros que defenderán la necesidad de crear mentiras para salvaguardar emociones, pero otros más dirán que en ninguna circunstancia es válido mentir. Quizá la verdad, por lo menos para un dios, esté en medio de esos extremos. Después de todo, si tu título es señor de los ladrones, de la astucia y las mentiras, debes estar seguro de por qué se utilizan.

Un bebé prodigio

El mismo día en que nació, el hijo de Zeus y Maya ya estaba causando problemas. Todo empezó cuando esta Pléyade desvió su mirada y dejó al recién nacido en su cuna. Aparentemente, hacer lo que hace un bebé no era suficiente para un dios, mucho menos para Hermes. Así que se escapó rumbo a Piería, lugar donde encontró el ganado sagrado de su medio hermano, Apolo. Sin pensarlo dos veces, se robó unos cuantos bueyes y, con sus poderes, causó que las pezuñas de los animales estuvieran al revés. Hermes era precavido desde muy joven; por ello, no nos debe extrañar que tratara de asegurar que nadie lo siguiese.

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Así pues, el bebé dios escondió al ganado, no sin antes devorar a dos de los bueyes. Después de comer, Hermes todavía no quería regresar a casa. Por ello, se puso a jugar con un caparazón de tortuga y jugó tanto con él que terminó alterando su forma hasta crear una lira, la primera en todo el mundo. Ahora sí, una vez saciada su hambre y su necesidad de jugar, Hermes regresó a su cuna.

Claro está, nadie te puede forzar a no decirlas. Aunque siempre he pensado que la verdad es una y, por lo tanto, la mejor política para sobrevivir en esta existencia, cada uno elige y traza su propio camino.

Sin embargo, nada está oculto entre el cielo y la tierra, por lo que era natural que el dios Apolo se diese cuenta de que su ganado no estaba completo. Además, el engaño, aunque bueno, no fue suficiente para evitar que encontrase a su medio hermano. Al llegar, no le importó la presencia de la madre y le empezó a preguntar a Hermes qué había hecho con los bueyes, pero el bebé negaba todo. Él era inocente y no sabía de lo que hablaba Apolo.

El conflicto llegó a tal punto que Apolo tomó al bebé y lo llevó ante Zeus en el Monte Olimpo. Sin embargo, el rey de los dioses solo lanzó una carcajada ante la travesura del pequeño, pero le ordenó que le devolviera el ganado a su hermano. Como lo pidió Zeus, Hermes lo hizo. No obstante, también tuvo que explicarle a Apolo que se había comido dos de sus bueyes. Y, para intentar ganar su perdón, le regaló la lira que había creado.

Y nosotros los mortales

Muchas veces, como Hermes, mentir es una necesidad para obtener un fin, pero también sirve como escudo ante las heridas de la verdad. Al fin de cuentas, como dijo William Blake, en «Augurios de inocencia», «una verdad contada con mala intención puede con todas las mentiras que puedas inventar». Ahora bien, sea cual sea el caso, incluso en el mundo de los dioses, las mentiras parecieran solo complicar el panorama. Claro está, nadie te puede forzar a no decirlas. Aunque siempre he pensado que la verdad es una y, por lo tanto, la mejor política para sobrevivir en esta existencia, cada uno elige y traza su propio camino. Así pues, el elegir la verdad ante la posibilidad de mentir es el verdadero ejercicio de virtud. Es como lo planteó Mark Twain en un discurso que dio en 1871: él tenía un estándar incluso más alto que el mismo George Washington, pues este no podía mentir; en cambio, Twain podía mentir, pero no lo haría. Quizá, entonces, se debería imitar a Hermes en otras cosas y no en su título de señor de las mentiras.

Guía para bebés para aprender a mentir

Alejandra Osorio |
06 de febrero, 2025
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Mentir puede ser tan sencillo como deslizarse sobre un piso recién lavado. Para algunos se vuelve una segunda naturaleza, mientras que otros se enredan entre las mismas redes que han tejido a través de las palabras. Hay otros que defenderán la necesidad de crear mentiras para salvaguardar emociones, pero otros más dirán que en ninguna circunstancia es válido mentir. Quizá la verdad, por lo menos para un dios, esté en medio de esos extremos. Después de todo, si tu título es señor de los ladrones, de la astucia y las mentiras, debes estar seguro de por qué se utilizan.

Un bebé prodigio

El mismo día en que nació, el hijo de Zeus y Maya ya estaba causando problemas. Todo empezó cuando esta Pléyade desvió su mirada y dejó al recién nacido en su cuna. Aparentemente, hacer lo que hace un bebé no era suficiente para un dios, mucho menos para Hermes. Así que se escapó rumbo a Piería, lugar donde encontró el ganado sagrado de su medio hermano, Apolo. Sin pensarlo dos veces, se robó unos cuantos bueyes y, con sus poderes, causó que las pezuñas de los animales estuvieran al revés. Hermes era precavido desde muy joven; por ello, no nos debe extrañar que tratara de asegurar que nadie lo siguiese.

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Así pues, el bebé dios escondió al ganado, no sin antes devorar a dos de los bueyes. Después de comer, Hermes todavía no quería regresar a casa. Por ello, se puso a jugar con un caparazón de tortuga y jugó tanto con él que terminó alterando su forma hasta crear una lira, la primera en todo el mundo. Ahora sí, una vez saciada su hambre y su necesidad de jugar, Hermes regresó a su cuna.

Claro está, nadie te puede forzar a no decirlas. Aunque siempre he pensado que la verdad es una y, por lo tanto, la mejor política para sobrevivir en esta existencia, cada uno elige y traza su propio camino.

Sin embargo, nada está oculto entre el cielo y la tierra, por lo que era natural que el dios Apolo se diese cuenta de que su ganado no estaba completo. Además, el engaño, aunque bueno, no fue suficiente para evitar que encontrase a su medio hermano. Al llegar, no le importó la presencia de la madre y le empezó a preguntar a Hermes qué había hecho con los bueyes, pero el bebé negaba todo. Él era inocente y no sabía de lo que hablaba Apolo.

El conflicto llegó a tal punto que Apolo tomó al bebé y lo llevó ante Zeus en el Monte Olimpo. Sin embargo, el rey de los dioses solo lanzó una carcajada ante la travesura del pequeño, pero le ordenó que le devolviera el ganado a su hermano. Como lo pidió Zeus, Hermes lo hizo. No obstante, también tuvo que explicarle a Apolo que se había comido dos de sus bueyes. Y, para intentar ganar su perdón, le regaló la lira que había creado.

Y nosotros los mortales

Muchas veces, como Hermes, mentir es una necesidad para obtener un fin, pero también sirve como escudo ante las heridas de la verdad. Al fin de cuentas, como dijo William Blake, en «Augurios de inocencia», «una verdad contada con mala intención puede con todas las mentiras que puedas inventar». Ahora bien, sea cual sea el caso, incluso en el mundo de los dioses, las mentiras parecieran solo complicar el panorama. Claro está, nadie te puede forzar a no decirlas. Aunque siempre he pensado que la verdad es una y, por lo tanto, la mejor política para sobrevivir en esta existencia, cada uno elige y traza su propio camino. Así pues, el elegir la verdad ante la posibilidad de mentir es el verdadero ejercicio de virtud. Es como lo planteó Mark Twain en un discurso que dio en 1871: él tenía un estándar incluso más alto que el mismo George Washington, pues este no podía mentir; en cambio, Twain podía mentir, pero no lo haría. Quizá, entonces, se debería imitar a Hermes en otras cosas y no en su título de señor de las mentiras.

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