Guatemaltecos por la Nutrición: Un rayo de libertad para los olvidados de nuestro país
Entre desfiladeros y macizos escarpados, en una hondonada de uno de los rincones más alejados y golpeados por la desnutrición en Guatemala, surge un oasis de esperanza. Es la pequeña comunidad del Injerto, en el municipio de La Libertad, Huehuetenango, cerca de la frontera con México. Allí, el proyecto «Guatemaltecos por la Nutrición», una iniciativa de Castillo Hermanos, ha comenzado a transformar comunidades impregnadas por siglos de olvido. Donde antes solo había hambre, desesperanza y la inocencia del desconocimiento —esa profunda desconfianza hacia lo nuevo o científico, arraigada en aislamiento y tradiciones ancestrales— ahora existe un rayo de libertad, una energía transformadora que ofrece oportunidades reales y concretas.
El jueves pasado tuve la fabulosa oportunidad de visitar el campamento, y lo primero que llamó mi atención fueron las caritas felices de los colaboradores que nos recibieron. Aroldo, licenciado en Comunicación que domina el español y pop ti o jacalteco, ha organizado las asambleas para socializar esta iniciativa. No debe ser sencillo llegar a aldeas remotas y convencer a los líderes comunitarios de qué empresarios guatemaltecos genuinamente quieren combatir la desnutrición. Estas comunidades suelen recibir visitas esporádicas de extranjeros de la cooperación internacional o extensionistas gubernamentales, por lo que inicialmente un proyecto privado local pudo generar estupor y desconfianza.
Sin embargo, cuando uno observa a las madres sentadas cómodamente en la clínica, bebés en brazos y niños entretenidos jugando, se siente inmediatamente la confianza que les transmiten Karina, María, Paola, Helen, Kendy o Edy, brigadistas responsables de ingresar los datos en un sistema informático avanzado. No solo cuentan con profesionales egresados de las universidades del país como Landívar, San Carlos, Mesoamericana, Galileo, Mariano, Da Vinci y Rural; este equipo refleja claramente el enorme potencial de Guatemala cuando se brindan condiciones adecuadas para aplicar el conocimiento profesional.
Además, estos excelentes profesionales con capacidades multilingües —q’anjob’al, mam, pop ti y awakateko, entre otros— utilizan equipos altamente especializados para atender gratuitamente a nuestros compatriotas. Por ejemplo, el analizador portátil HemoCue, una inversión significativa que detecta en segundos niveles de hemoglobina en la sangre. El mínimo saludable es de 12 gramos por decilitro. Presencié cómo se le realizó la prueba a Natalie, una niña de 18 meses, quien entre llantos obtuvo un resultado de 11.4 gramos, indicando posible anemia. Inmediatamente, entregaron a su madre, Blanca, una bolsa de micronutrientes «Chispuditos», que con una cucharada diaria proporciona 21 vitaminas y minerales esenciales. Gracias a esto, Natalie podrá evitar una anemia que, sin esta ayuda, habría afectado irreversiblemente su desarrollo.
Mientras tanto, Julissa y Rodrigo, médicos del campamento, examinaban cuidadosamente a las familias en laboratorios clínicos avanzados. Luz, nutricionista, junto con Deisy, Ingrid y Jackeline, enfermeras, desarrollaron métodos eficientes que aceleran notablemente la atención médica. Allí estaba doña Ingrid, quien durante su cuarto embarazo sufrió diabetes gestacional, asistiendo a su cita mensual junto a Heidy, su hija menor. Orgullosa, nos contó que con apenas dos años, la pequeña ya reconoce claramente las vocales.
Si usted es un guatemalteco dispuesto a aportar su granito de arena, acérquese al proyecto, pues manos y corazones faltan muchos. Y si es empresario, considere el impacto que lograríamos con más empresas comprometidas con esta visión.
Aún asombrados por lo visto, Nayeli, coordinadora del campamento, junto con Glendy, administradora, nos llevaron al Centro de Estimulación Temprana. Este espacio estimula integralmente el desarrollo infantil desde temprana edad, involucrando a líderes comunitarias capacitadas para replicar estas técnicas. Las actividades fortalecen la motricidad, el lenguaje, la capacidad cognitiva y emocional, nutriendo cuerpo, mente y corazón. Ante esta realidad, cabe preguntarse: ¿Qué esfuerzos económicos y logísticos serían necesarios para que estas oportunidades lleguen a todos los niños guatemaltecos?
Pero el impacto del campamento va aún más allá. Luego visitamos el Centro de Formación Agropecuaria, donde se encuentra el taller de siembra de hortalizas, impulsado por la tecnología MANA (Modelo Agrícola Natural de Alto Rendimiento), proporcionado por la Fundación Distelsa Apoya. Este método permite cultivar simultáneamente cultivos altamente nutritivos como lechugas, cebollas y puerro en espacios reducidos, listos para cosecharse en 45 días. Además, la instalación de incubadoras para gallineros domésticos promete una nueva fuente de proteínas para estas comunidades. La eficiencia es sorprendente: con una libra de semillas producen hasta tres mil pilones entregados a las familias. Aquí no se regala el pescado, se enseña a pescar. La solidaridad no se basa en asistencialismo, sino en formar capacidades y futuros pequeños empresarios.
Al escuchar a Dany, ingeniero supervisor ambiental, y a sus técnicos José, Oscar, Allison, Gedber, Aler y Walfred, percibí su profunda satisfacción por transformar vidas. Gedber, siendo técnico en fontanería, también es licenciado en Pedagogía. Estos educadores afirmaron que esta cultura de excelencia, estándares exigentes e insumos adecuados han transformado radicalmente sus resultados y tocado profundamente sus corazones y los de las familias que atienden.
En la pequeña cocina tipo militar, Aracely preparaba con alegría pechugas envueltas en tocino para el almuerzo. José Eduardo, gerente general, y Alejandra, gerente de operaciones, escuchaban atentamente al equipo, mostrando un liderazgo auténticamente humano y solidario. Conocimiento, experiencia, eficacia, excelencia, calor humano. ¿Quién no quisiera líderes así?
Esta cultura de excelencia se aprecia claramente en cada detalle: desde Augusto, responsable del mantenimiento de los paneles solares que proveen el 77 % de la energía del campamento, hasta Tony, inicialmente evaluado por sus competencias culinarias, ahora reconocido por su precisión en medidas antropométricas. Sus compañeras en la promoción nutricional Aura, Kleidy y Blanca han absorbido esta cultura que lucha contra el conformismo. Hasta los pilotos Julio, Manfredy y Delvis lo muestran diariamente arriesgando sus vidas en despeñaderos y acantilados. Esta constante búsqueda de excelencia técnica y humana es exactamente lo que Guatemala necesita para transformar su futuro.
Si usted es un guatemalteco dispuesto a aportar su granito de arena, acérquese al proyecto, pues manos y corazones faltan muchos. Y si es empresario, considere el impacto que lograríamos con más empresas comprometidas con esta visión. Pensemos detenidamente: esta oportunidad única nos permite cambiar vidas, destinos y —¿por qué no decirlo?—el futuro mismo de nuestro país.
Guatemaltecos por la Nutrición: Un rayo de libertad para los olvidados de nuestro país
Entre desfiladeros y macizos escarpados, en una hondonada de uno de los rincones más alejados y golpeados por la desnutrición en Guatemala, surge un oasis de esperanza. Es la pequeña comunidad del Injerto, en el municipio de La Libertad, Huehuetenango, cerca de la frontera con México. Allí, el proyecto «Guatemaltecos por la Nutrición», una iniciativa de Castillo Hermanos, ha comenzado a transformar comunidades impregnadas por siglos de olvido. Donde antes solo había hambre, desesperanza y la inocencia del desconocimiento —esa profunda desconfianza hacia lo nuevo o científico, arraigada en aislamiento y tradiciones ancestrales— ahora existe un rayo de libertad, una energía transformadora que ofrece oportunidades reales y concretas.
El jueves pasado tuve la fabulosa oportunidad de visitar el campamento, y lo primero que llamó mi atención fueron las caritas felices de los colaboradores que nos recibieron. Aroldo, licenciado en Comunicación que domina el español y pop ti o jacalteco, ha organizado las asambleas para socializar esta iniciativa. No debe ser sencillo llegar a aldeas remotas y convencer a los líderes comunitarios de qué empresarios guatemaltecos genuinamente quieren combatir la desnutrición. Estas comunidades suelen recibir visitas esporádicas de extranjeros de la cooperación internacional o extensionistas gubernamentales, por lo que inicialmente un proyecto privado local pudo generar estupor y desconfianza.
Sin embargo, cuando uno observa a las madres sentadas cómodamente en la clínica, bebés en brazos y niños entretenidos jugando, se siente inmediatamente la confianza que les transmiten Karina, María, Paola, Helen, Kendy o Edy, brigadistas responsables de ingresar los datos en un sistema informático avanzado. No solo cuentan con profesionales egresados de las universidades del país como Landívar, San Carlos, Mesoamericana, Galileo, Mariano, Da Vinci y Rural; este equipo refleja claramente el enorme potencial de Guatemala cuando se brindan condiciones adecuadas para aplicar el conocimiento profesional.
Además, estos excelentes profesionales con capacidades multilingües —q’anjob’al, mam, pop ti y awakateko, entre otros— utilizan equipos altamente especializados para atender gratuitamente a nuestros compatriotas. Por ejemplo, el analizador portátil HemoCue, una inversión significativa que detecta en segundos niveles de hemoglobina en la sangre. El mínimo saludable es de 12 gramos por decilitro. Presencié cómo se le realizó la prueba a Natalie, una niña de 18 meses, quien entre llantos obtuvo un resultado de 11.4 gramos, indicando posible anemia. Inmediatamente, entregaron a su madre, Blanca, una bolsa de micronutrientes «Chispuditos», que con una cucharada diaria proporciona 21 vitaminas y minerales esenciales. Gracias a esto, Natalie podrá evitar una anemia que, sin esta ayuda, habría afectado irreversiblemente su desarrollo.
Mientras tanto, Julissa y Rodrigo, médicos del campamento, examinaban cuidadosamente a las familias en laboratorios clínicos avanzados. Luz, nutricionista, junto con Deisy, Ingrid y Jackeline, enfermeras, desarrollaron métodos eficientes que aceleran notablemente la atención médica. Allí estaba doña Ingrid, quien durante su cuarto embarazo sufrió diabetes gestacional, asistiendo a su cita mensual junto a Heidy, su hija menor. Orgullosa, nos contó que con apenas dos años, la pequeña ya reconoce claramente las vocales.
Si usted es un guatemalteco dispuesto a aportar su granito de arena, acérquese al proyecto, pues manos y corazones faltan muchos. Y si es empresario, considere el impacto que lograríamos con más empresas comprometidas con esta visión.
Aún asombrados por lo visto, Nayeli, coordinadora del campamento, junto con Glendy, administradora, nos llevaron al Centro de Estimulación Temprana. Este espacio estimula integralmente el desarrollo infantil desde temprana edad, involucrando a líderes comunitarias capacitadas para replicar estas técnicas. Las actividades fortalecen la motricidad, el lenguaje, la capacidad cognitiva y emocional, nutriendo cuerpo, mente y corazón. Ante esta realidad, cabe preguntarse: ¿Qué esfuerzos económicos y logísticos serían necesarios para que estas oportunidades lleguen a todos los niños guatemaltecos?
Pero el impacto del campamento va aún más allá. Luego visitamos el Centro de Formación Agropecuaria, donde se encuentra el taller de siembra de hortalizas, impulsado por la tecnología MANA (Modelo Agrícola Natural de Alto Rendimiento), proporcionado por la Fundación Distelsa Apoya. Este método permite cultivar simultáneamente cultivos altamente nutritivos como lechugas, cebollas y puerro en espacios reducidos, listos para cosecharse en 45 días. Además, la instalación de incubadoras para gallineros domésticos promete una nueva fuente de proteínas para estas comunidades. La eficiencia es sorprendente: con una libra de semillas producen hasta tres mil pilones entregados a las familias. Aquí no se regala el pescado, se enseña a pescar. La solidaridad no se basa en asistencialismo, sino en formar capacidades y futuros pequeños empresarios.
Al escuchar a Dany, ingeniero supervisor ambiental, y a sus técnicos José, Oscar, Allison, Gedber, Aler y Walfred, percibí su profunda satisfacción por transformar vidas. Gedber, siendo técnico en fontanería, también es licenciado en Pedagogía. Estos educadores afirmaron que esta cultura de excelencia, estándares exigentes e insumos adecuados han transformado radicalmente sus resultados y tocado profundamente sus corazones y los de las familias que atienden.
En la pequeña cocina tipo militar, Aracely preparaba con alegría pechugas envueltas en tocino para el almuerzo. José Eduardo, gerente general, y Alejandra, gerente de operaciones, escuchaban atentamente al equipo, mostrando un liderazgo auténticamente humano y solidario. Conocimiento, experiencia, eficacia, excelencia, calor humano. ¿Quién no quisiera líderes así?
Esta cultura de excelencia se aprecia claramente en cada detalle: desde Augusto, responsable del mantenimiento de los paneles solares que proveen el 77 % de la energía del campamento, hasta Tony, inicialmente evaluado por sus competencias culinarias, ahora reconocido por su precisión en medidas antropométricas. Sus compañeras en la promoción nutricional Aura, Kleidy y Blanca han absorbido esta cultura que lucha contra el conformismo. Hasta los pilotos Julio, Manfredy y Delvis lo muestran diariamente arriesgando sus vidas en despeñaderos y acantilados. Esta constante búsqueda de excelencia técnica y humana es exactamente lo que Guatemala necesita para transformar su futuro.
Si usted es un guatemalteco dispuesto a aportar su granito de arena, acérquese al proyecto, pues manos y corazones faltan muchos. Y si es empresario, considere el impacto que lograríamos con más empresas comprometidas con esta visión. Pensemos detenidamente: esta oportunidad única nos permite cambiar vidas, destinos y —¿por qué no decirlo?—el futuro mismo de nuestro país.