Guatemala ya es el mejor destino del mundo. ¿Qué pasaría si ahora trabajamos juntos para convertirla en el centro turístico del planeta?
A veces los sueños se hacen realidad sin que estemos completamente preparados para recibirlos. Así nos ha ocurrido con la noticia que hoy llena de orgullo a toda Guatemala: hemos sido elegidos el Mejor Destino Internacional del mundo para 2025, según los exigentes lectores de Condé Nast Traveler, una de las revistas más influyentes en el turismo global de lujo, cultura y estilo de vida. No fue un jurado político ni un premio comprado. Fue el voto libre de miles de viajeros de todo el planeta. Nos eligieron por lo que somos: auténticos, ricos en historia y paisajes, amables, cálidos y profundamente humanos.
Este reconocimiento no es casual. Tampoco es improvisado. Es el resultado de una estrategia silenciosa, pero firme, que ha comenzado a transformar la narrativa de Guatemala en los mercados internacionales. Mucho de ello se debe a la visión renovadora del actual director del INGUAT, Harris Whitbeck, quien, sin aumentar el presupuesto, ha logrado multiplicar el impacto y el alcance de nuestra marca-país. Whitbeck ha apostado por el poder de los datos, el análisis de tendencias globales y la narrativa cultural como elementos clave para diferenciar a Guatemala. Y ha demostrado que la inteligencia puede ser más poderosa que la abundancia.
Por primera vez, Guatemala ha estado presente con protagonismo en espacios donde antes solo aparecían potencias turísticas: la Bienal Iberoamericana de Diseño en Madrid, las semanas de la moda en Berlín y París, y la próxima Expo Universal de Osaka en Japón. En cada uno de estos foros, la propuesta fue coherente y elegante: mostrar al mundo una nación que no solo ofrece belleza natural, sino una experiencia transformadora. Una tierra donde la historia vive, donde el alma de las civilizaciones indígenas aún vibra en las piedras y en las personas, donde la naturaleza no ha sido domada, pero se ofrece generosa a quien la honra.
El resultado se ve en los números. En 2024, Guatemala recibió cerca de tres millones de turistas internacionales, un crecimiento cercano al 13 % respecto al año anterior. Pero si este número impresiona, también debería inquietarnos. Porque mientras nosotros celebramos los tres millones, El Salvador —nuestro vecino más pequeño— ya acogió 3.9 millones de visitantes, Colombia alcanzó los 6.7 millones, Costa Rica superó los 5 000 millones de dólares en divisas turísticas con menos visitantes que nosotros, y México, con sus 42 millones de visitantes, juega en la liga de los diez países más visitados del mundo.
Los datos no deben desmoralizarnos, sino despertarnos. Porque si estos países han logrado atraer millones de visitantes con menos riqueza natural que la nuestra, con menos historia viva, con menos diversidad cultural, entonces el mensaje es claro: la demanda ya existe, solo nos falta cautivarla. El mercado está ahí, sediento de experiencias auténticas y sostenibles. Guatemala puede convertirse, si lo decidimos, en el centro del turismo regional, y tal vez global. Pero no basta con ser buenos. Debemos estar preparados para recibir a quienes quieren descubrirnos.
Y aquí es donde aparece la lista de nuestras limitaciones. La infraestructura vial es deficiente no solo hacia la Antigua, sino también hacia Atitlán, Chichicastenango, al Pacífico y la joya olvidada del Caribe guatemalteco: Livingston y la Bahía de Amatique. En temporada alta, la ocupación hotelera en destinos clave llega al 100 %, ahuyentando al turista que busca comodidad y flexibilidad. En muchos pueblos, la falta de servicios básicos, conectividad, señalización o rutas seguras limita el crecimiento de nuevas rutas turísticas. Y a nivel nacional, no hemos impulsado aún una política de cielos abiertos que facilite la entrada de aerolíneas internacionales y abarate los costos de llegada.
A todo esto, se suma la ausencia de una ley de promoción turística que incentive la inversión. Mientras El Salvador y Costa Rica han brindado exoneraciones fiscales, tierras con vocación turística y protección jurídica al inversionista extranjero, Guatemala sigue atada a una legislación dispersa, obsoleta o inexistente en temas clave. El resultado es visible: no hemos logrado atraer aún a las grandes cadenas hoteleras de lujo ni consolidar alianzas con grupos globales. Y no será por falta de capacidad. Conglomerados como CMI, Castillo Hermanos, Cementos Progreso, Banco Industrial e incluso el IRTRA tienen la estructura, el capital y la visión para replicar en Guatemala, lo que el Grupo Poma hizo en El Salvador con el JW Marriott. Lo que falta es una invitación clara, un entorno legal estable y una política pública decidida.
Podríamos, por ejemplo, pensar en un nuevo aeropuerto internacional al norte de la ciudad, con rutas de aproximación seguras en la zona de San Raymundo o en el Occidente en Sumpango, que conecte con los principales polos turísticos del país. O retomar el estudio del BCIE que evalúa una carretera privada entre la capital y Antigua, tal vez de la mano de VAS o algún otro operador con experiencia en infraestructura moderna. O desarrollar un corredor turístico con estaciones de glamping de lujo en volcanes, lagos y reservas ecológicas, como ya ocurre en Colombia, México o Argentina. O promocionar la pesca deportiva en el Pacífico y el avistamiento de ballenas como parte de una oferta especializada para mercados de alto valor.
Hoy, en la Antigua, cientos de parejas de Europa y Norteamérica vienen a casarse rodeadas de historia y poesía. El turismo de bodas de lujo se ha vuelto uno de los motores silenciosos de la economía local. Pero estamos al límite de nuestra capacidad. Si no ampliamos la oferta, si no creamos nuevas experiencias, si no elevamos los estándares, el crecimiento se detendrá y otros países tomarán el relevo.
El turismo no es solo una fuente de divisas. Es un generador de empleo rural, de encadenamientos productivos, de orgullo nacional. Es una forma de mostrar al mundo que Guatemala no es violencia ni pobreza, sino talento, belleza y cultura viva. Pero para que esto ocurra, necesitamos actuar juntos. El gobierno debe liderar, el Congreso debe legislar, el sector privado debe invertir, y los ciudadanos debemos creer en lo que tenemos. El INGUAT ha demostrado que con visión, datos e inteligencia se puede cambiar la percepción internacional del país. Ahora necesitamos cambiar también su realidad.
Si hemos sido capaces de llegar a lo más alto sin estar preparados, imaginemos lo que podríamos lograr si verdaderamente lo estuviéramos. Guatemala ya es el mejor destino del mundo. Ahora toca convertirla en el más inolvidable.
Ramiro Bolaños, PhD.
Guatemala ya es el mejor destino del mundo. ¿Qué pasaría si ahora trabajamos juntos para convertirla en el centro turístico del planeta?
A veces los sueños se hacen realidad sin que estemos completamente preparados para recibirlos. Así nos ha ocurrido con la noticia que hoy llena de orgullo a toda Guatemala: hemos sido elegidos el Mejor Destino Internacional del mundo para 2025, según los exigentes lectores de Condé Nast Traveler, una de las revistas más influyentes en el turismo global de lujo, cultura y estilo de vida. No fue un jurado político ni un premio comprado. Fue el voto libre de miles de viajeros de todo el planeta. Nos eligieron por lo que somos: auténticos, ricos en historia y paisajes, amables, cálidos y profundamente humanos.
Este reconocimiento no es casual. Tampoco es improvisado. Es el resultado de una estrategia silenciosa, pero firme, que ha comenzado a transformar la narrativa de Guatemala en los mercados internacionales. Mucho de ello se debe a la visión renovadora del actual director del INGUAT, Harris Whitbeck, quien, sin aumentar el presupuesto, ha logrado multiplicar el impacto y el alcance de nuestra marca-país. Whitbeck ha apostado por el poder de los datos, el análisis de tendencias globales y la narrativa cultural como elementos clave para diferenciar a Guatemala. Y ha demostrado que la inteligencia puede ser más poderosa que la abundancia.
Por primera vez, Guatemala ha estado presente con protagonismo en espacios donde antes solo aparecían potencias turísticas: la Bienal Iberoamericana de Diseño en Madrid, las semanas de la moda en Berlín y París, y la próxima Expo Universal de Osaka en Japón. En cada uno de estos foros, la propuesta fue coherente y elegante: mostrar al mundo una nación que no solo ofrece belleza natural, sino una experiencia transformadora. Una tierra donde la historia vive, donde el alma de las civilizaciones indígenas aún vibra en las piedras y en las personas, donde la naturaleza no ha sido domada, pero se ofrece generosa a quien la honra.
El resultado se ve en los números. En 2024, Guatemala recibió cerca de tres millones de turistas internacionales, un crecimiento cercano al 13 % respecto al año anterior. Pero si este número impresiona, también debería inquietarnos. Porque mientras nosotros celebramos los tres millones, El Salvador —nuestro vecino más pequeño— ya acogió 3.9 millones de visitantes, Colombia alcanzó los 6.7 millones, Costa Rica superó los 5 000 millones de dólares en divisas turísticas con menos visitantes que nosotros, y México, con sus 42 millones de visitantes, juega en la liga de los diez países más visitados del mundo.
Los datos no deben desmoralizarnos, sino despertarnos. Porque si estos países han logrado atraer millones de visitantes con menos riqueza natural que la nuestra, con menos historia viva, con menos diversidad cultural, entonces el mensaje es claro: la demanda ya existe, solo nos falta cautivarla. El mercado está ahí, sediento de experiencias auténticas y sostenibles. Guatemala puede convertirse, si lo decidimos, en el centro del turismo regional, y tal vez global. Pero no basta con ser buenos. Debemos estar preparados para recibir a quienes quieren descubrirnos.
Y aquí es donde aparece la lista de nuestras limitaciones. La infraestructura vial es deficiente no solo hacia la Antigua, sino también hacia Atitlán, Chichicastenango, al Pacífico y la joya olvidada del Caribe guatemalteco: Livingston y la Bahía de Amatique. En temporada alta, la ocupación hotelera en destinos clave llega al 100 %, ahuyentando al turista que busca comodidad y flexibilidad. En muchos pueblos, la falta de servicios básicos, conectividad, señalización o rutas seguras limita el crecimiento de nuevas rutas turísticas. Y a nivel nacional, no hemos impulsado aún una política de cielos abiertos que facilite la entrada de aerolíneas internacionales y abarate los costos de llegada.
A todo esto, se suma la ausencia de una ley de promoción turística que incentive la inversión. Mientras El Salvador y Costa Rica han brindado exoneraciones fiscales, tierras con vocación turística y protección jurídica al inversionista extranjero, Guatemala sigue atada a una legislación dispersa, obsoleta o inexistente en temas clave. El resultado es visible: no hemos logrado atraer aún a las grandes cadenas hoteleras de lujo ni consolidar alianzas con grupos globales. Y no será por falta de capacidad. Conglomerados como CMI, Castillo Hermanos, Cementos Progreso, Banco Industrial e incluso el IRTRA tienen la estructura, el capital y la visión para replicar en Guatemala, lo que el Grupo Poma hizo en El Salvador con el JW Marriott. Lo que falta es una invitación clara, un entorno legal estable y una política pública decidida.
Podríamos, por ejemplo, pensar en un nuevo aeropuerto internacional al norte de la ciudad, con rutas de aproximación seguras en la zona de San Raymundo o en el Occidente en Sumpango, que conecte con los principales polos turísticos del país. O retomar el estudio del BCIE que evalúa una carretera privada entre la capital y Antigua, tal vez de la mano de VAS o algún otro operador con experiencia en infraestructura moderna. O desarrollar un corredor turístico con estaciones de glamping de lujo en volcanes, lagos y reservas ecológicas, como ya ocurre en Colombia, México o Argentina. O promocionar la pesca deportiva en el Pacífico y el avistamiento de ballenas como parte de una oferta especializada para mercados de alto valor.
Hoy, en la Antigua, cientos de parejas de Europa y Norteamérica vienen a casarse rodeadas de historia y poesía. El turismo de bodas de lujo se ha vuelto uno de los motores silenciosos de la economía local. Pero estamos al límite de nuestra capacidad. Si no ampliamos la oferta, si no creamos nuevas experiencias, si no elevamos los estándares, el crecimiento se detendrá y otros países tomarán el relevo.
El turismo no es solo una fuente de divisas. Es un generador de empleo rural, de encadenamientos productivos, de orgullo nacional. Es una forma de mostrar al mundo que Guatemala no es violencia ni pobreza, sino talento, belleza y cultura viva. Pero para que esto ocurra, necesitamos actuar juntos. El gobierno debe liderar, el Congreso debe legislar, el sector privado debe invertir, y los ciudadanos debemos creer en lo que tenemos. El INGUAT ha demostrado que con visión, datos e inteligencia se puede cambiar la percepción internacional del país. Ahora necesitamos cambiar también su realidad.
Si hemos sido capaces de llegar a lo más alto sin estar preparados, imaginemos lo que podríamos lograr si verdaderamente lo estuviéramos. Guatemala ya es el mejor destino del mundo. Ahora toca convertirla en el más inolvidable.
Ramiro Bolaños, PhD.