Guatemala y la palabra empeñada: por qué la confianza es nuestra deuda más grande
Cuando publiqué mi columna sobre el muro invisible de desconfianza que bloquea el desarrollo de Guatemala, imaginé que el punto más criticado podían ser los ejemplos históricos o las cifras internacionales, pero no consideré que la tesis central del artículo podía tener objeciones: que cumplir los contratos, respetar lo pactado, es el fundamento de la justicia y de la prosperidad. Un estudiante de doctorado de la Universidad del Pueblo en Moscú, vinculado a ePInvestiga, respondió con acritud, acusándome de defender plutócratas, de confundir la justicia con el interés empresarial y de reducir la vida pública a la fría letra de los contratos.
No suelo detenerme en ataques personales, pero en este caso la pausa es necesaria. Porque lo que está en juego no es mi columna, sino la regla filosófica que puede sacar a Guatemala de su laberinto: la confianza como principio organizador de la vida en común.
Este crítico, cercano a corrientes estatistas, sostiene que el Estado puede incumplir contratos si ello responde a una “justicia superior”, una moralidad que se coloca por encima de lo pactado. Esa idea suena ilusa, pues en la práctica abre la puerta a la arbitrariedad en términos que dañan la imagen de nuestro país. ¿Quién define esa justicia? ¿El gobernante de turno, el burócrata negligente, el juez sometido a presiones políticas? Ese enfoque, de raíz marxista-hegeliana, implica que el Estado define cuándo cumplir y cuándo no, lo cual es incompatible con un Estado de derecho, sino que preguntémosle a Putin. Kant lo dejó claro: “Un contrato (pactum) es el acto de dos personas por el cual la propiedad de una se transfiere a la otra mediante un acto recíproco de voluntad”¹. Su obligatoriedad no depende del capricho de terceros, sino de la naturaleza misma de la justicia.
Yo no hablo desde la teoría académica. Hablo desde veinte años de experiencia empresarial, que comenzaron con dos socios y hoy sostienen a cuarenta colaboradores guatemaltecos dedicados a tecnología y servicios de inteligencia artificial. En ese tiempo me ha tocado firmar contratos implacables, incluso injustos, y sin embargo, con mi socia y mis asociados, hemos cumplido todos, porque hemos entendido que el valor de una empresa y de su marca es inseparable del valor de sus principios y de su palabra. Fue esa disciplina la que nos permitió sobrevivir cuando todo invitaba a desaparecer. Y es esa misma disciplina la que quisiera que guiara el valor de marca de mi país.
Mi motivación es transparente: quiero un país en el que mis hijos y nietos puedan encontrar un futuro mejor. No escribo para defender gremiales ni privilegios; he criticado al empresariado guatemalteco cuando se equivoca, como con la ley del etanol, que privilegia precisamente a los azucareros, o cuando se busca mantener el status quo en lugar de generar los cambios tan necesarios para nuestro país. Creo en la empresa privada porque es el motor de empleo y prosperidad, pero también creo que desde el sector privado se necesita más empuje, más visión de futuro y más trabajo unido en pro del país.
La historia universal ofrece un veredicto distinto al de este crítico. Cicerón escribió: “Fundamentum autem est iustitiae fides, id est dictorum conventorumque constantia et veritas” —El fundamento de la justicia es la buena fe, la constancia y la verdad en lo prometido². Marco Aurelio lo resumió en su ética estoica: “Si no es correcto, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas”³. Locke afirmó que “el gran y principal fin, por tanto, de los hombres al unirse en comunidades y someterse a gobiernos, es la preservación de su propiedad”⁴. Montesquieu observó que “el espíritu del comercio produce en los hombres un cierto sentimiento de justicia exacta”⁵. Hamilton, al fundar la república estadounidense, señaló que “una adecuada provisión para el sostenimiento del crédito público es un objeto de la primera importancia en cualquier país”⁶. Lee Kuan Yew, en el siglo XX, explicó que “los fundamentos de nuestro centro financiero fueron el Estado de derecho, un poder judicial independiente y un gobierno honesto y estable”⁷. Douglass North sostuvo que “el desempeño económico depende de las instituciones y de la forma en que estas hacen cumplir las reglas de juego”8. Y Daron Acemoglu ha recordado recientemente que “las instituciones inclusivas, aquellas que garantizan derechos de propiedad y cumplimiento de contratos, son las que sostienen el crecimiento económico a largo plazo”9.
Guatemala, en cambio, ha cultivado una tradición de incumplimiento: expropiaciones, deudas impagas, contratos anulados. El mundo ha tomado nota. Guatemala acumula más de 100 millones de dólares en condenas por incumplimientos internacionales, y los rankings de Estado de derecho y corrupción nos ponen entre los peores del mundo.
A esto se suma la debilidad institucional. Y mientras Panamá, República Dominicana, Bulgaria o Polonia atraen inversión extranjera directa por encima del 6 % del PIB, nosotros apenas alcanzamos un 1.6 %10. Algunos piensan que son los ricos quienes están más interesados en que no venga capital de afuera, pero en realidad, el problema es de todos. Más capital es más empleo, mejores salarios, más oportunidades, más sueños y mejores realidades. Quien crea las condiciones para atraer inversionistas y capitales es el gobierno, y en este siglo, solo el gobierno de Óscar Berger logró una IED de más del 2 % del PIB en promedio durante su período, gracias a la confianza que inspiró su gabinete plural. El otro que logró más de ese 2 % fue Otto Pérez, pero al costo de socavar la institucionalidad: con honrosas excepciones, convirtió la corrupción en requisito para gobernar, pecado que sigue presente hasta nuestros días.
No es un asunto académico. Es el pan que falta en la mesa, la fábrica que nunca pudo abrir, el joven que migra porque no encuentra oportunidades después de tanto buscar. Es el precio de haber hecho del incumplimiento una política de Estado y que la corrupción determine decretos, políticas e intereses sectarios.
El crítico dice que cumplir contratos es plutocracia. Yo sostengo que es república. República, como la conceptualizaron Aristóteles y Cicerón, integrando a todos los poderes, pero con pesos y contrapesos. La plutocracia o la oligarquía, así como la democracia popular y la tiranía son formas de gobierno que no unen sino separan. Y lo que necesitamos en Guatemala es unión, no más división. Encontrarle un sentido y un proyecto a vivir juntos, con un equipo de gobierno que logre representar el interés común del guatemalteco.
Guatemala no será respetada en el mundo mientras sus gobernantes se reserven el derecho de incumplir. Pero si recuperamos la virtud elemental de cumplir lo prometido, podremos derribar el muro invisible que nos condena al atraso. Yo quiero que mis nietos encuentren un país digno de su confianza. Esa es mi motivación.
Notas
¹ Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten (1797), AA 6:271. Ed. Mary Gregor, The Metaphysics of Morals, Cambridge University Press, 1996, p. 85.
² Cicerón, De Officiis, I.7. Ed. Walter Miller, Loeb Classical Library, Harvard University Press, 1913, p. 21.
³ Marco Aurelio, Meditaciones, 12.17. Ed. George Long, 1862.
⁴ John Locke, Two Treatises of Government, Second Treatise, §124. Ed. Peter Laslett, Cambridge University Press, 1988, p. 351.
⁵ Montesquieu, De l’esprit des lois, Livre XX, ch. 2. Ed. Gallimard, 1951, p. 418.
⁶ Alexander Hamilton, Report on Public Credit (1790). En: Harold C. Syrett (ed.), The Papers of Alexander Hamilton, vol. 6, Columbia University Press, 1962, p. 68.
⁷ Lee Kuan Yew, From Third World to First: The Singapore Story, HarperCollins, 2000, p. 73.
8 Douglass C. North, Institutions, Institutional Change and Economic Performance, Cambridge University Press, 1990, p. 3.
9 Daron Acemoglu y James A. Robinson, Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty, Crown Business, 2012, p. 74.
10 World Bank, Foreign Direct Investment, net inflows (% of GDP), 2024.
Guatemala y la palabra empeñada: por qué la confianza es nuestra deuda más grande
Cuando publiqué mi columna sobre el muro invisible de desconfianza que bloquea el desarrollo de Guatemala, imaginé que el punto más criticado podían ser los ejemplos históricos o las cifras internacionales, pero no consideré que la tesis central del artículo podía tener objeciones: que cumplir los contratos, respetar lo pactado, es el fundamento de la justicia y de la prosperidad. Un estudiante de doctorado de la Universidad del Pueblo en Moscú, vinculado a ePInvestiga, respondió con acritud, acusándome de defender plutócratas, de confundir la justicia con el interés empresarial y de reducir la vida pública a la fría letra de los contratos.
No suelo detenerme en ataques personales, pero en este caso la pausa es necesaria. Porque lo que está en juego no es mi columna, sino la regla filosófica que puede sacar a Guatemala de su laberinto: la confianza como principio organizador de la vida en común.
Este crítico, cercano a corrientes estatistas, sostiene que el Estado puede incumplir contratos si ello responde a una “justicia superior”, una moralidad que se coloca por encima de lo pactado. Esa idea suena ilusa, pues en la práctica abre la puerta a la arbitrariedad en términos que dañan la imagen de nuestro país. ¿Quién define esa justicia? ¿El gobernante de turno, el burócrata negligente, el juez sometido a presiones políticas? Ese enfoque, de raíz marxista-hegeliana, implica que el Estado define cuándo cumplir y cuándo no, lo cual es incompatible con un Estado de derecho, sino que preguntémosle a Putin. Kant lo dejó claro: “Un contrato (pactum) es el acto de dos personas por el cual la propiedad de una se transfiere a la otra mediante un acto recíproco de voluntad”¹. Su obligatoriedad no depende del capricho de terceros, sino de la naturaleza misma de la justicia.
Yo no hablo desde la teoría académica. Hablo desde veinte años de experiencia empresarial, que comenzaron con dos socios y hoy sostienen a cuarenta colaboradores guatemaltecos dedicados a tecnología y servicios de inteligencia artificial. En ese tiempo me ha tocado firmar contratos implacables, incluso injustos, y sin embargo, con mi socia y mis asociados, hemos cumplido todos, porque hemos entendido que el valor de una empresa y de su marca es inseparable del valor de sus principios y de su palabra. Fue esa disciplina la que nos permitió sobrevivir cuando todo invitaba a desaparecer. Y es esa misma disciplina la que quisiera que guiara el valor de marca de mi país.
Mi motivación es transparente: quiero un país en el que mis hijos y nietos puedan encontrar un futuro mejor. No escribo para defender gremiales ni privilegios; he criticado al empresariado guatemalteco cuando se equivoca, como con la ley del etanol, que privilegia precisamente a los azucareros, o cuando se busca mantener el status quo en lugar de generar los cambios tan necesarios para nuestro país. Creo en la empresa privada porque es el motor de empleo y prosperidad, pero también creo que desde el sector privado se necesita más empuje, más visión de futuro y más trabajo unido en pro del país.
La historia universal ofrece un veredicto distinto al de este crítico. Cicerón escribió: “Fundamentum autem est iustitiae fides, id est dictorum conventorumque constantia et veritas” —El fundamento de la justicia es la buena fe, la constancia y la verdad en lo prometido². Marco Aurelio lo resumió en su ética estoica: “Si no es correcto, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas”³. Locke afirmó que “el gran y principal fin, por tanto, de los hombres al unirse en comunidades y someterse a gobiernos, es la preservación de su propiedad”⁴. Montesquieu observó que “el espíritu del comercio produce en los hombres un cierto sentimiento de justicia exacta”⁵. Hamilton, al fundar la república estadounidense, señaló que “una adecuada provisión para el sostenimiento del crédito público es un objeto de la primera importancia en cualquier país”⁶. Lee Kuan Yew, en el siglo XX, explicó que “los fundamentos de nuestro centro financiero fueron el Estado de derecho, un poder judicial independiente y un gobierno honesto y estable”⁷. Douglass North sostuvo que “el desempeño económico depende de las instituciones y de la forma en que estas hacen cumplir las reglas de juego”8. Y Daron Acemoglu ha recordado recientemente que “las instituciones inclusivas, aquellas que garantizan derechos de propiedad y cumplimiento de contratos, son las que sostienen el crecimiento económico a largo plazo”9.
Guatemala, en cambio, ha cultivado una tradición de incumplimiento: expropiaciones, deudas impagas, contratos anulados. El mundo ha tomado nota. Guatemala acumula más de 100 millones de dólares en condenas por incumplimientos internacionales, y los rankings de Estado de derecho y corrupción nos ponen entre los peores del mundo.
A esto se suma la debilidad institucional. Y mientras Panamá, República Dominicana, Bulgaria o Polonia atraen inversión extranjera directa por encima del 6 % del PIB, nosotros apenas alcanzamos un 1.6 %10. Algunos piensan que son los ricos quienes están más interesados en que no venga capital de afuera, pero en realidad, el problema es de todos. Más capital es más empleo, mejores salarios, más oportunidades, más sueños y mejores realidades. Quien crea las condiciones para atraer inversionistas y capitales es el gobierno, y en este siglo, solo el gobierno de Óscar Berger logró una IED de más del 2 % del PIB en promedio durante su período, gracias a la confianza que inspiró su gabinete plural. El otro que logró más de ese 2 % fue Otto Pérez, pero al costo de socavar la institucionalidad: con honrosas excepciones, convirtió la corrupción en requisito para gobernar, pecado que sigue presente hasta nuestros días.
No es un asunto académico. Es el pan que falta en la mesa, la fábrica que nunca pudo abrir, el joven que migra porque no encuentra oportunidades después de tanto buscar. Es el precio de haber hecho del incumplimiento una política de Estado y que la corrupción determine decretos, políticas e intereses sectarios.
El crítico dice que cumplir contratos es plutocracia. Yo sostengo que es república. República, como la conceptualizaron Aristóteles y Cicerón, integrando a todos los poderes, pero con pesos y contrapesos. La plutocracia o la oligarquía, así como la democracia popular y la tiranía son formas de gobierno que no unen sino separan. Y lo que necesitamos en Guatemala es unión, no más división. Encontrarle un sentido y un proyecto a vivir juntos, con un equipo de gobierno que logre representar el interés común del guatemalteco.
Guatemala no será respetada en el mundo mientras sus gobernantes se reserven el derecho de incumplir. Pero si recuperamos la virtud elemental de cumplir lo prometido, podremos derribar el muro invisible que nos condena al atraso. Yo quiero que mis nietos encuentren un país digno de su confianza. Esa es mi motivación.
Notas
¹ Immanuel Kant, Die Metaphysik der Sitten (1797), AA 6:271. Ed. Mary Gregor, The Metaphysics of Morals, Cambridge University Press, 1996, p. 85.
² Cicerón, De Officiis, I.7. Ed. Walter Miller, Loeb Classical Library, Harvard University Press, 1913, p. 21.
³ Marco Aurelio, Meditaciones, 12.17. Ed. George Long, 1862.
⁴ John Locke, Two Treatises of Government, Second Treatise, §124. Ed. Peter Laslett, Cambridge University Press, 1988, p. 351.
⁵ Montesquieu, De l’esprit des lois, Livre XX, ch. 2. Ed. Gallimard, 1951, p. 418.
⁶ Alexander Hamilton, Report on Public Credit (1790). En: Harold C. Syrett (ed.), The Papers of Alexander Hamilton, vol. 6, Columbia University Press, 1962, p. 68.
⁷ Lee Kuan Yew, From Third World to First: The Singapore Story, HarperCollins, 2000, p. 73.
8 Douglass C. North, Institutions, Institutional Change and Economic Performance, Cambridge University Press, 1990, p. 3.
9 Daron Acemoglu y James A. Robinson, Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty, Crown Business, 2012, p. 74.
10 World Bank, Foreign Direct Investment, net inflows (% of GDP), 2024.