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Formar para gestionar la tecnología, sin dársela. Parte I

.
Karly de Rodríguez |
29 de enero, 2025

Hace algunas semanas fui con mi familia a merendar a un café que solemos frecuentar por su ambiente familiar. A los pocos minutos les pedí que observaran en cualquier dirección, a cualquier mesa, y que se percatarían de que no había una sola, ni una, excepto la nuestra, en la que todos los adultos y adolescentes, e incluso algunos niños, no estuviesen en pantallas. 

Mesas con parejas y con familias con adolescentes, y hasta con niños, conectados a los que están lejos; y algunas con sus niños conectados con los sustitutos de padres y hermanos: las pantallas. 

Conectados con los que están lejos, desconectados con los que están cerca. Conectados con los valores de extraños que no necesariamente tienen nuestra base moral, conectados con plataformas de entretenimiento; con amigos que conocen, y que no conocen, en sus redes sociales; etc. Parecía que ellos estaban consumiendo pantallas, pero son las pantallas las que los estaban consumiendo.

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En muchos países ya es un problema de salud pública.

Por el consumo de pantallas, abundan los niños con retraso en el lenguaje, diagnosticados con déficit de atención y otros retos. Los niños frente a una pantalla tienen shots de dopamina que alteran el desarrollo de órganos y sistemas; por ejemplo, el neuroendocrino, cardiovascular, inmunológico, la vista, etc. El porcentaje de niñas con pubertad precoz, asociada al consumo de pantallas, puede llegar a 1 de cada 3. Hay una epidemia de niños y adolescentes con desafíos en el control de emociones, agresivos, impulsivos, apáticos. No son menospreciables sus problemas de salud mental: trastornos alimenticios, ansiedad y depresión.

El uso de pantallas durante largas horas perjudica su desarrollo adecuado y les ocasiona problemas de sueño y conducta, con el riesgo de generar una adicción.

En otros países ya es un problema de salud pública. ¿En Guatemala no lo es? Por supuesto que sí, el tema es que aquí a duras penas logramos resolver los desafíos de salud mínimos; el tema del celular lo tenemos que resolver nosotros. ¿Conocemos el daño de estar hiperconectados? 

Si entregamos una pantalla antes de esa edad, costará que la corteza prefrontal madure adecuadamente y nosotros seremos absolutamente responsables. 

¿Qué hay del moral?

No solamente preocupa la fractura familiar como consecuencia del uso precoz y/o excesivo de pantallas, sino también el daño a los niños y adolescentes en su neuropsicodesarrollo, su desarrollo cognitivo general y el moral.

Una vez que el niño entra en el ambiente online, es un ciudadano del mundo y tendrá los mismos desafíos, consecuencias, y hasta valores, que uno de cualquier país progresista, porque es lo que encuentra en ese entorno. 

Conozco padres de familia que se cuestionan el por qué, si les han dado ciertos valores y convicciones, que coinciden incluso con los del colegio, el hijo tiene otros; pero quizá no se percataron que entregaron su autoridad, sus valores y convicciones a influencers, cantantes, youtubers, instagramers, tiktokers, generadores de contenido, etc.

¿Y el físico?

El cerebro, la corteza prefrontal, empieza a madurar a partir de los 12 años. Si entregamos una pantalla (no estoy refiriéndome exclusivamente a un celular) antes de esa edad, costará que la corteza prefrontal madure adecuadamente y nosotros seremos absolutamente responsables. 

Otros daños físicos pueden ser dolores de espalda, cuello y problemas en la postura. Está comprobado que puede causar fatiga visual, ojo seco y un mayor riesgo de miopía.

Pero, ¿podrían causar daños a nivel afectivo?

¡Por supuesto! Puede hacer que los niños y adolescentes se vuelvan irritables y malhumorados; y hay estudios que indican que puede impactar negativamente su autoestima, en consecuencia, puede provocar ansiedad, depresión, y en algunos casos ideaciones suicidas.

¿Lo sabías? Saber para amar mejor.

Formar para gestionar la tecnología, sin dársela. Parte I

Karly de Rodríguez |
29 de enero, 2025
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Hace algunas semanas fui con mi familia a merendar a un café que solemos frecuentar por su ambiente familiar. A los pocos minutos les pedí que observaran en cualquier dirección, a cualquier mesa, y que se percatarían de que no había una sola, ni una, excepto la nuestra, en la que todos los adultos y adolescentes, e incluso algunos niños, no estuviesen en pantallas. 

Mesas con parejas y con familias con adolescentes, y hasta con niños, conectados a los que están lejos; y algunas con sus niños conectados con los sustitutos de padres y hermanos: las pantallas. 

Conectados con los que están lejos, desconectados con los que están cerca. Conectados con los valores de extraños que no necesariamente tienen nuestra base moral, conectados con plataformas de entretenimiento; con amigos que conocen, y que no conocen, en sus redes sociales; etc. Parecía que ellos estaban consumiendo pantallas, pero son las pantallas las que los estaban consumiendo.

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En muchos países ya es un problema de salud pública.

Por el consumo de pantallas, abundan los niños con retraso en el lenguaje, diagnosticados con déficit de atención y otros retos. Los niños frente a una pantalla tienen shots de dopamina que alteran el desarrollo de órganos y sistemas; por ejemplo, el neuroendocrino, cardiovascular, inmunológico, la vista, etc. El porcentaje de niñas con pubertad precoz, asociada al consumo de pantallas, puede llegar a 1 de cada 3. Hay una epidemia de niños y adolescentes con desafíos en el control de emociones, agresivos, impulsivos, apáticos. No son menospreciables sus problemas de salud mental: trastornos alimenticios, ansiedad y depresión.

El uso de pantallas durante largas horas perjudica su desarrollo adecuado y les ocasiona problemas de sueño y conducta, con el riesgo de generar una adicción.

En otros países ya es un problema de salud pública. ¿En Guatemala no lo es? Por supuesto que sí, el tema es que aquí a duras penas logramos resolver los desafíos de salud mínimos; el tema del celular lo tenemos que resolver nosotros. ¿Conocemos el daño de estar hiperconectados? 

Si entregamos una pantalla antes de esa edad, costará que la corteza prefrontal madure adecuadamente y nosotros seremos absolutamente responsables. 

¿Qué hay del moral?

No solamente preocupa la fractura familiar como consecuencia del uso precoz y/o excesivo de pantallas, sino también el daño a los niños y adolescentes en su neuropsicodesarrollo, su desarrollo cognitivo general y el moral.

Una vez que el niño entra en el ambiente online, es un ciudadano del mundo y tendrá los mismos desafíos, consecuencias, y hasta valores, que uno de cualquier país progresista, porque es lo que encuentra en ese entorno. 

Conozco padres de familia que se cuestionan el por qué, si les han dado ciertos valores y convicciones, que coinciden incluso con los del colegio, el hijo tiene otros; pero quizá no se percataron que entregaron su autoridad, sus valores y convicciones a influencers, cantantes, youtubers, instagramers, tiktokers, generadores de contenido, etc.

¿Y el físico?

El cerebro, la corteza prefrontal, empieza a madurar a partir de los 12 años. Si entregamos una pantalla (no estoy refiriéndome exclusivamente a un celular) antes de esa edad, costará que la corteza prefrontal madure adecuadamente y nosotros seremos absolutamente responsables. 

Otros daños físicos pueden ser dolores de espalda, cuello y problemas en la postura. Está comprobado que puede causar fatiga visual, ojo seco y un mayor riesgo de miopía.

Pero, ¿podrían causar daños a nivel afectivo?

¡Por supuesto! Puede hacer que los niños y adolescentes se vuelvan irritables y malhumorados; y hay estudios que indican que puede impactar negativamente su autoestima, en consecuencia, puede provocar ansiedad, depresión, y en algunos casos ideaciones suicidas.

¿Lo sabías? Saber para amar mejor.

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