Esperar lluvia en la sequía
La respuesta puede ser, simplemente, aprender a discernir por cuáles cosas, situaciones o personas vale la pena esperar. Por lo menos, Penélope lo tenía muy claro.
Cuando el tiempo pasa, los minutos parecen estirarse hasta que se entretejen formando un hilo que no tiene fin. Al esperar, las personas solo ven ese tejido, no sus extremos, por lo que parece eterno. ¿Puedes culpar a alguien que duda durante la espera? La realidad es que nuestra percepción del tiempo es extraña y lo es aún más cuando al final se encuentra algo que deseamos. Puesto que es natural querer acelerar los segundos para dar paso al futuro que buscamos. Quizá esta actividad es tan miserable porque carecemos de control alguno sobre el paso de los instantes. Este sentimiento no es propio de la actualidad y la necesidad de lo inmediato, sino que viene existiendo desde que los héroes se enfrentaron a cíclopes y sirenas, desde el tiempo en que Penélope esperó por Odiseo.
20 años de ausencia…
La Guerra de Troya no solo trajo desastres para el pueblo del rey Príamo, sino que destruyó cientos de hogares a lo largo de todo el territorio griego. Muchos fueron los héroes que dejaron a sus familias en búsqueda de la gloria o siguiendo las órdenes de Agamenón; muchos fueron los que se fueron y nunca volvieron. Cuando Odiseo se embarcó, dejando Ítaca atrás, no tenía certeza alguna de que podría ver de nuevo a su esposa Penélope o a su hijo Telémaco. A pesar de ello, se fue a la guerra.
Al principio, esperar por Odiseo era sencillo. Después de todo, ¿qué son unos cuantos meses para una guerra? Pero el tiempo siguió su curso. Un año se convirtió en tres y tres se transformaron en nueve. Para muchos en Ítaca era claro lo que había sucedido: Odiseo había muerto.
A esto se le debe sumar que puede que al final de la espera encontremos nuestra recompensa o quizá no. Nadie tiene esa certeza. Entonces, ¿qué hacemos? La respuesta puede ser, simplemente, aprender a discernir por cuáles cosas, situaciones o personas vale la pena esperar. Por lo menos, Penélope lo tenía muy claro.
Así pues, buscando el trono y la mano de Penélope, comenzaron a acercarse varios pretendientes. Ahora bien, sus intentos de conquista cada vez se volvían más y más bruscos. Así que llegó el punto en que la reina tuvo que hablar. Se colocó delante de todos y les dio su sentencia: «me casaré de nuevo, pero solo lo haré hasta que termine de tejer este sudario».
Esto pareció alegrar a todos, pues pronto uno de ellos sería el rey de Ítaca. No obstante, nadie esperaba caer en la trampa elaborada por el ingenio de Penélope. Todos los días, los pretendientes observaban a la reina dedicar su tiempo al trabajo en el telar. Hilo con hilo, así iba formando la tela del sudario. Mientras tanto, los pretendientes bebían y comían esperando a que ella terminara, pero no sabían lo que sucedía en las noches. Cuando todos dormían, Penélope no perdía el tiempo; ella se dedicaba a descoser y desprender cada una de las puntadas que había dado por la mañana. Así lo hizo por años hasta que, un día, en la puerta del palacio, sus ojos se encontraron nuevamente con los de Odiseo.
20 años de espera…
El problema de la espera es que no se puede calcular. Haruki Murakami, en Al sur de la frontera, al oeste del sol, plantea que «un rato» es una expresión que no puede ser medida o, por lo menos, no lo puede hacer la persona que espera. Esto se debe a ese deseo humano que prolonga el tiempo cuando quisiera que fuera más corto. Justamente, Douglas Adams sentenciaba a sus lectores al decir que, mientras más esperamos que suene el teléfono o que alguien toque a la puerta, menos sonará y menos tocarán. A esto se le debe sumar que puede que al final de la espera encontremos nuestra recompensa o quizá no. Nadie tiene esa certeza. Entonces, ¿qué hacemos? La respuesta puede ser, simplemente, aprender a discernir por cuáles cosas, situaciones o personas vale la pena esperar. Por lo menos, Penélope lo tenía muy claro.
Esperar lluvia en la sequía
La respuesta puede ser, simplemente, aprender a discernir por cuáles cosas, situaciones o personas vale la pena esperar. Por lo menos, Penélope lo tenía muy claro.
Cuando el tiempo pasa, los minutos parecen estirarse hasta que se entretejen formando un hilo que no tiene fin. Al esperar, las personas solo ven ese tejido, no sus extremos, por lo que parece eterno. ¿Puedes culpar a alguien que duda durante la espera? La realidad es que nuestra percepción del tiempo es extraña y lo es aún más cuando al final se encuentra algo que deseamos. Puesto que es natural querer acelerar los segundos para dar paso al futuro que buscamos. Quizá esta actividad es tan miserable porque carecemos de control alguno sobre el paso de los instantes. Este sentimiento no es propio de la actualidad y la necesidad de lo inmediato, sino que viene existiendo desde que los héroes se enfrentaron a cíclopes y sirenas, desde el tiempo en que Penélope esperó por Odiseo.
20 años de ausencia…
La Guerra de Troya no solo trajo desastres para el pueblo del rey Príamo, sino que destruyó cientos de hogares a lo largo de todo el territorio griego. Muchos fueron los héroes que dejaron a sus familias en búsqueda de la gloria o siguiendo las órdenes de Agamenón; muchos fueron los que se fueron y nunca volvieron. Cuando Odiseo se embarcó, dejando Ítaca atrás, no tenía certeza alguna de que podría ver de nuevo a su esposa Penélope o a su hijo Telémaco. A pesar de ello, se fue a la guerra.
Al principio, esperar por Odiseo era sencillo. Después de todo, ¿qué son unos cuantos meses para una guerra? Pero el tiempo siguió su curso. Un año se convirtió en tres y tres se transformaron en nueve. Para muchos en Ítaca era claro lo que había sucedido: Odiseo había muerto.
A esto se le debe sumar que puede que al final de la espera encontremos nuestra recompensa o quizá no. Nadie tiene esa certeza. Entonces, ¿qué hacemos? La respuesta puede ser, simplemente, aprender a discernir por cuáles cosas, situaciones o personas vale la pena esperar. Por lo menos, Penélope lo tenía muy claro.
Así pues, buscando el trono y la mano de Penélope, comenzaron a acercarse varios pretendientes. Ahora bien, sus intentos de conquista cada vez se volvían más y más bruscos. Así que llegó el punto en que la reina tuvo que hablar. Se colocó delante de todos y les dio su sentencia: «me casaré de nuevo, pero solo lo haré hasta que termine de tejer este sudario».
Esto pareció alegrar a todos, pues pronto uno de ellos sería el rey de Ítaca. No obstante, nadie esperaba caer en la trampa elaborada por el ingenio de Penélope. Todos los días, los pretendientes observaban a la reina dedicar su tiempo al trabajo en el telar. Hilo con hilo, así iba formando la tela del sudario. Mientras tanto, los pretendientes bebían y comían esperando a que ella terminara, pero no sabían lo que sucedía en las noches. Cuando todos dormían, Penélope no perdía el tiempo; ella se dedicaba a descoser y desprender cada una de las puntadas que había dado por la mañana. Así lo hizo por años hasta que, un día, en la puerta del palacio, sus ojos se encontraron nuevamente con los de Odiseo.
20 años de espera…
El problema de la espera es que no se puede calcular. Haruki Murakami, en Al sur de la frontera, al oeste del sol, plantea que «un rato» es una expresión que no puede ser medida o, por lo menos, no lo puede hacer la persona que espera. Esto se debe a ese deseo humano que prolonga el tiempo cuando quisiera que fuera más corto. Justamente, Douglas Adams sentenciaba a sus lectores al decir que, mientras más esperamos que suene el teléfono o que alguien toque a la puerta, menos sonará y menos tocarán. A esto se le debe sumar que puede que al final de la espera encontremos nuestra recompensa o quizá no. Nadie tiene esa certeza. Entonces, ¿qué hacemos? La respuesta puede ser, simplemente, aprender a discernir por cuáles cosas, situaciones o personas vale la pena esperar. Por lo menos, Penélope lo tenía muy claro.