La zona 10 de Ciudad de Guatemala, la llamada Zona Viva, es sinónimo de dinamismo. Hoteles, edificios corporativos, centros comerciales, apartamentos y restaurantes se levantan en cada cuadra. Pero detrás del brillo de la modernidad hay una alerta latente: En un país sísmicamente activo, la altura y la densidad pueden transformarse en amenaza si no existe una cultura de prevención clara y real.
Los recientes sismos de julio, con magnitudes superiores a 5 grados y epicentros cercanos como Amatitlán y Pacaya, sacudieron la capital y pusieron a prueba nuestra preparación. Muchos edificios activaron alarmas y evacuaron de forma más o menos ordenada; sin embargo, otros improvisaron. Lo que vimos en la Zona 10 debería dejarnos pensando: decenas de personas salieron corriendo hacia las calles principales, bloqueando avenidas y calles enteras. En lugar de dirigirse a parqueos al aire libre o utilizar las aceras, optaron por ocupar la vía pública, obstruyendo por completo el paso de ambulancias, patrullas y bomberos. En un escenario real de derrumbes o rescates, esa obstrucción puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Guatemala no es ajena a la tragedia. Tras el devastador terremoto de 1976, se aprobaron reglamentos estructurales y normas antisísmicas que, sobre el papel, deberían garantizar construcciones seguras. Pero, lamentablemente, muchos proyectos se levantan sin supervisión técnica adecuada, sin control municipal efectivo y sin auditorías estructurales periódicas. Remodelaciones improvisadas, muros de carga alterados y materiales de baja calidad se convierten en bombas de tiempo.
A este descuido estructural se suma otro problema: La falta de cultura de prevención. La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres tiene protocolos y manuales bien diseñados: Rutas de evacuación señalizadas, puntos de encuentro, brigadas capacitadas, simulacros. Sin embargo, en la práctica, la mayoría de edificios comerciales, residenciales y corporativos en la Zona 10 no los aplican de forma seria ni periódica.
El resultado es el caos. Quien ha vivido un sismo en un edificio alto sabe la sensación de pánico y la urgencia por evacuar. Pero si no se sabe cómo ni adónde, cada persona actúa por instinto, sin pensar en rutas despejadas o espacios seguros.
Invertir en prevención es más barato que reconstruir vidas y ciudades. La seguridad debe valer tanto como el metro cuadrado.
El error más frecuente es aglomerarse en la calle principal, justo donde deben pasar ambulancias y patrullas.
La zona 10 debería ser un ejemplo de prevención. Es una de las áreas con mayor concentración de población en edificios: oficinas, huéspedes de hoteles, residentes y visitantes. Cada edificio debería tener responsables de seguridad, rutas de evacuación claras y señalizadas, puntos de reunión definidos y simulacros reales. Esto no es opcional: Es parte de la responsabilidad legal y ética de los propietarios y administradores.
La Municipalidad y CONRED deben fiscalizar, exigir auditorías técnicas y sancionar el incumplimiento. Los colegios de ingenieros y arquitectos tienen la obligación de velar por la aplicación real del Reglamento Nacional de Construcción. Y todos los guatemaltecos debemos informarnos y asumir que la prevención es compartida: cada guatemalteco deberíamos saber a dónde evacuar sin improvisar ni poner en riesgo al resto.
Los sismos no avisan, pero sí dan señales. La experiencia del 76 y la reciente cadena de temblores deberían servir de alerta. Si no cambiamos, si no tomamos en serio los protocolos, la próxima gran sacudida podría convertir nuestras torres modernas en trampas mortales. Ser la Zona Viva no sirve de nada si, en el momento crítico, bloqueamos nuestras propias rutas de escape y de auxilio.
Invertir en prevención es más barato que reconstruir vidas y ciudades. La seguridad debe valer tanto como el metro cuadrado. En Guatemala, vivir en vertical no debe ser sinónimo de vivir en ignorancia y peligro.
Epicentro de oportunidades… y de fragilidad sísmica
La zona 10 de Ciudad de Guatemala, la llamada Zona Viva, es sinónimo de dinamismo. Hoteles, edificios corporativos, centros comerciales, apartamentos y restaurantes se levantan en cada cuadra. Pero detrás del brillo de la modernidad hay una alerta latente: En un país sísmicamente activo, la altura y la densidad pueden transformarse en amenaza si no existe una cultura de prevención clara y real.
Los recientes sismos de julio, con magnitudes superiores a 5 grados y epicentros cercanos como Amatitlán y Pacaya, sacudieron la capital y pusieron a prueba nuestra preparación. Muchos edificios activaron alarmas y evacuaron de forma más o menos ordenada; sin embargo, otros improvisaron. Lo que vimos en la Zona 10 debería dejarnos pensando: decenas de personas salieron corriendo hacia las calles principales, bloqueando avenidas y calles enteras. En lugar de dirigirse a parqueos al aire libre o utilizar las aceras, optaron por ocupar la vía pública, obstruyendo por completo el paso de ambulancias, patrullas y bomberos. En un escenario real de derrumbes o rescates, esa obstrucción puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Guatemala no es ajena a la tragedia. Tras el devastador terremoto de 1976, se aprobaron reglamentos estructurales y normas antisísmicas que, sobre el papel, deberían garantizar construcciones seguras. Pero, lamentablemente, muchos proyectos se levantan sin supervisión técnica adecuada, sin control municipal efectivo y sin auditorías estructurales periódicas. Remodelaciones improvisadas, muros de carga alterados y materiales de baja calidad se convierten en bombas de tiempo.
A este descuido estructural se suma otro problema: La falta de cultura de prevención. La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres tiene protocolos y manuales bien diseñados: Rutas de evacuación señalizadas, puntos de encuentro, brigadas capacitadas, simulacros. Sin embargo, en la práctica, la mayoría de edificios comerciales, residenciales y corporativos en la Zona 10 no los aplican de forma seria ni periódica.
El resultado es el caos. Quien ha vivido un sismo en un edificio alto sabe la sensación de pánico y la urgencia por evacuar. Pero si no se sabe cómo ni adónde, cada persona actúa por instinto, sin pensar en rutas despejadas o espacios seguros.
Invertir en prevención es más barato que reconstruir vidas y ciudades. La seguridad debe valer tanto como el metro cuadrado.
El error más frecuente es aglomerarse en la calle principal, justo donde deben pasar ambulancias y patrullas.
La zona 10 debería ser un ejemplo de prevención. Es una de las áreas con mayor concentración de población en edificios: oficinas, huéspedes de hoteles, residentes y visitantes. Cada edificio debería tener responsables de seguridad, rutas de evacuación claras y señalizadas, puntos de reunión definidos y simulacros reales. Esto no es opcional: Es parte de la responsabilidad legal y ética de los propietarios y administradores.
La Municipalidad y CONRED deben fiscalizar, exigir auditorías técnicas y sancionar el incumplimiento. Los colegios de ingenieros y arquitectos tienen la obligación de velar por la aplicación real del Reglamento Nacional de Construcción. Y todos los guatemaltecos debemos informarnos y asumir que la prevención es compartida: cada guatemalteco deberíamos saber a dónde evacuar sin improvisar ni poner en riesgo al resto.
Los sismos no avisan, pero sí dan señales. La experiencia del 76 y la reciente cadena de temblores deberían servir de alerta. Si no cambiamos, si no tomamos en serio los protocolos, la próxima gran sacudida podría convertir nuestras torres modernas en trampas mortales. Ser la Zona Viva no sirve de nada si, en el momento crítico, bloqueamos nuestras propias rutas de escape y de auxilio.
Invertir en prevención es más barato que reconstruir vidas y ciudades. La seguridad debe valer tanto como el metro cuadrado. En Guatemala, vivir en vertical no debe ser sinónimo de vivir en ignorancia y peligro.