Envejecer, brujas y otros problemas
«No importa si no vivo mucho, pero, mientras viva, quiero al menos que esa vida sea plena».
La primera vez que enfrentas tu propia mortalidad es extraño. Puede que sea cualquier cosa, grande o pequeña, la que muestre que el tiempo ha pasado. Así pues, este es un compañero fiel, pero su paso es veloz. Y, en ocasiones, no nos damos cuenta de lo rápido que se mueve.
Sin embargo, no siempre es el fin del camino y lo que hay después lo que causa miedo. Es la recta final la razón del pánico. Puede ser porque conocemos la realidad y sus riesgos. O, tal vez, es porque la ficción pinta una escena poco prometedora. Al menos, cuando escuchas historias sobre una bruja monstruosa, la idea no es agradable.
Patas de pollo
Si alguna vez estás en el bosque y comienza a temblar, mira al norte y quizá una cabaña en el cielo observarás. Pero ese no es un hogar cualquiera, pues está cercado con huesos humanos y se sostiene sobre gigantescas patas de pollo que mueven el edificio de un lado a otro. Ahí vive una mujer de dedos tan delgados como huesos, una mujer con nariz tan larga como un pico, una mujer con dientes tan filosos como hierro. Esa mujer es Baba Yagá, la bruja eslava.
Ella es famosa por devorar niños. Así que no es ninguna sorpresa que Vasilisa temblara de miedo cuando su madrastra y hermanastras la obligaran a pedirle fuego. No obstante, comenzó a caminar hasta el bosque más oscuro. En el lugar más frío, vio la casa de la bruja y dijo «cabaña, cabaña, dame la cara y da la espalda a la nada».
Después de entrar al hogar, se encontró con la peligrosa bruja. Por un segundo, Vasilisa pensó que la anciana le diría que no, pero, entre carcajadas, aceptó. Sin embargo, puso una condición. Si Vasilisa quería el fuego, debería limpiar toda la casa, cocinar un banquete y separar los granos de trigo de la paja y las semillas de amapola del polvo y suciedad. Si no lo cumplía en menos de un día, ella sería su cena.
Quizá la salida a este problema es razonar la naturalidad del proceso y hacer las paces con el tiempo. La otra opción es, simplemente, olvidar el asunto y disfrutar correr por el camino.
Vasilisa entró en pánico cuando la bruja se fue, pero recordó que en su bolsillo estaba la muñeca que su madre le regaló. Así, siguió las instrucciones dadas por ella en su lecho de muerte y Vasilisa alimentó a la muñeca. De esta forma, el juguete cobró vida e hizo los quehaceres mientras la joven cocinaba. Para cuando Baba Yagá regresó, todo estaba listo.
Algunos pensarían que Baba Yagá la devoraría sin importarle nada. Pero la bruja recompensa lo bueno. Así que le dio un cráneo convertido en linterna. Otros pensarán que la historia termina ahí. Pero, al llegar a casa, el fuego protegió a la joven y convirtió en cenizas a la madrastra y hermanastras por sus horribles acciones. Después de todo, la bruja castiga lo malo. Como ves, Baba Yagá es un personaje peculiar, más si le sumamos que las historias a veces la muestran casi como un hada madrina.
Y temple de acero
Aunque la verdadera cuestión radica en por qué describimos la vejez como algo oscuro e indeseable, como esta bruja. Cicerón lo cuestionaba desde ya hace varios años: «La vejez siempre está en primer plano. Todos se esfuerzan en alcanzarla y, una vez conquistada, todos la culpan». Es como si quisiéramos el premio, pero sin la consecuencia.
Quizá la salida a este problema es razonar la naturalidad del proceso y hacer las paces con el tiempo. La otra opción es, simplemente, olvidar el asunto y disfrutar correr por el camino. Haruki Murakami confirma esta alternativa al decir que «no importa si no vivo mucho, pero, mientras viva, quiero al menos que esa vida sea plena».
Envejecer, brujas y otros problemas
«No importa si no vivo mucho, pero, mientras viva, quiero al menos que esa vida sea plena».
La primera vez que enfrentas tu propia mortalidad es extraño. Puede que sea cualquier cosa, grande o pequeña, la que muestre que el tiempo ha pasado. Así pues, este es un compañero fiel, pero su paso es veloz. Y, en ocasiones, no nos damos cuenta de lo rápido que se mueve.
Sin embargo, no siempre es el fin del camino y lo que hay después lo que causa miedo. Es la recta final la razón del pánico. Puede ser porque conocemos la realidad y sus riesgos. O, tal vez, es porque la ficción pinta una escena poco prometedora. Al menos, cuando escuchas historias sobre una bruja monstruosa, la idea no es agradable.
Patas de pollo
Si alguna vez estás en el bosque y comienza a temblar, mira al norte y quizá una cabaña en el cielo observarás. Pero ese no es un hogar cualquiera, pues está cercado con huesos humanos y se sostiene sobre gigantescas patas de pollo que mueven el edificio de un lado a otro. Ahí vive una mujer de dedos tan delgados como huesos, una mujer con nariz tan larga como un pico, una mujer con dientes tan filosos como hierro. Esa mujer es Baba Yagá, la bruja eslava.
Ella es famosa por devorar niños. Así que no es ninguna sorpresa que Vasilisa temblara de miedo cuando su madrastra y hermanastras la obligaran a pedirle fuego. No obstante, comenzó a caminar hasta el bosque más oscuro. En el lugar más frío, vio la casa de la bruja y dijo «cabaña, cabaña, dame la cara y da la espalda a la nada».
Después de entrar al hogar, se encontró con la peligrosa bruja. Por un segundo, Vasilisa pensó que la anciana le diría que no, pero, entre carcajadas, aceptó. Sin embargo, puso una condición. Si Vasilisa quería el fuego, debería limpiar toda la casa, cocinar un banquete y separar los granos de trigo de la paja y las semillas de amapola del polvo y suciedad. Si no lo cumplía en menos de un día, ella sería su cena.
Quizá la salida a este problema es razonar la naturalidad del proceso y hacer las paces con el tiempo. La otra opción es, simplemente, olvidar el asunto y disfrutar correr por el camino.
Vasilisa entró en pánico cuando la bruja se fue, pero recordó que en su bolsillo estaba la muñeca que su madre le regaló. Así, siguió las instrucciones dadas por ella en su lecho de muerte y Vasilisa alimentó a la muñeca. De esta forma, el juguete cobró vida e hizo los quehaceres mientras la joven cocinaba. Para cuando Baba Yagá regresó, todo estaba listo.
Algunos pensarían que Baba Yagá la devoraría sin importarle nada. Pero la bruja recompensa lo bueno. Así que le dio un cráneo convertido en linterna. Otros pensarán que la historia termina ahí. Pero, al llegar a casa, el fuego protegió a la joven y convirtió en cenizas a la madrastra y hermanastras por sus horribles acciones. Después de todo, la bruja castiga lo malo. Como ves, Baba Yagá es un personaje peculiar, más si le sumamos que las historias a veces la muestran casi como un hada madrina.
Y temple de acero
Aunque la verdadera cuestión radica en por qué describimos la vejez como algo oscuro e indeseable, como esta bruja. Cicerón lo cuestionaba desde ya hace varios años: «La vejez siempre está en primer plano. Todos se esfuerzan en alcanzarla y, una vez conquistada, todos la culpan». Es como si quisiéramos el premio, pero sin la consecuencia.
Quizá la salida a este problema es razonar la naturalidad del proceso y hacer las paces con el tiempo. La otra opción es, simplemente, olvidar el asunto y disfrutar correr por el camino. Haruki Murakami confirma esta alternativa al decir que «no importa si no vivo mucho, pero, mientras viva, quiero al menos que esa vida sea plena».