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Entretenerse hasta morir

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Alejandra Osorio |
20 de febrero, 2025

Un video detrás de otro, un comentario aquí y otro allá, unos minutos más procrastinando… ¿qué tan malo puede ser? Pero un video se transforma en cinco más, un comentario se suma a los otros tres, un descanso se vuelve una tarde de tiempo perdido en aburrimiento. El descanso es necesario; sin embargo, cuando la relajación se vuelve apatía y cuando simplemente se desea entumecer la mente, los problemas empiezan a multiplicarse. Esto, aunque parece muy propio de los tiempos actuales, es un problema que ha atormentado a las personas desde la antigüedad.

Panem

Odiseo tenía una sola palabra en su mente: casa. Deseaba regresar a Ítaca, donde por fin podría ver de nuevo a Penélope y a su hijo Telémaco. Solo era un hombre intentando regresar a su hogar. No obstante, ni los dioses ni los vientos se lo iban a permitir, tanto así que estos últimos lo alejaron de su destino y lo llevaron a lejanas aguas. Después de varios días, lograron desembarcar en una extraña isla. Pero Odiseo, para estas alturas, sabía que no podía darse el lujo de no ser precavido, así que envió unos cuantos hombres para explorar el territorio y determinar si existía comida o si había peligro.

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Odiseo y el resto de los hombres esperaron en la playa un retorno que nunca se dio. Así que el capitán tuvo que tomar una decisión: dejarlos o ir a buscarlos. Sin embargo, los años de guerra le enseñaron el valor de cada hombre, por lo que se aventuró en su búsqueda. Esta, para fortuna de todos, fue corta, pues hallaron a los miembros de la tripulación muy pronto. Pero no estaban solos.

Los humanos hacemos la vida tan interesante porque, en un mundo lleno de maravillas, habíamos sido capaces de inventar el aburrimiento. Así pues, quizá es momento de dejar el loto a un lado y retomar nuestras vidas sin apatía.

El rey de Ítaca no desenvainó su espada. Sus hombres estaban con un grupo de personas, todos sonreían y sus cuerpos se mecían relajados. Veían a la nada con una expresión que no decía nada. Entonces, él llamó a los tripulantes por su nombre, pero no se inmutaron y solo siguieron comiendo. Así, Odiseo fijó su mirada en lo que tenían en las manos.

De pronto, uno de los habitantes de la isla se le acercó con una sonrisa perdida y le ofreció una copa. El rey la aceptó y la acercó a su nariz. Si la forma de la planta le había dado una idea, el aroma del vino lo confirmó. Se encontraban ante la presencia de los lotófagos, los comedores de loto. En sí, no eran peligrosos porque vivían en un estado de abandono, de solo existir, de nunca estar presentes. No iban a atacar. Pero el peligro real estaba en aquella planta que llevaba a los que la comían a una pacífica apatía. Por ello, Odiseo no tuvo más remedio que forzar a los hombres a regresar a los barcos y mantenerlos restringidos hasta que el efecto de la planta se terminara.

Et circenses

¿Cómo juzgar a los lotófagos si todos hemos querido escapar de la vida por un instante? Y no está mal darnos un descanso, pues el cuerpo y la mente lo piden y lo necesitan. El problema radica en extenderlo y dejar pasar la vida mientras nosotros esperamos a la deriva. Bien lo decía Séneca en una de sus cartas a Lucilio, «¿podrías mostrarme a alguien que valore su tiempo, que reconozca el precio de cada momento, que entienda que cada día está muriendo?». Es muy fácil olvidarlo, así como es muy fácil consumir nuestro propio loto hecho de videos sin sentido, horas viendo el teléfono, minutos perdidos en molestarse con desconocidos y en otros vicios. En Papá puerco, Terry Pratchett escribió que los humanos hacemos la vida tan interesante porque, en un mundo lleno de maravillas, habíamos sido capaces de inventar el aburrimiento. Así pues, quizá es momento de dejar el loto a un lado y retomar nuestras vidas sin apatía.

Entretenerse hasta morir

Alejandra Osorio |
20 de febrero, 2025
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Un video detrás de otro, un comentario aquí y otro allá, unos minutos más procrastinando… ¿qué tan malo puede ser? Pero un video se transforma en cinco más, un comentario se suma a los otros tres, un descanso se vuelve una tarde de tiempo perdido en aburrimiento. El descanso es necesario; sin embargo, cuando la relajación se vuelve apatía y cuando simplemente se desea entumecer la mente, los problemas empiezan a multiplicarse. Esto, aunque parece muy propio de los tiempos actuales, es un problema que ha atormentado a las personas desde la antigüedad.

Panem

Odiseo tenía una sola palabra en su mente: casa. Deseaba regresar a Ítaca, donde por fin podría ver de nuevo a Penélope y a su hijo Telémaco. Solo era un hombre intentando regresar a su hogar. No obstante, ni los dioses ni los vientos se lo iban a permitir, tanto así que estos últimos lo alejaron de su destino y lo llevaron a lejanas aguas. Después de varios días, lograron desembarcar en una extraña isla. Pero Odiseo, para estas alturas, sabía que no podía darse el lujo de no ser precavido, así que envió unos cuantos hombres para explorar el territorio y determinar si existía comida o si había peligro.

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Odiseo y el resto de los hombres esperaron en la playa un retorno que nunca se dio. Así que el capitán tuvo que tomar una decisión: dejarlos o ir a buscarlos. Sin embargo, los años de guerra le enseñaron el valor de cada hombre, por lo que se aventuró en su búsqueda. Esta, para fortuna de todos, fue corta, pues hallaron a los miembros de la tripulación muy pronto. Pero no estaban solos.

Los humanos hacemos la vida tan interesante porque, en un mundo lleno de maravillas, habíamos sido capaces de inventar el aburrimiento. Así pues, quizá es momento de dejar el loto a un lado y retomar nuestras vidas sin apatía.

El rey de Ítaca no desenvainó su espada. Sus hombres estaban con un grupo de personas, todos sonreían y sus cuerpos se mecían relajados. Veían a la nada con una expresión que no decía nada. Entonces, él llamó a los tripulantes por su nombre, pero no se inmutaron y solo siguieron comiendo. Así, Odiseo fijó su mirada en lo que tenían en las manos.

De pronto, uno de los habitantes de la isla se le acercó con una sonrisa perdida y le ofreció una copa. El rey la aceptó y la acercó a su nariz. Si la forma de la planta le había dado una idea, el aroma del vino lo confirmó. Se encontraban ante la presencia de los lotófagos, los comedores de loto. En sí, no eran peligrosos porque vivían en un estado de abandono, de solo existir, de nunca estar presentes. No iban a atacar. Pero el peligro real estaba en aquella planta que llevaba a los que la comían a una pacífica apatía. Por ello, Odiseo no tuvo más remedio que forzar a los hombres a regresar a los barcos y mantenerlos restringidos hasta que el efecto de la planta se terminara.

Et circenses

¿Cómo juzgar a los lotófagos si todos hemos querido escapar de la vida por un instante? Y no está mal darnos un descanso, pues el cuerpo y la mente lo piden y lo necesitan. El problema radica en extenderlo y dejar pasar la vida mientras nosotros esperamos a la deriva. Bien lo decía Séneca en una de sus cartas a Lucilio, «¿podrías mostrarme a alguien que valore su tiempo, que reconozca el precio de cada momento, que entienda que cada día está muriendo?». Es muy fácil olvidarlo, así como es muy fácil consumir nuestro propio loto hecho de videos sin sentido, horas viendo el teléfono, minutos perdidos en molestarse con desconocidos y en otros vicios. En Papá puerco, Terry Pratchett escribió que los humanos hacemos la vida tan interesante porque, en un mundo lleno de maravillas, habíamos sido capaces de inventar el aburrimiento. Así pues, quizá es momento de dejar el loto a un lado y retomar nuestras vidas sin apatía.

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