Entre la prudencia y la prodigalidad: Lecciones por aprender de los Imperios de Alemania y Francia
En mi columna anterior, utilicé la sabiduría del ama de casa administradora de su presupuesto. Advertí sobre la reciente ampliación presupuestaria financiada con bonos y deuda, señalando que podría desencadenar inflación—«impuesto oculto» que afecta especialmente a los más pobres—. Sin embargo, me sorprendió darme cuenta de que algunos creen que el gobierno opera de manera diferente y que endeudarse está bien si se utiliza para impulsar el país o mejorar los indicadores sociales.
Sin embargo, los efectos de las malas decisiones y las crisis se producen con el tiempo. Estados Unidos ha caído en un túnel sin salida. A pesar de recaudar 16.4% del tamaño de su economía, su deuda ha alcanzado el 123.8% del PIB. Los intereses de esa deuda representan el 13% del gasto federal, superando incluso el gasto en defensa y programas sociales importantes. Con la deuda actual de 34 billones de dólares, su pago total es prácticamente imposible: se necesitaría destinar más del 20% del gasto federal durante mil años para saldarla, sin contar que Japón y China poseen una cuarta parte de los bonos del Tesoro del país.
Esta historia se ha repetido por milenios. En el siglo III, el Imperio Romano incrementó sus gastos militares y administrativos, provocando devaluación e inflación masiva, lo que contribuyó a su caída. En el siglo XVI, Carlos I y Felipe II sumieron al Imperio español en costosas guerras financiadas por préstamos extranjeros, resultando en bancarrotas estatales y el declive del imperio. En el XVIII, Luis XIV acumuló enormes deudas debido a guerras constantes y al despilfarro, contribuyendo a la crisis fiscal que desencadenó la Revolución Francesa. En el XIX, la expansión fiscal en Egipto y el endeudamiento excesivo para financiar infraestructura y defensa condujeron a la intervención extranjera y la ocupación británica.
En 1850 la política fiscal expansiva del Segundo Imperio Francés contrastó con la prudencia fiscal del Segundo Imperio Alemán. El gobierno de Napoleón III modernizó Francia mediante déficits públicos y préstamos. Los ambiciosos proyectos de infraestructura, como la renovación de París y la expansión de la red ferroviaria, junto con campañas militares intervencionistas en Crimea, Italia y México, crearon un déficit público debilitante.
Podemos invertir en infraestructura o programas sociales, pero dentro de un marco de prudencia. Caso contrario, veremos las consecuencias en pocos años: acumulación de gastos, deudas, inflación y descontento social nos arrastrarán a una época de crisis, pobreza y escasez, evitable con políticas fiscales responsables.
En contraste, la gestión fiscal prudente del Kaiser Guillermo permitió a Alemania consolidarse como potencia construyendo una ventaja decisiva en Europa. Liderado por Prusia, la Confederación germánica experimentó un notable desarrollo económico, impulsado por reformas económicas y educativas incluidas la liberalización del mercado laboral y mejora de la competitividad industrial y tecnológica. Prusia fortaleció su economía sin déficits al punto de derrotar a Dinamarca en 1864 y al Imperio austriaco en tan solo dos semanas en 1866.
En 1870, Francia declaró la guerra a Alemania, pero la derrota francesa fue inevitable. Prusia contaba con un ejército más moderno y mejor organizado, fruto de una estrategia de ahorro e inversión prudente. La superioridad militar prusiana permitió capturar al mismo Napoleón III en la batalla de Sedán. Esta derrota colapsó el Segundo Imperio Francés y culminó con la proclamación del Segundo Imperio Alemán en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles en 1871.
Podemos invertir en infraestructura o programas sociales, pero dentro de un marco de prudencia. Caso contrario, veremos las consecuencias en pocos años: acumulación de gastos, deudas, inflación y descontento social nos arrastrarán a una época de crisis, pobreza y escasez, evitable con políticas fiscales responsables. Algunos me han dicho: «No te preocupes, Guatemala aguanta…», pero nuestra meta no debería ser aguantar, sino impulsar el crecimiento, la riqueza y las oportunidades para todos de una forma inteligente y previsora.
PhD. José Ramiro Bolaños
Entre la prudencia y la prodigalidad: Lecciones por aprender de los Imperios de Alemania y Francia
En mi columna anterior, utilicé la sabiduría del ama de casa administradora de su presupuesto. Advertí sobre la reciente ampliación presupuestaria financiada con bonos y deuda, señalando que podría desencadenar inflación—«impuesto oculto» que afecta especialmente a los más pobres—. Sin embargo, me sorprendió darme cuenta de que algunos creen que el gobierno opera de manera diferente y que endeudarse está bien si se utiliza para impulsar el país o mejorar los indicadores sociales.
Sin embargo, los efectos de las malas decisiones y las crisis se producen con el tiempo. Estados Unidos ha caído en un túnel sin salida. A pesar de recaudar 16.4% del tamaño de su economía, su deuda ha alcanzado el 123.8% del PIB. Los intereses de esa deuda representan el 13% del gasto federal, superando incluso el gasto en defensa y programas sociales importantes. Con la deuda actual de 34 billones de dólares, su pago total es prácticamente imposible: se necesitaría destinar más del 20% del gasto federal durante mil años para saldarla, sin contar que Japón y China poseen una cuarta parte de los bonos del Tesoro del país.
Esta historia se ha repetido por milenios. En el siglo III, el Imperio Romano incrementó sus gastos militares y administrativos, provocando devaluación e inflación masiva, lo que contribuyó a su caída. En el siglo XVI, Carlos I y Felipe II sumieron al Imperio español en costosas guerras financiadas por préstamos extranjeros, resultando en bancarrotas estatales y el declive del imperio. En el XVIII, Luis XIV acumuló enormes deudas debido a guerras constantes y al despilfarro, contribuyendo a la crisis fiscal que desencadenó la Revolución Francesa. En el XIX, la expansión fiscal en Egipto y el endeudamiento excesivo para financiar infraestructura y defensa condujeron a la intervención extranjera y la ocupación británica.
En 1850 la política fiscal expansiva del Segundo Imperio Francés contrastó con la prudencia fiscal del Segundo Imperio Alemán. El gobierno de Napoleón III modernizó Francia mediante déficits públicos y préstamos. Los ambiciosos proyectos de infraestructura, como la renovación de París y la expansión de la red ferroviaria, junto con campañas militares intervencionistas en Crimea, Italia y México, crearon un déficit público debilitante.
Podemos invertir en infraestructura o programas sociales, pero dentro de un marco de prudencia. Caso contrario, veremos las consecuencias en pocos años: acumulación de gastos, deudas, inflación y descontento social nos arrastrarán a una época de crisis, pobreza y escasez, evitable con políticas fiscales responsables.
En contraste, la gestión fiscal prudente del Kaiser Guillermo permitió a Alemania consolidarse como potencia construyendo una ventaja decisiva en Europa. Liderado por Prusia, la Confederación germánica experimentó un notable desarrollo económico, impulsado por reformas económicas y educativas incluidas la liberalización del mercado laboral y mejora de la competitividad industrial y tecnológica. Prusia fortaleció su economía sin déficits al punto de derrotar a Dinamarca en 1864 y al Imperio austriaco en tan solo dos semanas en 1866.
En 1870, Francia declaró la guerra a Alemania, pero la derrota francesa fue inevitable. Prusia contaba con un ejército más moderno y mejor organizado, fruto de una estrategia de ahorro e inversión prudente. La superioridad militar prusiana permitió capturar al mismo Napoleón III en la batalla de Sedán. Esta derrota colapsó el Segundo Imperio Francés y culminó con la proclamación del Segundo Imperio Alemán en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles en 1871.
Podemos invertir en infraestructura o programas sociales, pero dentro de un marco de prudencia. Caso contrario, veremos las consecuencias en pocos años: acumulación de gastos, deudas, inflación y descontento social nos arrastrarán a una época de crisis, pobreza y escasez, evitable con políticas fiscales responsables. Algunos me han dicho: «No te preocupes, Guatemala aguanta…», pero nuestra meta no debería ser aguantar, sino impulsar el crecimiento, la riqueza y las oportunidades para todos de una forma inteligente y previsora.
PhD. José Ramiro Bolaños