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Entre el final y el comienzo

Si un hombre comienza con certezas, terminará en dudas; pero si se contenta con comenzar con dudas, terminará en certezas

.
Alejandra Osorio |
03 de enero, 2025

El inicio del año siempre está rodeado de cierta magia, la cual creamos a través de nuestros sueños, expectativas y tradiciones. Estas últimas, aunque suelen ser extrañas, tienen un único fin: asegurar un buen comienzo. En resumidas cuentas, esto solo se debe a nuestro deseo de dar la vuelta a la página, de dejar atrás todo aquello que cargamos durante un año, de tener la esperanza de que esta vuelta al Sol será un poco diferente. Sin embargo, quizá lo idóneo sería encontrar un balance entre el pasado y el presente para darle la bienvenida al futuro. Y justamente eso es lo que se puede aprender de una figura romana, la del dios Jano.

Ver al pasado…

Necesitamos ir al pasado para poder hablar de este dios, solo un poco atrás… justo al inicio del tiempo. En ese momento, él simplemente existía, pero, cuando la Tierra se formó, decidió vivir entre los hombres. Así, hizo su hogar en Italia, donde las personas lo eligieron como rey. Y ese fue el comienzo de la civilización. Bajo su mandato, los hombres aprendieron a construir barcos y a usar monedas. No obstante, su vida entre los humanos no lo alejó de su divinidad, mucho menos con la llegada de un titán a su reino.

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Ovidio cuenta, en Fastos, que después de la guerra entre dioses y titanes, donde Júpiter tomó el control, el viejo titán del tiempo fue desterrado. Así, Saturno tuvo que huir de Grecia y fue a dar a las costas italianas. En lugar de expulsarlo por los crímenes cometidos en contra de sus hijos, a quienes había devorado, Jano decidió darle la bienvenida y cumplir con las reglas que demandaba la xenia, es decir, la hospitalidad. Entonces, lo honró como huésped, por lo que fue bendecido con la capacidad de ver el pasado y el futuro. Esta es la razón por la que tiene dos caras: una mira lo que vendrá y otra observa lo que pasó.

El problema viene a ser cuando vestimos ese inicio con miedos de lo que vendrá o con la añoranza de lo que pasó, cuando queremos rellenar el espacio que crean las dudas. Pero tal vez estas no sean tan malas.

Sin embargo, llegó el momento en que Jano debía alejarse de los humanos. A pesar de ello, nunca les abandonó del todo, ni los hombres lo olvidaron por completo. Su figura se volvió un recordatorio constante de los finales e inicios, razón por la cual se le asocia a las puertas. Incluso su nombre llegó a pronunciarse antes de cualquier otro dios durante las plegarias, porque él y las Horas resguardaban el camino que conectaba a los mortales con las divinidades. Su presencia era tal que bautizaron el primer mes del año con su nombre: Ianuarius.

Para ver al futuro

Quizá el nombre de Jano ya no se pronuncie tantas veces como se hacía en el pasado. Quizá, al atravesar una puerta, ya no se piense en ese dios. Quizá su nombre esté reservado para aquellos que disfrutamos de la mitología y la historia. No obstante, la esencia de este dios sigue estando viva en todos los humanos que desean un inicio. Lucy Maud Montgomery, la autora de Ana de las tejas verdes, lo resume bien al preguntar lo siguiente: «¿No es reconfortante pensar que mañana es un día nuevo, aún sin errores?». Y es cierto. Pensar que cualquier instante puede ser un nuevo comienzo nos da esperanza.

El problema viene a ser cuando vestimos ese inicio con miedos de lo que vendrá o con la añoranza de lo que pasó, cuando queremos rellenar el espacio que crean las dudas. Pero tal vez estas no sean tan malas. Al final de cuentas, Francis Bacon, en Del adelanto y progreso de la ciencia divina y humana, decía que, «si un hombre comienza con certezas, terminará en dudas; pero si se contenta con comenzar con dudas, terminará en certezas». Entonces, así, como Jano, con la cabeza en el pasado y el futuro, solo nos queda caminar en el presente.

Entre el final y el comienzo

Si un hombre comienza con certezas, terminará en dudas; pero si se contenta con comenzar con dudas, terminará en certezas

Alejandra Osorio |
03 de enero, 2025
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El inicio del año siempre está rodeado de cierta magia, la cual creamos a través de nuestros sueños, expectativas y tradiciones. Estas últimas, aunque suelen ser extrañas, tienen un único fin: asegurar un buen comienzo. En resumidas cuentas, esto solo se debe a nuestro deseo de dar la vuelta a la página, de dejar atrás todo aquello que cargamos durante un año, de tener la esperanza de que esta vuelta al Sol será un poco diferente. Sin embargo, quizá lo idóneo sería encontrar un balance entre el pasado y el presente para darle la bienvenida al futuro. Y justamente eso es lo que se puede aprender de una figura romana, la del dios Jano.

Ver al pasado…

Necesitamos ir al pasado para poder hablar de este dios, solo un poco atrás… justo al inicio del tiempo. En ese momento, él simplemente existía, pero, cuando la Tierra se formó, decidió vivir entre los hombres. Así, hizo su hogar en Italia, donde las personas lo eligieron como rey. Y ese fue el comienzo de la civilización. Bajo su mandato, los hombres aprendieron a construir barcos y a usar monedas. No obstante, su vida entre los humanos no lo alejó de su divinidad, mucho menos con la llegada de un titán a su reino.

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Ovidio cuenta, en Fastos, que después de la guerra entre dioses y titanes, donde Júpiter tomó el control, el viejo titán del tiempo fue desterrado. Así, Saturno tuvo que huir de Grecia y fue a dar a las costas italianas. En lugar de expulsarlo por los crímenes cometidos en contra de sus hijos, a quienes había devorado, Jano decidió darle la bienvenida y cumplir con las reglas que demandaba la xenia, es decir, la hospitalidad. Entonces, lo honró como huésped, por lo que fue bendecido con la capacidad de ver el pasado y el futuro. Esta es la razón por la que tiene dos caras: una mira lo que vendrá y otra observa lo que pasó.

El problema viene a ser cuando vestimos ese inicio con miedos de lo que vendrá o con la añoranza de lo que pasó, cuando queremos rellenar el espacio que crean las dudas. Pero tal vez estas no sean tan malas.

Sin embargo, llegó el momento en que Jano debía alejarse de los humanos. A pesar de ello, nunca les abandonó del todo, ni los hombres lo olvidaron por completo. Su figura se volvió un recordatorio constante de los finales e inicios, razón por la cual se le asocia a las puertas. Incluso su nombre llegó a pronunciarse antes de cualquier otro dios durante las plegarias, porque él y las Horas resguardaban el camino que conectaba a los mortales con las divinidades. Su presencia era tal que bautizaron el primer mes del año con su nombre: Ianuarius.

Para ver al futuro

Quizá el nombre de Jano ya no se pronuncie tantas veces como se hacía en el pasado. Quizá, al atravesar una puerta, ya no se piense en ese dios. Quizá su nombre esté reservado para aquellos que disfrutamos de la mitología y la historia. No obstante, la esencia de este dios sigue estando viva en todos los humanos que desean un inicio. Lucy Maud Montgomery, la autora de Ana de las tejas verdes, lo resume bien al preguntar lo siguiente: «¿No es reconfortante pensar que mañana es un día nuevo, aún sin errores?». Y es cierto. Pensar que cualquier instante puede ser un nuevo comienzo nos da esperanza.

El problema viene a ser cuando vestimos ese inicio con miedos de lo que vendrá o con la añoranza de lo que pasó, cuando queremos rellenar el espacio que crean las dudas. Pero tal vez estas no sean tan malas. Al final de cuentas, Francis Bacon, en Del adelanto y progreso de la ciencia divina y humana, decía que, «si un hombre comienza con certezas, terminará en dudas; pero si se contenta con comenzar con dudas, terminará en certezas». Entonces, así, como Jano, con la cabeza en el pasado y el futuro, solo nos queda caminar en el presente.

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