El pasado 9 de agosto, en la ciudad de Guatemala, se celebró el Festival de la Libertad, un evento que inspiró a una nueva generación de líderes con el deseo de construir un mejor país. Más de 1500 personas de todas las edades se congregaron para escuchar a expositores internacionales de la talla de Agustín Laje, Emmanuel Dannam y Sandra Bronzina. También contamos con grandes referentes nacionales como José Raúl González, Rodrigo Arenas, Ligia Briz y su servidor, Daniel Cabrera.
Mi ponencia, “En política no hay sillas vacías”, busca servir de inspiración a los guatemaltecos para identificar sus espacios de incidencia política y ocuparlos de manera responsable. Además, recuerda que la política trasciende por mucho al Estado y que hay sillas más importantes que la de un diputado o incluso la del presidente.
La primera silla a ocupar siempre será la de la mesa del comedor. Si la familia deja de lado su lugar como piedra angular de la sociedad, los principios y valores que nos rigen están condenados a desaparecer. No es coincidencia que la primera y más fuerte línea de ataque del progresismo sea contra las familias: ellos saben perfectamente que, si en la mesa dejamos de hablar de política y religión, les dejamos el camino libre para ser quienes determinen lo que está bien o mal en la mente de las nuevas generaciones.
La segunda silla a ocupar en la batalla cultural es la del empresario. Hoy nos enfrentamos a campañas cada vez más agresivas y a fuertes mensajes progresistas promovidos por multinacionales, en donde políticas discriminatorias como las cuotas de género o de “diversidad” son cada vez más comunes. Necesitamos empresarios valientes que, desde el sector privado, no cedan ante la presión de la agenda progresista y creen un ambiente en el que sus empleados se sientan libres de expresar sus ideas sin miedo a ser despedidos.
La tercera silla, de vital importancia en esta batalla, es la de la prensa. El cuarto poder, como bien se le conoce, es el encargado de transmitir la “verdad” al país. Pero la información puede comunicarse de muchas maneras, y en ocasiones es más importante el cómo se dice que el hecho en sí. No es lo mismo hablar de “interrupción del embarazo” que de “asesinato”. Los medios de comunicación han sido una de las principales armas del progresismo en la batalla cultural; por ello, necesitamos periodistas, comunicadores e incluso creadores de contenido comprometidos con la verdad, que peleen por los espacios que les corresponden y ocupen esta silla.
Por último, las sillas dentro del Estado. Es necesario que los buenos guatemaltecos volvamos a participar en la función pública y en los puestos de elección popular. Es en estos espacios donde se deciden las leyes que rigen nuestro país, donde se manejan los fondos que pueden llegar a quienes los necesitan… o al bolsillo de políticos y funcionarios. Más de una vez he escuchado decir que no vale la pena “mancharse” con la sucia política guatemalteca, pero hoy les digo que la única forma de cambiarla es entrando al Estado y limpiándolo desde adentro. Me despido, al igual que en el festival, recordándoles que Guatemala vale la pena, que el país tiene un futuro brillante. Pero ese futuro solo será posible si los buenos guatemaltecos identificamos nuestra silla y trabajamos para que nadie más la ocupe. Cada silla es importante en la batalla cultural, y solo trabajando juntos lograremos una mejor Guatemala.
El pasado 9 de agosto, en la ciudad de Guatemala, se celebró el Festival de la Libertad, un evento que inspiró a una nueva generación de líderes con el deseo de construir un mejor país. Más de 1500 personas de todas las edades se congregaron para escuchar a expositores internacionales de la talla de Agustín Laje, Emmanuel Dannam y Sandra Bronzina. También contamos con grandes referentes nacionales como José Raúl González, Rodrigo Arenas, Ligia Briz y su servidor, Daniel Cabrera.
Mi ponencia, “En política no hay sillas vacías”, busca servir de inspiración a los guatemaltecos para identificar sus espacios de incidencia política y ocuparlos de manera responsable. Además, recuerda que la política trasciende por mucho al Estado y que hay sillas más importantes que la de un diputado o incluso la del presidente.
La primera silla a ocupar siempre será la de la mesa del comedor. Si la familia deja de lado su lugar como piedra angular de la sociedad, los principios y valores que nos rigen están condenados a desaparecer. No es coincidencia que la primera y más fuerte línea de ataque del progresismo sea contra las familias: ellos saben perfectamente que, si en la mesa dejamos de hablar de política y religión, les dejamos el camino libre para ser quienes determinen lo que está bien o mal en la mente de las nuevas generaciones.
La segunda silla a ocupar en la batalla cultural es la del empresario. Hoy nos enfrentamos a campañas cada vez más agresivas y a fuertes mensajes progresistas promovidos por multinacionales, en donde políticas discriminatorias como las cuotas de género o de “diversidad” son cada vez más comunes. Necesitamos empresarios valientes que, desde el sector privado, no cedan ante la presión de la agenda progresista y creen un ambiente en el que sus empleados se sientan libres de expresar sus ideas sin miedo a ser despedidos.
La tercera silla, de vital importancia en esta batalla, es la de la prensa. El cuarto poder, como bien se le conoce, es el encargado de transmitir la “verdad” al país. Pero la información puede comunicarse de muchas maneras, y en ocasiones es más importante el cómo se dice que el hecho en sí. No es lo mismo hablar de “interrupción del embarazo” que de “asesinato”. Los medios de comunicación han sido una de las principales armas del progresismo en la batalla cultural; por ello, necesitamos periodistas, comunicadores e incluso creadores de contenido comprometidos con la verdad, que peleen por los espacios que les corresponden y ocupen esta silla.
Por último, las sillas dentro del Estado. Es necesario que los buenos guatemaltecos volvamos a participar en la función pública y en los puestos de elección popular. Es en estos espacios donde se deciden las leyes que rigen nuestro país, donde se manejan los fondos que pueden llegar a quienes los necesitan… o al bolsillo de políticos y funcionarios. Más de una vez he escuchado decir que no vale la pena “mancharse” con la sucia política guatemalteca, pero hoy les digo que la única forma de cambiarla es entrando al Estado y limpiándolo desde adentro. Me despido, al igual que en el festival, recordándoles que Guatemala vale la pena, que el país tiene un futuro brillante. Pero ese futuro solo será posible si los buenos guatemaltecos identificamos nuestra silla y trabajamos para que nadie más la ocupe. Cada silla es importante en la batalla cultural, y solo trabajando juntos lograremos una mejor Guatemala.