La única palabra que podría definir las primeras semanas del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca es “intensidad”. Intensidad en las negociaciones, en el trabajo, en la agenda ejecutiva y en la toma del control de las instituciones de gobierno. Desde las declaraciones durante la campaña electoral se sabía que esta administración sería muy diferente a la anterior, ya que, a diferencia de su primer período de gobierno, Trump no seguiría la corriente de gobierno, sino que iría en contra de ella.
En otras palabras, durante su primer gobierno, Trump gobernó de acuerdo con las reglas del juego, esta vez, la estrategia sería cambiarlas. Esto se debe a que, el mandatario entendió que, si verdaderamente quería cambiar el rumbo de Estados Unidos y Make America Great Again, no podía seguir jugado sobre el mismo tablero de juego, dado que este había quedado empantanado por los intereses obscuros y particulareistas, por lo que la única alternativa era cambiar la marcha e ir contra las reglas de juego.
Contra las reglas del juego
De acuerdo con varios economistas políticos, las instituciones, más que establecimientos físicos, son las reglas del juego que encuadran los límites del juego político. Así pues, estas definen el alcance de las decisiones políticas, la legitimidad y legalidad de ellas. No obstante, para evitar el estancamiento en el progreso de una entidad, en este caso el país norteamericano, estas instituciones o reglas del juego deben evolucionar y adaptarse a la misma velocidad a la que avanzan los cambios sociales.
El país está en el camino para pasar de una plataforma idealista a una marcada por la Realpolitik. De ser exitoso este cambio, el país norteamericano estaría encaminado a recuperar el terreno que, a lo largo de estos años, ha perdido a pasos agigantados.
En el caso de Estados Unidos, esta brecha entre la evolución social y las instituciones era cada vez más evidente. EE. UU. había perdido el control de pivotes y aliados estratégicos y, como consecuencia, estos espacios empezaban a ser ocupados por sus enemigos, particularmente China. Asimismo, la política norteamericana, debido a su volatilidad y polarización, empezaba a ser cada vez menos confiable para los países vecinos. Consecuentemente, pese a la fuerza económica, militar y política que representa este país, la posición hegemónica que había mantenido en el mundo desde el final de la Guerra Fría cada vez era más difusa.
Por esta razón, la llegada de Trump a la Casa Blanca iba acompañada de un mandato popular claro, “la recuperación de a grandeza americana y su posición dominante en el mundo”. Sin embargo, con el aprendizaje adquirido durante su primer período de gobierno, el presidente sabía que el principal causante de este declive era el estado deplorable en el que se encontraban las instituciones y agencias del gobierno. Consecuentemente, para generar cambios importantes, el primer paso era el cambio de las reglas del juego, las cuales deben de estar a la altura de las ligas en las que busca jugar Trump.
El cambio de rumbo en las reglas de juego se ha materializado con la gira del secretario de Estado, Marco Rubio, por los países de América Latina. En esta gira, Rubio ha demostrado que el presidente Trump, donde pone el ojo, pone la bala, dado que, de todas las visitas, ha salido con acuerdos concretos. Desde la no renovación de la iniciativa de la Franja y la Ruta por parte de Panamá, hasta el acuerdo migratorio con El Salvador, el presidente norteamericano, a través de su representante, poco a poco ha recuperado su posición en la región.
En este momento estamos ante una transformación de las instituciones de EE. UU. El país está en el camino para pasar de una plataforma idealista a una marcada por la Realpolitik. De ser exitoso este cambio, el país norteamericano estaría encaminado a recuperar el terreno que, a lo largo de estos años, ha perdido a pasos agigantados.
La única palabra que podría definir las primeras semanas del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca es “intensidad”. Intensidad en las negociaciones, en el trabajo, en la agenda ejecutiva y en la toma del control de las instituciones de gobierno. Desde las declaraciones durante la campaña electoral se sabía que esta administración sería muy diferente a la anterior, ya que, a diferencia de su primer período de gobierno, Trump no seguiría la corriente de gobierno, sino que iría en contra de ella.
En otras palabras, durante su primer gobierno, Trump gobernó de acuerdo con las reglas del juego, esta vez, la estrategia sería cambiarlas. Esto se debe a que, el mandatario entendió que, si verdaderamente quería cambiar el rumbo de Estados Unidos y Make America Great Again, no podía seguir jugado sobre el mismo tablero de juego, dado que este había quedado empantanado por los intereses obscuros y particulareistas, por lo que la única alternativa era cambiar la marcha e ir contra las reglas de juego.
Contra las reglas del juego
De acuerdo con varios economistas políticos, las instituciones, más que establecimientos físicos, son las reglas del juego que encuadran los límites del juego político. Así pues, estas definen el alcance de las decisiones políticas, la legitimidad y legalidad de ellas. No obstante, para evitar el estancamiento en el progreso de una entidad, en este caso el país norteamericano, estas instituciones o reglas del juego deben evolucionar y adaptarse a la misma velocidad a la que avanzan los cambios sociales.
El país está en el camino para pasar de una plataforma idealista a una marcada por la Realpolitik. De ser exitoso este cambio, el país norteamericano estaría encaminado a recuperar el terreno que, a lo largo de estos años, ha perdido a pasos agigantados.
En el caso de Estados Unidos, esta brecha entre la evolución social y las instituciones era cada vez más evidente. EE. UU. había perdido el control de pivotes y aliados estratégicos y, como consecuencia, estos espacios empezaban a ser ocupados por sus enemigos, particularmente China. Asimismo, la política norteamericana, debido a su volatilidad y polarización, empezaba a ser cada vez menos confiable para los países vecinos. Consecuentemente, pese a la fuerza económica, militar y política que representa este país, la posición hegemónica que había mantenido en el mundo desde el final de la Guerra Fría cada vez era más difusa.
Por esta razón, la llegada de Trump a la Casa Blanca iba acompañada de un mandato popular claro, “la recuperación de a grandeza americana y su posición dominante en el mundo”. Sin embargo, con el aprendizaje adquirido durante su primer período de gobierno, el presidente sabía que el principal causante de este declive era el estado deplorable en el que se encontraban las instituciones y agencias del gobierno. Consecuentemente, para generar cambios importantes, el primer paso era el cambio de las reglas del juego, las cuales deben de estar a la altura de las ligas en las que busca jugar Trump.
El cambio de rumbo en las reglas de juego se ha materializado con la gira del secretario de Estado, Marco Rubio, por los países de América Latina. En esta gira, Rubio ha demostrado que el presidente Trump, donde pone el ojo, pone la bala, dado que, de todas las visitas, ha salido con acuerdos concretos. Desde la no renovación de la iniciativa de la Franja y la Ruta por parte de Panamá, hasta el acuerdo migratorio con El Salvador, el presidente norteamericano, a través de su representante, poco a poco ha recuperado su posición en la región.
En este momento estamos ante una transformación de las instituciones de EE. UU. El país está en el camino para pasar de una plataforma idealista a una marcada por la Realpolitik. De ser exitoso este cambio, el país norteamericano estaría encaminado a recuperar el terreno que, a lo largo de estos años, ha perdido a pasos agigantados.