El secreto mejor guardado: la eficiencia de la inversión extranjera directa en Guatemala
En economía, la evidencia es clara: los países más libres son, casi sin excepción, los más prósperos. No se trata de un eslogan político, sino de un patrón que se repite desde Singapur hasta Suiza, desde Irlanda hasta Taiwán. Según el Índice de Libertad Económica, Singapur tiene un PIB per cápita de 91 mil dólares, Suiza de 103 mil, Irlanda de 107 mil, Taiwán —tres veces más rico que China continental— supera los 35 mil, y Luxemburgo encabeza con 137 mil dólares. La lección es evidente: la libertad económica crea las condiciones para la acumulación de capital, la innovación y el crecimiento sostenido.
Si trasladamos esa pregunta inevitable a América Latina —¿ocurre lo mismo en nuestra región?— la respuesta es sí, aunque con matices y particularidades. La diversidad de modelos, decisiones políticas y coyunturas ha producido un mapa donde la libertad económica explica gran parte del desempeño, pero no todo. Aun así, los datos muestran un patrón inequívoco: los países más libres tienden a crecer más, a resistir mejor las crisis y a aprovechar de forma más eficiente la inversión.
Al analizar la evolución de la libertad económica en los últimos diez años, se pueden distinguir seis grupos. El primero incluye a quienes se han mantenido como los más libres: Chile, Uruguay, Costa Rica, Panamá, Paraguay, Perú y República Dominicana. En el segundo están los que han pasado de medianamente restringidos a más libres, como Guatemala y Belice. El tercero agrupa a los que antes eran muy libres y han retrocedido, como México, Colombia y El Salvador. Un cuarto bloque lo forman los que se han mantenido como medianamente restringidos: Honduras, Guyana, Brasil y Nicaragua. En el quinto están quienes de economías restringidas han pasado a medianamente restringidas, como Ecuador y Argentina. Y finalmente, el sexto corresponde a los que permanecen en economías restringidas: Haití, Bolivia, Venezuela y Cuba.
La ubicación de Guatemala en el segundo grupo es clave: es uno de los pocos países que han ampliado su libertad económica en la última década, y esto ha tenido un impacto directo en su estabilidad y crecimiento. Los países más libres de la región —Costa Rica, Panamá, República Dominicana y Guatemala— han registrado crecimientos promedio iguales o superiores al 3.5 % en los últimos diez años. En otros casos, el crecimiento alto se ha debido a coyunturas específicas: Belice creció 8.1 % en 2024 gracias a factores extraordinarios; Paraguay alcanzó 4.2 % ese mismo año; y Argentina, impulsada por las reformas libertarias de Javier Milei, proyecta un 5 % en 2025.
Por el contrario, la pérdida de libertad económica suele traducirse en estancamiento o retroceso. Chile, que durante décadas lideró en crecimiento, ha visto su dinamismo frenado desde la llegada de Gabriel Boric. México, con una previsión de apenas 0.3 % de crecimiento para 2025, Colombia con 0.7 % en 2023 y 1.7 % en 2024, y El Salvador, con el peor desempeño de Centroamérica (2.4 %), son ejemplos claros. En el extremo opuesto, Haití, Bolivia, Venezuela y Cuba se mantienen en el rincón más crudo de la amargura y la esperanza perdida, con contracciones permanentes de sus economías por decisión propia.
El papel de la inversión extranjera directa es determinante. En la mayoría de países latinoamericanos, la IED como porcentaje del PIB supera el crecimiento económico, lo que implica que gran parte del dinamismo depende del capital externo. Sin embargo, hay seis excepciones: Uruguay, Paraguay, Perú, Guatemala, Guyana y Argentina, que han logrado crecer más que la IED recibida. Este dato revela una capacidad interna de generar crecimiento que no depende exclusivamente del flujo de inversión extranjera.
La calidad de la inversión importa tanto como su cantidad. Un indicador revelador es la reinversión de utilidades: Uruguay y Guyana reinvierten el 99 % de la IED que reciben, y Guatemala alcanza un impresionante 97 %. Esto significa que las empresas extranjeras no solo llegan, sino que encuentran razones para quedarse y expandirse.
Si no actuamos ahora, otros lo harán y se quedarán con el capital y el talento que podríamos conquistar.
Si a esto sumamos que Guatemala ha crecido 3.5 % en promedio durante los últimos diez años con una IED equivalente apenas al 1.7 % del PIB, la conclusión es clara: la economía guatemalteca absorbe y multiplica el capital extranjero con una eficiencia poco común en la región.
Además, el país ha logrado una diversificación significativa. En 1980, cuatro productos —café, azúcar, cardamomo y banano— representaban el 58 % de las exportaciones guatemaltecas. Hoy, el 65 % de las exportaciones se reparte entre café, artículos de vestuario, azúcar, banano, plásticos, aceites comestibles, frutas, bebidas, cardamomo, farmacéuticos, papel y cartón, bases de cereales, textiles, jabones y detergentes, y productos químicos. Guatemala dejó de ser una república bananera para convertirse también en fabricante y exportador de productos altamente sofisticados como plásticos, farmacéuticos, químicos y hasta congeladores.
La suma de estos factores coloca a Guatemala en una posición envidiable: está entre los nueve países más libres de América Latina, entre los seis con mayor crecimiento promedio en la última década, crece por encima de la inversión extranjera que recibe, tiene una de las tasas más altas de reinversión de utilidades de la región y, sin embargo, recibe poca IED en términos absolutos. Esto la convierte en un mercado subvalorado: un terreno fértil que todavía no está saturado.
Convertir este potencial en realidad requiere una agenda decidida. Una ley de atracción de inversión extranjera debe garantizar seguridad jurídica, ventanilla única para trámites y estabilidad fiscal. La reducción general del ISR corporativo es ineludible si se quiere competir globalmente. Irlanda bajó su tasa del 50 % al 12.5 % y atrajo a las principales tecnológicas. Polonia mantiene un ISR del 19 %, Bulgaria del 10 % y Georgia, uno de los casos más audaces, ofrece un 5 %, gravando las ganancias solo al distribuirse.
En el ámbito interno, es imprescindible proteger la propiedad privada y eliminar la tramitología que paraliza inversiones. No es aceptable que una licencia ambiental tarde tres años en aprobarse. La iniciativa de ley del etanol debe revisarse para permitir competencia abierta y evitar privilegios sectoriales. La legislación contra el lavado de dinero no debe ampliarse indiscriminadamente, pues corre el riesgo de ahogar la formalización y restringir el crédito. Además, Guatemala tiene recursos geológicos estratégicos: con 37 volcanes, posee silicio volcánico —clave para fabricar chips de computadora—, tierras raras y minerales de alto valor. Si logra transformarlos en manufactura avanzada, podrá diversificar su economía hacia sectores tecnológicos de alto margen.
Frente a nosotros tenemos varias opciones. Primero, seguir como estamos, sin hacer cambios radicales. El resultado posible es que las amenazas que se ciernen sobre nosotros nos hagan retroceder: tarifas de Donald Trump, una posible caída de las remesas —que hasta hoy han sostenido el consumo— o cambios en los decretos del gobierno o en el Congreso que dificulten más la atracción de capitales. Segundo, optar, como han hecho El Salvador, Colombia y México, por restringir las libertades, perder nuestro sistema republicano de pesos y contrapesos o elegir un futuro gobierno que quiera cambiar las reglas en contra de la producción de riqueza y la atracción de inversión. En ese caso, las tasas de crecimiento del segundo sexenio de la “Cuarta Revolución” mexicana nos muestran que el país se puede estancar, perder lo ganado y generar más pobreza. El tercero es generar un gran acuerdo nacional, cambiar las reglas de atracción de inversionistas y capitales para encaminarnos hacia la senda de los países más libres y prósperos de la región: Panamá, Costa Rica y República Dominicana.
La ventana de oportunidad no es eterna. Si no actuamos ahora, otros lo harán y se quedarán con el capital y el talento que podríamos conquistar. La prosperidad nos toca a la puerta: abramos y dejemos entrar con visión, cariño y respeto, antes de que decida irse a otra parte.
El secreto mejor guardado: la eficiencia de la inversión extranjera directa en Guatemala
En economía, la evidencia es clara: los países más libres son, casi sin excepción, los más prósperos. No se trata de un eslogan político, sino de un patrón que se repite desde Singapur hasta Suiza, desde Irlanda hasta Taiwán. Según el Índice de Libertad Económica, Singapur tiene un PIB per cápita de 91 mil dólares, Suiza de 103 mil, Irlanda de 107 mil, Taiwán —tres veces más rico que China continental— supera los 35 mil, y Luxemburgo encabeza con 137 mil dólares. La lección es evidente: la libertad económica crea las condiciones para la acumulación de capital, la innovación y el crecimiento sostenido.
Si trasladamos esa pregunta inevitable a América Latina —¿ocurre lo mismo en nuestra región?— la respuesta es sí, aunque con matices y particularidades. La diversidad de modelos, decisiones políticas y coyunturas ha producido un mapa donde la libertad económica explica gran parte del desempeño, pero no todo. Aun así, los datos muestran un patrón inequívoco: los países más libres tienden a crecer más, a resistir mejor las crisis y a aprovechar de forma más eficiente la inversión.
Al analizar la evolución de la libertad económica en los últimos diez años, se pueden distinguir seis grupos. El primero incluye a quienes se han mantenido como los más libres: Chile, Uruguay, Costa Rica, Panamá, Paraguay, Perú y República Dominicana. En el segundo están los que han pasado de medianamente restringidos a más libres, como Guatemala y Belice. El tercero agrupa a los que antes eran muy libres y han retrocedido, como México, Colombia y El Salvador. Un cuarto bloque lo forman los que se han mantenido como medianamente restringidos: Honduras, Guyana, Brasil y Nicaragua. En el quinto están quienes de economías restringidas han pasado a medianamente restringidas, como Ecuador y Argentina. Y finalmente, el sexto corresponde a los que permanecen en economías restringidas: Haití, Bolivia, Venezuela y Cuba.
La ubicación de Guatemala en el segundo grupo es clave: es uno de los pocos países que han ampliado su libertad económica en la última década, y esto ha tenido un impacto directo en su estabilidad y crecimiento. Los países más libres de la región —Costa Rica, Panamá, República Dominicana y Guatemala— han registrado crecimientos promedio iguales o superiores al 3.5 % en los últimos diez años. En otros casos, el crecimiento alto se ha debido a coyunturas específicas: Belice creció 8.1 % en 2024 gracias a factores extraordinarios; Paraguay alcanzó 4.2 % ese mismo año; y Argentina, impulsada por las reformas libertarias de Javier Milei, proyecta un 5 % en 2025.
Por el contrario, la pérdida de libertad económica suele traducirse en estancamiento o retroceso. Chile, que durante décadas lideró en crecimiento, ha visto su dinamismo frenado desde la llegada de Gabriel Boric. México, con una previsión de apenas 0.3 % de crecimiento para 2025, Colombia con 0.7 % en 2023 y 1.7 % en 2024, y El Salvador, con el peor desempeño de Centroamérica (2.4 %), son ejemplos claros. En el extremo opuesto, Haití, Bolivia, Venezuela y Cuba se mantienen en el rincón más crudo de la amargura y la esperanza perdida, con contracciones permanentes de sus economías por decisión propia.
El papel de la inversión extranjera directa es determinante. En la mayoría de países latinoamericanos, la IED como porcentaje del PIB supera el crecimiento económico, lo que implica que gran parte del dinamismo depende del capital externo. Sin embargo, hay seis excepciones: Uruguay, Paraguay, Perú, Guatemala, Guyana y Argentina, que han logrado crecer más que la IED recibida. Este dato revela una capacidad interna de generar crecimiento que no depende exclusivamente del flujo de inversión extranjera.
La calidad de la inversión importa tanto como su cantidad. Un indicador revelador es la reinversión de utilidades: Uruguay y Guyana reinvierten el 99 % de la IED que reciben, y Guatemala alcanza un impresionante 97 %. Esto significa que las empresas extranjeras no solo llegan, sino que encuentran razones para quedarse y expandirse.
Si no actuamos ahora, otros lo harán y se quedarán con el capital y el talento que podríamos conquistar.
Si a esto sumamos que Guatemala ha crecido 3.5 % en promedio durante los últimos diez años con una IED equivalente apenas al 1.7 % del PIB, la conclusión es clara: la economía guatemalteca absorbe y multiplica el capital extranjero con una eficiencia poco común en la región.
Además, el país ha logrado una diversificación significativa. En 1980, cuatro productos —café, azúcar, cardamomo y banano— representaban el 58 % de las exportaciones guatemaltecas. Hoy, el 65 % de las exportaciones se reparte entre café, artículos de vestuario, azúcar, banano, plásticos, aceites comestibles, frutas, bebidas, cardamomo, farmacéuticos, papel y cartón, bases de cereales, textiles, jabones y detergentes, y productos químicos. Guatemala dejó de ser una república bananera para convertirse también en fabricante y exportador de productos altamente sofisticados como plásticos, farmacéuticos, químicos y hasta congeladores.
La suma de estos factores coloca a Guatemala en una posición envidiable: está entre los nueve países más libres de América Latina, entre los seis con mayor crecimiento promedio en la última década, crece por encima de la inversión extranjera que recibe, tiene una de las tasas más altas de reinversión de utilidades de la región y, sin embargo, recibe poca IED en términos absolutos. Esto la convierte en un mercado subvalorado: un terreno fértil que todavía no está saturado.
Convertir este potencial en realidad requiere una agenda decidida. Una ley de atracción de inversión extranjera debe garantizar seguridad jurídica, ventanilla única para trámites y estabilidad fiscal. La reducción general del ISR corporativo es ineludible si se quiere competir globalmente. Irlanda bajó su tasa del 50 % al 12.5 % y atrajo a las principales tecnológicas. Polonia mantiene un ISR del 19 %, Bulgaria del 10 % y Georgia, uno de los casos más audaces, ofrece un 5 %, gravando las ganancias solo al distribuirse.
En el ámbito interno, es imprescindible proteger la propiedad privada y eliminar la tramitología que paraliza inversiones. No es aceptable que una licencia ambiental tarde tres años en aprobarse. La iniciativa de ley del etanol debe revisarse para permitir competencia abierta y evitar privilegios sectoriales. La legislación contra el lavado de dinero no debe ampliarse indiscriminadamente, pues corre el riesgo de ahogar la formalización y restringir el crédito. Además, Guatemala tiene recursos geológicos estratégicos: con 37 volcanes, posee silicio volcánico —clave para fabricar chips de computadora—, tierras raras y minerales de alto valor. Si logra transformarlos en manufactura avanzada, podrá diversificar su economía hacia sectores tecnológicos de alto margen.
Frente a nosotros tenemos varias opciones. Primero, seguir como estamos, sin hacer cambios radicales. El resultado posible es que las amenazas que se ciernen sobre nosotros nos hagan retroceder: tarifas de Donald Trump, una posible caída de las remesas —que hasta hoy han sostenido el consumo— o cambios en los decretos del gobierno o en el Congreso que dificulten más la atracción de capitales. Segundo, optar, como han hecho El Salvador, Colombia y México, por restringir las libertades, perder nuestro sistema republicano de pesos y contrapesos o elegir un futuro gobierno que quiera cambiar las reglas en contra de la producción de riqueza y la atracción de inversión. En ese caso, las tasas de crecimiento del segundo sexenio de la “Cuarta Revolución” mexicana nos muestran que el país se puede estancar, perder lo ganado y generar más pobreza. El tercero es generar un gran acuerdo nacional, cambiar las reglas de atracción de inversionistas y capitales para encaminarnos hacia la senda de los países más libres y prósperos de la región: Panamá, Costa Rica y República Dominicana.
La ventana de oportunidad no es eterna. Si no actuamos ahora, otros lo harán y se quedarán con el capital y el talento que podríamos conquistar. La prosperidad nos toca a la puerta: abramos y dejemos entrar con visión, cariño y respeto, antes de que decida irse a otra parte.