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El problema de X: entre Elon Musk y el ciudadano común

Si a la libertad de expresión se le imponen límites, entonces ya no es libertad de expresión.

Ilustración por República
Rodrigo Fernández Ordóñez |
06 de septiembre, 2024

A las personas les puede caer bien o mal Elon Musk. Les puede parecer pretencioso, superficial, afectado, cualquier impresión que pueda proyectar al escucharlo hablar y exponer sus ideas. Sin embargo, algo se le debe de reconocer: su lucha por la libertad de expresión, mediante su plataforma X.

De la misma forma nos puede o no gustar lo que se publica en X. Nos puede molestar la mayoría de posts con lenguaje soez y tonos pretendidamente controversiales. Nos puede molestar la creciente tendencia al linchamiento del otro, del que no piensa como nosotros y gritarle que se calle. Pero lo que no se puede aceptar es que se le prohíba escribir y decir lo que piensa, porque esa cultura de cancelación, tan en boga en el mundo actual se va a parar tragando a todos. Como la Revolución, que se terminaba comiendo a sus hijos.

Esa búsqueda absurda e injustificable de la imposición del pensamiento único es un avance peligroso de grupos que, exigiendo tolerancia en un principio, resultan imponiéndose de forma autoritaria sobre los demás.

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Esa búsqueda absurda e injustificable de la imposición del pensamiento único es un avance peligroso de grupos que, exigiendo tolerancia en un principio, resultan imponiéndose de forma autoritaria sobre los demás. Así lo hizo la Iglesia, exigiendo tolerancia en el seno del Imperio romano en tanto fue perseguida, pero al ser reconocido y aceptado el culto cristiano por Constantino empezó su lucha por imponerse como credo único. Empezó pidiendo clemencia para su credo y terminó quemando a sus opositores.

El ejemplo puede parecer exagerado y puede molestar a algunos. Pero es la historiay la historia si la ignoramos, manoseamos o escondemos, volverá irremediablemente a cobrarse su cuota de error. Por eso el problema de X en Brasil y en Europa debería de preocuparnos y ocuparnos a todos, porque, en el fondo, nos estamos jugando nuestro derecho a decir lo que pensamos, en voz alta y a quien nos plazca. Por supuesto, las opiniones pueden molestar y causar escozor. Es derecho también enojarse por eso, pero no puede ser un derecho prohibir a nadie expresarse. Si a la libertad de expresión se le imponen límites, entonces ya no es libertad de expresión.

La situación que Musk tuvo que afrontar en Brasil y en Europa es peligrosa también para cualquier ciudadano. Si un Estado o un grupo de Estados silencian a uno de los hombres más ricos de la tierra, imagínese lo que podrá hacer un juez en el futuro en contra de cualquier ciudadano a pie. Aceptar que un Estado, esa entidad política abstracta, cierre y abra puertas a los ciudadanos para acceder y ejercer sus derechos que le son propios por naturaleza, es un ejercicio sumamente peligroso. Recordemos que los padres fundadores de los EE. UU., al momento de discutir la Primera Enmienda a su Constitución, afrontaron el mismo dilema: ¿puede un Estado que no es fuente de los derechos de los ciudadanos, limitárselos a los ciudadanos? Evidentemente no, pues nuestros derechos emanan del Derecho Natural y no de los actos formales de la autoridad. Sin embargo, esta primera discusión estuvo a punto de enemistar a Thomas Jefferson y a John Adams. De hecho, de acuerdo con el historiador Joseph Ellis, lastimó seriamente su amistad por años.

No necesitamos y no debemos permitir que sea un juez, un Estado o un representante del poder el que nos diga qué podemos o no podemos pensar, leer o decir.

¿Cuál es el punto de esta discusión? El punto radica en que los derechos humanos los tenemos por el simple hecho casual y natural de nacer humanos; es decir, no dependen de una confirmación desde el poder, porque nacemos con ellos. El Estado no tiene absolutamente nada que ver con los derechos que nos atañen por ser seres humanos, salvo respetarlos. Como apuntaba el filósofo Voltaire en su «Tratado de la Tolerancia»: «El derecho humano no puede fundarse en ningún caso más que en el derecho de la Naturaleza, y el gran principio, el principio universal de uno y otro, está en toda la tierra: No hagas lo que no quieras que te hagan». El mismo pensador afirmaba páginas adelante: «Sería el colmo de la locura pretender que todos los hombres pensaran de la misma manera (…) Mucho más fácil sería subyugar el universo entero por la fuerza de las armas, que a los espíritus de una sola ciudad…».

No necesitamos y no debemos permitir que sea un juez, un Estado o un representante del poder el que nos diga qué podemos o no podemos pensar, leer o decir. Esta debe de ser una decisión individual; borrar la aplicación de X cuando las discusiones vacías e insignificantes se apoderan de los posts y no nos aportan nada nuevo. Otra solución sería que, si no nos gusta el contenido de los posts que se publican, porque nos ofende, no los leamos o bloqueemos al que los escribe. O bien, si el comentario negativo ofende a un juez o a un presidente o cualquier personaje público, quizá la solución sea que deje de actuar de forma poco ética o violentando la moral o criticable. Pero, prohibir la denuncia es un asunto sumamente peligroso, sobre todo porque mañana nos puede afectar a nosotros directamente y entonces quizá, ya será demasiado tarde.

El problema de X: entre Elon Musk y el ciudadano común

Si a la libertad de expresión se le imponen límites, entonces ya no es libertad de expresión.

Rodrigo Fernández Ordóñez |
06 de septiembre, 2024
Ilustración por República

A las personas les puede caer bien o mal Elon Musk. Les puede parecer pretencioso, superficial, afectado, cualquier impresión que pueda proyectar al escucharlo hablar y exponer sus ideas. Sin embargo, algo se le debe de reconocer: su lucha por la libertad de expresión, mediante su plataforma X.

De la misma forma nos puede o no gustar lo que se publica en X. Nos puede molestar la mayoría de posts con lenguaje soez y tonos pretendidamente controversiales. Nos puede molestar la creciente tendencia al linchamiento del otro, del que no piensa como nosotros y gritarle que se calle. Pero lo que no se puede aceptar es que se le prohíba escribir y decir lo que piensa, porque esa cultura de cancelación, tan en boga en el mundo actual se va a parar tragando a todos. Como la Revolución, que se terminaba comiendo a sus hijos.

Esa búsqueda absurda e injustificable de la imposición del pensamiento único es un avance peligroso de grupos que, exigiendo tolerancia en un principio, resultan imponiéndose de forma autoritaria sobre los demás.

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Esa búsqueda absurda e injustificable de la imposición del pensamiento único es un avance peligroso de grupos que, exigiendo tolerancia en un principio, resultan imponiéndose de forma autoritaria sobre los demás. Así lo hizo la Iglesia, exigiendo tolerancia en el seno del Imperio romano en tanto fue perseguida, pero al ser reconocido y aceptado el culto cristiano por Constantino empezó su lucha por imponerse como credo único. Empezó pidiendo clemencia para su credo y terminó quemando a sus opositores.

El ejemplo puede parecer exagerado y puede molestar a algunos. Pero es la historiay la historia si la ignoramos, manoseamos o escondemos, volverá irremediablemente a cobrarse su cuota de error. Por eso el problema de X en Brasil y en Europa debería de preocuparnos y ocuparnos a todos, porque, en el fondo, nos estamos jugando nuestro derecho a decir lo que pensamos, en voz alta y a quien nos plazca. Por supuesto, las opiniones pueden molestar y causar escozor. Es derecho también enojarse por eso, pero no puede ser un derecho prohibir a nadie expresarse. Si a la libertad de expresión se le imponen límites, entonces ya no es libertad de expresión.

La situación que Musk tuvo que afrontar en Brasil y en Europa es peligrosa también para cualquier ciudadano. Si un Estado o un grupo de Estados silencian a uno de los hombres más ricos de la tierra, imagínese lo que podrá hacer un juez en el futuro en contra de cualquier ciudadano a pie. Aceptar que un Estado, esa entidad política abstracta, cierre y abra puertas a los ciudadanos para acceder y ejercer sus derechos que le son propios por naturaleza, es un ejercicio sumamente peligroso. Recordemos que los padres fundadores de los EE. UU., al momento de discutir la Primera Enmienda a su Constitución, afrontaron el mismo dilema: ¿puede un Estado que no es fuente de los derechos de los ciudadanos, limitárselos a los ciudadanos? Evidentemente no, pues nuestros derechos emanan del Derecho Natural y no de los actos formales de la autoridad. Sin embargo, esta primera discusión estuvo a punto de enemistar a Thomas Jefferson y a John Adams. De hecho, de acuerdo con el historiador Joseph Ellis, lastimó seriamente su amistad por años.

No necesitamos y no debemos permitir que sea un juez, un Estado o un representante del poder el que nos diga qué podemos o no podemos pensar, leer o decir.

¿Cuál es el punto de esta discusión? El punto radica en que los derechos humanos los tenemos por el simple hecho casual y natural de nacer humanos; es decir, no dependen de una confirmación desde el poder, porque nacemos con ellos. El Estado no tiene absolutamente nada que ver con los derechos que nos atañen por ser seres humanos, salvo respetarlos. Como apuntaba el filósofo Voltaire en su «Tratado de la Tolerancia»: «El derecho humano no puede fundarse en ningún caso más que en el derecho de la Naturaleza, y el gran principio, el principio universal de uno y otro, está en toda la tierra: No hagas lo que no quieras que te hagan». El mismo pensador afirmaba páginas adelante: «Sería el colmo de la locura pretender que todos los hombres pensaran de la misma manera (…) Mucho más fácil sería subyugar el universo entero por la fuerza de las armas, que a los espíritus de una sola ciudad…».

No necesitamos y no debemos permitir que sea un juez, un Estado o un representante del poder el que nos diga qué podemos o no podemos pensar, leer o decir. Esta debe de ser una decisión individual; borrar la aplicación de X cuando las discusiones vacías e insignificantes se apoderan de los posts y no nos aportan nada nuevo. Otra solución sería que, si no nos gusta el contenido de los posts que se publican, porque nos ofende, no los leamos o bloqueemos al que los escribe. O bien, si el comentario negativo ofende a un juez o a un presidente o cualquier personaje público, quizá la solución sea que deje de actuar de forma poco ética o violentando la moral o criticable. Pero, prohibir la denuncia es un asunto sumamente peligroso, sobre todo porque mañana nos puede afectar a nosotros directamente y entonces quizá, ya será demasiado tarde.

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