El príncipe vs. la máquina partidaria
En pocas palabras, el partido no moldeó a Trump, sino que Trump moldeó al partido.
El inicio de la campaña de Kamala Harris, como reemplazo a la candidatura del actual presidente Biden, ha sido todo un éxito. Los números a favor de los demócratas empiezan a subir, las donaciones empiezan a entrar en las arcas de la campaña y la élite del partido empieza a ver, por primera vez en esta carrera, una verdadera oportunidad para derrotar al candidato republicano.
No obstante, más allá de los números en las encuestas, en esta contienda presidencial no estamos viendo únicamente un enfrentamiento entre candidatos. En cambio, esta campaña enfrenta dos modelos de hacer política, ya que pone cara a cara al príncipe, reflejado en Trump y a la máquina partidaria que acompaña a Kamala Harris. Los eventos más recientes, el atentado contra Trump y la sucesión de Harris como la candidata a la Presidencia, ilustran esta diferencia.
El príncipe heredero de un movimiento desgastado
El candidato Donald Trump llegó al partido republicano en un momento en el que el movimiento estaba desgastado y la fórmula política únicamente intensificaba la desafección de los americanos hacia el GOP. La tendencia más liberal (de izquierda) le había ganado terreno en la administración pública y el partido demócrata había sido capaz de acaparar al electorado más joven.
Así pues, cuando Trump, pese a ser un outsider de la política, tomó el liderazgo del partido no solo modificó las prioridades de la agenda y las políticas, sino que también transformó la cara del republicanismo a su imagen y semejanza. En pocas palabras, el partido no moldeó a Trump, sino que Trump moldeó al partido. Esta nueva ola con tintes de populismo conservador se coló en la estructura de la administración pública durante su primer período de gobierno y permitió que el entonces político marginado rompiera con el antiguo statu quo y expandiera su agenda ideológica.
En un futuro cercano, el bipartidismo americano podría sufrir un cisma importante que podría repercutir en la fórmula política de la región.
Como todo modelo político, el trumpismo republicano tiene sus ventajas y desventajas. Los eventos en Butler, Pensilvania, evidenciaron cuán dependiente se ha vuelto el partido republicano de la imagen de Trump, dado que esta fórmula del príncipe únicamente puede ser exitosa si la figura está presente. Por lo tanto, a pesar de que contar con un príncipe es un medio efectivo para acumular capital político, al mismo tiempo, esa fortaleza de convocatoria magnifica sus debilidades. Consecuentemente, de haber sido exitoso el intento de asesinato, el partido republicano no solo hubiera perdido a su candidato, sino que todo un movimiento se hubiera desintegrado en cuestión de segundos.
Una diarquía: la apuesta demócrata
De forma contraria, el partido demócrata, con el “golpe de palacio” hacia el presidente Biden, demostró la manera en la que, como máquina partidaria, era capaz de amortiguar los ataques de la oposición. El reemplazo de Joe Biden como candidato demócrata se llevó a cabo sin mayores conflictos, retrasos o debates sobre quién debía ser el sucesor. Esto se debe a que, a diferencia del partido republicano, en el movimiento demócrata, Biden y Harris forman una diarquía a la merced de las directrices de la élite del partido demócrata, por lo que la sucesión de Harris era la opción natural.
Así pues, en este modelo político en el que el partido es quien proporciona la fórmula de gobierno, tanto Biden, como Harris únicamente son los comunicadores de una estructura más amplia de gobierno. La ventaja es que, a largo plazo, al no depender de una sola persona, es una estructura más durable y adaptable. Sin embargo, como se esperaría de todo partido de masas como el demócrata, la desventaja es que este modelo facilitaría la oligarquización del partido, lo cual crearía una separación entre la élite que controla y los simpatizantes.
Mientras que los americanos se acercan a la última recta de la carrera por la Presidencia, parece que la elección, más que en los candidatos, empieza a recaer en los modelos políticos que cada uno plantea. No obstante, independientemente de quien gane, esta apreciación sobre el príncipe vs. el partido nos invita a reflexionar sobre cómo, en un futuro cercano, el bipartidismo americano podría sufrir un cisma importante que podría repercutir en la fórmula política de la región.
El príncipe vs. la máquina partidaria
En pocas palabras, el partido no moldeó a Trump, sino que Trump moldeó al partido.
El inicio de la campaña de Kamala Harris, como reemplazo a la candidatura del actual presidente Biden, ha sido todo un éxito. Los números a favor de los demócratas empiezan a subir, las donaciones empiezan a entrar en las arcas de la campaña y la élite del partido empieza a ver, por primera vez en esta carrera, una verdadera oportunidad para derrotar al candidato republicano.
No obstante, más allá de los números en las encuestas, en esta contienda presidencial no estamos viendo únicamente un enfrentamiento entre candidatos. En cambio, esta campaña enfrenta dos modelos de hacer política, ya que pone cara a cara al príncipe, reflejado en Trump y a la máquina partidaria que acompaña a Kamala Harris. Los eventos más recientes, el atentado contra Trump y la sucesión de Harris como la candidata a la Presidencia, ilustran esta diferencia.
El príncipe heredero de un movimiento desgastado
El candidato Donald Trump llegó al partido republicano en un momento en el que el movimiento estaba desgastado y la fórmula política únicamente intensificaba la desafección de los americanos hacia el GOP. La tendencia más liberal (de izquierda) le había ganado terreno en la administración pública y el partido demócrata había sido capaz de acaparar al electorado más joven.
Así pues, cuando Trump, pese a ser un outsider de la política, tomó el liderazgo del partido no solo modificó las prioridades de la agenda y las políticas, sino que también transformó la cara del republicanismo a su imagen y semejanza. En pocas palabras, el partido no moldeó a Trump, sino que Trump moldeó al partido. Esta nueva ola con tintes de populismo conservador se coló en la estructura de la administración pública durante su primer período de gobierno y permitió que el entonces político marginado rompiera con el antiguo statu quo y expandiera su agenda ideológica.
En un futuro cercano, el bipartidismo americano podría sufrir un cisma importante que podría repercutir en la fórmula política de la región.
Como todo modelo político, el trumpismo republicano tiene sus ventajas y desventajas. Los eventos en Butler, Pensilvania, evidenciaron cuán dependiente se ha vuelto el partido republicano de la imagen de Trump, dado que esta fórmula del príncipe únicamente puede ser exitosa si la figura está presente. Por lo tanto, a pesar de que contar con un príncipe es un medio efectivo para acumular capital político, al mismo tiempo, esa fortaleza de convocatoria magnifica sus debilidades. Consecuentemente, de haber sido exitoso el intento de asesinato, el partido republicano no solo hubiera perdido a su candidato, sino que todo un movimiento se hubiera desintegrado en cuestión de segundos.
Una diarquía: la apuesta demócrata
De forma contraria, el partido demócrata, con el “golpe de palacio” hacia el presidente Biden, demostró la manera en la que, como máquina partidaria, era capaz de amortiguar los ataques de la oposición. El reemplazo de Joe Biden como candidato demócrata se llevó a cabo sin mayores conflictos, retrasos o debates sobre quién debía ser el sucesor. Esto se debe a que, a diferencia del partido republicano, en el movimiento demócrata, Biden y Harris forman una diarquía a la merced de las directrices de la élite del partido demócrata, por lo que la sucesión de Harris era la opción natural.
Así pues, en este modelo político en el que el partido es quien proporciona la fórmula de gobierno, tanto Biden, como Harris únicamente son los comunicadores de una estructura más amplia de gobierno. La ventaja es que, a largo plazo, al no depender de una sola persona, es una estructura más durable y adaptable. Sin embargo, como se esperaría de todo partido de masas como el demócrata, la desventaja es que este modelo facilitaría la oligarquización del partido, lo cual crearía una separación entre la élite que controla y los simpatizantes.
Mientras que los americanos se acercan a la última recta de la carrera por la Presidencia, parece que la elección, más que en los candidatos, empieza a recaer en los modelos políticos que cada uno plantea. No obstante, independientemente de quien gane, esta apreciación sobre el príncipe vs. el partido nos invita a reflexionar sobre cómo, en un futuro cercano, el bipartidismo americano podría sufrir un cisma importante que podría repercutir en la fórmula política de la región.