Ahora que Donald Trump es presidente de los EE. UU., y puso en marcha su plan para controlar la migración ilegal, vale la pena considerar algunos puntos.
La migración ilegal es consecuencia de la realidad de los países que expulsan a su población por la incapacidad y falta de voluntad de brindarles condiciones favorables para su desarrollo. Cuando una persona decide migrar ilegalmente, es lógico pensar que lo hace porque las circunstancias en su país de residencia no le satisfacen.
Esas circunstancias no son propiciadas por EE. UU., sino, principalmente, por los gobiernos que propician o permiten que dichas circunstancias existan. Pensemos en el caso de Guatemala, cuya población migra de forma ilegal porque son afectados por la inseguridad, la pobreza, la falta de oportunidades aprovechables, la falta de certeza jurídica y por el panorama incierto que se vislumbra en el futuro.
No obstante, el gobierno mira con buenos ojos la enorme cantidad de remesas que esos migrantes ilegales envían año con año, al punto de incluirlo como un rubro específico en el Producto Interno Bruto. El inmigrante ilegal, la expulsión de los conciudadanos, es un gran aliciente para los gobiernos, porque ayuda a que, haciendo todo mal, los gobiernos digan que la economía crece y que, por lo tanto, también puede crecer su presupuesto y dinero en la bolsa, pues con ello no solo financian el presupuesto general sino principalmente sus sueldos.
Ahora que el gobierno estadounidense quiere parar la migración ilegal, debe advertir que los gobiernos como el nuestro, estimado lector, no tienen una motivación real para parar la expulsión de nuestros conciudadanos. Mientras menos personas estén en Guatemala y más remesas entren al país, la vida es más cómoda para todos los gobernantes.
Por ello, debemos reflexionar que el peor presidente para los migrantes no es Donald Trump, y Kamala Harris no hubiese sido su mejor presidente, ni viceversa.
Podemos calificar de injustas a esas leyes si queremos y esa es otra conversación, pero debemos reconocer que la mayor parte de la responsabilidad de la realidad de la migración ilegal es de los gobernantes de los países que la causan.
Los peores gobernantes para los migrantes son todos los gobernantes del país que los expulsa, que se beneficia y lucra con su trabajo, precariedad y sufrimiento.
El mejor presidente y los mejores gobernantes para los migrantes que están en cualquier parte del mundo, son aquellos que buscan mejorar las circunstancias sociales y económicas de su propio país, para que esos migrantes regresen y se unan de nuevo a sus familias y a sus comunidades en sus propios países. Es una tristeza que los migrantes ilegales sufran vejámenes en EE. UU., pero es aún más triste que no se reclame a los gobiernos que los expulsan, que asuman ellos la responsabilidad que barren y meten bajo la alfombra para así poder seguir gozando de los beneficios que las remesas representan.
Desde hace mucho tiempo, los gobernantes, pero principalmente el presidente y la vicepresidenta, debieran estar preocupados por el tema. Salir en medios de comunicación recibiendo migrantes como la vicepresidenta lo hizo, después de más de un año de gobierno, es una burla burda, pues aviones como el que recibió han llegado cada día desde antes que ella asumiera la vicepresidencia y durante su gobierno también. Ahora, y de repente, ha pensado en atender el tema…
No digamos el presidente, que ante tan preocupante situación lo mejor que su voluntad alcanzó a hacer fue irse de viaje a Canadá a recibir una donación simbólica y, eso sí, claro que sí, a recibir un premio que a él y solo a él lo hace sentir mejor.
La absoluta mayoría de los migrantes son personas que van a buscarse una vida mejor, porque aquí no la encuentran, lo cual les representa riesgo, precariedad, sufrimiento e incluso la muerte. EE. UU. está haciendo cumplir sus leyes y tiene la obligación de hacerlo. Podemos calificar de injustas a esas leyes si queremos y esa es otra conversación, pero debemos reconocer que la mayor parte de la responsabilidad de la realidad de la migración ilegal es de los gobernantes de los países que la causan.
Por todo lo anterior, lo animo, estimado lector, a que si le molesta le exija a quienes si deben escucharnos, a quienes sí deben hacer algo por esos migrantes, a quienes sí tienen la obligación de velar por detener la migración ilegal; y esas personas son nuestros gobernantes, no los gobernantes estadounidenses (a esos les podremos reclamar otras cosas, pero eso es para otra conversación).
El peor presidente para los inmigrantes
Ahora que Donald Trump es presidente de los EE. UU., y puso en marcha su plan para controlar la migración ilegal, vale la pena considerar algunos puntos.
La migración ilegal es consecuencia de la realidad de los países que expulsan a su población por la incapacidad y falta de voluntad de brindarles condiciones favorables para su desarrollo. Cuando una persona decide migrar ilegalmente, es lógico pensar que lo hace porque las circunstancias en su país de residencia no le satisfacen.
Esas circunstancias no son propiciadas por EE. UU., sino, principalmente, por los gobiernos que propician o permiten que dichas circunstancias existan. Pensemos en el caso de Guatemala, cuya población migra de forma ilegal porque son afectados por la inseguridad, la pobreza, la falta de oportunidades aprovechables, la falta de certeza jurídica y por el panorama incierto que se vislumbra en el futuro.
No obstante, el gobierno mira con buenos ojos la enorme cantidad de remesas que esos migrantes ilegales envían año con año, al punto de incluirlo como un rubro específico en el Producto Interno Bruto. El inmigrante ilegal, la expulsión de los conciudadanos, es un gran aliciente para los gobiernos, porque ayuda a que, haciendo todo mal, los gobiernos digan que la economía crece y que, por lo tanto, también puede crecer su presupuesto y dinero en la bolsa, pues con ello no solo financian el presupuesto general sino principalmente sus sueldos.
Ahora que el gobierno estadounidense quiere parar la migración ilegal, debe advertir que los gobiernos como el nuestro, estimado lector, no tienen una motivación real para parar la expulsión de nuestros conciudadanos. Mientras menos personas estén en Guatemala y más remesas entren al país, la vida es más cómoda para todos los gobernantes.
Por ello, debemos reflexionar que el peor presidente para los migrantes no es Donald Trump, y Kamala Harris no hubiese sido su mejor presidente, ni viceversa.
Podemos calificar de injustas a esas leyes si queremos y esa es otra conversación, pero debemos reconocer que la mayor parte de la responsabilidad de la realidad de la migración ilegal es de los gobernantes de los países que la causan.
Los peores gobernantes para los migrantes son todos los gobernantes del país que los expulsa, que se beneficia y lucra con su trabajo, precariedad y sufrimiento.
El mejor presidente y los mejores gobernantes para los migrantes que están en cualquier parte del mundo, son aquellos que buscan mejorar las circunstancias sociales y económicas de su propio país, para que esos migrantes regresen y se unan de nuevo a sus familias y a sus comunidades en sus propios países. Es una tristeza que los migrantes ilegales sufran vejámenes en EE. UU., pero es aún más triste que no se reclame a los gobiernos que los expulsan, que asuman ellos la responsabilidad que barren y meten bajo la alfombra para así poder seguir gozando de los beneficios que las remesas representan.
Desde hace mucho tiempo, los gobernantes, pero principalmente el presidente y la vicepresidenta, debieran estar preocupados por el tema. Salir en medios de comunicación recibiendo migrantes como la vicepresidenta lo hizo, después de más de un año de gobierno, es una burla burda, pues aviones como el que recibió han llegado cada día desde antes que ella asumiera la vicepresidencia y durante su gobierno también. Ahora, y de repente, ha pensado en atender el tema…
No digamos el presidente, que ante tan preocupante situación lo mejor que su voluntad alcanzó a hacer fue irse de viaje a Canadá a recibir una donación simbólica y, eso sí, claro que sí, a recibir un premio que a él y solo a él lo hace sentir mejor.
La absoluta mayoría de los migrantes son personas que van a buscarse una vida mejor, porque aquí no la encuentran, lo cual les representa riesgo, precariedad, sufrimiento e incluso la muerte. EE. UU. está haciendo cumplir sus leyes y tiene la obligación de hacerlo. Podemos calificar de injustas a esas leyes si queremos y esa es otra conversación, pero debemos reconocer que la mayor parte de la responsabilidad de la realidad de la migración ilegal es de los gobernantes de los países que la causan.
Por todo lo anterior, lo animo, estimado lector, a que si le molesta le exija a quienes si deben escucharnos, a quienes sí deben hacer algo por esos migrantes, a quienes sí tienen la obligación de velar por detener la migración ilegal; y esas personas son nuestros gobernantes, no los gobernantes estadounidenses (a esos les podremos reclamar otras cosas, pero eso es para otra conversación).