El país que se conforma con poco: Cómo la falta de ambición ha hundido nuestra competitividad
En una tarde de marzo, con el sol pintando de púrpura las jacarandas y de oro los palos blancos, Guatemala luce como un paraíso. El canto de los mirlos y el vuelo de los colibríes nos recuerdan que vivimos en una tierra privilegiada. Pero el peligro de un paraíso es el conformismo. Nos hemos aferrado a la estabilidad, al «así estamos bien», al miedo al cambio. Pero como el sapo que hierve sin notarlo, nos quedamos en el agua, cómodos, sin ver que nos estamos apagando poco a poco.
Hace menos de un siglo, Guatemala era una de las 24 economías más ricas del mundo en términos de PIB per cápita. Durante el gobierno de Jorge Ubico, aunque dependíamos del café, una administración fiscal rigurosa permitió reducir la deuda externa a cero, invertir en infraestructura y expandir la educación. En 1942, nuestro PIB per cápita estaba casi al nivel de Italia, Francia y el Imperio japonés. Estábamos al nivel de las grandes potencias.
Sorprendentemente, teníamos un PIB per cápita superior al de Hungría, Venezuela y España. Nuestra economía por persona era 70 % mayor que la de Costa Rica, más del doble de la de Corea y Turquía, y más del triple de Honduras y Brasil. Hoy, la mayoría de los países que alguna vez dejamos atrás nos han superado. Brasil, México y Costa Rica ahora nos duplican; Turquía y Hungría nos triplican; Corea del Sur nos quintuplica y Singapur ya no nos ve en el retrovisor: nos aventaja diez veces. Mientras ellos innovaban, nosotros preferimos aferrarnos a la comodidad de que nada cambiara.
Caer del puesto 24 al 108 en PIB per cápita no es solo una estadística, es el reflejo de un país que perdió su lugar en el mundo. La competitividad depende de muchos factores, pero sin un entorno de negocios ágil y una economía innovadora, el crecimiento es imposible. Según el índice Doing Business (2020), Guatemala ocupa el puesto 96 en facilidad para hacer negocios. Mientras Singapur (2), Corea (5), España (31) y Turquía (34) han avanzado, Guatemala se ha quedado atrás. Incluso economías emergentes como Georgia (7), Malasia (12) y Ruanda (38) han superado a nuestro país con regulaciones más favorables para la inversión. La región tampoco nos favorece: Chile (59), México (60), Colombia (67) y Costa Rica (74) ofrecen entornos más atractivos. Si usted fuera inversionista y viera una diferencia de 89 países entre Guatemala y Georgia, ¿dónde pondría su dinero?
El problema no es solo la burocracia. El ISR en Guatemala es del 25 %, mientras que en Georgia es del 15 % y en Irlanda del 12.5 %. En total, 103 países tienen impuestos más bajos y 95 regulaciones más favorables. Mientras el mundo compite por atraer capital, nosotros seguimos poniéndonos zancadilla.
Es fácil culpar al gobierno: burocracia, trabas regulatorias y el serio problema de la corrupción. Pero el rezago de Guatemala también es responsabilidad del sector privado. Un ejemplo claro es el acceso al crédito. En Guatemala, el crédito al sector privado representa apenas el 35.9 % del PIB, mientras que en Panamá alcanza el 106 % y en Chile el 125 %. En esos países, emprendedores y empresarios acceden a financiamiento con facilidad, impulsando el crecimiento y la innovación. Chile presta 25 % más dinero del que genera su economía. En Guatemala, el crédito es un embudo, no un motor del desarrollo. Sin acceso a financiamiento, la estabilidad macroeconómica no es suficiente: necesitamos un sistema que impulse el crecimiento, no que lo limite.
Si seguimos conformándonos con poco, en una década pagaremos los platos rotos con un crecimiento estacionario y más oportunidades perdidas. Guatemala tiene el talento para conquistar el mundo, pero no lo hará con miedo ni con conformismo.
Los Acuerdos de Paz aspiraban a un crecimiento del 6 % anual; hoy nos conformamos con un 3.5 %. Y el problema no es solo el gobierno: muchas empresas aún temen arriesgarse, innovar y adoptar tecnología. El mundo avanza con automatización e inteligencia artificial, donde la productividad ya no depende del salario mínimo, sino de la capacidad de innovar. Guatemala invierte apenas 41 dólares por persona en Capital TIC, indicador de la inversión en activos relacionados con tecnología, mientras que Costa Rica invierte 418, Estonia 1,744 y Singapur 5,797. Nótese, Singapur invierte 141 veces más por persona que Guatemala en tecnología.
La brecha es brutal. Mientras el mundo se vuelve más eficiente y competitivo, muchos empresarios exitosos en Guatemala siguen confiando en las fórmulas que les han dado resultados hasta ahora. Si usted es empresario y su equipo todavía gestiona procesos críticos en Excel, allí tiene la primera señal de que su empresa —y el país— están perdiendo la carrera contra el mundo. Para los pequeños, la situación es aún más difícil: con márgenes ajustados, no pueden permitirse apuestas innovadoras o radicales que les den una ventaja competitiva en el exterior.
Las consecuencias son evidentes: entre 2022 y 2024, las exportaciones de productos de alto valor agregado en los sectores de alimentos procesados, químicos, textiles y metalmecánica cayeron de USD 7.1 mil millones a USD 5.9 mil millones. De igual manera, las exportaciones de TIC se redujeron de USD 744 millones en 2019 a USD 604 millones en 2023.
No hay duda: el tren de la productividad partió hace décadas, y Guatemala se quedó en el andén. En 1974, nuestra Productividad Multifactorial (PTF) era de 0.93 con respecto a Estados Unidos, apenas un 7 % menor que la mayor economía del mundo. Hoy ha caído a 0.66, por debajo de Namibia, Sudán e Irak. Mientras Costa Rica (0.77) y Panamá (0.79) nos sacan ventaja, otros que antes estaban rezagados, como Armenia (0.83) y Turquía (0.89), ya nos han superado. Algunos, como Mauricio (1.27) y Macao (1.25), incluso sobrepasaron a Estados Unidos. La PTF mide el impacto de la innovación, la competitividad y la eficiencia en el crecimiento económico. Así, pues, el mundo avanza con economías más eficientes y tecnológicas, mientras Guatemala sigue atrapada en una mentalidad acostumbrada al bajo crecimiento y las pocas ganancias.
La próxima semana profundizaremos en el tema de la productividad, pero, mientras tanto, algo es claro: el modelo actual nos está condenando al rezago. La falta de inversión en tecnología, la reticencia a la automatización y la resistencia al cambio no son solo problemas del gobierno; son también síntomas de un país que ha perdido la ambición de competir.
Si seguimos conformándonos con poco, en una década pagaremos los platos rotos con un crecimiento estacionario y más oportunidades perdidas. Guatemala tiene el talento para conquistar el mundo, pero no lo hará con miedo ni con conformismo. Primero debemos imaginarlo. Luego, debemos atrevernos a construirlo. El momento de hacerlo no es mañana. Es ahora.
PhD. Ramiro Bolaños
El país que se conforma con poco: Cómo la falta de ambición ha hundido nuestra competitividad
En una tarde de marzo, con el sol pintando de púrpura las jacarandas y de oro los palos blancos, Guatemala luce como un paraíso. El canto de los mirlos y el vuelo de los colibríes nos recuerdan que vivimos en una tierra privilegiada. Pero el peligro de un paraíso es el conformismo. Nos hemos aferrado a la estabilidad, al «así estamos bien», al miedo al cambio. Pero como el sapo que hierve sin notarlo, nos quedamos en el agua, cómodos, sin ver que nos estamos apagando poco a poco.
Hace menos de un siglo, Guatemala era una de las 24 economías más ricas del mundo en términos de PIB per cápita. Durante el gobierno de Jorge Ubico, aunque dependíamos del café, una administración fiscal rigurosa permitió reducir la deuda externa a cero, invertir en infraestructura y expandir la educación. En 1942, nuestro PIB per cápita estaba casi al nivel de Italia, Francia y el Imperio japonés. Estábamos al nivel de las grandes potencias.
Sorprendentemente, teníamos un PIB per cápita superior al de Hungría, Venezuela y España. Nuestra economía por persona era 70 % mayor que la de Costa Rica, más del doble de la de Corea y Turquía, y más del triple de Honduras y Brasil. Hoy, la mayoría de los países que alguna vez dejamos atrás nos han superado. Brasil, México y Costa Rica ahora nos duplican; Turquía y Hungría nos triplican; Corea del Sur nos quintuplica y Singapur ya no nos ve en el retrovisor: nos aventaja diez veces. Mientras ellos innovaban, nosotros preferimos aferrarnos a la comodidad de que nada cambiara.
Caer del puesto 24 al 108 en PIB per cápita no es solo una estadística, es el reflejo de un país que perdió su lugar en el mundo. La competitividad depende de muchos factores, pero sin un entorno de negocios ágil y una economía innovadora, el crecimiento es imposible. Según el índice Doing Business (2020), Guatemala ocupa el puesto 96 en facilidad para hacer negocios. Mientras Singapur (2), Corea (5), España (31) y Turquía (34) han avanzado, Guatemala se ha quedado atrás. Incluso economías emergentes como Georgia (7), Malasia (12) y Ruanda (38) han superado a nuestro país con regulaciones más favorables para la inversión. La región tampoco nos favorece: Chile (59), México (60), Colombia (67) y Costa Rica (74) ofrecen entornos más atractivos. Si usted fuera inversionista y viera una diferencia de 89 países entre Guatemala y Georgia, ¿dónde pondría su dinero?
El problema no es solo la burocracia. El ISR en Guatemala es del 25 %, mientras que en Georgia es del 15 % y en Irlanda del 12.5 %. En total, 103 países tienen impuestos más bajos y 95 regulaciones más favorables. Mientras el mundo compite por atraer capital, nosotros seguimos poniéndonos zancadilla.
Es fácil culpar al gobierno: burocracia, trabas regulatorias y el serio problema de la corrupción. Pero el rezago de Guatemala también es responsabilidad del sector privado. Un ejemplo claro es el acceso al crédito. En Guatemala, el crédito al sector privado representa apenas el 35.9 % del PIB, mientras que en Panamá alcanza el 106 % y en Chile el 125 %. En esos países, emprendedores y empresarios acceden a financiamiento con facilidad, impulsando el crecimiento y la innovación. Chile presta 25 % más dinero del que genera su economía. En Guatemala, el crédito es un embudo, no un motor del desarrollo. Sin acceso a financiamiento, la estabilidad macroeconómica no es suficiente: necesitamos un sistema que impulse el crecimiento, no que lo limite.
Si seguimos conformándonos con poco, en una década pagaremos los platos rotos con un crecimiento estacionario y más oportunidades perdidas. Guatemala tiene el talento para conquistar el mundo, pero no lo hará con miedo ni con conformismo.
Los Acuerdos de Paz aspiraban a un crecimiento del 6 % anual; hoy nos conformamos con un 3.5 %. Y el problema no es solo el gobierno: muchas empresas aún temen arriesgarse, innovar y adoptar tecnología. El mundo avanza con automatización e inteligencia artificial, donde la productividad ya no depende del salario mínimo, sino de la capacidad de innovar. Guatemala invierte apenas 41 dólares por persona en Capital TIC, indicador de la inversión en activos relacionados con tecnología, mientras que Costa Rica invierte 418, Estonia 1,744 y Singapur 5,797. Nótese, Singapur invierte 141 veces más por persona que Guatemala en tecnología.
La brecha es brutal. Mientras el mundo se vuelve más eficiente y competitivo, muchos empresarios exitosos en Guatemala siguen confiando en las fórmulas que les han dado resultados hasta ahora. Si usted es empresario y su equipo todavía gestiona procesos críticos en Excel, allí tiene la primera señal de que su empresa —y el país— están perdiendo la carrera contra el mundo. Para los pequeños, la situación es aún más difícil: con márgenes ajustados, no pueden permitirse apuestas innovadoras o radicales que les den una ventaja competitiva en el exterior.
Las consecuencias son evidentes: entre 2022 y 2024, las exportaciones de productos de alto valor agregado en los sectores de alimentos procesados, químicos, textiles y metalmecánica cayeron de USD 7.1 mil millones a USD 5.9 mil millones. De igual manera, las exportaciones de TIC se redujeron de USD 744 millones en 2019 a USD 604 millones en 2023.
No hay duda: el tren de la productividad partió hace décadas, y Guatemala se quedó en el andén. En 1974, nuestra Productividad Multifactorial (PTF) era de 0.93 con respecto a Estados Unidos, apenas un 7 % menor que la mayor economía del mundo. Hoy ha caído a 0.66, por debajo de Namibia, Sudán e Irak. Mientras Costa Rica (0.77) y Panamá (0.79) nos sacan ventaja, otros que antes estaban rezagados, como Armenia (0.83) y Turquía (0.89), ya nos han superado. Algunos, como Mauricio (1.27) y Macao (1.25), incluso sobrepasaron a Estados Unidos. La PTF mide el impacto de la innovación, la competitividad y la eficiencia en el crecimiento económico. Así, pues, el mundo avanza con economías más eficientes y tecnológicas, mientras Guatemala sigue atrapada en una mentalidad acostumbrada al bajo crecimiento y las pocas ganancias.
La próxima semana profundizaremos en el tema de la productividad, pero, mientras tanto, algo es claro: el modelo actual nos está condenando al rezago. La falta de inversión en tecnología, la reticencia a la automatización y la resistencia al cambio no son solo problemas del gobierno; son también síntomas de un país que ha perdido la ambición de competir.
Si seguimos conformándonos con poco, en una década pagaremos los platos rotos con un crecimiento estacionario y más oportunidades perdidas. Guatemala tiene el talento para conquistar el mundo, pero no lo hará con miedo ni con conformismo. Primero debemos imaginarlo. Luego, debemos atrevernos a construirlo. El momento de hacerlo no es mañana. Es ahora.
PhD. Ramiro Bolaños