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¿El ocaso de las Olimpiadas?

Hemos sido testigos de la peor ceremonia de apertura de Juegos Olímpicos de la historia. Zamparle a todo el mundo los antivalores ‘woke’ no celebra ni la excelencia ni une a la humanidad en fraternidad ni concordia.

Las luces iluminan la Torre Eiffel durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024 en París, el 26 de julio de 2024. (Foto de Fabrice COFFRINI / AFP)
Warren Orbaugh |
29 de julio, 2024

Uno habría esperado ver una ceremonia de apertura espectacular de los Juegos Olímpicos de París 2024, donde se manifestaran los valores de estas competencias en todo su esplendor. Pero no. Lo que hemos visto es una ceremonia venerando la decadencia del ser humano. Y es que cuando los progreswoke’ se apoderan de algo lo hacen para destruirlo. Destruyen la cultura, destruyen edificios, destruyen monumentos, la lógica, el lenguaje, la moral y todo aquello que representa lo mejor de la civilización occidental.

Thomas Jolly, el director artístico de la bacanal ‘woke’ en la ceremonia de apertura de los juegos, afirmó en una entrevista que quiso escribir un espectáculo en el que todo mundo en algún momento se sintiera representado y que formara parte de “esta cosa que es más grande que todos nosotros”. Quiso que fuera “inclusivo”, que nadie se quedara atrás.

LA VIRTUD MERITORIA

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Los valores olímpicos son todo lo contrario. La participación en las Olimpiadas es de carácter “exclusivo”. Se excluye a todo aquel que no califica en unas agónicas competencias preliminares. Solo los mejores de entre los mejores de una élite de atletas consiguen el honor de participar en los Juegos Olímpicos. No se llega a tener ese honor por ser negro, rojo, amarillo, blanco, obeso, heterosexual, homosexual, transexual, etc. Se llega allí por ser virtuoso. Por regir su vida por excelente razonamiento y no por sus tendencias o pasiones. Por ser templado y no glotón; por ser determinado y resoluto, disciplinado y laborioso, perseverante y responsable; por cuidar uno su cuerpo mediante la higiene y fortalecerlo mediante el ejercicio, y por ambicionar ser siempre mejor.

La práctica habitual de estas virtudes se manifiesta visiblemente en la belleza de cuerpos atléticos firmes y nervudos. Por eso, los antiguos griegos competían desnudos (gimnasia viene del griego gymnos, que quiere decir ‘desnudo’), porque sin ropa no podían ocultar sus vicios y desatención para consigo mismos. Su cuerpo descubierto exhibía orgullosamente su virtuosidad. La inclusión es, pues, por mérito.

Es en ese espíritu que celebra la excelencia que el Barón Pierre de Coubertin, fundador en 1896 de los Juegos Olímpicos modernos, elaboró el lema de estas competencias: citius, altius, fortius (más rápido, más alto, más fuerte).

Thomas Jolly, el director artístico de la bacanal ‘woke’ en la ceremonia de apertura de los juegos, quiso que fuera “inclusivo”, que nadie se quedara atrás. Los valores olímpicos son todo lo contrario. La participación en las Olimpiadas es de carácter “exclusivo” (...) Solo los mejores de entre los mejores de una élite de atletas consiguen el honor de participar en los Juegos Olímpicos. No se llega a tener ese honor por ser negro, rojo, amarillo, blanco, obeso, heterosexual, homosexual, transexual, etc.

RESPETO Y CONCORDIA

Los Juegos Olímpicos eran la más famosa de las gimnopedias, instituidos, según los mitos, por el mismísimo Hércules. Para participar se declaraba una tregua sagrada, la hieromenia, que duraba el tiempo completo de los juegos, permitiéndole a la gente viajar hacia y desde Olimpia en paz y fraternidad. A pesar de la abolición de los Juegos Olímpicos por Teodosio en el 393, sus ideales no se derrumbaron como las ruinas de los templos de Olimpia. Con el redescubrimiento de los templos de Olimpia y la excavación por parte de arqueólogos en el siglo XIX, renació un interés en los ideales griegos de estos juegos. El joven Pierre de Coubertin, disgustado con las facciones políticas y raciales que separaban a los hombres y a las naciones, pensó que “el fundamento de la moralidad humana verdadera es el respeto mutuo y para que exista respeto mutuo, es necesario que nos conozcamos mejor”. Pensó que las competencias deportivas unirían a los hombres y así aprenderían a convivir en paz. Y para ello creó los Juegos Olímpicos modernos y al símbolo de los cinco anillos entrelazados que representan a los cinco continentes en su bandera.

DESTRUCCIÓN DE LOS VALORES OLÍMPICOS

La parodia que ofendió a muchos, esa bacanal de Thomas Jolly, pone como personaje central, ocupando el lugar de Cristo, a la obesa Barbara Butch, rodeada de transexuales y miembros de la comunidad LGBT, organizados en grupos de tres, como en la Última Cena de Leonardo Da Vinci a la que alude. Hay algunos que pretendiendo defender la injuria a los cristianos, manifestando que la sátira hace referencia a la pintura El Festín de los Dioses del calvinista Jan Van Biljert. Pero no mencionan, primero que sustituir a Apolo, el dios mitológico de la belleza, de la perfección, de la armonía, de la razón, de las artes, creador de la corona entretejida de laurel que fuese la halagadora recompensa por la que suspirasen atletas y poetas, por una adiposa mujer, ya constituye un ultraje a los valores olímpicos; y segundo, que la susodicha pintura, que ya insinuaba La Última Cena de Da Vinci, fue considerada en su tiempo provocadora y blasfema por sus referencias directas a Cristo.

Hemos sido testigos de la peor ceremonia de apertura de Juegos Olímpicos de la historia. Zamparle a todo el mundo los antivalores ‘woke’ no celebra ni la excelencia ni une a la humanidad en fraternidad ni concordia. Todo lo contrario.

¿El ocaso de las Olimpiadas?

Hemos sido testigos de la peor ceremonia de apertura de Juegos Olímpicos de la historia. Zamparle a todo el mundo los antivalores ‘woke’ no celebra ni la excelencia ni une a la humanidad en fraternidad ni concordia.

Warren Orbaugh |
29 de julio, 2024
Las luces iluminan la Torre Eiffel durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024 en París, el 26 de julio de 2024. (Foto de Fabrice COFFRINI / AFP)

Uno habría esperado ver una ceremonia de apertura espectacular de los Juegos Olímpicos de París 2024, donde se manifestaran los valores de estas competencias en todo su esplendor. Pero no. Lo que hemos visto es una ceremonia venerando la decadencia del ser humano. Y es que cuando los progreswoke’ se apoderan de algo lo hacen para destruirlo. Destruyen la cultura, destruyen edificios, destruyen monumentos, la lógica, el lenguaje, la moral y todo aquello que representa lo mejor de la civilización occidental.

Thomas Jolly, el director artístico de la bacanal ‘woke’ en la ceremonia de apertura de los juegos, afirmó en una entrevista que quiso escribir un espectáculo en el que todo mundo en algún momento se sintiera representado y que formara parte de “esta cosa que es más grande que todos nosotros”. Quiso que fuera “inclusivo”, que nadie se quedara atrás.

LA VIRTUD MERITORIA

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Los valores olímpicos son todo lo contrario. La participación en las Olimpiadas es de carácter “exclusivo”. Se excluye a todo aquel que no califica en unas agónicas competencias preliminares. Solo los mejores de entre los mejores de una élite de atletas consiguen el honor de participar en los Juegos Olímpicos. No se llega a tener ese honor por ser negro, rojo, amarillo, blanco, obeso, heterosexual, homosexual, transexual, etc. Se llega allí por ser virtuoso. Por regir su vida por excelente razonamiento y no por sus tendencias o pasiones. Por ser templado y no glotón; por ser determinado y resoluto, disciplinado y laborioso, perseverante y responsable; por cuidar uno su cuerpo mediante la higiene y fortalecerlo mediante el ejercicio, y por ambicionar ser siempre mejor.

La práctica habitual de estas virtudes se manifiesta visiblemente en la belleza de cuerpos atléticos firmes y nervudos. Por eso, los antiguos griegos competían desnudos (gimnasia viene del griego gymnos, que quiere decir ‘desnudo’), porque sin ropa no podían ocultar sus vicios y desatención para consigo mismos. Su cuerpo descubierto exhibía orgullosamente su virtuosidad. La inclusión es, pues, por mérito.

Es en ese espíritu que celebra la excelencia que el Barón Pierre de Coubertin, fundador en 1896 de los Juegos Olímpicos modernos, elaboró el lema de estas competencias: citius, altius, fortius (más rápido, más alto, más fuerte).

Thomas Jolly, el director artístico de la bacanal ‘woke’ en la ceremonia de apertura de los juegos, quiso que fuera “inclusivo”, que nadie se quedara atrás. Los valores olímpicos son todo lo contrario. La participación en las Olimpiadas es de carácter “exclusivo” (...) Solo los mejores de entre los mejores de una élite de atletas consiguen el honor de participar en los Juegos Olímpicos. No se llega a tener ese honor por ser negro, rojo, amarillo, blanco, obeso, heterosexual, homosexual, transexual, etc.

RESPETO Y CONCORDIA

Los Juegos Olímpicos eran la más famosa de las gimnopedias, instituidos, según los mitos, por el mismísimo Hércules. Para participar se declaraba una tregua sagrada, la hieromenia, que duraba el tiempo completo de los juegos, permitiéndole a la gente viajar hacia y desde Olimpia en paz y fraternidad. A pesar de la abolición de los Juegos Olímpicos por Teodosio en el 393, sus ideales no se derrumbaron como las ruinas de los templos de Olimpia. Con el redescubrimiento de los templos de Olimpia y la excavación por parte de arqueólogos en el siglo XIX, renació un interés en los ideales griegos de estos juegos. El joven Pierre de Coubertin, disgustado con las facciones políticas y raciales que separaban a los hombres y a las naciones, pensó que “el fundamento de la moralidad humana verdadera es el respeto mutuo y para que exista respeto mutuo, es necesario que nos conozcamos mejor”. Pensó que las competencias deportivas unirían a los hombres y así aprenderían a convivir en paz. Y para ello creó los Juegos Olímpicos modernos y al símbolo de los cinco anillos entrelazados que representan a los cinco continentes en su bandera.

DESTRUCCIÓN DE LOS VALORES OLÍMPICOS

La parodia que ofendió a muchos, esa bacanal de Thomas Jolly, pone como personaje central, ocupando el lugar de Cristo, a la obesa Barbara Butch, rodeada de transexuales y miembros de la comunidad LGBT, organizados en grupos de tres, como en la Última Cena de Leonardo Da Vinci a la que alude. Hay algunos que pretendiendo defender la injuria a los cristianos, manifestando que la sátira hace referencia a la pintura El Festín de los Dioses del calvinista Jan Van Biljert. Pero no mencionan, primero que sustituir a Apolo, el dios mitológico de la belleza, de la perfección, de la armonía, de la razón, de las artes, creador de la corona entretejida de laurel que fuese la halagadora recompensa por la que suspirasen atletas y poetas, por una adiposa mujer, ya constituye un ultraje a los valores olímpicos; y segundo, que la susodicha pintura, que ya insinuaba La Última Cena de Da Vinci, fue considerada en su tiempo provocadora y blasfema por sus referencias directas a Cristo.

Hemos sido testigos de la peor ceremonia de apertura de Juegos Olímpicos de la historia. Zamparle a todo el mundo los antivalores ‘woke’ no celebra ni la excelencia ni une a la humanidad en fraternidad ni concordia. Todo lo contrario.

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