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El motor escondido del progreso: cómo la productividad industrial define el destino de los países

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Dr. Ramiro Bolaños |
18 de agosto, 2025

¿Y si el verdadero secreto del progreso de las naciones no estuviera en los grandes discursos políticos ni en las políticas clientelares de bienestar social que ocupan titulares, sino en la silenciosa fuerza de la productividad industrial? Desde finales del siglo XIX, cuando Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y Japón apostaron por la industrialización, quedó claro que la riqueza sostenible no se origina en subsidios o programas de corto plazo, sino en la capacidad de producir más con menos, de transformar materias primas en bienes de alto valor y de sostener cadenas industriales cada vez más sofisticadas. Hoy, en plena era digital y de servicios, esta verdad sigue vigente. Sin embargo, la noticia de que Alemania —la histórica potencia industrial europea— perdió el 21% de su productividad industrial en tan solo un año sacudió al mundo entero. Si hasta Alemania ha perdido su competitividad, ¿qué podría ser del resto de los mortales? En ese contraste aparece Asia: mientras Europa retrocede, países como Vietnam, India o Bangladesh aprovechan cada oportunidad para crecer impulsando su productividad industrial.

La historia lo demuestra con crudeza. Si estudiamos los últimos 25 años, las naciones que lograron transformar su economía sobre la base de la industria han podido multiplicar ingresos, generar empleos estables y construir bienestar sostenible. En Europa, los llamados PIGS —Portugal, Italia, Grecia y España— junto con Reino Unido y Francia tienen menor productividad industrial respecto al año 2000, y con ello arrastran una sensación de estancamiento que se refleja en desempleo y debilidad económica. Incluso Alemania perdió un quinto de su productividad industrial, mostrando que nadie está a salvo de declive. Del otro lado, países como Irlanda, Eslovaquia y Polonia casi duplicaron su productividad en esos mismos 25 años al apostar por zonas francas, inversión extranjera y apertura comercial. El mapa es claro: la caída de la productividad anticipa crisis, mientras su incremento precede bonanzas.

En América la radiografía es igual de reveladora. Venezuela, Cuba, Argentina y Brasil muestran un retroceso doloroso, mientras que Estados Unidos y Canadá apenas sostienen la misma productividad que hace dos décadas, sin mayor dinamismo. En contraste, Colombia, República Dominicana, Chile, Panamá y Costa Rica elevaron sus índices en más de 35 puntos en ese período, atrayendo inversión y manufactura. Guatemala, aunque todavía en arranque, logró mejorar 20 puntos, una señal de que sí se puede avanzar cuando se sientan las condiciones adecuadas. El empuje del empresario guatemalteco hacia la sofisticación industrial ha permitido que hoy exportemos productos de primer nivel en industrias competitivas como plásticos, aceros, cementos, bebidas y químicos; lo que sigue es dar el salto hacia más sofisticación y desarrollar una política industrial que nos empuje hacia allí como país.

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Mientras tanto, el caso de Asia es todavía más contundente. China ha multiplicado por cinco su productividad, Vietnam por tres, y la India, Tailandia, Indonesia y Bangladesh las han duplicado. La consecuencia ha sido la migración de fábricas desde Europa y América hacia este continente, cambiando a sus sociedades en menos de una generación. El único país asiático con menor productividad industrial que hace 25 años es Japón, atrapado en su pérdida de población y potencial económico.

Pero no basta con señalar ganadores y perdedores: lo crucial es entender por qué. Nuestro análisis matemático de variables estructurales muestra que los países que avanzan combinan tres factores esenciales: energía competitiva, logística eficiente y marcos fiscales que atraen inversión. La energía cara es un lastre inmediato para la industria. Basta comparar el costo del kilovatio-hora en el Triángulo Norte con el de República Dominicana para entender por qué algunos países atraen plantas manufactureras mientras otros las pierden. Cada licitación energética nueva, como las PEG3 y PEG4, debe enfocarse en reducir al menos un punto el costo de la electricidad, porque ese punto puede significar miles de empleos perdidos. Por eso, debe transparentarse y agilizar la articulación entre la licitación PEG-5 y su articulación con la licitación de transmisión PET-3, y empujar todos los procesos de ampliación eléctrica hasta convertirnos en el gigante eléctrico de la región.

Apostar por la productividad industrial es una decisión existencial sobre el país que queremos dejar a nuestros hijos.

La logística es el segundo pilar. Cada cinco minutos que un camión ahorra en el trayecto a Puerto Quetzal o Santo Tomás aumenta la competitividad industrial de Guatemala frente a México o Panamá. La infraestructura portuaria, las aduanas digitales y los corredores logísticos no son lujos: son los motores reales de crecimiento. La experiencia de Panamá es clara: su apuesta en infraestructura logística ha detonado industrias a su alrededor, desde ensamblajes hasta servicios asociados, potenciando su productividad y exportaciones.

El tercer factor es la política fiscal. Es cierto que la tasa del Impuesto Sobre la Renta, por sí sola, no explica la productividad, pero sí es la llave de entrada para atraer capitales. Por eso naciones como República Dominicana, Panamá o Costa Rica detonaron su productividad industrial en 35 puntos o más al ofrecer zonas francas con exenciones del ISR. Irlanda, Armenia, Georgia, Bulgaria y Paraguay siguieron una estrategia similar con resultados igualmente contundentes. Pero no basta con el incentivo fiscal. La acumulación de capital fijo es la variable que impulsa el crecimiento industrial. Esto significa más automatización, más robots y más eficiencia apoyada por inteligencia artificial. También representa más investigación y desarrollo local y más integración a las cadenas globales de valor. En un mundo donde los márgenes se definen por segundos y centavos, solo quienes innovan sobreviven. Además, insistir en simplificar y reducir la carga fiscal para la inversión productiva no significa regalar recursos al inversionista, sino apostar por el multiplicador que genera empleos, encadena sectores y dinamiza la economía.

A esto se suma la necesidad de mayor flexibilidad laboral. Cada flexibilización permite que más personas accedan a empleos industriales formales, mejor remunerados y con posibilidades de crecimiento. Los programas sociales ayudan a quien lo necesita, pero es el empleo industrial el que ofrece oportunidades reales de ascenso social. No se trata de abandonar el campo, pero sí de reconvertirlo: el PIB agrícola representa hoy menos del 10 % de la economía, mientras el industrial ronda el 20 % y los servicios superan el 60 %. La tierra debe producir insumos de alto valor o integrarse a cadenas industriales, como lo han hecho CMI, Nestlé y la Cervecería con granos que alimentan procesos manufactureros de exportación. Esta es la vía para que la agricultura complemente a la industria, no para que la sustituya.

Guatemala posee además un activo que no podemos desperdiciar: la población más joven del continente. Nuestra edad promedio es casi la mitad que la de Italia, Alemania o Portugal. Esa ventaja demográfica es oro puro en términos de productividad industrial, porque significa fuerza laboral abundante, adaptable y con décadas de contribución por delante. Pero esta ventana no será eterna. Si no generamos empleos industriales ahora, esa juventud se convertirá en desempleo, migración y pérdida de potencial.

La historia enseña que las naciones que apuestan por la industria transforman su destino en una sola generación. China lo hizo en 25 años; Irlanda en dos décadas; Polonia en menos. Guatemala tiene hoy esa misma oportunidad. Pero también enfrenta el mismo dilema: decidir si quiere ser un país que exporta jóvenes en busca de trabajo o productos que conquistan mercados. Cada punto adicional de productividad industrial no es un simple dato técnico: es un empleo nuevo, una familia con ingresos dignos, un joven que no necesita migrar. No dejemos que nuestra ventana se cierre. Apostar por la productividad industrial es una decisión existencial sobre el país que queremos dejar a nuestros hijos.

El motor escondido del progreso: cómo la productividad industrial define el destino de los países

Dr. Ramiro Bolaños |
18 de agosto, 2025
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¿Y si el verdadero secreto del progreso de las naciones no estuviera en los grandes discursos políticos ni en las políticas clientelares de bienestar social que ocupan titulares, sino en la silenciosa fuerza de la productividad industrial? Desde finales del siglo XIX, cuando Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y Japón apostaron por la industrialización, quedó claro que la riqueza sostenible no se origina en subsidios o programas de corto plazo, sino en la capacidad de producir más con menos, de transformar materias primas en bienes de alto valor y de sostener cadenas industriales cada vez más sofisticadas. Hoy, en plena era digital y de servicios, esta verdad sigue vigente. Sin embargo, la noticia de que Alemania —la histórica potencia industrial europea— perdió el 21% de su productividad industrial en tan solo un año sacudió al mundo entero. Si hasta Alemania ha perdido su competitividad, ¿qué podría ser del resto de los mortales? En ese contraste aparece Asia: mientras Europa retrocede, países como Vietnam, India o Bangladesh aprovechan cada oportunidad para crecer impulsando su productividad industrial.

La historia lo demuestra con crudeza. Si estudiamos los últimos 25 años, las naciones que lograron transformar su economía sobre la base de la industria han podido multiplicar ingresos, generar empleos estables y construir bienestar sostenible. En Europa, los llamados PIGS —Portugal, Italia, Grecia y España— junto con Reino Unido y Francia tienen menor productividad industrial respecto al año 2000, y con ello arrastran una sensación de estancamiento que se refleja en desempleo y debilidad económica. Incluso Alemania perdió un quinto de su productividad industrial, mostrando que nadie está a salvo de declive. Del otro lado, países como Irlanda, Eslovaquia y Polonia casi duplicaron su productividad en esos mismos 25 años al apostar por zonas francas, inversión extranjera y apertura comercial. El mapa es claro: la caída de la productividad anticipa crisis, mientras su incremento precede bonanzas.

En América la radiografía es igual de reveladora. Venezuela, Cuba, Argentina y Brasil muestran un retroceso doloroso, mientras que Estados Unidos y Canadá apenas sostienen la misma productividad que hace dos décadas, sin mayor dinamismo. En contraste, Colombia, República Dominicana, Chile, Panamá y Costa Rica elevaron sus índices en más de 35 puntos en ese período, atrayendo inversión y manufactura. Guatemala, aunque todavía en arranque, logró mejorar 20 puntos, una señal de que sí se puede avanzar cuando se sientan las condiciones adecuadas. El empuje del empresario guatemalteco hacia la sofisticación industrial ha permitido que hoy exportemos productos de primer nivel en industrias competitivas como plásticos, aceros, cementos, bebidas y químicos; lo que sigue es dar el salto hacia más sofisticación y desarrollar una política industrial que nos empuje hacia allí como país.

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Mientras tanto, el caso de Asia es todavía más contundente. China ha multiplicado por cinco su productividad, Vietnam por tres, y la India, Tailandia, Indonesia y Bangladesh las han duplicado. La consecuencia ha sido la migración de fábricas desde Europa y América hacia este continente, cambiando a sus sociedades en menos de una generación. El único país asiático con menor productividad industrial que hace 25 años es Japón, atrapado en su pérdida de población y potencial económico.

Pero no basta con señalar ganadores y perdedores: lo crucial es entender por qué. Nuestro análisis matemático de variables estructurales muestra que los países que avanzan combinan tres factores esenciales: energía competitiva, logística eficiente y marcos fiscales que atraen inversión. La energía cara es un lastre inmediato para la industria. Basta comparar el costo del kilovatio-hora en el Triángulo Norte con el de República Dominicana para entender por qué algunos países atraen plantas manufactureras mientras otros las pierden. Cada licitación energética nueva, como las PEG3 y PEG4, debe enfocarse en reducir al menos un punto el costo de la electricidad, porque ese punto puede significar miles de empleos perdidos. Por eso, debe transparentarse y agilizar la articulación entre la licitación PEG-5 y su articulación con la licitación de transmisión PET-3, y empujar todos los procesos de ampliación eléctrica hasta convertirnos en el gigante eléctrico de la región.

Apostar por la productividad industrial es una decisión existencial sobre el país que queremos dejar a nuestros hijos.

La logística es el segundo pilar. Cada cinco minutos que un camión ahorra en el trayecto a Puerto Quetzal o Santo Tomás aumenta la competitividad industrial de Guatemala frente a México o Panamá. La infraestructura portuaria, las aduanas digitales y los corredores logísticos no son lujos: son los motores reales de crecimiento. La experiencia de Panamá es clara: su apuesta en infraestructura logística ha detonado industrias a su alrededor, desde ensamblajes hasta servicios asociados, potenciando su productividad y exportaciones.

El tercer factor es la política fiscal. Es cierto que la tasa del Impuesto Sobre la Renta, por sí sola, no explica la productividad, pero sí es la llave de entrada para atraer capitales. Por eso naciones como República Dominicana, Panamá o Costa Rica detonaron su productividad industrial en 35 puntos o más al ofrecer zonas francas con exenciones del ISR. Irlanda, Armenia, Georgia, Bulgaria y Paraguay siguieron una estrategia similar con resultados igualmente contundentes. Pero no basta con el incentivo fiscal. La acumulación de capital fijo es la variable que impulsa el crecimiento industrial. Esto significa más automatización, más robots y más eficiencia apoyada por inteligencia artificial. También representa más investigación y desarrollo local y más integración a las cadenas globales de valor. En un mundo donde los márgenes se definen por segundos y centavos, solo quienes innovan sobreviven. Además, insistir en simplificar y reducir la carga fiscal para la inversión productiva no significa regalar recursos al inversionista, sino apostar por el multiplicador que genera empleos, encadena sectores y dinamiza la economía.

A esto se suma la necesidad de mayor flexibilidad laboral. Cada flexibilización permite que más personas accedan a empleos industriales formales, mejor remunerados y con posibilidades de crecimiento. Los programas sociales ayudan a quien lo necesita, pero es el empleo industrial el que ofrece oportunidades reales de ascenso social. No se trata de abandonar el campo, pero sí de reconvertirlo: el PIB agrícola representa hoy menos del 10 % de la economía, mientras el industrial ronda el 20 % y los servicios superan el 60 %. La tierra debe producir insumos de alto valor o integrarse a cadenas industriales, como lo han hecho CMI, Nestlé y la Cervecería con granos que alimentan procesos manufactureros de exportación. Esta es la vía para que la agricultura complemente a la industria, no para que la sustituya.

Guatemala posee además un activo que no podemos desperdiciar: la población más joven del continente. Nuestra edad promedio es casi la mitad que la de Italia, Alemania o Portugal. Esa ventaja demográfica es oro puro en términos de productividad industrial, porque significa fuerza laboral abundante, adaptable y con décadas de contribución por delante. Pero esta ventana no será eterna. Si no generamos empleos industriales ahora, esa juventud se convertirá en desempleo, migración y pérdida de potencial.

La historia enseña que las naciones que apuestan por la industria transforman su destino en una sola generación. China lo hizo en 25 años; Irlanda en dos décadas; Polonia en menos. Guatemala tiene hoy esa misma oportunidad. Pero también enfrenta el mismo dilema: decidir si quiere ser un país que exporta jóvenes en busca de trabajo o productos que conquistan mercados. Cada punto adicional de productividad industrial no es un simple dato técnico: es un empleo nuevo, una familia con ingresos dignos, un joven que no necesita migrar. No dejemos que nuestra ventana se cierre. Apostar por la productividad industrial es una decisión existencial sobre el país que queremos dejar a nuestros hijos.

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