Los monstruos o, mejor dicho, las historias sobre los monstruos cumplen diversas funciones. Algunas veces nos ayudan a resaltar las grandes virtudes de nuestra sociedad, especialmente cuando un héroe logra aniquilarlos, como el caso de san Jorge y el dragón. En otras ocasiones, sirven de advertencia de un peligro real, como Escila y Caribdis para los navegantes griegos. Sin embargo, hay otra clase de historias, aquellas que ayudan a educar a los más pequeños. Y entre ellas se encuentran las que hablan sobre los come niños.
Duérmete, niño, duérmete ya…
Ponte en el lugar de un padre o una madre. Después de un día agotador, no quieres más que tirarte a la cama a descansar, pero la jornada no ha terminado, no si tienes un hijo. Y es que hoy precisamente ha sido un reto, no obstante, lograste hacer que se fuera a la cama. Así que te enfocas en todo aquello que se acumula con la rutina. La vida sigue hasta que escuchas unos cuantos pasos.
Volteas y una pequeña voz rompe el silencio de la casa: «El Coco está bajo mi cama». Respondes que no existen los monstruos, así que no hay nada por lo que deba preocuparse. Pero insiste. Entonces, en este caso, no hay más remedio que acompañarle hasta la habitación y meterle de nuevo debajo del cobertor. Luego, con un poco menos de agilidad que en el pasado, te pones de rodillas para poder ver debajo de la cama. Así, la oscuridad te da la bienvenida.
Somos responsables de no querer ver los monstruos que hay en la realidad. Pero, por más que cerremos los ojos, estos seguirán ahí. Puesto que, como planteó Aldous Huxley en un ensayo, los hechos no dejan de existir si se les ignora.
En una esquina, hay algo que se mueve. Parece una mano delgada. Estás casi seguro de que es una mano delgada, pero no existen los monstruos. De seguro se trata de uno de los juguetes con baterías que se ha activado o un viejo peluche mal puesto. No obstante, por un segundo estás tentado a estirar tu brazo y tomarlo, mas no parece necesario. Luego te pones de pie y simplemente dices: «Vete a dormir. No hay nada debajo de tu cama». Y te cree. De nuevo, los monstruos no existen.
Cuando estás a punto de salir y apagar la luz, no puedes evitar mantener tu mirada fija en el espacio oscuro debajo de la cama. Otra vez crees ver algo moverse, sin embargo, no haces más que apagar la luz. El Coco no vendrá a comerse a nadie. Las sombras son sombras y las historias son eso: historias. Después de todo, los monstruos existen. Pero ¿qué pasaría si hubieses estado cara a cara con un monstruo y no pudiste darte cuenta de ello? ¿Qué pasaría si tus propias creencias fueron las que imposibilitaron el ver la realidad? ¿Qué pasaría si los monstruos son reales y tú simplemente decidiste ignorarlos?
Que viene el Coco y te comerá
El Coco lleva años atormentando a niños en España y Latinoamérica. Este monstruo es un claro ejemplo de condicionamiento: pórtate bien o el Coco te llevará. Ahora bien, ¿qué pasa con los adultos? Cuando buscan el monstruo debajo de la cama, ¿realmente lo buscan o ignoran los hechos? Y es que, más allá de este ejemplo en específico, nosotros a veces tenemos la tendencia a no querer ver. Preferimos la ignorancia, pues encontramos paz y felicidad en ella. No obstante, como escribió Milan Kundera en El libro de los amores ridículos, «las personas son responsables de su ignorancia». Somos responsables de no querer ver los monstruos que hay en la realidad. Pero, por más que cerremos los ojos, estos seguirán ahí. Puesto que, como planteó Aldous Huxley en un ensayo, los hechos no dejan de existir si se les ignora. Así que, cuando el Coco o un monstruo disfrazado de humano aparezca en la vida, tendremos que abrir bien los ojos y no tratar de escondernos de la verdad que nos está viendo fijamente.
Los monstruos o, mejor dicho, las historias sobre los monstruos cumplen diversas funciones. Algunas veces nos ayudan a resaltar las grandes virtudes de nuestra sociedad, especialmente cuando un héroe logra aniquilarlos, como el caso de san Jorge y el dragón. En otras ocasiones, sirven de advertencia de un peligro real, como Escila y Caribdis para los navegantes griegos. Sin embargo, hay otra clase de historias, aquellas que ayudan a educar a los más pequeños. Y entre ellas se encuentran las que hablan sobre los come niños.
Duérmete, niño, duérmete ya…
Ponte en el lugar de un padre o una madre. Después de un día agotador, no quieres más que tirarte a la cama a descansar, pero la jornada no ha terminado, no si tienes un hijo. Y es que hoy precisamente ha sido un reto, no obstante, lograste hacer que se fuera a la cama. Así que te enfocas en todo aquello que se acumula con la rutina. La vida sigue hasta que escuchas unos cuantos pasos.
Volteas y una pequeña voz rompe el silencio de la casa: «El Coco está bajo mi cama». Respondes que no existen los monstruos, así que no hay nada por lo que deba preocuparse. Pero insiste. Entonces, en este caso, no hay más remedio que acompañarle hasta la habitación y meterle de nuevo debajo del cobertor. Luego, con un poco menos de agilidad que en el pasado, te pones de rodillas para poder ver debajo de la cama. Así, la oscuridad te da la bienvenida.
Somos responsables de no querer ver los monstruos que hay en la realidad. Pero, por más que cerremos los ojos, estos seguirán ahí. Puesto que, como planteó Aldous Huxley en un ensayo, los hechos no dejan de existir si se les ignora.
En una esquina, hay algo que se mueve. Parece una mano delgada. Estás casi seguro de que es una mano delgada, pero no existen los monstruos. De seguro se trata de uno de los juguetes con baterías que se ha activado o un viejo peluche mal puesto. No obstante, por un segundo estás tentado a estirar tu brazo y tomarlo, mas no parece necesario. Luego te pones de pie y simplemente dices: «Vete a dormir. No hay nada debajo de tu cama». Y te cree. De nuevo, los monstruos no existen.
Cuando estás a punto de salir y apagar la luz, no puedes evitar mantener tu mirada fija en el espacio oscuro debajo de la cama. Otra vez crees ver algo moverse, sin embargo, no haces más que apagar la luz. El Coco no vendrá a comerse a nadie. Las sombras son sombras y las historias son eso: historias. Después de todo, los monstruos existen. Pero ¿qué pasaría si hubieses estado cara a cara con un monstruo y no pudiste darte cuenta de ello? ¿Qué pasaría si tus propias creencias fueron las que imposibilitaron el ver la realidad? ¿Qué pasaría si los monstruos son reales y tú simplemente decidiste ignorarlos?
Que viene el Coco y te comerá
El Coco lleva años atormentando a niños en España y Latinoamérica. Este monstruo es un claro ejemplo de condicionamiento: pórtate bien o el Coco te llevará. Ahora bien, ¿qué pasa con los adultos? Cuando buscan el monstruo debajo de la cama, ¿realmente lo buscan o ignoran los hechos? Y es que, más allá de este ejemplo en específico, nosotros a veces tenemos la tendencia a no querer ver. Preferimos la ignorancia, pues encontramos paz y felicidad en ella. No obstante, como escribió Milan Kundera en El libro de los amores ridículos, «las personas son responsables de su ignorancia». Somos responsables de no querer ver los monstruos que hay en la realidad. Pero, por más que cerremos los ojos, estos seguirán ahí. Puesto que, como planteó Aldous Huxley en un ensayo, los hechos no dejan de existir si se les ignora. Así que, cuando el Coco o un monstruo disfrazado de humano aparezca en la vida, tendremos que abrir bien los ojos y no tratar de escondernos de la verdad que nos está viendo fijamente.