El impuesto que nos frena: Trump, el ISR y el reto de Guatemala en la competencia global
Apenas dos semanas después del inicio del segundo mandato del presidente Trump, la opinión pública sigue sorprendida por la velocidad, contundencia y determinación de sus decisiones. En este corto período, ha firmado más de 100 órdenes ejecutivas y avanzado en la implementación de estrategias clave, desde la deportación de cientos de inmigrantes ilegales hasta la imposición de tarifas a China, México y Canadá.
Las decisiones de Trump no son ocurrencias al azar. Desde su primer día en el cargo, ha ejecutado su agenda con rapidez, utilizando medidas que han sido planeadas con antelación. Ejemplo de ello es su renovado interés en Groenlandia, una idea que no es nueva. En 1867, el secretario de Estado William Seward propuso su anexión tras la compra de Alaska. En 1946, Harry Truman ofreció 100 millones de dólares en oro por la isla, sin éxito. Ya en 2019, Trump retomó el tema y ahora, en 2025, vuelve a ponerlo sobre la mesa, mostrando que sus movimientos responden a una estrategia de largo plazo.
Otra de sus propuestas más ambiciosas es la eliminación o reducción del Impuesto sobre la Renta en Estados Unidos. Ramón Parellada abordó este tema en un excelente artículo el pasado 30 de enero, pero aquí quiero centrarme en el Impuesto sobre la Renta Corporativo, cuya historia nos demuestra cómo un impuesto temporal, como el ISO, llegó para quedarse. A menos que tengamos el coraje de cambiarlo.
El primer intento de establecer un ISR en el mundo ocurrió en 1799, cuando William Pitt el Joven, primer ministro de Gran Bretaña, lo introdujo como una medida temporal para financiar la guerra contra Napoleón. A medida que los Estados expandieron su rol más allá de la protección de la propiedad y la seguridad de los ciudadanos, los ingresos provenientes de aranceles y tributos sobre la tierra dejaron de ser suficientes. El avance del libre comercio y la reducción de aranceles —como la abolición de las Leyes del Grano en 1846— disminuyeron los ingresos fiscales, lo que llevó a considerar el ISR como una alternativa más sostenible.
En Estados Unidos, Abraham Lincoln estableció un ISR temporal para financiar la Guerra Civil, pero, aunque fue eliminado en 1872, terminó convirtiéndose en un impuesto permanente con la 16ª Enmienda a la Constitución en 1913. Ese mismo año, también se consolidó el ISR corporativo, que había sido introducido en 1909 con una tasa inicial del 1%.
A lo largo del siglo pasado, las tasas del ISR corporativo aumentaron progresivamente desde aquel 1% inicial hasta alcanzar el 52% en Estados Unidos durante la década de 1950. En Alemania e Inglaterra, el impuesto llegó incluso al 60% en ese mismo período. Durante décadas, los países aplicaron tasas corporativas excesivamente altas, afectando la inversión y la competitividad.
Uno de los primeros en impulsar una reducción significativa fue el presidente Ronald Reagan, quien con el Tax Reform Act de 1986 bajó la tasa hasta el 34%, eliminando muchas deducciones fiscales corporativas. Esta reforma contribuyó a que Estados Unidos mantuviera el primer lugar en PIB per cápita hasta 1990, cuando la administración de George H. W. Bush enfrentó la Guerra del Golfo. Sin embargo, las administraciones posteriores revirtieron esta tendencia, aumentando nuevamente la carga fiscal sobre las empresas.
La tasa corporativa del ISR es un factor determinante para los inversionistas internacionales. Un ejemplo emblemático es Irlanda, que en 1982 tenía una tasa corporativa del 50% y la redujo progresivamente hasta 12.5% en 2003. Esta estrategia fiscal impulsó un crecimiento espectacular: en 1982, Irlanda ocupaba el puesto 33 en PIB per cápita mundial, pero desde 2017 se ha mantenido entre los 7 primeros, un fenómeno conocido como el "Milagro del Tigre Celta". ¿Qué país cree Usted que ha crecido más en inversión extranjera? ¿Irlanda o Guatemala? Los datos no mienten.
Gracias a esta política impositiva altamente competitiva, desde el año 2000 Irlanda ha recibido anualmente inversión extranjera directa equivalente al 15% de su PIB o más. En contraste, Guatemala, con una tasa corporativa del 25%, apenas atrajo el 1.5% de su PIB en inversión extranjera directa en 2023.
Este factor es tan determinante que hoy existe una intensa competencia global por atraer capitales. Países como Turkmenistán (8%), Hungría (9%), Bulgaria (10%), Macao (12%) y muchos otros han reducido sus tasas para atraer inversión. Hasta los países escandinavos, conocidos por su alto nivel de bienestar, han entendido la necesidad de reducir impuestos para mantener su competitividad: Finlandia pasó de 61.5% en 1981 a 20% en 2014; Suecia bajó de 60.1% en 1989 a 20.6% en 2021; Noruega redujo su ISR corporativo del 50.8% en 1981 al 22% en 2019.
De allí que la propuesta del presidente Trump de reducir el ISR corporativo al 15% no es una simple ocurrencia, sino parte de una estrategia de recuperación económica para atraer los capitales del mundo. En su primer mandato en 2018, ya había reducido el ISR corporativo del 39% al 25%, una medida que ahora busca profundizar.
Por supuesto, los países que han implementado este modelo han tomado medidas para compensar la reducción del ISR, desde apretarse el cinturón con un gasto público más eficiente —como lo hace Javier Milei en Argentina— hasta incrementar levemente el IVA. En Guatemala, un equilibrio fiscal con un ISR corporativo del 15% podría lograrse con una tasa del IVA del 15%, a cambio de atraer más empresas extranjeras, generar competencia, empleo y mejores salarios.
Podemos afirmar esto puesto que si la reducción del ISR al 15% elevara la inversión extranjera de US$1,500 millones a US$12,000 millones, esto significaría la entrada de cientos de nuevas empresas, aumentando la competencia y creando miles de empleos bien remunerados. En Guatemala, hay 1.7 millones de afiliados al IGSS, por lo que un incremento sustancial en la inversión podría absorber una parte significativa de la población en informalidad, incrementando los salarios y generando un entorno laboral más competitivo.
La pregunta es clara: ¿Guatemala seguirá atrapada en un sistema fiscal poco competitivo, limitando la inversión extranjera y el crecimiento económico, o dará el paso necesario para integrarse a la competencia global por capitales y generación de riqueza?
Es hora de convertir a Guatemala en un imán para el capital, en un destino atractivo para la inversión y en un referente de crecimiento económico. Un rediseño fiscal que priorice la inversión y el empleo no solo garantizará un mayor flujo de capitales, sino que también permitirá pagar mejores salarios a nuestros trabajadores, sin depender de aumentos por decreto que solo ahogan a las empresas y frenan el desarrollo.
Si seguimos esperando, otros países seguirán avanzando y nosotros nos quedaremos atrás. La pregunta no es si podemos hacerlo. La pregunta es si tendremos el valor de hacerlo ahora.
PhD. Ramiro Bolaños
El impuesto que nos frena: Trump, el ISR y el reto de Guatemala en la competencia global
Apenas dos semanas después del inicio del segundo mandato del presidente Trump, la opinión pública sigue sorprendida por la velocidad, contundencia y determinación de sus decisiones. En este corto período, ha firmado más de 100 órdenes ejecutivas y avanzado en la implementación de estrategias clave, desde la deportación de cientos de inmigrantes ilegales hasta la imposición de tarifas a China, México y Canadá.
Las decisiones de Trump no son ocurrencias al azar. Desde su primer día en el cargo, ha ejecutado su agenda con rapidez, utilizando medidas que han sido planeadas con antelación. Ejemplo de ello es su renovado interés en Groenlandia, una idea que no es nueva. En 1867, el secretario de Estado William Seward propuso su anexión tras la compra de Alaska. En 1946, Harry Truman ofreció 100 millones de dólares en oro por la isla, sin éxito. Ya en 2019, Trump retomó el tema y ahora, en 2025, vuelve a ponerlo sobre la mesa, mostrando que sus movimientos responden a una estrategia de largo plazo.
Otra de sus propuestas más ambiciosas es la eliminación o reducción del Impuesto sobre la Renta en Estados Unidos. Ramón Parellada abordó este tema en un excelente artículo el pasado 30 de enero, pero aquí quiero centrarme en el Impuesto sobre la Renta Corporativo, cuya historia nos demuestra cómo un impuesto temporal, como el ISO, llegó para quedarse. A menos que tengamos el coraje de cambiarlo.
El primer intento de establecer un ISR en el mundo ocurrió en 1799, cuando William Pitt el Joven, primer ministro de Gran Bretaña, lo introdujo como una medida temporal para financiar la guerra contra Napoleón. A medida que los Estados expandieron su rol más allá de la protección de la propiedad y la seguridad de los ciudadanos, los ingresos provenientes de aranceles y tributos sobre la tierra dejaron de ser suficientes. El avance del libre comercio y la reducción de aranceles —como la abolición de las Leyes del Grano en 1846— disminuyeron los ingresos fiscales, lo que llevó a considerar el ISR como una alternativa más sostenible.
En Estados Unidos, Abraham Lincoln estableció un ISR temporal para financiar la Guerra Civil, pero, aunque fue eliminado en 1872, terminó convirtiéndose en un impuesto permanente con la 16ª Enmienda a la Constitución en 1913. Ese mismo año, también se consolidó el ISR corporativo, que había sido introducido en 1909 con una tasa inicial del 1%.
A lo largo del siglo pasado, las tasas del ISR corporativo aumentaron progresivamente desde aquel 1% inicial hasta alcanzar el 52% en Estados Unidos durante la década de 1950. En Alemania e Inglaterra, el impuesto llegó incluso al 60% en ese mismo período. Durante décadas, los países aplicaron tasas corporativas excesivamente altas, afectando la inversión y la competitividad.
Uno de los primeros en impulsar una reducción significativa fue el presidente Ronald Reagan, quien con el Tax Reform Act de 1986 bajó la tasa hasta el 34%, eliminando muchas deducciones fiscales corporativas. Esta reforma contribuyó a que Estados Unidos mantuviera el primer lugar en PIB per cápita hasta 1990, cuando la administración de George H. W. Bush enfrentó la Guerra del Golfo. Sin embargo, las administraciones posteriores revirtieron esta tendencia, aumentando nuevamente la carga fiscal sobre las empresas.
La tasa corporativa del ISR es un factor determinante para los inversionistas internacionales. Un ejemplo emblemático es Irlanda, que en 1982 tenía una tasa corporativa del 50% y la redujo progresivamente hasta 12.5% en 2003. Esta estrategia fiscal impulsó un crecimiento espectacular: en 1982, Irlanda ocupaba el puesto 33 en PIB per cápita mundial, pero desde 2017 se ha mantenido entre los 7 primeros, un fenómeno conocido como el "Milagro del Tigre Celta". ¿Qué país cree Usted que ha crecido más en inversión extranjera? ¿Irlanda o Guatemala? Los datos no mienten.
Gracias a esta política impositiva altamente competitiva, desde el año 2000 Irlanda ha recibido anualmente inversión extranjera directa equivalente al 15% de su PIB o más. En contraste, Guatemala, con una tasa corporativa del 25%, apenas atrajo el 1.5% de su PIB en inversión extranjera directa en 2023.
Este factor es tan determinante que hoy existe una intensa competencia global por atraer capitales. Países como Turkmenistán (8%), Hungría (9%), Bulgaria (10%), Macao (12%) y muchos otros han reducido sus tasas para atraer inversión. Hasta los países escandinavos, conocidos por su alto nivel de bienestar, han entendido la necesidad de reducir impuestos para mantener su competitividad: Finlandia pasó de 61.5% en 1981 a 20% en 2014; Suecia bajó de 60.1% en 1989 a 20.6% en 2021; Noruega redujo su ISR corporativo del 50.8% en 1981 al 22% en 2019.
De allí que la propuesta del presidente Trump de reducir el ISR corporativo al 15% no es una simple ocurrencia, sino parte de una estrategia de recuperación económica para atraer los capitales del mundo. En su primer mandato en 2018, ya había reducido el ISR corporativo del 39% al 25%, una medida que ahora busca profundizar.
Por supuesto, los países que han implementado este modelo han tomado medidas para compensar la reducción del ISR, desde apretarse el cinturón con un gasto público más eficiente —como lo hace Javier Milei en Argentina— hasta incrementar levemente el IVA. En Guatemala, un equilibrio fiscal con un ISR corporativo del 15% podría lograrse con una tasa del IVA del 15%, a cambio de atraer más empresas extranjeras, generar competencia, empleo y mejores salarios.
Podemos afirmar esto puesto que si la reducción del ISR al 15% elevara la inversión extranjera de US$1,500 millones a US$12,000 millones, esto significaría la entrada de cientos de nuevas empresas, aumentando la competencia y creando miles de empleos bien remunerados. En Guatemala, hay 1.7 millones de afiliados al IGSS, por lo que un incremento sustancial en la inversión podría absorber una parte significativa de la población en informalidad, incrementando los salarios y generando un entorno laboral más competitivo.
La pregunta es clara: ¿Guatemala seguirá atrapada en un sistema fiscal poco competitivo, limitando la inversión extranjera y el crecimiento económico, o dará el paso necesario para integrarse a la competencia global por capitales y generación de riqueza?
Es hora de convertir a Guatemala en un imán para el capital, en un destino atractivo para la inversión y en un referente de crecimiento económico. Un rediseño fiscal que priorice la inversión y el empleo no solo garantizará un mayor flujo de capitales, sino que también permitirá pagar mejores salarios a nuestros trabajadores, sin depender de aumentos por decreto que solo ahogan a las empresas y frenan el desarrollo.
Si seguimos esperando, otros países seguirán avanzando y nosotros nos quedaremos atrás. La pregunta no es si podemos hacerlo. La pregunta es si tendremos el valor de hacerlo ahora.
PhD. Ramiro Bolaños