El hombre en la arena: Reminiscencias del discurso de un político ganador del Nobel
Eso es lo que debemos exigir a nuestros políticos: que luchen incansablemente por una Guatemala mejor, más justa y más grande.
El famoso discurso conocido como «El hombre en la arena» fue pronunciado por Theodore Roosevelt en la Universidad de la Sorbona el 23 de abril de 1910, poco antes de dar su discurso en Oslo por el Premio Nobel de la Paz, que le había sido otorgado en 1906. Roosevelt, una figura tan controvertida como influyente, fue un defensor incansable de las causas del ciudadano común en Estados Unidos, buscando equilibrar los intereses de las grandes empresas, los trabajadores y los consumidores. Su presidencia brilló por su lucha contra los monopolios y su compromiso con la conservación de los recursos naturales.
Roosevelt no solo enfrentó batallas en el ámbito público, sino también en su vida personal. Perdió a su padre, a quien consideraba su mejor amigo, cuando aún era muy joven. Años más tarde, en un día que lo marcaría para siempre, perdió a su madre por fiebre tifoidea y, ese mismo día, a su esposa, apenas dos días después del nacimiento de su hija. “La luz se ha ido de mi vida”, expresó en su inmenso dolor. Sin embargo, los golpes nunca pudieron vencerlo. Luchando contra el asma crónica y una salud frágil desde la infancia, Roosevelt encontró fuerza en el deporte, el boxeo y en la naturaleza salvaje. Allí forjó su físico, templó su carácter y desarrolló una tenacidad que lo preparó para enfrentar los desafíos más extraordinarios de su tiempo.
Como gobernador de Nueva York, Roosevelt se convirtió en un bastión contra la corrupción, una cruzada que había iniciado como comisionado de policía en 1895. Más tarde, siendo Subsecretario de la Marina, dejó su cargo para liderar a los «rough riders», quienes lucharon heroicamente en la decisiva batalla de San Juan cerca de Santiago de Cuba durante la Guerra Hispanoamericana de 1898. Tras el fin de la guerra, fue elegido gobernador de Nueva York y, en 1901, asumió la presidencia de Estados Unidos tras el asesinato de McKinley, convirtiéndose, a los 42 años, en el presidente más joven de la historia del país.
En 1903, Roosevelt apoyó la independencia de Panamá, enviando buques de guerra para impedir la intervención de Colombia, y sólo tres días después de la declaración de independencia, Estados Unidos reconoció a Panamá como país independiente. Poco después, firmó el tratado que le dio a su país el control de la zona donde se construiría el Canal de Panamá, una obra que cambiaría el curso del comercio mundial.
A pesar de ser acusado de imperialista, Roosevelt también fue un hábil diplomático. En 1905, organizó las negociaciones para poner fin a la guerra entre Japón y Rusia, logro que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1906, convirtiéndose en el primer presidente estadounidense en recibir tal honor.
Solo una transformación profunda de nuestra cultura y mentalidad puede llevarnos a la Guatemala que todos soñamos. Sigamos el consejo de Roosevelt y trabajemos juntos para que el ciudadano promedio guatemalteco sea un ejemplo de virtud y valentía.
Tras finalizar su presidencia en 1909, Roosevelt llevó su mensaje a Europa, eligiendo la Sorbona de París para pronunciar un discurso de dos horas titulado "La Ciudadanía en una República", hoy conocido como "El hombre en la arena". Este discurso refleja la convicción de un hombre que dedicó su vida a combatir la corrupción, a defender al ciudadano común y a llevar a su país a la grandeza.
Roosevelt enfatizó que, en las repúblicas democráticas, el destino de la nación depende de la calidad de sus ciudadanos. A diferencia de las monarquías o dictaduras, donde el destino de un país está en manos de unos pocos, en una república democrática es el ciudadano común quien determina su futuro. Para que una nación prospere, sus ciudadanos deben aspirar a la excelencia en su vida diaria y estar preparados para enfrentar los momentos de mayor exigencia a través de la virtud y el heroísmo.
Roosevelt hizo un llamado claro a las élites políticas, académicas y económicas: tienen la responsabilidad de construir las condiciones necesarias para que el ciudadano común pueda elevarse. Ninguna república puede sobresalir si el ciudadano promedio no aspira a grandes cosas, si no lo comprende, si no lo intenta. Sin embargo, Roosevelt también advirtió sobre el peligro de la crítica fácil. «Es fácil señalar desde la trinchera», decía, pero el verdadero mérito pertenece a los que se arriesgan, a los que entran en la arena, a los que se ensucian con polvo, sudor y sangre. Aquellos que, aunque fallen, lo hacen porque tuvieron el coraje de intentarlo. «El crédito pertenece al hombre que está en la arena», recordaba Roosevelt, refiriéndose a los que luchan por una causa noble. Y, ¿qué causa más noble que transformar el futuro de Guatemala?
Eso es lo que debemos exigir a nuestros políticos: que luchen incansablemente por una Guatemala mejor, más justa y más grande. Y las élites deben ser las primeras en allanar el camino, en preparar al ciudadano común para que sea un modelo de virtud. Solo una transformación profunda de nuestra cultura y mentalidad puede llevarnos a la Guatemala que todos soñamos. Sigamos el consejo de Roosevelt y trabajemos juntos para que el ciudadano promedio guatemalteco sea un ejemplo de virtud y valentía.
PhD. José Ramiro Bolaños
El hombre en la arena: Reminiscencias del discurso de un político ganador del Nobel
Eso es lo que debemos exigir a nuestros políticos: que luchen incansablemente por una Guatemala mejor, más justa y más grande.
El famoso discurso conocido como «El hombre en la arena» fue pronunciado por Theodore Roosevelt en la Universidad de la Sorbona el 23 de abril de 1910, poco antes de dar su discurso en Oslo por el Premio Nobel de la Paz, que le había sido otorgado en 1906. Roosevelt, una figura tan controvertida como influyente, fue un defensor incansable de las causas del ciudadano común en Estados Unidos, buscando equilibrar los intereses de las grandes empresas, los trabajadores y los consumidores. Su presidencia brilló por su lucha contra los monopolios y su compromiso con la conservación de los recursos naturales.
Roosevelt no solo enfrentó batallas en el ámbito público, sino también en su vida personal. Perdió a su padre, a quien consideraba su mejor amigo, cuando aún era muy joven. Años más tarde, en un día que lo marcaría para siempre, perdió a su madre por fiebre tifoidea y, ese mismo día, a su esposa, apenas dos días después del nacimiento de su hija. “La luz se ha ido de mi vida”, expresó en su inmenso dolor. Sin embargo, los golpes nunca pudieron vencerlo. Luchando contra el asma crónica y una salud frágil desde la infancia, Roosevelt encontró fuerza en el deporte, el boxeo y en la naturaleza salvaje. Allí forjó su físico, templó su carácter y desarrolló una tenacidad que lo preparó para enfrentar los desafíos más extraordinarios de su tiempo.
Como gobernador de Nueva York, Roosevelt se convirtió en un bastión contra la corrupción, una cruzada que había iniciado como comisionado de policía en 1895. Más tarde, siendo Subsecretario de la Marina, dejó su cargo para liderar a los «rough riders», quienes lucharon heroicamente en la decisiva batalla de San Juan cerca de Santiago de Cuba durante la Guerra Hispanoamericana de 1898. Tras el fin de la guerra, fue elegido gobernador de Nueva York y, en 1901, asumió la presidencia de Estados Unidos tras el asesinato de McKinley, convirtiéndose, a los 42 años, en el presidente más joven de la historia del país.
En 1903, Roosevelt apoyó la independencia de Panamá, enviando buques de guerra para impedir la intervención de Colombia, y sólo tres días después de la declaración de independencia, Estados Unidos reconoció a Panamá como país independiente. Poco después, firmó el tratado que le dio a su país el control de la zona donde se construiría el Canal de Panamá, una obra que cambiaría el curso del comercio mundial.
A pesar de ser acusado de imperialista, Roosevelt también fue un hábil diplomático. En 1905, organizó las negociaciones para poner fin a la guerra entre Japón y Rusia, logro que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1906, convirtiéndose en el primer presidente estadounidense en recibir tal honor.
Solo una transformación profunda de nuestra cultura y mentalidad puede llevarnos a la Guatemala que todos soñamos. Sigamos el consejo de Roosevelt y trabajemos juntos para que el ciudadano promedio guatemalteco sea un ejemplo de virtud y valentía.
Tras finalizar su presidencia en 1909, Roosevelt llevó su mensaje a Europa, eligiendo la Sorbona de París para pronunciar un discurso de dos horas titulado "La Ciudadanía en una República", hoy conocido como "El hombre en la arena". Este discurso refleja la convicción de un hombre que dedicó su vida a combatir la corrupción, a defender al ciudadano común y a llevar a su país a la grandeza.
Roosevelt enfatizó que, en las repúblicas democráticas, el destino de la nación depende de la calidad de sus ciudadanos. A diferencia de las monarquías o dictaduras, donde el destino de un país está en manos de unos pocos, en una república democrática es el ciudadano común quien determina su futuro. Para que una nación prospere, sus ciudadanos deben aspirar a la excelencia en su vida diaria y estar preparados para enfrentar los momentos de mayor exigencia a través de la virtud y el heroísmo.
Roosevelt hizo un llamado claro a las élites políticas, académicas y económicas: tienen la responsabilidad de construir las condiciones necesarias para que el ciudadano común pueda elevarse. Ninguna república puede sobresalir si el ciudadano promedio no aspira a grandes cosas, si no lo comprende, si no lo intenta. Sin embargo, Roosevelt también advirtió sobre el peligro de la crítica fácil. «Es fácil señalar desde la trinchera», decía, pero el verdadero mérito pertenece a los que se arriesgan, a los que entran en la arena, a los que se ensucian con polvo, sudor y sangre. Aquellos que, aunque fallen, lo hacen porque tuvieron el coraje de intentarlo. «El crédito pertenece al hombre que está en la arena», recordaba Roosevelt, refiriéndose a los que luchan por una causa noble. Y, ¿qué causa más noble que transformar el futuro de Guatemala?
Eso es lo que debemos exigir a nuestros políticos: que luchen incansablemente por una Guatemala mejor, más justa y más grande. Y las élites deben ser las primeras en allanar el camino, en preparar al ciudadano común para que sea un modelo de virtud. Solo una transformación profunda de nuestra cultura y mentalidad puede llevarnos a la Guatemala que todos soñamos. Sigamos el consejo de Roosevelt y trabajemos juntos para que el ciudadano promedio guatemalteco sea un ejemplo de virtud y valentía.
PhD. José Ramiro Bolaños