El fin de la historia y el último liberal
Fukuyama se equivocó, pero ahora es nuestra labor hacer que se equivoquen aquellos que declaren el fin de la historia democrática.
La democracia liberal, como hoy la conocemos, no es el producto de un proceso estático. La democratización del mundo ha estado llena de altibajos, dependiendo del contexto histórico en cada momento. Samuel Huntington es famoso por acuñar el concepto de “olas democráticas”. De acuerdo con Huntington, ha habido tres grandes olas.
- La primera: entre los 1820 y 1920, iniciando la expansión del sufragio en las democracias occidentales, hasta el periodo de entreguerras.
- La segunda: entre 1945 y los 1960, como resultado del fin de la Segunda Guerra Mundial, el proceso de descolonización y la emergencia de democracias en Europa y Asia debido al Plan Marshall.
- La tercera: entre 1974 y los 1990, comenzando con la Revolución Portuguesa y la democratización en América Latina, Asia y Europa tras el colapso de la Unión Soviética.
Nuestras generaciones crecieron durante el periodo de la Pax Americana, el periodo más pacífico de la historia debido a la hegemonía estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial. Mi generación, especialmente, ha crecido en el momento más pacífico de este periodo, el del “Fin de la Historia”.
Somos hijos del optimismo de Fukuyama, que planteó que las guerras ideológicas habían llegado a su fin con la caída del Muro de Berlín. La democracia había vencido, la disputa ideológica había muerto y, con ello, la naturaleza bélica de la civilización. El optimismo por la democracia liberal dominó en los años 90 y ese fue el espíritu que nos crió.
Hoy, 35 años después de la caída del Muro de Berlín, un 43 % de estadounidenses entre sus 18 y 29 años se declaran escépticos con respecto a las bondades de la democracia. Casi la mitad de la generación más joven en la democracia más poderosa del mundo duda de su democracia.
Para los defensores de la democracia liberal es fundamental reconocer que estamos en un periodo de regresión democrática, pero esto no significa su desaparición. Es nuestra labor reforzar entre nuestros conocidos el hecho de que el mayor periodo de bienestar en la historia de la humanidad se ha debido a la economía de libre mercado y la democracia liberal.
Del otro lado del Atlántico, las elecciones al Parlamento Europeo de este año dieron como resultado un crecimiento de la representación para los partidos populistas y euroescépticos. En Francia, el partido de Marine Le Pen aumentó sus escaños de 23 a 26; en Alemania, la AfD creció de 11 a 16 eurodiputados, y en Italia, La Lega de Matteo Salvini incrementó de 28 a 32, entre otros ejemplos a lo largo de Europa. En casi todo el mundo, el discurso populista ha ganado terreno y sigue cobrando fuerza año tras año.
Para muchos, el discurso de la democracia liberal ya no impacta. La palabra “populismo” ha perdido su significado y los discursos que hablan de un cambio de sistema resultan atractivos, especialmente para los más jóvenes, como el caso de Guatemala con el Movimiento Semilla. Esto se debe, principalmente, a un problema de percepción. Aquellos que han crecido en el periodo de mayor bienestar de la historia, al experimentar una leve caída en los resultados que da el sistema, se ven frustrados y necesitados de cambio. La crisis financiera del 2008 y la pandemia en 2020 han acelerado ese sentimiento. Aunque estamos mejor que nunca, queremos estar aún mejor.
El populismo abraza esa frustración y la culpa al sistema, en este caso la democracia liberal, adjudicándose la misión mesiánica de ser ese agente de cambio. Así, muchas democracias caen, facilitado por los propios mecanismos democráticos, como el sufragio universal; y como dice aquella frase célebre que nos dejó George Lucas: “así es como muere la libertad, entre aplausos atronadores”.
La buena noticia es que no todo está perdido. Así como Huntington habla de olas de democratización, también contempla sus reveses, como con el surgimiento en Europa del fascismo y el nazismo, así como el auge autoritario entre los años 60 y 70, producto de la Guerra Fría. Tras todos esos periodos, el mundo ha respondido con una ola de democratización mayor a la anterior. Para los defensores de la democracia liberal es fundamental reconocer que estamos en un periodo de regresión democrática, pero esto no significa su desaparición.
Es nuestra labor reforzar entre nuestros conocidos el hecho de que el mayor periodo de bienestar en la historia de la humanidad se ha debido a la economía de libre mercado y la democracia liberal. Cada vez que el mundo les ha dado la espalda, el resultado ha sido catastrófico. Es posible que afrontemos unos años de crisis política, pero seremos nosotros quienes tendremos que volver a alzar la bandera de la democracia y la libertad. Fukuyama se equivocó, pero ahora es nuestra labor hacer que se equivoquen aquellos que declaren el fin de la historia democrática.
El fin de la historia y el último liberal
Fukuyama se equivocó, pero ahora es nuestra labor hacer que se equivoquen aquellos que declaren el fin de la historia democrática.
La democracia liberal, como hoy la conocemos, no es el producto de un proceso estático. La democratización del mundo ha estado llena de altibajos, dependiendo del contexto histórico en cada momento. Samuel Huntington es famoso por acuñar el concepto de “olas democráticas”. De acuerdo con Huntington, ha habido tres grandes olas.
- La primera: entre los 1820 y 1920, iniciando la expansión del sufragio en las democracias occidentales, hasta el periodo de entreguerras.
- La segunda: entre 1945 y los 1960, como resultado del fin de la Segunda Guerra Mundial, el proceso de descolonización y la emergencia de democracias en Europa y Asia debido al Plan Marshall.
- La tercera: entre 1974 y los 1990, comenzando con la Revolución Portuguesa y la democratización en América Latina, Asia y Europa tras el colapso de la Unión Soviética.
Nuestras generaciones crecieron durante el periodo de la Pax Americana, el periodo más pacífico de la historia debido a la hegemonía estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial. Mi generación, especialmente, ha crecido en el momento más pacífico de este periodo, el del “Fin de la Historia”.
Somos hijos del optimismo de Fukuyama, que planteó que las guerras ideológicas habían llegado a su fin con la caída del Muro de Berlín. La democracia había vencido, la disputa ideológica había muerto y, con ello, la naturaleza bélica de la civilización. El optimismo por la democracia liberal dominó en los años 90 y ese fue el espíritu que nos crió.
Hoy, 35 años después de la caída del Muro de Berlín, un 43 % de estadounidenses entre sus 18 y 29 años se declaran escépticos con respecto a las bondades de la democracia. Casi la mitad de la generación más joven en la democracia más poderosa del mundo duda de su democracia.
Para los defensores de la democracia liberal es fundamental reconocer que estamos en un periodo de regresión democrática, pero esto no significa su desaparición. Es nuestra labor reforzar entre nuestros conocidos el hecho de que el mayor periodo de bienestar en la historia de la humanidad se ha debido a la economía de libre mercado y la democracia liberal.
Del otro lado del Atlántico, las elecciones al Parlamento Europeo de este año dieron como resultado un crecimiento de la representación para los partidos populistas y euroescépticos. En Francia, el partido de Marine Le Pen aumentó sus escaños de 23 a 26; en Alemania, la AfD creció de 11 a 16 eurodiputados, y en Italia, La Lega de Matteo Salvini incrementó de 28 a 32, entre otros ejemplos a lo largo de Europa. En casi todo el mundo, el discurso populista ha ganado terreno y sigue cobrando fuerza año tras año.
Para muchos, el discurso de la democracia liberal ya no impacta. La palabra “populismo” ha perdido su significado y los discursos que hablan de un cambio de sistema resultan atractivos, especialmente para los más jóvenes, como el caso de Guatemala con el Movimiento Semilla. Esto se debe, principalmente, a un problema de percepción. Aquellos que han crecido en el periodo de mayor bienestar de la historia, al experimentar una leve caída en los resultados que da el sistema, se ven frustrados y necesitados de cambio. La crisis financiera del 2008 y la pandemia en 2020 han acelerado ese sentimiento. Aunque estamos mejor que nunca, queremos estar aún mejor.
El populismo abraza esa frustración y la culpa al sistema, en este caso la democracia liberal, adjudicándose la misión mesiánica de ser ese agente de cambio. Así, muchas democracias caen, facilitado por los propios mecanismos democráticos, como el sufragio universal; y como dice aquella frase célebre que nos dejó George Lucas: “así es como muere la libertad, entre aplausos atronadores”.
La buena noticia es que no todo está perdido. Así como Huntington habla de olas de democratización, también contempla sus reveses, como con el surgimiento en Europa del fascismo y el nazismo, así como el auge autoritario entre los años 60 y 70, producto de la Guerra Fría. Tras todos esos periodos, el mundo ha respondido con una ola de democratización mayor a la anterior. Para los defensores de la democracia liberal es fundamental reconocer que estamos en un periodo de regresión democrática, pero esto no significa su desaparición.
Es nuestra labor reforzar entre nuestros conocidos el hecho de que el mayor periodo de bienestar en la historia de la humanidad se ha debido a la economía de libre mercado y la democracia liberal. Cada vez que el mundo les ha dado la espalda, el resultado ha sido catastrófico. Es posible que afrontemos unos años de crisis política, pero seremos nosotros quienes tendremos que volver a alzar la bandera de la democracia y la libertad. Fukuyama se equivocó, pero ahora es nuestra labor hacer que se equivoquen aquellos que declaren el fin de la historia democrática.