El feminismo necesario (III)
Apoyadas por los conservadores, los que tradicionalmente se han considerado enemigos de todo avance político y social, lograron un hito histórico, salvando el prestigio de la Revolución de Octubre, de la que han pretendido apropiarse los primeros.
En este espacio, hemos estado revisando el interesante libro de la historiadora estadounidense, Patricia Harms, quien publicó un impresionante trabajo sobre la lucha política de las mujeres guatemaltecas, titulado «Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954» (2020). Libro en el que he insistido, uno puede o no compartir las conclusiones a las que llega la autora, pues a veces estira demasiado el argumento para que le cacen en su marco teórico, lo que le dificulta comprender a una sociedad tan compleja como la guatemalteca.
Y es que resulta realmente difícil de explicar los virajes que ha dado nuestra sociedad en momentos puntuales. Por ejemplo, que pese a que las ramas femeninas de los partidos Renovación Nacional y Frente Popular Libertador apoyaron desde el primer día de forma entusiasta la candidatura presidencial de Juan José Arévalo, principalmente por su calidad de maestro —es decir, de colega de ellas, ya que la mayoría de las mujeres involucradas en política partidaria al momento ejercían el magisterio—, luego la revolución las fue desplazando del poder.
Significativo también, resulta que durante la sesión del 6 de febrero de 1945, cuando se estaba discutiendo el artículo 9 de la nueva Constitución Política, en el que se asignaba el voto a la mujer alfabeta y se le reconocía el derecho de elegir y ser electa, fuera un diputado de la izquierda progresista el que se opusiera consistentemente al reconocimiento de este derecho y argumentara en que, de reconocerlo, se le restringiera. Estamos hablando del diputado Carlos Manuel Fortuny, distinguido miembro del Partido Renovación Nacional, que posteriormente pasó a militar en el Partido Acción Revolucionaria (PAR) y de allí saltara al Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), partido comunista, en donde militó hasta su renuncia a dicha organización a finales de la década de 1970.
En esa oportunidad argumentó Fortuny ante la Asamblea:
Entiendo que en Guatemala hay mujeres muy preparadas para ejercer el derecho de sufragio, pero desgraciadamente es una minoría, y es una minoría ínfima que sucumbiría ante la avalancha de las demás.
Decía que la mujer preparada para ejercer la ciudadanía es una minoría que no contaría ante la superioridad numérica de la mujer que no está preparada; porque ya vimos que únicamente por el hecho de saber leer y escribir, no se está preparado para ejercer la ciudadanía. Y la mujer, por cuestión psicológica, por su condición, sería fácil instrumento del sentimentalismo religioso y de ese sentimentalismo se haría bandera para combatir a la Revolución…
Según el acta de la sesión levantada ese día, lo acallaron los abucheos desde la barra y, aunque su discurso siguió en varias ocasiones, fue interrumpido por la bulla que hacían los espectadores instalados en el palco, compuesto en buena parte, presumimos, por mujeres. Fortuny se oponía al reconocimiento del voto de la mujer alfabeta, pero argumentó en favor de reconocer el voto para el hombre analfabeto, a condición de que el mismo fuera público. Por supuesto, de la mujer analfabeta no se habló en esa ocasión.
A Fortuny se opuso el diputado Adalberto Pereira Echeverría, quien argumentó que era un acto de justicia reconocer el voto de la mujer alfabeta: «(…) la que lucha hombro con hombro con el hombre en el hogar, en la sociedad, en las luchas políticas; la que como María Chinchilla muere frente a las bayonetas y en las…», apunta el acta que los vítores desde el palco no lo dejaron continuar. Llama la atención que, a pesar de que se defiende el derecho del voto de la mujer, se deje a un lado a la mujer analfabeta, asumiendo falsamente que por no saber leer y escribir no era capaz de crearse un criterio político ni una consciencia ciudadana, pero al hombre analfabeto si le reconocen estas virtudes.
Los progresistas de izquierda se negaron al avance político de la mujer, pero que apoyadas por los conservadores, los que tradicionalmente se han considerado enemigos de todo avance político y social, lograron un hito histórico, salvando el prestigio de la Revolución de Octubre, de la que han pretendido apropiarse los primeros.
Otro diputado que saltó en defensa del voto femenino fue, contradictoriamente, el adalid de los conservadores, el diputado Clemente Marroquín Rojas, quien dentro de su discurso reconoció el compromiso de la mujer con su conciencia política, arrojándola incluso a tomar las armas para actuar en consecuencia: «(…) Porque recuerdo que en todas las luchas en que tomé parte algunos años atrás, fueron siempre las mujeres las que iniciaban la lucha; siempre fueron las mujeres las que mandaron en los momentos difíciles; y a esas mujeres de los pueblos hay que verlas, tienen mucho más espíritu liberal, mucho más concepto de la libertad, que muchos de nosotros, los camanduleros de la ciudad…», nuevamente consta que los aplausos interrumpieron al diputado.
Finalmente, el artículo 9 que se aprobó quedó así en el numeral 2: «Son ciudadanos: (…) 2. Las mujeres guatemaltecas mayores de dieciocho años que sepan leer y escribir», constituyendo definitivamente un gran avance en la larga lucha por los derechos políticos de las mujeres, producto de esta complicada coyuntura nacional en la que los progresistas de izquierda se negaron al avance político de la mujer, pero que apoyadas por los conservadores, los que tradicionalmente se han considerado enemigos de todo avance político y social, lograron un hito histórico, salvando el prestigio de la Revolución de Octubre, de la que han pretendido apropiarse los primeros.
El libro: Harms, Patricia. Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954. (2020). University of New México, Alburquerque.
El feminismo necesario (III)
Apoyadas por los conservadores, los que tradicionalmente se han considerado enemigos de todo avance político y social, lograron un hito histórico, salvando el prestigio de la Revolución de Octubre, de la que han pretendido apropiarse los primeros.
En este espacio, hemos estado revisando el interesante libro de la historiadora estadounidense, Patricia Harms, quien publicó un impresionante trabajo sobre la lucha política de las mujeres guatemaltecas, titulado «Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954» (2020). Libro en el que he insistido, uno puede o no compartir las conclusiones a las que llega la autora, pues a veces estira demasiado el argumento para que le cacen en su marco teórico, lo que le dificulta comprender a una sociedad tan compleja como la guatemalteca.
Y es que resulta realmente difícil de explicar los virajes que ha dado nuestra sociedad en momentos puntuales. Por ejemplo, que pese a que las ramas femeninas de los partidos Renovación Nacional y Frente Popular Libertador apoyaron desde el primer día de forma entusiasta la candidatura presidencial de Juan José Arévalo, principalmente por su calidad de maestro —es decir, de colega de ellas, ya que la mayoría de las mujeres involucradas en política partidaria al momento ejercían el magisterio—, luego la revolución las fue desplazando del poder.
Significativo también, resulta que durante la sesión del 6 de febrero de 1945, cuando se estaba discutiendo el artículo 9 de la nueva Constitución Política, en el que se asignaba el voto a la mujer alfabeta y se le reconocía el derecho de elegir y ser electa, fuera un diputado de la izquierda progresista el que se opusiera consistentemente al reconocimiento de este derecho y argumentara en que, de reconocerlo, se le restringiera. Estamos hablando del diputado Carlos Manuel Fortuny, distinguido miembro del Partido Renovación Nacional, que posteriormente pasó a militar en el Partido Acción Revolucionaria (PAR) y de allí saltara al Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), partido comunista, en donde militó hasta su renuncia a dicha organización a finales de la década de 1970.
En esa oportunidad argumentó Fortuny ante la Asamblea:
Entiendo que en Guatemala hay mujeres muy preparadas para ejercer el derecho de sufragio, pero desgraciadamente es una minoría, y es una minoría ínfima que sucumbiría ante la avalancha de las demás.
Decía que la mujer preparada para ejercer la ciudadanía es una minoría que no contaría ante la superioridad numérica de la mujer que no está preparada; porque ya vimos que únicamente por el hecho de saber leer y escribir, no se está preparado para ejercer la ciudadanía. Y la mujer, por cuestión psicológica, por su condición, sería fácil instrumento del sentimentalismo religioso y de ese sentimentalismo se haría bandera para combatir a la Revolución…
Según el acta de la sesión levantada ese día, lo acallaron los abucheos desde la barra y, aunque su discurso siguió en varias ocasiones, fue interrumpido por la bulla que hacían los espectadores instalados en el palco, compuesto en buena parte, presumimos, por mujeres. Fortuny se oponía al reconocimiento del voto de la mujer alfabeta, pero argumentó en favor de reconocer el voto para el hombre analfabeto, a condición de que el mismo fuera público. Por supuesto, de la mujer analfabeta no se habló en esa ocasión.
A Fortuny se opuso el diputado Adalberto Pereira Echeverría, quien argumentó que era un acto de justicia reconocer el voto de la mujer alfabeta: «(…) la que lucha hombro con hombro con el hombre en el hogar, en la sociedad, en las luchas políticas; la que como María Chinchilla muere frente a las bayonetas y en las…», apunta el acta que los vítores desde el palco no lo dejaron continuar. Llama la atención que, a pesar de que se defiende el derecho del voto de la mujer, se deje a un lado a la mujer analfabeta, asumiendo falsamente que por no saber leer y escribir no era capaz de crearse un criterio político ni una consciencia ciudadana, pero al hombre analfabeto si le reconocen estas virtudes.
Los progresistas de izquierda se negaron al avance político de la mujer, pero que apoyadas por los conservadores, los que tradicionalmente se han considerado enemigos de todo avance político y social, lograron un hito histórico, salvando el prestigio de la Revolución de Octubre, de la que han pretendido apropiarse los primeros.
Otro diputado que saltó en defensa del voto femenino fue, contradictoriamente, el adalid de los conservadores, el diputado Clemente Marroquín Rojas, quien dentro de su discurso reconoció el compromiso de la mujer con su conciencia política, arrojándola incluso a tomar las armas para actuar en consecuencia: «(…) Porque recuerdo que en todas las luchas en que tomé parte algunos años atrás, fueron siempre las mujeres las que iniciaban la lucha; siempre fueron las mujeres las que mandaron en los momentos difíciles; y a esas mujeres de los pueblos hay que verlas, tienen mucho más espíritu liberal, mucho más concepto de la libertad, que muchos de nosotros, los camanduleros de la ciudad…», nuevamente consta que los aplausos interrumpieron al diputado.
Finalmente, el artículo 9 que se aprobó quedó así en el numeral 2: «Son ciudadanos: (…) 2. Las mujeres guatemaltecas mayores de dieciocho años que sepan leer y escribir», constituyendo definitivamente un gran avance en la larga lucha por los derechos políticos de las mujeres, producto de esta complicada coyuntura nacional en la que los progresistas de izquierda se negaron al avance político de la mujer, pero que apoyadas por los conservadores, los que tradicionalmente se han considerado enemigos de todo avance político y social, lograron un hito histórico, salvando el prestigio de la Revolución de Octubre, de la que han pretendido apropiarse los primeros.
El libro: Harms, Patricia. Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954. (2020). University of New México, Alburquerque.