El feminismo necesario (II)
Arévalo se negó a nombrar como Ministra de Educación a una maestra con larguísimo historial en el magisterio, María Albertina Gálvez
En este espacio, la semana pasada iniciamos la revisión del interesante libro de la historiadora estadounidense, Patricia Harms, quien publicó un impresionante trabajo sobre la lucha política de las mujeres guatemaltecas, titulado «Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954» (2020). Libro en el que, comentaba la vez pasada, uno puede o no compartir las conclusiones (forzadas algunas veces) a las que llega la autora, inspiradas algunas veces por la dificultad de comprender una sociedad tan compleja como la guatemalteca.
Uno de los puntos interesantes es el análisis que realiza sobre la participación femenina en las manifestaciones de junio de 1944 —que llevaron a la renuncia del presidente Ubico—, en el que el magisterio jugó un papel preponderante en la movilización de grandes grupos humanos, es que el magisterio era dominado principalmente por mujeres. Ellas habían encontrado en la enseñanza uno de los espacios más importantes, no solo para ganarse la vida, sino para plantear sus reivindicaciones políticas.
En este sentido, Harms establece hechos importantes para la correcta interpretación de la historia nacional, como por ejemplo, que en la manifestación del 25 de julio de 1944 —en que resultó muerta la maestra María Chinchilla—, hubo otras mujeres muertas y heridas, sobre todo cuando la caballería cargó en contra de ellas y soltó granadas de fósforo, causando serias quemaduras en algunas y en otras la muerte. Este extremo ya lo había recordado el ciudadano Jorge Toriello en una serie de columnas a propósito de la Revolución, que publicó en 1992.
La Revolución de Octubre, a medida que fue radicalizando sus postulados durante los gobiernos de la Junta Revolucionaria y del presidente Arévalo, fue cerrando el espacio de participación de la mujer, pretendiendo regresarla al confín del hogar, situación que resintieron muchas mujeres.
Otro hecho interesante que resalta Harms es la gran variedad de posturas femeninas que participaron en esas movilizaciones, permitiéndonos prescindir de las interpretaciones manidas que hemos venido leyendo desde hace décadas, que pretendían apropiarse de la Revolución de 1944. En ese sentido, resulta importante leer que María Chinchilla era una mujer conservadora, miembro de la Asociación de Maestros Católicos y que muchas de sus colegas que marcharon ese día, en los alrededores del Templo de San Francisco, pertenecían a familias de la “aristocracia” guatemalteca. ¿Cómo es posible esto?
Otro dato interesante es que Harms se sorprende, como muchos de sus lectores, al descubrir que la Revolución de Octubre, a medida que fue radicalizando sus postulados durante los gobiernos de la Junta Revolucionaria y del presidente Arévalo, fue cerrando el espacio de participación de la mujer, pretendiendo regresarla al confín del hogar, situación que resintieron muchas mujeres. Sobre todo, cuando Arévalo se negó a nombrar como Ministra de Educación a una maestra con larguísimo historial en el magisterio, María Albertina Gálvez, cuando su ministro renunció.
Resulta también sorprendente que, a pesar que el gobierno de Arévalo hizo bombos y platillos de su progresismo y asignó un papel relevante a la Primera Dama, Elisa Martínez, cuando se buscó crear un sistema de trabajo social y de protección a la niñez bajo la sombra del IGSS, y pese a que se convocaron a muchas mujeres con vasta experiencia en el tema (fundadoras de la Cruz Roja Guatemalteca o la Sociedad Protectora del Niño) para asesorar, al momento de nombrar autoridades, el presidente evitó el espinoso asunto de nombrar a una mujer para dirigir los programas.
El libro: Harms, Patricia. Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954. (2020). University of New México, Alburquerque.
El feminismo necesario (II)
Arévalo se negó a nombrar como Ministra de Educación a una maestra con larguísimo historial en el magisterio, María Albertina Gálvez
En este espacio, la semana pasada iniciamos la revisión del interesante libro de la historiadora estadounidense, Patricia Harms, quien publicó un impresionante trabajo sobre la lucha política de las mujeres guatemaltecas, titulado «Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954» (2020). Libro en el que, comentaba la vez pasada, uno puede o no compartir las conclusiones (forzadas algunas veces) a las que llega la autora, inspiradas algunas veces por la dificultad de comprender una sociedad tan compleja como la guatemalteca.
Uno de los puntos interesantes es el análisis que realiza sobre la participación femenina en las manifestaciones de junio de 1944 —que llevaron a la renuncia del presidente Ubico—, en el que el magisterio jugó un papel preponderante en la movilización de grandes grupos humanos, es que el magisterio era dominado principalmente por mujeres. Ellas habían encontrado en la enseñanza uno de los espacios más importantes, no solo para ganarse la vida, sino para plantear sus reivindicaciones políticas.
En este sentido, Harms establece hechos importantes para la correcta interpretación de la historia nacional, como por ejemplo, que en la manifestación del 25 de julio de 1944 —en que resultó muerta la maestra María Chinchilla—, hubo otras mujeres muertas y heridas, sobre todo cuando la caballería cargó en contra de ellas y soltó granadas de fósforo, causando serias quemaduras en algunas y en otras la muerte. Este extremo ya lo había recordado el ciudadano Jorge Toriello en una serie de columnas a propósito de la Revolución, que publicó en 1992.
La Revolución de Octubre, a medida que fue radicalizando sus postulados durante los gobiernos de la Junta Revolucionaria y del presidente Arévalo, fue cerrando el espacio de participación de la mujer, pretendiendo regresarla al confín del hogar, situación que resintieron muchas mujeres.
Otro hecho interesante que resalta Harms es la gran variedad de posturas femeninas que participaron en esas movilizaciones, permitiéndonos prescindir de las interpretaciones manidas que hemos venido leyendo desde hace décadas, que pretendían apropiarse de la Revolución de 1944. En ese sentido, resulta importante leer que María Chinchilla era una mujer conservadora, miembro de la Asociación de Maestros Católicos y que muchas de sus colegas que marcharon ese día, en los alrededores del Templo de San Francisco, pertenecían a familias de la “aristocracia” guatemalteca. ¿Cómo es posible esto?
Otro dato interesante es que Harms se sorprende, como muchos de sus lectores, al descubrir que la Revolución de Octubre, a medida que fue radicalizando sus postulados durante los gobiernos de la Junta Revolucionaria y del presidente Arévalo, fue cerrando el espacio de participación de la mujer, pretendiendo regresarla al confín del hogar, situación que resintieron muchas mujeres. Sobre todo, cuando Arévalo se negó a nombrar como Ministra de Educación a una maestra con larguísimo historial en el magisterio, María Albertina Gálvez, cuando su ministro renunció.
Resulta también sorprendente que, a pesar que el gobierno de Arévalo hizo bombos y platillos de su progresismo y asignó un papel relevante a la Primera Dama, Elisa Martínez, cuando se buscó crear un sistema de trabajo social y de protección a la niñez bajo la sombra del IGSS, y pese a que se convocaron a muchas mujeres con vasta experiencia en el tema (fundadoras de la Cruz Roja Guatemalteca o la Sociedad Protectora del Niño) para asesorar, al momento de nombrar autoridades, el presidente evitó el espinoso asunto de nombrar a una mujer para dirigir los programas.
El libro: Harms, Patricia. Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954. (2020). University of New México, Alburquerque.