El feminismo necesario (I)
Harms explora la postura de dos guatemaltecas frente a la Revolución Liberal, marcadamente anticlerical, pero, y esto es necesario subrayarlo, no antireligiosa.
Apartado de los fanatismos que no permiten réplica y que creen ser poseedores de una única y absoluta verdad, el conocimiento y el estudio de los procesos históricos son una forma de construir un criterio propio, crítico y flexible, que permite asumir nuevas ideas, descomponerlas y digerirlas para asumirlas en la vida como nuevos elementos útiles para interpretar y comprender la compleja realidad que nos rodea. En ese sentido, cualquier trabajo intelectual bien documentado y preparado a conciencia siempre es bienvenido para poner a prueba las propias convicciones y reformularlas de ser preciso.
Este es el caso del trabajo de una historiadora estadounidense, Patricia Harms, quien publicó un impresionante trabajo «Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954» (2020), acompañado de un vasto aparato de referencias, entre bibliografía y fuentes hemerográficas. Aunque, en ocasiones uno pueda discrepar de sus conclusiones, que en algunas ocasiones forza con argumentaciones estiradas hasta casi la contradicción, el libro es un ejercicio de recuperación histórica de aquellas mujeres que, desde los años de la Revolución Liberal, se enfrentaron al poder para reivindicar sus derechos y exigir su ejercicio libremente.
El único “pero” que merece este trabajo es en realidad un problema común en muchos historiadores guatemaltecos y extranjeros, pues la naturaleza del comportamiento del guatemalteco desafía muchas veces a los intelectuales, ya que se aleja de las fórmulas académicas definidas en los salones de los centros de investigación. En el caso de la sociedad guatemalteca, tiende a causar confusión las flexibles posturas políticas e ideológicas con que esta se defiende de los embates externos, tratando siempre de crear sus propias fórmulas, en un proceso que muchas veces resulta exasperante para quienes creen, por ejemplo, que una revolución siempre es deseada, aceptada y empujada por todos.
En el caso guatemalteco, Harms explora la postura de dos guatemaltecas frente a la Revolución Liberal, marcadamente anticlerical, pero, y esto es necesario subrayarlo, no antireligiosa. El caso de las hermanas Jesús y Vicenta Laparra de la Cerda parece dejar descolocado el andamiaje teórico de la historiadora, pues estas hermanas, de profunda inquietud intelectual, inteligentes y cultas, lograron hacer casar una versión de liberalismo no peleado con el catolicismo, lo que supone un reto de comprensión para todos aquellos que asuman que la mujer de la época, por ser católica, se oponía al gobierno de los “come-curas” de Barrios; lo que las enclaustraba irremediablemente en el bando de los “cachurecos”. Esta búsqueda de punto medio entre liberalismo y catolicismo no impidió que las Laparra criticaran los rasgos autoritarios del régimen, razón por la cual el presidente Barillas ordenó cerrar su periódico «La voz de la mujer en 1892», primera publicación feminista que circuló en Guatemala.
Inexplicablemente, habíamos perdido la figura de esas guatemaltecas que, arremangándose en un momento de necesidad política la blusa, empuñaron fusiles y salieron a luchar en contra de la dictadura.
Harms hace un fascinante recorrido por la vida y obra de las mujeres que, desde finales del siglo XIX, lucharon desde la tribuna de varios órganos de difusión feministas (de la mujer para la mujer, según sus propias fórmulas), para concientizar a sus lectoras de su importante papel en la economía nacional y de la reivindicación de sus derechos. Esto llevó, por ejemplo, a que en una fecha tan temprana como 1921, un fuerte movimiento sufragista elevara a la Constituyente de ese año la discusión por el derecho al voto femenino, que se perdió por tan sólo un voto (8 a favor y 9 en contra), perdiendo Guatemala la oportunidad histórica de haber sido el primer país en América Latina en reconocer el derecho al voto de la mujer sin restricciones.
Nombres como Gloria Menéndez Mina, Carmen de Silva, Rafaela del Águila, Rosa Rodríguez López, Marta Josefina Herrera, Clara Rubio de Escaler, María de Michel, Magda Mabarak o Luz Valle, por solo mencionar a unos pocos, son recuperados por Harms para reconstruir la larga lucha por los derechos civiles y políticos de la mujer. Su obra demuestra en cada una de las épocas de su estudio que las mujeres han salido a las calles a luchar por sus reivindicaciones políticas de forma tan valiente como cualquier otro ciudadano, aportando su cuota de muertes también.
En este sentido, resulta fascinante leer el capítulo que se dedica a las movilizaciones femeninas durante las semanas que duró el movimiento Unionista en contra del presidente Estrada Cabrera, que terminó con su renuncia luego de los fieros combates de la llamada «Semana Trágica» en abril de 1920. En estas jornadas violentas, en las que se combatió en las calles de las ciudades como Guatemala, Quetzaltenango o Escuintla, al menos a 35 mujeres valientes resultaron muertas o heridas, mujeres que Harms rescata del olvido y las rescata para la historia.
Estábamos acostumbrados a leer y a ver fotografías de las «Adelitas» mexicanas, aquellas mujeres que apodaron «las soldaderas», que acompañaban a las tropas villistas o zapatistas durante la década que duró la Revolución Mexicana. Inexplicablemente, habíamos perdido la figura de esas guatemaltecas que, arremangándose en un momento de necesidad política la blusa, empuñaron fusiles y salieron a luchar en contra de la dictadura. Harms enmienda este olvido para beneficio de los lectores y estudiosos de la historia política de Guatemala.
El libro: Harms, Patricia. Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954. (2020). University of New México, Alburquerque.
El feminismo necesario (I)
Harms explora la postura de dos guatemaltecas frente a la Revolución Liberal, marcadamente anticlerical, pero, y esto es necesario subrayarlo, no antireligiosa.
Apartado de los fanatismos que no permiten réplica y que creen ser poseedores de una única y absoluta verdad, el conocimiento y el estudio de los procesos históricos son una forma de construir un criterio propio, crítico y flexible, que permite asumir nuevas ideas, descomponerlas y digerirlas para asumirlas en la vida como nuevos elementos útiles para interpretar y comprender la compleja realidad que nos rodea. En ese sentido, cualquier trabajo intelectual bien documentado y preparado a conciencia siempre es bienvenido para poner a prueba las propias convicciones y reformularlas de ser preciso.
Este es el caso del trabajo de una historiadora estadounidense, Patricia Harms, quien publicó un impresionante trabajo «Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954» (2020), acompañado de un vasto aparato de referencias, entre bibliografía y fuentes hemerográficas. Aunque, en ocasiones uno pueda discrepar de sus conclusiones, que en algunas ocasiones forza con argumentaciones estiradas hasta casi la contradicción, el libro es un ejercicio de recuperación histórica de aquellas mujeres que, desde los años de la Revolución Liberal, se enfrentaron al poder para reivindicar sus derechos y exigir su ejercicio libremente.
El único “pero” que merece este trabajo es en realidad un problema común en muchos historiadores guatemaltecos y extranjeros, pues la naturaleza del comportamiento del guatemalteco desafía muchas veces a los intelectuales, ya que se aleja de las fórmulas académicas definidas en los salones de los centros de investigación. En el caso de la sociedad guatemalteca, tiende a causar confusión las flexibles posturas políticas e ideológicas con que esta se defiende de los embates externos, tratando siempre de crear sus propias fórmulas, en un proceso que muchas veces resulta exasperante para quienes creen, por ejemplo, que una revolución siempre es deseada, aceptada y empujada por todos.
En el caso guatemalteco, Harms explora la postura de dos guatemaltecas frente a la Revolución Liberal, marcadamente anticlerical, pero, y esto es necesario subrayarlo, no antireligiosa. El caso de las hermanas Jesús y Vicenta Laparra de la Cerda parece dejar descolocado el andamiaje teórico de la historiadora, pues estas hermanas, de profunda inquietud intelectual, inteligentes y cultas, lograron hacer casar una versión de liberalismo no peleado con el catolicismo, lo que supone un reto de comprensión para todos aquellos que asuman que la mujer de la época, por ser católica, se oponía al gobierno de los “come-curas” de Barrios; lo que las enclaustraba irremediablemente en el bando de los “cachurecos”. Esta búsqueda de punto medio entre liberalismo y catolicismo no impidió que las Laparra criticaran los rasgos autoritarios del régimen, razón por la cual el presidente Barillas ordenó cerrar su periódico «La voz de la mujer en 1892», primera publicación feminista que circuló en Guatemala.
Inexplicablemente, habíamos perdido la figura de esas guatemaltecas que, arremangándose en un momento de necesidad política la blusa, empuñaron fusiles y salieron a luchar en contra de la dictadura.
Harms hace un fascinante recorrido por la vida y obra de las mujeres que, desde finales del siglo XIX, lucharon desde la tribuna de varios órganos de difusión feministas (de la mujer para la mujer, según sus propias fórmulas), para concientizar a sus lectoras de su importante papel en la economía nacional y de la reivindicación de sus derechos. Esto llevó, por ejemplo, a que en una fecha tan temprana como 1921, un fuerte movimiento sufragista elevara a la Constituyente de ese año la discusión por el derecho al voto femenino, que se perdió por tan sólo un voto (8 a favor y 9 en contra), perdiendo Guatemala la oportunidad histórica de haber sido el primer país en América Latina en reconocer el derecho al voto de la mujer sin restricciones.
Nombres como Gloria Menéndez Mina, Carmen de Silva, Rafaela del Águila, Rosa Rodríguez López, Marta Josefina Herrera, Clara Rubio de Escaler, María de Michel, Magda Mabarak o Luz Valle, por solo mencionar a unos pocos, son recuperados por Harms para reconstruir la larga lucha por los derechos civiles y políticos de la mujer. Su obra demuestra en cada una de las épocas de su estudio que las mujeres han salido a las calles a luchar por sus reivindicaciones políticas de forma tan valiente como cualquier otro ciudadano, aportando su cuota de muertes también.
En este sentido, resulta fascinante leer el capítulo que se dedica a las movilizaciones femeninas durante las semanas que duró el movimiento Unionista en contra del presidente Estrada Cabrera, que terminó con su renuncia luego de los fieros combates de la llamada «Semana Trágica» en abril de 1920. En estas jornadas violentas, en las que se combatió en las calles de las ciudades como Guatemala, Quetzaltenango o Escuintla, al menos a 35 mujeres valientes resultaron muertas o heridas, mujeres que Harms rescata del olvido y las rescata para la historia.
Estábamos acostumbrados a leer y a ver fotografías de las «Adelitas» mexicanas, aquellas mujeres que apodaron «las soldaderas», que acompañaban a las tropas villistas o zapatistas durante la década que duró la Revolución Mexicana. Inexplicablemente, habíamos perdido la figura de esas guatemaltecas que, arremangándose en un momento de necesidad política la blusa, empuñaron fusiles y salieron a luchar en contra de la dictadura. Harms enmienda este olvido para beneficio de los lectores y estudiosos de la historia política de Guatemala.
El libro: Harms, Patricia. Ladina social activism in Guatemala City 1871-1954. (2020). University of New México, Alburquerque.