Joseph Conrad, para resumir las experiencias del protagonista de su novela «El corazón de las tinieblas» en su navegación por el curso del río Congo en busca de Kurz, pone en boca de este último la frase: «¡El horror! ¡El horror!», emocionante escena que Coppola incluye en su magnífica adaptación cinematográfica de la novela (Apocalipse Now!) poniendo a Marlon Brando a repetirla. El horror, palabra que englobaba un mundo de abusos, inhumanidad y violencia.
En Guatemala, en cambio, la palabra que podría definir al gobierno del presidente Arévalo, en su viaje hasta el 14 de enero de 2028, podría resumirse no en el horror, (aunque la violencia de las últimas semanas podría hacer cambiar mis afirmaciones), sino «el error», puesto que el error ha sido la constante en estos meses de su gobierno. El error le ha cobrado al gobierno un innecesario desgaste, un creciente aislamiento y una sensación general de absoluta falta de capacidad.
Encima, los asesores del presidente, que me parece lucen más por su ignorancia que por sus consejos acertados, le han de decir al presidente que en momentos álgidos de crisis él debería de desaparecer de la escena política para aparecer, repentinamente, como ese as de la manga que tiene la solución para salir de la crisis. Es segunda vez que este fatídico consejo provoca que otros políticos, mucho más expertos en estas lides de lucha callejera, lucen solicitudes de exhibición personal para que alguien, el juez en este caso, busque en donde está el presidente y lo saque de su escondite. A causa de esta pésima estrategia, el discurso del presidente Arévalo anoche pareció una patada más de ahogado, a un presidente arrinconado en su acogedor despacho presidencial, obligado a decir algo, aunque sea el discurso absurdo que leyó anoche.
Al parecer, y pese a las abrumadoras evidencias, Arévalo preside la república feliz de Lalalandia y no a una convulsa Guatemala que está cada día más asediada por los problemas que él se niega a reconocer y, peor aún, a conocer.
Además, la fallida estrategia presidencial desnuda la realidad del gobierno: un presidente carente de liderazgo, rodeado de ministros carentes de experiencia, conocimiento y responsabilidad, que no dudan en comprometer al presidente en bretes complicados, de los que logra salir el primer magistrado con arañazos y apaleado. Pero sorprende la debilidad de carácter presidencial, porque nunca les cobra a sus ministros los errores que comenten y que minan la institucionalidad en Guatemala. Si esta crisis no fue suficiente para destituir al ministro de Gobernación, no sé qué acción será suficiente para que lo haga.
Mientras el gobierno juega a la prueba y error, la economía guatemalteca perdió alrededor de GTQ 650M; unos 400M en el sector industrial y unos 130M en el sector comercial, según publicaba Prensa Libre el día de ayer, a causa de los bloqueos. El problema es que esos 650M representan un empobrecimiento del guatemalteco en general, un debilitamiento del sector productivo, que es el único que mantiene a flote a este país, pues está más que claro que el gobierno no hace más que hundirlo. Además, habría que sumar las consecuencias en salud mental de los guatemaltecos, en esas largas hileras de personas que durante dos noches avanzaban penosamente por las cunetas de las carreteras que salen de la ciudad, camino a sus casas, frustrados, enojados, decepcionado y tristes, por un día más de dificultades completamente ajenas que se suman a los problemas propios.
Mientras tanto, el presidente sigue sin cobrarle a su gabinete los errores. Al parecer, y pese a las abrumadoras evidencias, Arévalo preside la república feliz de Lalalandia y no a una convulsa Guatemala que está cada día más asediada por los problemas que él se niega a reconocer y, peor aún, a conocer.
¡El error! ¡El error!
Joseph Conrad, para resumir las experiencias del protagonista de su novela «El corazón de las tinieblas» en su navegación por el curso del río Congo en busca de Kurz, pone en boca de este último la frase: «¡El horror! ¡El horror!», emocionante escena que Coppola incluye en su magnífica adaptación cinematográfica de la novela (Apocalipse Now!) poniendo a Marlon Brando a repetirla. El horror, palabra que englobaba un mundo de abusos, inhumanidad y violencia.
En Guatemala, en cambio, la palabra que podría definir al gobierno del presidente Arévalo, en su viaje hasta el 14 de enero de 2028, podría resumirse no en el horror, (aunque la violencia de las últimas semanas podría hacer cambiar mis afirmaciones), sino «el error», puesto que el error ha sido la constante en estos meses de su gobierno. El error le ha cobrado al gobierno un innecesario desgaste, un creciente aislamiento y una sensación general de absoluta falta de capacidad.
Encima, los asesores del presidente, que me parece lucen más por su ignorancia que por sus consejos acertados, le han de decir al presidente que en momentos álgidos de crisis él debería de desaparecer de la escena política para aparecer, repentinamente, como ese as de la manga que tiene la solución para salir de la crisis. Es segunda vez que este fatídico consejo provoca que otros políticos, mucho más expertos en estas lides de lucha callejera, lucen solicitudes de exhibición personal para que alguien, el juez en este caso, busque en donde está el presidente y lo saque de su escondite. A causa de esta pésima estrategia, el discurso del presidente Arévalo anoche pareció una patada más de ahogado, a un presidente arrinconado en su acogedor despacho presidencial, obligado a decir algo, aunque sea el discurso absurdo que leyó anoche.
Al parecer, y pese a las abrumadoras evidencias, Arévalo preside la república feliz de Lalalandia y no a una convulsa Guatemala que está cada día más asediada por los problemas que él se niega a reconocer y, peor aún, a conocer.
Además, la fallida estrategia presidencial desnuda la realidad del gobierno: un presidente carente de liderazgo, rodeado de ministros carentes de experiencia, conocimiento y responsabilidad, que no dudan en comprometer al presidente en bretes complicados, de los que logra salir el primer magistrado con arañazos y apaleado. Pero sorprende la debilidad de carácter presidencial, porque nunca les cobra a sus ministros los errores que comenten y que minan la institucionalidad en Guatemala. Si esta crisis no fue suficiente para destituir al ministro de Gobernación, no sé qué acción será suficiente para que lo haga.
Mientras el gobierno juega a la prueba y error, la economía guatemalteca perdió alrededor de GTQ 650M; unos 400M en el sector industrial y unos 130M en el sector comercial, según publicaba Prensa Libre el día de ayer, a causa de los bloqueos. El problema es que esos 650M representan un empobrecimiento del guatemalteco en general, un debilitamiento del sector productivo, que es el único que mantiene a flote a este país, pues está más que claro que el gobierno no hace más que hundirlo. Además, habría que sumar las consecuencias en salud mental de los guatemaltecos, en esas largas hileras de personas que durante dos noches avanzaban penosamente por las cunetas de las carreteras que salen de la ciudad, camino a sus casas, frustrados, enojados, decepcionado y tristes, por un día más de dificultades completamente ajenas que se suman a los problemas propios.
Mientras tanto, el presidente sigue sin cobrarle a su gabinete los errores. Al parecer, y pese a las abrumadoras evidencias, Arévalo preside la república feliz de Lalalandia y no a una convulsa Guatemala que está cada día más asediada por los problemas que él se niega a reconocer y, peor aún, a conocer.