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El encuentro de dos mundos y sus huellas en nuestra identidad

.
Camilo Bello Wilches |
10 de octubre, 2025

Cada 12 de octubre, América se detiene a mirar su pasado, a reflexionar sobre el encuentro entre dos mundos que definiría no solo su historia, sino la de toda la humanidad. Sin embargo, este día suele verse cargado de interpretaciones que a menudo reducen la complejidad de los hechos, empujándonos a elegir entre una celebración triunfalista o una condena implacable. En lugar de esta dicotomía, deberíamos abrazar el reto de una reflexión crítica y matizada, que nos permita comprender nuestra identidad actual sin caer en el revisionismo o el olvido.

La llegada de los europeos al continente americano, marcada por la figura de Cristóbal Colón en 1492, no fue solo el comienzo de un proceso de colonización, sino también un fenómeno cultural sin precedentes. Para muchos, ese encuentro ha sido simbolizado como el inicio de un proceso de destrucción, explotación y violencia contra los pueblos originarios. Bartolomé de las Casas, defensor de los derechos indígenas, relató con indignación los horrores de la conquista. Sin embargo, sería un error interpretar esa historia solo a través de la tragedia, sin reconocer el complejo proceso de mestizaje que se originó, no solo en términos raciales, sino también culturales, sociales y políticos.

Los filósofos contemporáneos, como el mexicano Octavio Paz, nos invitan a pensar en la historia como un espacio en el que se entrelazan diferentes corrientes, construyendo nuevas realidades. Paz, en El laberinto de la soledad, describe cómo las tensiones históricas de América Latina no se reducen a una simple lucha entre colonizadores y colonizados, sino que son el resultado de un mestizaje cultural que define nuestra identidad. La historia de América Latina no es lineal, ni exenta de contradicciones, pero esta complejidad es la que la hace única y valiosa.

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Hoy, en pleno siglo XXI, la reflexión sobre el 12 de octubre debería ir más allá de las divisiones entre victimizaciones y celebraciones. La importancia de este día reside en la oportunidad que nos ofrece para repensar cómo la historia nos ha dado forma y cómo podemos aprender de ella para construir un futuro más justo.

Lejos de caer en la tentación de la resignación o del dogma, deberíamos abrazar la oportunidad de pensar críticamente sobre nuestro pasado y, desde allí, proyectarnos hacia un futuro más inclusivo, justo y plural.

El reto de la reflexión histórica es no caer en la simplificación, sino reconocer que la historia es un proceso continuo que, a pesar de los errores y horrores del pasado, ha dado lugar a una amalgama de culturas, lenguas, religiones y tradiciones que definen nuestra identidad común.

A este respecto, el 12 de octubre también invita a pensar en los desafíos actuales que enfrentamos como sociedad. En un mundo cada vez más globalizado, las fronteras entre las culturas y las naciones son cada vez más difusas, pero nuestra identidad mestiza y plural sigue siendo una de las características definitorias de América Latina. Esta identidad, lejos de ser una carga, debería ser vista como una fuente de riqueza. El mestizaje no solo se refiere a la mezcla de razas, sino a la integración de ideas, creencias y valores que nos han dado una visión única del mundo.

En lugar de recurrir a la polarización de los discursos, el 12 de octubre debería ser un momento para fomentar el diálogo y la reflexión crítica. La historia no debe ser vista como un campo de batalla entre los que celebran y los que condenan, sino como una oportunidad para entender las raíces de nuestra sociedad, reconocer sus contradicciones y trabajar juntos para superarlas.

El verdadero reto del 12 de octubre es, por lo tanto, más que una cuestión de celebración o condena, una cuestión de entendimiento. Entender que la historia no es un relato unívoco, sino una trama compleja que nos invita a reconocer nuestras raíces, pero también a cuestionar las narrativas que nos han sido impuestas. En este día, lejos de caer en la tentación de la resignación o del dogma, deberíamos abrazar la oportunidad de pensar críticamente sobre nuestro pasado y, desde allí, proyectarnos hacia un futuro más inclusivo, justo y plural.

El encuentro de dos mundos y sus huellas en nuestra identidad

Camilo Bello Wilches |
10 de octubre, 2025
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Cada 12 de octubre, América se detiene a mirar su pasado, a reflexionar sobre el encuentro entre dos mundos que definiría no solo su historia, sino la de toda la humanidad. Sin embargo, este día suele verse cargado de interpretaciones que a menudo reducen la complejidad de los hechos, empujándonos a elegir entre una celebración triunfalista o una condena implacable. En lugar de esta dicotomía, deberíamos abrazar el reto de una reflexión crítica y matizada, que nos permita comprender nuestra identidad actual sin caer en el revisionismo o el olvido.

La llegada de los europeos al continente americano, marcada por la figura de Cristóbal Colón en 1492, no fue solo el comienzo de un proceso de colonización, sino también un fenómeno cultural sin precedentes. Para muchos, ese encuentro ha sido simbolizado como el inicio de un proceso de destrucción, explotación y violencia contra los pueblos originarios. Bartolomé de las Casas, defensor de los derechos indígenas, relató con indignación los horrores de la conquista. Sin embargo, sería un error interpretar esa historia solo a través de la tragedia, sin reconocer el complejo proceso de mestizaje que se originó, no solo en términos raciales, sino también culturales, sociales y políticos.

Los filósofos contemporáneos, como el mexicano Octavio Paz, nos invitan a pensar en la historia como un espacio en el que se entrelazan diferentes corrientes, construyendo nuevas realidades. Paz, en El laberinto de la soledad, describe cómo las tensiones históricas de América Latina no se reducen a una simple lucha entre colonizadores y colonizados, sino que son el resultado de un mestizaje cultural que define nuestra identidad. La historia de América Latina no es lineal, ni exenta de contradicciones, pero esta complejidad es la que la hace única y valiosa.

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Hoy, en pleno siglo XXI, la reflexión sobre el 12 de octubre debería ir más allá de las divisiones entre victimizaciones y celebraciones. La importancia de este día reside en la oportunidad que nos ofrece para repensar cómo la historia nos ha dado forma y cómo podemos aprender de ella para construir un futuro más justo.

Lejos de caer en la tentación de la resignación o del dogma, deberíamos abrazar la oportunidad de pensar críticamente sobre nuestro pasado y, desde allí, proyectarnos hacia un futuro más inclusivo, justo y plural.

El reto de la reflexión histórica es no caer en la simplificación, sino reconocer que la historia es un proceso continuo que, a pesar de los errores y horrores del pasado, ha dado lugar a una amalgama de culturas, lenguas, religiones y tradiciones que definen nuestra identidad común.

A este respecto, el 12 de octubre también invita a pensar en los desafíos actuales que enfrentamos como sociedad. En un mundo cada vez más globalizado, las fronteras entre las culturas y las naciones son cada vez más difusas, pero nuestra identidad mestiza y plural sigue siendo una de las características definitorias de América Latina. Esta identidad, lejos de ser una carga, debería ser vista como una fuente de riqueza. El mestizaje no solo se refiere a la mezcla de razas, sino a la integración de ideas, creencias y valores que nos han dado una visión única del mundo.

En lugar de recurrir a la polarización de los discursos, el 12 de octubre debería ser un momento para fomentar el diálogo y la reflexión crítica. La historia no debe ser vista como un campo de batalla entre los que celebran y los que condenan, sino como una oportunidad para entender las raíces de nuestra sociedad, reconocer sus contradicciones y trabajar juntos para superarlas.

El verdadero reto del 12 de octubre es, por lo tanto, más que una cuestión de celebración o condena, una cuestión de entendimiento. Entender que la historia no es un relato unívoco, sino una trama compleja que nos invita a reconocer nuestras raíces, pero también a cuestionar las narrativas que nos han sido impuestas. En este día, lejos de caer en la tentación de la resignación o del dogma, deberíamos abrazar la oportunidad de pensar críticamente sobre nuestro pasado y, desde allí, proyectarnos hacia un futuro más inclusivo, justo y plural.

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