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El empresario: un personaje de fe, motor de la prosperidad

Porque en cada empresario reside la certeza de que, con fe y valentía, es posible transformar vidas y forjar un futuro más próspero para todos.

Ilustración por Gabo® / República
Dr. Ramiro Bolaños |
18 de noviembre, 2024

A lo largo de la vida, los vaivenes del entorno económico se parecen a los caprichosos cambios en el mar. Este puede pasar de la calma más apacible a una tormenta furiosa con oleaje descontrolado. En este entorno impredecible, el empresario enfrenta una incertidumbre constante. No sabe con certeza si mañana tendrá clientes, si surgirán conflictos laborales, si una pieza esencial de su negocio fallará, o si un competidor inesperado cambiará las reglas del mercado. Tampoco puede prever cuándo el gobierno impondrá nuevos impuestos, requisitos o regulaciones que afecten sus márgenes, o si una crisis global o una pandemia sacudirán las bases de su operación. Aunque las herramientas modernas permiten analizar el entorno con bastante precisión, garantizar la continuidad de un negocio depende, en última instancia, de la fe y fortaleza del empresario.

En este entorno impredecible, el empresario no enfrenta los retos confiando únicamente en sus capacidades. Su fortaleza proviene de la humildad que lo lleva a reconocer que no está solo frente a los retos y la adversidad. Es esa fe – principalmente en Dios, pero también en sí mismo, en sus socios, colaboradores y la sociedad - la que lo impulsa a sobreponerse a fuerzas que lo superan. La búsqueda de cumplir con un propósito más grande que él mismo se vuelve factible: llevar la empresa adelante aun cuando las probabilidades estén en su contra.

Esta conexión entre la fe y el éxito empresarial ha sido explorada por grandes pensadores a lo largo de la historia. Desde científicos, hasta economistas y filósofos han señalado el papel casi místico del empresario en la sociedad. El sociólogo alemán Max Weber, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, exploró cómo los valores religiosos influenciaron la mentalidad empresarial cristiana. La confianza en un propósito divino se tradujo en una ética del trabajo duro y la acumulación de riqueza como una expresión de la bendición de Dios.

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Michael Novak, filósofo y teólogo católico estadounidense, también destacó esta conexión. En su obra El espíritu del capitalismo democrático, describió al empresario como un actor crucial en la creación de riqueza y progreso social, viendo su actividad como una verdadera vocación espiritual. Novak enfatizaba que emprender no solo implica habilidades técnicas o económicas, sino también un llamado interior a transformar el mundo.

El economista austriaco Joseph Schumpeter, en su teoría del «empresario innovador» retrató al empresario como un agente de cambio, impulsado por una fe inquebrantable en su visión y en su capacidad para innovar. Schumpeter lo definió como una especie singular dentro de la sociedad. Un personaje que desafía las normas establecidas y transforma mercados con ideas revolucionarias.

Al final, los empresarios no solo mueven mercados; mueven corazones y transforman vidas. Son ellos quienes, con cada decisión valiente, demuestran que la fe y la humildad pueden transformar vidas y construir sociedades más justas y prósperas.

Pero esa fe no necesariamente está vinculada a una creencia religiosa. En muchos casos, esa fe en Dios sí da al empresario la fortaleza para enfrentar retos más grandes que sí mismo, pero es también una confianza en sus capacidades, en su equipo y en la sociedad. Friedrich Hayek subrayó que el empresario necesita fe en el libre mercado y en su capacidad de descubrir oportunidades. Adam Smith, en su Teoría de los sentimientos morales, complementó esta visión al destacar que el interés individual, cuando se guía por principios éticos y respeto mutuo, fomenta un entorno de confianza para generar riqueza.

Hasta líderes políticos como Margaret Thatcher reconocieron el papel del empresario. La primera ministra británica veía la actividad empresarial como la expresión de la inventiva, la determinación y el espíritu pionero. Según Thatcher, el progreso humano depende de la libertad para desarrollar talentos individuales, en un marco de respeto mutuo y reglas claras.

Sin duda, el empresario necesita más que ingenio: requiere fe para enfrentar retos, olfato para detectar oportunidades, valentía para arriesgar su capital o conseguir el financiamiento, además de liderazgo para inspirar a su equipo. Debe gestionar recursos de forma eficiente, navegar los cambios del mercado y garantizar el pago de salarios que depende de su habilidad para mantener márgenes positivos. Su éxito no es solo suyo; representa el triunfo de las familias que dependen de él, de los colaboradores que creen en su visión y de la sociedad que florece gracias a su capacidad de generar riqueza.

Si conoce a un empresario, estréchele la mano con simpatía. No es solo un creador de empleo, es un creador de futuro. Su valor se traduce en prosperidad, riqueza y equilibrio social. Para los funcionarios públicos, recordemos que el empresario no necesita privilegios, sino un entorno justo que respete su libertad para crear. Las normas innecesarias, los trámites burocráticos y las imposiciones fiscales solo le dificultan el camino. Son ellos, los empresarios, quienes, con sus sueños y saltos de fe, construyen las bases de una Guatemala más próspera.

Al final, los empresarios no solo mueven mercados; mueven corazones y transforman vidas. Son ellos quienes, con cada decisión valiente, demuestran que la fe y la humildad pueden transformar vidas y construir sociedades más justas y prósperas. Porque en cada empresario reside la certeza de que, con fe y valentía, es posible transformar vidas y forjar un futuro más próspero para todos.

PhD. Ramiro Bolaños

El empresario: un personaje de fe, motor de la prosperidad

Porque en cada empresario reside la certeza de que, con fe y valentía, es posible transformar vidas y forjar un futuro más próspero para todos.

Dr. Ramiro Bolaños |
18 de noviembre, 2024
Ilustración por Gabo® / República

A lo largo de la vida, los vaivenes del entorno económico se parecen a los caprichosos cambios en el mar. Este puede pasar de la calma más apacible a una tormenta furiosa con oleaje descontrolado. En este entorno impredecible, el empresario enfrenta una incertidumbre constante. No sabe con certeza si mañana tendrá clientes, si surgirán conflictos laborales, si una pieza esencial de su negocio fallará, o si un competidor inesperado cambiará las reglas del mercado. Tampoco puede prever cuándo el gobierno impondrá nuevos impuestos, requisitos o regulaciones que afecten sus márgenes, o si una crisis global o una pandemia sacudirán las bases de su operación. Aunque las herramientas modernas permiten analizar el entorno con bastante precisión, garantizar la continuidad de un negocio depende, en última instancia, de la fe y fortaleza del empresario.

En este entorno impredecible, el empresario no enfrenta los retos confiando únicamente en sus capacidades. Su fortaleza proviene de la humildad que lo lleva a reconocer que no está solo frente a los retos y la adversidad. Es esa fe – principalmente en Dios, pero también en sí mismo, en sus socios, colaboradores y la sociedad - la que lo impulsa a sobreponerse a fuerzas que lo superan. La búsqueda de cumplir con un propósito más grande que él mismo se vuelve factible: llevar la empresa adelante aun cuando las probabilidades estén en su contra.

Esta conexión entre la fe y el éxito empresarial ha sido explorada por grandes pensadores a lo largo de la historia. Desde científicos, hasta economistas y filósofos han señalado el papel casi místico del empresario en la sociedad. El sociólogo alemán Max Weber, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, exploró cómo los valores religiosos influenciaron la mentalidad empresarial cristiana. La confianza en un propósito divino se tradujo en una ética del trabajo duro y la acumulación de riqueza como una expresión de la bendición de Dios.

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Michael Novak, filósofo y teólogo católico estadounidense, también destacó esta conexión. En su obra El espíritu del capitalismo democrático, describió al empresario como un actor crucial en la creación de riqueza y progreso social, viendo su actividad como una verdadera vocación espiritual. Novak enfatizaba que emprender no solo implica habilidades técnicas o económicas, sino también un llamado interior a transformar el mundo.

El economista austriaco Joseph Schumpeter, en su teoría del «empresario innovador» retrató al empresario como un agente de cambio, impulsado por una fe inquebrantable en su visión y en su capacidad para innovar. Schumpeter lo definió como una especie singular dentro de la sociedad. Un personaje que desafía las normas establecidas y transforma mercados con ideas revolucionarias.

Al final, los empresarios no solo mueven mercados; mueven corazones y transforman vidas. Son ellos quienes, con cada decisión valiente, demuestran que la fe y la humildad pueden transformar vidas y construir sociedades más justas y prósperas.

Pero esa fe no necesariamente está vinculada a una creencia religiosa. En muchos casos, esa fe en Dios sí da al empresario la fortaleza para enfrentar retos más grandes que sí mismo, pero es también una confianza en sus capacidades, en su equipo y en la sociedad. Friedrich Hayek subrayó que el empresario necesita fe en el libre mercado y en su capacidad de descubrir oportunidades. Adam Smith, en su Teoría de los sentimientos morales, complementó esta visión al destacar que el interés individual, cuando se guía por principios éticos y respeto mutuo, fomenta un entorno de confianza para generar riqueza.

Hasta líderes políticos como Margaret Thatcher reconocieron el papel del empresario. La primera ministra británica veía la actividad empresarial como la expresión de la inventiva, la determinación y el espíritu pionero. Según Thatcher, el progreso humano depende de la libertad para desarrollar talentos individuales, en un marco de respeto mutuo y reglas claras.

Sin duda, el empresario necesita más que ingenio: requiere fe para enfrentar retos, olfato para detectar oportunidades, valentía para arriesgar su capital o conseguir el financiamiento, además de liderazgo para inspirar a su equipo. Debe gestionar recursos de forma eficiente, navegar los cambios del mercado y garantizar el pago de salarios que depende de su habilidad para mantener márgenes positivos. Su éxito no es solo suyo; representa el triunfo de las familias que dependen de él, de los colaboradores que creen en su visión y de la sociedad que florece gracias a su capacidad de generar riqueza.

Si conoce a un empresario, estréchele la mano con simpatía. No es solo un creador de empleo, es un creador de futuro. Su valor se traduce en prosperidad, riqueza y equilibrio social. Para los funcionarios públicos, recordemos que el empresario no necesita privilegios, sino un entorno justo que respete su libertad para crear. Las normas innecesarias, los trámites burocráticos y las imposiciones fiscales solo le dificultan el camino. Son ellos, los empresarios, quienes, con sus sueños y saltos de fe, construyen las bases de una Guatemala más próspera.

Al final, los empresarios no solo mueven mercados; mueven corazones y transforman vidas. Son ellos quienes, con cada decisión valiente, demuestran que la fe y la humildad pueden transformar vidas y construir sociedades más justas y prósperas. Porque en cada empresario reside la certeza de que, con fe y valentía, es posible transformar vidas y forjar un futuro más próspero para todos.

PhD. Ramiro Bolaños

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