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El conflicto Irán–Israel, una guerra con consecuencias globales

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Melanie Müllers |
18 de junio, 2025

El reciente repunte de hostilidades entre Irán e Israel no solo reconfigura el mapa de poder en Medio Oriente, sino que está impactando con fuerza el tablero económico y geopolítico mundial. Lo que comenzó como una serie de ataques militares israelíes sobre instalaciones nucleares iraníes escaló a una guerra energética no declarada, cuyas ondas de choque ya se sienten en algunas regiones, incluyendo América Central.

El petróleo, como siempre, es el termómetro más inmediato. En menos de 24 horas, los precios del crudo se dispararon más de un 13 %, impulsados por la amenaza de Irán de cerrar el estrecho de Ormuz, arteria vital por la que fluye el 20 % del petróleo mundial. La volatilidad no se limita al ámbito económico: también es una guerra de señales y percepción. La destrucción selectiva de activos estratégicos, el uso de drones de largo alcance, y las amenazas cibernéticas son parte de una nueva doctrina que trasciende la guerra convencional y se adentra en una fase híbrida, donde el dominio de la narrativa es tan importante como el control territorial.

En este contexto, países como Guatemala, aparentemente alejados del epicentro del conflicto, no son ajenos a las repercusiones. Aunque no tiene relaciones diplomáticas con Irán, Guatemala mantiene un tratado de libre comercio con Israel desde marzo de 2024. Más aún, su economía depende en gran parte del precio internacional del petróleo, vinculado al índice West Texas Intermediate (WTI). Un conflicto prolongado podría afectar el costo de los combustibles, encarecer la logística, alterar rutas de abastecimiento, y crear distorsiones en sectores estratégicos como la seguridad alimentaria, el transporte y la industria.

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Desde una óptica militar, el conflicto nos obliga a revisar el papel de los países pequeños en un mundo interconectado. La idea de que las guerras ajenas no nos conciernen es hoy un mito insostenible. El uso de drones armados, la inteligencia artificial aplicada al combate, y la militarización del ciberespacio reconfiguran las doctrinas tradicionales de defensa y seguridad nacional.

La escalada en Medio Oriente no es un hecho aislado. Es un capítulo más en una transición geopolítica global marcada por el retorno de las zonas grises, el poder multipolar y la guerra híbrida.

La guerra moderna es difusa, asimétrica y altamente tecnificada; exige preparación más allá del perímetro físico. La infraestructura energética, los sistemas bancarios y las cadenas de suministro son ahora frentes vulnerables.

Para los países en Centroamérica, esto plantea una doble necesidad: por un lado, robustecer sus capacidades de inteligencia y ciberdefensa; por otro, integrarse estratégicamente en los circuitos regionales de seguridad energética. Guatemala, por ejemplo, podría desempeñar un rol más protagónico en la Alianza para el Desarrollo en Democracia (ADD), coordinando estrategias frente a crisis que afecten al hemisferio, incluso si su origen está en el otro lado del planeta.

Además, el conflicto Irán–Israel podría acelerar una reconfiguración de alianzas. Mientras Estados Unidos reafirma su apoyo incondicional a Tel Aviv, potencias como China y Rusia observan con atención, listos para intervenir diplomáticamente o explotar vacíos de poder. En este ajedrez, los países latinoamericanos deberán tomar posiciones no solo por afinidad ideológica, sino por interés nacional. La neutralidad estratégica no implica pasividad: significa tener claridad de propósito, alianzas diversificadas y una visión realista del entorno internacional.

Para que todos estemos bien informados, la escalada en Medio Oriente no es un hecho aislado. Es un capítulo más en una transición geopolítica global marcada por el retorno de las zonas grises, el poder multipolar y la guerra híbrida. Guatemala y otros países en Centroamérica deberán dejar de verse como espectadores y asumir su rol como actores estratégicos, preparados para actuar con inteligencia, resiliencia y visión de largo plazo.

El conflicto Irán–Israel, una guerra con consecuencias globales

Melanie Müllers |
18 de junio, 2025
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El reciente repunte de hostilidades entre Irán e Israel no solo reconfigura el mapa de poder en Medio Oriente, sino que está impactando con fuerza el tablero económico y geopolítico mundial. Lo que comenzó como una serie de ataques militares israelíes sobre instalaciones nucleares iraníes escaló a una guerra energética no declarada, cuyas ondas de choque ya se sienten en algunas regiones, incluyendo América Central.

El petróleo, como siempre, es el termómetro más inmediato. En menos de 24 horas, los precios del crudo se dispararon más de un 13 %, impulsados por la amenaza de Irán de cerrar el estrecho de Ormuz, arteria vital por la que fluye el 20 % del petróleo mundial. La volatilidad no se limita al ámbito económico: también es una guerra de señales y percepción. La destrucción selectiva de activos estratégicos, el uso de drones de largo alcance, y las amenazas cibernéticas son parte de una nueva doctrina que trasciende la guerra convencional y se adentra en una fase híbrida, donde el dominio de la narrativa es tan importante como el control territorial.

En este contexto, países como Guatemala, aparentemente alejados del epicentro del conflicto, no son ajenos a las repercusiones. Aunque no tiene relaciones diplomáticas con Irán, Guatemala mantiene un tratado de libre comercio con Israel desde marzo de 2024. Más aún, su economía depende en gran parte del precio internacional del petróleo, vinculado al índice West Texas Intermediate (WTI). Un conflicto prolongado podría afectar el costo de los combustibles, encarecer la logística, alterar rutas de abastecimiento, y crear distorsiones en sectores estratégicos como la seguridad alimentaria, el transporte y la industria.

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Desde una óptica militar, el conflicto nos obliga a revisar el papel de los países pequeños en un mundo interconectado. La idea de que las guerras ajenas no nos conciernen es hoy un mito insostenible. El uso de drones armados, la inteligencia artificial aplicada al combate, y la militarización del ciberespacio reconfiguran las doctrinas tradicionales de defensa y seguridad nacional.

La escalada en Medio Oriente no es un hecho aislado. Es un capítulo más en una transición geopolítica global marcada por el retorno de las zonas grises, el poder multipolar y la guerra híbrida.

La guerra moderna es difusa, asimétrica y altamente tecnificada; exige preparación más allá del perímetro físico. La infraestructura energética, los sistemas bancarios y las cadenas de suministro son ahora frentes vulnerables.

Para los países en Centroamérica, esto plantea una doble necesidad: por un lado, robustecer sus capacidades de inteligencia y ciberdefensa; por otro, integrarse estratégicamente en los circuitos regionales de seguridad energética. Guatemala, por ejemplo, podría desempeñar un rol más protagónico en la Alianza para el Desarrollo en Democracia (ADD), coordinando estrategias frente a crisis que afecten al hemisferio, incluso si su origen está en el otro lado del planeta.

Además, el conflicto Irán–Israel podría acelerar una reconfiguración de alianzas. Mientras Estados Unidos reafirma su apoyo incondicional a Tel Aviv, potencias como China y Rusia observan con atención, listos para intervenir diplomáticamente o explotar vacíos de poder. En este ajedrez, los países latinoamericanos deberán tomar posiciones no solo por afinidad ideológica, sino por interés nacional. La neutralidad estratégica no implica pasividad: significa tener claridad de propósito, alianzas diversificadas y una visión realista del entorno internacional.

Para que todos estemos bien informados, la escalada en Medio Oriente no es un hecho aislado. Es un capítulo más en una transición geopolítica global marcada por el retorno de las zonas grises, el poder multipolar y la guerra híbrida. Guatemala y otros países en Centroamérica deberán dejar de verse como espectadores y asumir su rol como actores estratégicos, preparados para actuar con inteligencia, resiliencia y visión de largo plazo.

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