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El atrevimiento de Argentina: El giro radical de Milei y el camino que Guatemala no debería desechar

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Dr. Ramiro Bolaños |
26 de mayo, 2025

Hay momentos en que un pueblo parece quebrado. Harto de las promesas, desbordado por la frustración, anestesiado por la costumbre. Argentina llegó a ese punto muchas veces. Pero esta vez, algo diferente está ocurriendo. En la ciudad que fue durante dos décadas el corazón del macrismo —la corriente liberal moderada impulsada por el expresidente Mauricio Macri— flamea ahora una bandera distinta. La bandera violeta del cambio. La Libertad Avanza (LLA), el partido del presidente Javier Milei, acaba de ganar las elecciones legislativas en la Ciudad de Buenos Aires, desplazando al PRO y superando al peronismo. No fue una simple victoria. Fue una señal.

Una señal de que los argentinos están dispuestos a seguir apostando por un camino de transformación, incluso cuando el precio es alto. Con apenas un 30.1 % de los votos, la lista encabezada por Manuel Adorni, del partido de Milei, superó al peronismo (27.3 %) y dejó al PRO en un inédito tercer lugar (15.9 %). Con una participación electoral baja (53.3 %), el mensaje fue aún más potente: los que salieron a votar, lo hicieron con convicción. «Se pintó de violeta el bastión de amarillo», celebró Milei. No era solo una frase ingeniosa. Era un hito histórico.

Detrás de ese resultado están los números. No los de las encuestas, sino los que afectan la vida real. La inflación, que había llegado al 200 % anual, cayó a 117 %. El índice mensual pasó de 25 % a 2.4 %. El tipo de cambio se estabilizó. El «cepo cambiario» —un sistema de restricciones para acceder al dólar y evitar la fuga de capitales— se empieza a desmontar. La pobreza, que se había disparado al 50 %, cayó a 38 % en abril. Y por primera vez en muchos años, Argentina tuvo superávit fiscal. Ese resultado, que equivale a un 0.4 % del PIB, contrasta con el déficit fiscal proyectado para Guatemala en 2025, que alcanzará el 3.1 % del PIB: el tercer nivel más alto en siete años y motivo de creciente preocupación para analistas y organismos internacionales. Mientras tanto, el Merval —el índice bursátil de Buenos Aires que refleja la confianza del mercado— subió 140 %. No es un milagro. Es un giro radical.

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Claro, no todo es alegría. El empleo no ha repuntado. El ajuste ha sido doloroso. Ha habido caída del consumo, cierre de programas, tensiones sociales. Pero Milei nunca prometió comodidad. Prometió la verdad. Y cuando la verdad se combina con coherencia, los resultados empiezan a hablar.

La victoria en Buenos Aires fue eso: un respaldo a una narrativa que por fin empata con los hechos. Y una advertencia a la vieja clase política. El PRO, antaño referente del orden liberal, no supo renovarse. El peronismo, aunque mantiene estructura, no logra articular una alternativa creíble. Milei, con su estilo provocador, ha ocupado ese vacío. Y lo ha hecho con una firmeza que interpela a todo el continente: o nos resignamos a seguir como estamos, o nos atrevemos a cambiar el rumbo con toda la energía disponible.

Este momentum no es definitivo. Las elecciones legislativas nacionales en octubre serán la verdadera batalla. Se renovarán 127 bancas en Diputados y 24 en el Senado. Según las encuestas, LLA lidera con un 37 % frente al 32 % de Unión por la Patria (UP). En distritos como la provincia de Buenos Aires, UP conserva ventaja. Pero a nivel nacional, Milei está en posición de crecer, especialmente si logra alianzas con sectores del PRO y la UCR.

Argentina eligió saltar al abismo con fe. Guatemala sigue en la orilla, paralizada por el miedo. Pero la historia no premia a los tibios; premia a los que se atreven.

 

Lo que está en juego no es solo una mayoría legislativa. Es la posibilidad de consolidar un modelo. Un modelo que, a diferencia del kirchnerismo —la etapa del peronismo liderada por Néstor y Cristina Kirchner basada en gasto público expansivo, subsidios masivos y control estatal—, no busca el control como fin, sino como obstáculo a remover. En contraposición con el populismo clientelar, Milei propone una nación de productores, de emprendedores, de ciudadanos libres que no dependan del favor político para vivir con dignidad.

Ahora bien, no todo es estabilidad en el entorno mileísta. Existen riesgos que lo acechan. El reciente conflicto con su vicepresidenta Victoria Villarruel, que generó tensiones por la designación de cargos y debilitó la imagen de cohesión interna, restó credibilidad. Algunos críticos afirman que Milei se ha rodeado de figuras que no comparten una visión libertaria pura, y otros alertan sobre un estilo que a veces bordea lo autoritario. Estos cuestionamientos no deben ignorarse, pero tampoco deben opacar los resultados alcanzados. Lo que está en juego es si puede mantenerse el rumbo sin ceder a los viejos vicios del poder.

Y ahí es donde Guatemala debería mirar con atención. Mientras en Argentina se da una discusión profunda sobre el rol del Estado, aquí seguimos atrapados en debates vacíos, eligiendo siempre al menos malo, confiando en que las buenas intenciones bastarán. Pero las naciones no se construyen con deseos. Se construyen con decisiones valientes, con sueños, pero también con ideas claras de lo que realmente funciona en la economía del país y del pueblo.

Los resultados de Milei nos recuerdan que el dolor es parte del cambio, pero también que el cambio puede traer resultados. Que se puede reducir la pobreza sin imprimir billetes. Que se puede estabilizar la moneda sin mentirle al pueblo. Que se puede tener un superávit sin aumentar impuestos. Que el emprendedor no es el problema, sino la solución.

Si algo debería inspirarnos de este giro argentino es la certeza de que los pueblos despiertan cuando ven coherencia entre el discurso y los hechos. Que la libertad no es una utopía, sino una decisión política. Que la riqueza no se reparte: se crea.

Argentina eligió saltar al abismo con fe. Guatemala sigue en la orilla, paralizada por el miedo. Pero la historia no premia a los tibios; premia a los que se atreven.

Y esta vez, fueron los argentinos quienes decidieron atreverse primero.

El atrevimiento de Argentina: El giro radical de Milei y el camino que Guatemala no debería desechar

Dr. Ramiro Bolaños |
26 de mayo, 2025
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Hay momentos en que un pueblo parece quebrado. Harto de las promesas, desbordado por la frustración, anestesiado por la costumbre. Argentina llegó a ese punto muchas veces. Pero esta vez, algo diferente está ocurriendo. En la ciudad que fue durante dos décadas el corazón del macrismo —la corriente liberal moderada impulsada por el expresidente Mauricio Macri— flamea ahora una bandera distinta. La bandera violeta del cambio. La Libertad Avanza (LLA), el partido del presidente Javier Milei, acaba de ganar las elecciones legislativas en la Ciudad de Buenos Aires, desplazando al PRO y superando al peronismo. No fue una simple victoria. Fue una señal.

Una señal de que los argentinos están dispuestos a seguir apostando por un camino de transformación, incluso cuando el precio es alto. Con apenas un 30.1 % de los votos, la lista encabezada por Manuel Adorni, del partido de Milei, superó al peronismo (27.3 %) y dejó al PRO en un inédito tercer lugar (15.9 %). Con una participación electoral baja (53.3 %), el mensaje fue aún más potente: los que salieron a votar, lo hicieron con convicción. «Se pintó de violeta el bastión de amarillo», celebró Milei. No era solo una frase ingeniosa. Era un hito histórico.

Detrás de ese resultado están los números. No los de las encuestas, sino los que afectan la vida real. La inflación, que había llegado al 200 % anual, cayó a 117 %. El índice mensual pasó de 25 % a 2.4 %. El tipo de cambio se estabilizó. El «cepo cambiario» —un sistema de restricciones para acceder al dólar y evitar la fuga de capitales— se empieza a desmontar. La pobreza, que se había disparado al 50 %, cayó a 38 % en abril. Y por primera vez en muchos años, Argentina tuvo superávit fiscal. Ese resultado, que equivale a un 0.4 % del PIB, contrasta con el déficit fiscal proyectado para Guatemala en 2025, que alcanzará el 3.1 % del PIB: el tercer nivel más alto en siete años y motivo de creciente preocupación para analistas y organismos internacionales. Mientras tanto, el Merval —el índice bursátil de Buenos Aires que refleja la confianza del mercado— subió 140 %. No es un milagro. Es un giro radical.

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Claro, no todo es alegría. El empleo no ha repuntado. El ajuste ha sido doloroso. Ha habido caída del consumo, cierre de programas, tensiones sociales. Pero Milei nunca prometió comodidad. Prometió la verdad. Y cuando la verdad se combina con coherencia, los resultados empiezan a hablar.

La victoria en Buenos Aires fue eso: un respaldo a una narrativa que por fin empata con los hechos. Y una advertencia a la vieja clase política. El PRO, antaño referente del orden liberal, no supo renovarse. El peronismo, aunque mantiene estructura, no logra articular una alternativa creíble. Milei, con su estilo provocador, ha ocupado ese vacío. Y lo ha hecho con una firmeza que interpela a todo el continente: o nos resignamos a seguir como estamos, o nos atrevemos a cambiar el rumbo con toda la energía disponible.

Este momentum no es definitivo. Las elecciones legislativas nacionales en octubre serán la verdadera batalla. Se renovarán 127 bancas en Diputados y 24 en el Senado. Según las encuestas, LLA lidera con un 37 % frente al 32 % de Unión por la Patria (UP). En distritos como la provincia de Buenos Aires, UP conserva ventaja. Pero a nivel nacional, Milei está en posición de crecer, especialmente si logra alianzas con sectores del PRO y la UCR.

Argentina eligió saltar al abismo con fe. Guatemala sigue en la orilla, paralizada por el miedo. Pero la historia no premia a los tibios; premia a los que se atreven.

 

Lo que está en juego no es solo una mayoría legislativa. Es la posibilidad de consolidar un modelo. Un modelo que, a diferencia del kirchnerismo —la etapa del peronismo liderada por Néstor y Cristina Kirchner basada en gasto público expansivo, subsidios masivos y control estatal—, no busca el control como fin, sino como obstáculo a remover. En contraposición con el populismo clientelar, Milei propone una nación de productores, de emprendedores, de ciudadanos libres que no dependan del favor político para vivir con dignidad.

Ahora bien, no todo es estabilidad en el entorno mileísta. Existen riesgos que lo acechan. El reciente conflicto con su vicepresidenta Victoria Villarruel, que generó tensiones por la designación de cargos y debilitó la imagen de cohesión interna, restó credibilidad. Algunos críticos afirman que Milei se ha rodeado de figuras que no comparten una visión libertaria pura, y otros alertan sobre un estilo que a veces bordea lo autoritario. Estos cuestionamientos no deben ignorarse, pero tampoco deben opacar los resultados alcanzados. Lo que está en juego es si puede mantenerse el rumbo sin ceder a los viejos vicios del poder.

Y ahí es donde Guatemala debería mirar con atención. Mientras en Argentina se da una discusión profunda sobre el rol del Estado, aquí seguimos atrapados en debates vacíos, eligiendo siempre al menos malo, confiando en que las buenas intenciones bastarán. Pero las naciones no se construyen con deseos. Se construyen con decisiones valientes, con sueños, pero también con ideas claras de lo que realmente funciona en la economía del país y del pueblo.

Los resultados de Milei nos recuerdan que el dolor es parte del cambio, pero también que el cambio puede traer resultados. Que se puede reducir la pobreza sin imprimir billetes. Que se puede estabilizar la moneda sin mentirle al pueblo. Que se puede tener un superávit sin aumentar impuestos. Que el emprendedor no es el problema, sino la solución.

Si algo debería inspirarnos de este giro argentino es la certeza de que los pueblos despiertan cuando ven coherencia entre el discurso y los hechos. Que la libertad no es una utopía, sino una decisión política. Que la riqueza no se reparte: se crea.

Argentina eligió saltar al abismo con fe. Guatemala sigue en la orilla, paralizada por el miedo. Pero la historia no premia a los tibios; premia a los que se atreven.

Y esta vez, fueron los argentinos quienes decidieron atreverse primero.

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