El alto costo de nuestra cultura: Colectivismo, sumisión e inconsciencia en Guatemala
Según el Índice de Desarrollo Humano del PNUD, Guatemala ocupa la posición 136 de 193 países. Estamos apenas por encima de Honduras y Namibia, y muy por debajo de países como Gabón y Guinea Ecuatorial. Aún estamos lejos de alcanzar a naciones como Belice o el Estado de Palestina. Ni hablar de los 70 primeros, que conforman el segmento de muy alto desarrollo humano.
Como hemos analizado en columnas anteriores, nuestros indicadores de educación y salud están entre los más bajos de la región. Sin embargo, a pesar de que la economía es donde mejor estamos, en PIB per cápita solo hemos llegado a la posición 127, por debajo de Kosovo o Botswana, y muy rezagados frente a nuestros competidores regionales como Panamá (71), Costa Rica (78) y República Dominicana (96). A pesar de que el gobierno y el Banco de Guatemala se enorgullecen de nuestra estabilidad macroeconómica, la realidad es que seguimos estancados.
Muchos atribuyen estos resultados al modelo económico. Las voces de este gobierno señalan que un Estado más intervencionista podría mejorar la situación mediante controles de precios, regulaciones de competencia, incrementos salariales o leyes para fomentar la inversión. Hay una equivocación grave en esa premisa y es que los países con más libertad económica son los que más crecen, pero hay un factor mucho más profundo que limita nuestro desarrollo: nuestra propia cultura.
Este es un tema incómodo, pero necesario. La cultura guatemalteca ha sido un freno para la generación de riqueza, el crecimiento empresarial y la modernización del país. No se trata solo de políticas gubernamentales, sino de patrones de pensamiento y comportamiento que han arraigado barreras invisibles al progreso. Y en el día a día, esas barreras afectan los negocios, las oportunidades y la toma de decisiones que pueden cambiar nuestro destino.
Un ejemplo claro es nuestra falta de visión a largo plazo. La reciente visita del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, dejó como resultado un acuerdo para que los ingenieros del ejército estadounidense diseñen la macro infraestructura de carreteras, puertos y aeropuertos. Sin duda, esto incrementará nuestras capacidades logísticas y comerciales. Sin embargo, la construcción de una obra de esta magnitud puede tomar entre 7 y 15 años. Si comenzamos hoy, podría estar lista entre 2037 y 2040, es decir, dentro de cuatro gobiernos. Mientras tanto, El Salvador consiguió proyectos de energía nuclear y República Dominicana, la fabricación de chips electrónicos para computadoras.
Este rezago es solo un síntoma de un problema más amplio. En salud y educación estamos aún peor. Al ritmo de mejora actual, nos tomaría 54 años alcanzar la esperanza de vida de Costa Rica (77 años). Y si ellos continúan avanzando, la brecha solo se ampliará. La realidad es que vivimos con una percepción distorsionada de nuestro propio atraso y de los desafíos que enfrentamos para ponernos al día.
La cultura es la forma en que pensamos, sentimos y actuamos. A nivel individual, cada persona es distinta, pero a nivel país existen patrones de pensamiento que definen a las sociedades. El sociólogo Geert Hofstede identificó cinco indicadores clave que explican la cultura de los pueblos, y Guatemala está en posiciones críticas en varios de ellos.
Si queremos cambiar nuestro destino, debemos transformar nuestra mentalidad. Hay que actuar con rapidez, asumir responsabilidad individual y lanzarnos hacia delante, incluso sin toda la información en la mano. En el peor de los casos, aprenderemos en el camino.
Uno de estos es la distancia al poder, que mide la rigidez de las jerarquías y la tendencia a la obediencia ciega. Los países con menor distancia al poder, como Suiza, Irlanda y Finlandia, tienen ciudadanos con mayor autonomía y confianza en la toma de decisiones. En cambio, los tres países con mayor distancia al poder son Guatemala, Malasia y Panamá. Esta sumisión impide el empoderamiento individual y perpetúa estructuras de autoridad incuestionables.
Otro indicador es el individualismo vs. colectivismo. Los países más individualistas, como Estados Unidos, Australia y Reino Unido, fomentan la autonomía y la responsabilidad personal. En contraste, Guatemala es el país más colectivista del mundo. En sociedades colectivistas, la gente evita expresar su opinión con claridad, prioriza la armonía sobre la eficiencia y delega la responsabilidad en el grupo en lugar de asumirla individualmente. Esta sujeción al colectivo y a lo que dirán los demás limita la capacidad de innovación y emprendimiento.
El tercer factor crítico es la aversión a la incertidumbre. Los países con baja aversión a la incertidumbre, como Dinamarca, Suecia y Singapur, tienden a ser más innovadores, flexibles y abiertos al riesgo. Guatemala, en cambio, es uno de los tres países con mayor aversión a la incertidumbre, junto con Grecia y Portugal. Este temor y cautela se traduce en rigidez administrativa, miedo a cambiar y resistencia a nuevas ideas, lo cual es un obstáculo para la competitividad y el progreso.
El psicólogo Michael Minkov identificó el índice de hipometropía, que mide la tendencia de una sociedad a centrarse en el corto plazo y a aceptar altos niveles de violencia y riesgo. Guatemala está entre los ocho países con mayor hipometropía, lo que explica ciertos niveles de inconsciencia ante el futuro y en parte por qué nuestra cultura no fomenta la inversión a largo plazo ni el desarrollo de capacidades matemáticas y técnicas.
Estos patrones no están determinados por la raza ni el idioma, sino por la educación y la forma en que una sociedad se organiza. Costa Rica, por ejemplo, a pesar de ser un país hispano, tiene un índice de distancia al poder similar al de Alemania y Suiza gracias a su inversión en educación. Es en la formación, tanto formal como informal, donde se cultivan habilidades para tomar decisiones rápidas, asumir responsabilidades y actuar con asertividad.
Debemos aprender a decidir con rapidez y claridad, a comunicar sin rodeos y a asumir riesgos de manera calculada. Un estudio del psicólogo Robert Levine encontró que los países donde la gente camina más rápido y los servicios postales funcionan con más eficiencia tienden a ser más prósperos. Entre ellos destacan Irlanda, Suiza, Alemania y Estados Unidos. ¿Y Guatemala dónde estará? La respuesta es obvia.
Si queremos cambiar nuestro destino, debemos transformar nuestra mentalidad. Hay que actuar con rapidez, asumir responsabilidad individual y lanzarnos hacia delante, incluso sin toda la información en la mano. En el peor de los casos, aprenderemos en el camino. En el mejor, conquistaremos el futuro. Esta nueva cultura debería invadir todos los ámbitos de nuestra educación. Y a quienes toman decisiones en el mundo empresarial: responder a tiempo, actuar con claridad y eliminar la cultura del «démosle otra vuelta» o del «miedo a fallar» puede ser la clave para un verdadero despegue cultural hacia el cambio, la innovación y el desarrollo económico y social.
PhD. Ramiro Bolaños
El alto costo de nuestra cultura: Colectivismo, sumisión e inconsciencia en Guatemala
Según el Índice de Desarrollo Humano del PNUD, Guatemala ocupa la posición 136 de 193 países. Estamos apenas por encima de Honduras y Namibia, y muy por debajo de países como Gabón y Guinea Ecuatorial. Aún estamos lejos de alcanzar a naciones como Belice o el Estado de Palestina. Ni hablar de los 70 primeros, que conforman el segmento de muy alto desarrollo humano.
Como hemos analizado en columnas anteriores, nuestros indicadores de educación y salud están entre los más bajos de la región. Sin embargo, a pesar de que la economía es donde mejor estamos, en PIB per cápita solo hemos llegado a la posición 127, por debajo de Kosovo o Botswana, y muy rezagados frente a nuestros competidores regionales como Panamá (71), Costa Rica (78) y República Dominicana (96). A pesar de que el gobierno y el Banco de Guatemala se enorgullecen de nuestra estabilidad macroeconómica, la realidad es que seguimos estancados.
Muchos atribuyen estos resultados al modelo económico. Las voces de este gobierno señalan que un Estado más intervencionista podría mejorar la situación mediante controles de precios, regulaciones de competencia, incrementos salariales o leyes para fomentar la inversión. Hay una equivocación grave en esa premisa y es que los países con más libertad económica son los que más crecen, pero hay un factor mucho más profundo que limita nuestro desarrollo: nuestra propia cultura.
Este es un tema incómodo, pero necesario. La cultura guatemalteca ha sido un freno para la generación de riqueza, el crecimiento empresarial y la modernización del país. No se trata solo de políticas gubernamentales, sino de patrones de pensamiento y comportamiento que han arraigado barreras invisibles al progreso. Y en el día a día, esas barreras afectan los negocios, las oportunidades y la toma de decisiones que pueden cambiar nuestro destino.
Un ejemplo claro es nuestra falta de visión a largo plazo. La reciente visita del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, dejó como resultado un acuerdo para que los ingenieros del ejército estadounidense diseñen la macro infraestructura de carreteras, puertos y aeropuertos. Sin duda, esto incrementará nuestras capacidades logísticas y comerciales. Sin embargo, la construcción de una obra de esta magnitud puede tomar entre 7 y 15 años. Si comenzamos hoy, podría estar lista entre 2037 y 2040, es decir, dentro de cuatro gobiernos. Mientras tanto, El Salvador consiguió proyectos de energía nuclear y República Dominicana, la fabricación de chips electrónicos para computadoras.
Este rezago es solo un síntoma de un problema más amplio. En salud y educación estamos aún peor. Al ritmo de mejora actual, nos tomaría 54 años alcanzar la esperanza de vida de Costa Rica (77 años). Y si ellos continúan avanzando, la brecha solo se ampliará. La realidad es que vivimos con una percepción distorsionada de nuestro propio atraso y de los desafíos que enfrentamos para ponernos al día.
La cultura es la forma en que pensamos, sentimos y actuamos. A nivel individual, cada persona es distinta, pero a nivel país existen patrones de pensamiento que definen a las sociedades. El sociólogo Geert Hofstede identificó cinco indicadores clave que explican la cultura de los pueblos, y Guatemala está en posiciones críticas en varios de ellos.
Si queremos cambiar nuestro destino, debemos transformar nuestra mentalidad. Hay que actuar con rapidez, asumir responsabilidad individual y lanzarnos hacia delante, incluso sin toda la información en la mano. En el peor de los casos, aprenderemos en el camino.
Uno de estos es la distancia al poder, que mide la rigidez de las jerarquías y la tendencia a la obediencia ciega. Los países con menor distancia al poder, como Suiza, Irlanda y Finlandia, tienen ciudadanos con mayor autonomía y confianza en la toma de decisiones. En cambio, los tres países con mayor distancia al poder son Guatemala, Malasia y Panamá. Esta sumisión impide el empoderamiento individual y perpetúa estructuras de autoridad incuestionables.
Otro indicador es el individualismo vs. colectivismo. Los países más individualistas, como Estados Unidos, Australia y Reino Unido, fomentan la autonomía y la responsabilidad personal. En contraste, Guatemala es el país más colectivista del mundo. En sociedades colectivistas, la gente evita expresar su opinión con claridad, prioriza la armonía sobre la eficiencia y delega la responsabilidad en el grupo en lugar de asumirla individualmente. Esta sujeción al colectivo y a lo que dirán los demás limita la capacidad de innovación y emprendimiento.
El tercer factor crítico es la aversión a la incertidumbre. Los países con baja aversión a la incertidumbre, como Dinamarca, Suecia y Singapur, tienden a ser más innovadores, flexibles y abiertos al riesgo. Guatemala, en cambio, es uno de los tres países con mayor aversión a la incertidumbre, junto con Grecia y Portugal. Este temor y cautela se traduce en rigidez administrativa, miedo a cambiar y resistencia a nuevas ideas, lo cual es un obstáculo para la competitividad y el progreso.
El psicólogo Michael Minkov identificó el índice de hipometropía, que mide la tendencia de una sociedad a centrarse en el corto plazo y a aceptar altos niveles de violencia y riesgo. Guatemala está entre los ocho países con mayor hipometropía, lo que explica ciertos niveles de inconsciencia ante el futuro y en parte por qué nuestra cultura no fomenta la inversión a largo plazo ni el desarrollo de capacidades matemáticas y técnicas.
Estos patrones no están determinados por la raza ni el idioma, sino por la educación y la forma en que una sociedad se organiza. Costa Rica, por ejemplo, a pesar de ser un país hispano, tiene un índice de distancia al poder similar al de Alemania y Suiza gracias a su inversión en educación. Es en la formación, tanto formal como informal, donde se cultivan habilidades para tomar decisiones rápidas, asumir responsabilidades y actuar con asertividad.
Debemos aprender a decidir con rapidez y claridad, a comunicar sin rodeos y a asumir riesgos de manera calculada. Un estudio del psicólogo Robert Levine encontró que los países donde la gente camina más rápido y los servicios postales funcionan con más eficiencia tienden a ser más prósperos. Entre ellos destacan Irlanda, Suiza, Alemania y Estados Unidos. ¿Y Guatemala dónde estará? La respuesta es obvia.
Si queremos cambiar nuestro destino, debemos transformar nuestra mentalidad. Hay que actuar con rapidez, asumir responsabilidad individual y lanzarnos hacia delante, incluso sin toda la información en la mano. En el peor de los casos, aprenderemos en el camino. En el mejor, conquistaremos el futuro. Esta nueva cultura debería invadir todos los ámbitos de nuestra educación. Y a quienes toman decisiones en el mundo empresarial: responder a tiempo, actuar con claridad y eliminar la cultura del «démosle otra vuelta» o del «miedo a fallar» puede ser la clave para un verdadero despegue cultural hacia el cambio, la innovación y el desarrollo económico y social.
PhD. Ramiro Bolaños